Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

lunes, 11 de mayo de 2015

251.-Filosofo y escritor Umberto Eco.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti;  Francia Marisol Candia Troncoso; Maria Francisca Palacio Hermosilla; 


ENTREVISTA A UMBERTO ECO.


  

Y así le puse nombre a la rosa.

Hace 25 años, Umberto Eco publicó "El nombre de la rosa", libro apasionante y erudito que recorre, a modo de novela policial, los problemas filosóficos centrales de la Edad Media. En esta charla, responde preguntas frecuentes:
 ¿cómo explicar la popularidad de una obra con profusos, intraducidos párrafos en latín?, por ejemplo. Además, cuenta algunos secretos del libro y muestra los dibujos que bocetaron y dieron forma y nombre al fenómeno de esa rosa.

ANTONIO GNOLI.

Hace veinticinco años, pocos habrían imaginado que una novela cargada de ironía y de doctrina, sorprendente en su amplitud y erudición, a mitad de camino entre lo teológico y lo policial, se convertiría en lo que todo escritor espera que suceda pero no confiaría ni siquiera a su mamá: el sueño de 15 millones de ejemplares.
El nombre de la rosa fue eso. Pero también otra cosa, agregaría. Tratemos de imaginar al autor. Un señor de cincuenta años que un buen día decide dedicarse a la narrativa y lo hace de la manera más arriesgada. ¿Qué lector tendrá la voluntad penitencial de leer una crónica medieval novelada, salpicada sí de delitos e intrigas, pero también llena de difíciles citas en latín y controversias teológicas? Tiene que estar un poco loco este semiólogo, de cierta fama internacional, para ambientar su historia en la primera mitad del siglo XIV y elegir como lugar de la acción una abadía aislada, atrincherada en las pendientes de una montaña del norte de Italia.

Cuando no enseña en la universidad, cuando no toca la flauta dulce, o cuando no inventa divertidos juegos de palabras, se encierra en una austera biblioteca donde compulsa tratados medievales, crónicas de herejes, libros sobre historias menores y desconocidas. Se ha dado cuenta de que la experiencia a la que quiere dar cuerpo y alma es más compleja de lo que imaginaba. Y pensar que todo nació como una broma, un desafío, un pasatiempo, una parodia. Ahora descubre que para contar no basta con la fantasía, no basta con su bella tesis sobre Tomás de Aquino. Hacen falta paciencia, escrúpulo, preparación.
Se siente como un atleta que cambia de especialidad. La empresa le da resultado. Ocho meses después de la publicación del libro, exactamente el 9 de julio de 1981, El nombre de la rosa, gana el premio Strega. Es un reconocimiento que consagra un libro que ya vendió 300 mil ejemplares y está a punto de convertirse en un caso mediático de proporciones monstruosas. Más tarde aprendimos a conocer el talento narrativo de ese profesor, y la rara capacidad de hacer convivir felizmente al estudioso y al novelista. No obstante, pasados veinticinco años subsiste el misterio del hombre que supo darle el nombre justo a la rosa.

Por eso voy a ver a Umberto Eco a su casa milanesa, para comprender la parte menos visible de su éxito, el trabajo que requirió, las huellas que dejó. De un lugar poco accesible, en lo alto de la inmensa biblioteca saca un sobre con los dibujos originales de la novela. Dice:
 "En realidad, una biblioteca estadounidense quiso comprarlos, pero me resistí". 
Eco se baja de la escalera, apoya la carpeta y se dirige a otro lugar de la biblioteca.
 La mano toma con firmeza un tomo del Traité des poisons (Tratado de los venenos). El libro tiene casi dos siglos, edición Crochard, 1815.
 "Se lo compré por unos pocos francos a un bouquiniste del Sena; pensé que encontraría una idea para ambientar los homicidios que tienen lugar en la abadía".

Sorpresivamente, abre una habitación cerrada con llave. "Aquí están los libros que fui consultando para las sucesivas novelas." Tiene todo el aspecto de ser un estudio secreto, un espacio poco iluminado, pero sugestivo. Sobre la mesa hay un atril con las planchas originales de una historieta. En las paredes, textos raros: investigaciones sobre Rosacruz, primeras ediciones de Ulisse Aldrovandi. En el estante de la biblioteca, dentro de un recipiente cilíndrico de vidrio, flotan, irreconocibles, los testículos de un perro. Eco sonríe: "Los menciono en mi última novela". Pero es tiempo de volver a la primera.




- —¿Qué es lo que no sabemos todavía de El nombre de la rosa?

- —Todos piensan que la novela fue escrita en computadora, o que usé máquina de escribir. En realidad, la primera versión fue hecha con lapicera. Pero recuerdo que pasé un año entero sin escribir una sola línea. Leía, hacía dibujos, diagramas, en suma, inventaba un mundo. Dibujé cientos de laberintos y plantas de abadías, basándome en otros dibujos, y en lugares que visitaba.

- —¿Por qué esa exigencia visual?

- —Era una manera de tomarle confianza al ambiente que estaba imaginando. Por ejemplo, necesitaba saber cuánto tardaban dos personajes en ir de un lugar a otro. Y eso definía también la duración de los diálogos que, por otra parte, no estaba tan seguro de poder lograr.

- —Entiendo los lugares, pero ¿por qué dibujar también a los monjes de la abadía?

- —Necesitaba reconocer a mis personajes, mientras los hacía hablar o actuar, de lo contrario no habría sabido qué hacerles decir.

- —Dos años después de la publicación de la novela, usted agrega un apéndice con las - Apostillas al nombre de la rosa- , abandonando así su idea de que una novela camina por su cuenta y el autor debe desinteresarse.

- —Podría responder que en ese momento tenía en mente las explicaciones que Thomas Mann había tratado de dar del Doctor Faustus. Pero la verdad es que habían surgido muchos debates alrededor de la novela. Y en mi apostilla, si se lee con atención, se verá que mis consideraciones son externas al libro.

- —A veces da la sensación de que usted no soporta más la repercusión que tuvo la novela. ¿Se siente asediado?

- —Es fatal sentirse acorralado. Por otro lado, constatar que en torno de El nombre de la rosa se editaron miles de páginas de crítica, centenares de ensayos, libros y textos de monografías —la última me llegó la semana pasada— me hace sentir bastante obligado a pronunciarme sobre algunas cuestiones de poética. Es legítimo que un autor declare cómo trabaja, mientras que la crítica interviene respecto del modo en que se lee un libro.

- —¿El hecho, entonces, de que - El nombre de la rosa- sea una obra "abierta" depende más de los otros que de usted?

- —Depende de la novela y no de lo que digo después. Si bien hago alusión, como en las apostillas, a lo posmoderno, no hay nada que obligue a leer el libro de determinada manera.

- —Llamaba la atención, en esas páginas de explicación, el uso reductivo que usted hacía del término "posmoderno".

- —El hecho es que "posmoderno" es una especie de paraguas que termina por cubrir todo. Fue inventado en arquitectura y después lo usó la literatura. En los Estados Unidos tenía un significado diferente del que encontramos en Francia en los libros de Lyotard. Como ve, es un lío. Si queremos restringir el significado, y yo citaba a John Barth, es necesario ir a la Segunda Intempestiva, donde Nietzsche sostiene que estamos tan cargados de historia que podríamos morirnos a menos que la releamos irónicamente.

- —¿Podría decirse que con - El nombre de la rosa- usted realizó una operación moderna irónica sobre un gran fresco medieval?

- —Digamos, como sucede con otras obras, que mi novela puede tener dos o más niveles de lectura. Si la comienzo diciendo: "Era una noche oscura y tormentosa" el lector ingenuo, que no comprende la referencia a Snoopy, gozará en un nivel elemental, y la cosa puede terminar ahí. Después está el lector de segundo nivel que capta la referencia, la cita, el juego y por lo tanto sabe que se está haciendo, sobre todo, ironía. Llegado a ese punto, podría agregar un tercer nivel, dado que el mes pasado descubrí que la frase es el incipit de una novela de Bulwer-Lytton, el autor de los Ultimos días de Pompeya. Es obvio que también Snoopy estaba probablemente citando.

- —La sutil ironía literaria, hecha de citas, referencias, alusiones es un homenaje a la inteligencia pura. Pero, ¿no existe el riesgo de que la elaboración de la página termine teniendo poca narración y mucha cabeza?

- —No son asuntos míos. Yo puedo ocuparme legítimamente de apostillas, de esta charla, del hecho de que la novela fue escrita en una época en la que se hablaba mucho de dialogismo intertextual y de Bajtin. Si después usted señala que de esa manera muy pocos la leerán, yo le respondo: es cosa del lector, no mía.

- —Es una afirmación muy perentoria.

- —La verdad es que cuando salió El nombre de la rosa fui sometido a una auténtica ducha escocesa. ¿Por qué hizo un libro difícil que nadie entiende? Y yo respondo como el guerrero africano de Hugo Pratt: porque me gusta. ¿Y entonces por qué hizo un libro popular que todos quieren leer? Pongámonos de acuerdo, ¿es difícil o popular?

- —Paradójicamente es ambas cosas.

- —En ese sentido, propondría un planteo interesante: hoy es popular un libro difícil porque está naciendo una generación de lectores que quiere que la desafíen.

- —Es una explicación sociológica.

- —De acuerdo, aunque es mejor que jugar con la idea contradictoria del libro difícil pero popular.

- —A mí me parece una novela que gratifica a las personas. Las hace sentir más cultas de lo que son.

- —No estoy tan seguro. El lector ingenuo que confiesa qué frustración enorme es no haber comprendido las citas en latín, no se siente en absoluto gratificado. O deberíamos llegar a la conclusión de que es un tipo de lector que disfruta sintiéndose estúpido.

- —Digamos que advierte un problema y se lo plantea.

- —Y ese es un modo diferente de reformular mi hipótesis, o sea que hay una categoría de lectores que desea una aventura literaria más exigente. ¿Cómo sobrevivirían, si no, muchos escritores contemporáneos?

- —Tengo la impresión de que usted busca una respuesta a un problema insondable. ¿Qué decreta el éxito de un libro como - El nombre de la rosa- ? Reconocerá que en definitiva tiene algo de misterioso.

- —Es cierto, yo estoy buscando explicaciones. Pero sólo porque usted me lo pide. Si de mí dependiera, prescindiría de eso. Lo que sé y que comprendí es que si El nombre de la rosa hubiera salido diez años antes, tal vez nadie se habría enterado, y si salía diez años después, tal vez habría sido igualmente ignorado.

- —Hay un ejemplo que tenemos ante nuestros ojos hoy: - El Código da Vinci- de Dan Brown. ¿Considera que si hubiera salido en otro momento no habría tenido el mismo éxito?

- —Dudo que, de haber salido estando Paulo VI, El Código da Vinci hubiera interesado a la gente. La explicación del fenómeno que se generó en torno de una novela policial, en definitiva bastante modesta, es que remite quizás a la gran teatralización de los hechos religiosos ocurrida durante el pontificado de Juan Pablo II. En la novela de Dan Brown hubo una inversión teológica de parte de la gente. Digámoslo de esta manera: escribió un libro que salió en el momento justo.

Bibliómano. Entre las joyas de su colección, tiene una primera edición del “Ulysses”.

- —Es precisamente la idea de "momento justo" la que tiene algo de insondable.

- —Creo en el Zeitgeist, en ese espíritu del tiempo que permite percibir las cosas y gracias al cual uno recibe incitaciones que se traducen en algo completo y definido. De lo contrario, no podría explicarme por qué precisamente en 1978, y no antes, se me ocurrió hacer El nombre de la rosa. Aunque debo reconocer que ya en tiempos del Gruppo 63 había pensado en escribir una novela.

- —¿Qué forma pensaba darle?

- —Imaginaba un colage de obras salgarianas: la tormenta en Mompracem, un diamante grande como una nuez, las pistolas con la culata llena de arabescos. En suma, una operación irónica sobre la literatura.

- —¿Por qué abandonó la idea?

- —Sentía que no era el momento apropiado y debía dejar reposar la idea.

- —En el fondo, hizo una operación análoga algunos años después con - El nombre de la rosa- . ¿Por qué eligió ese título?

- —Era el último de una lista que incluía entre otros La abadía del delito, Adso de Melk, etcétera. Todos los que leían la lista decían que El nombre de la rosa era el mejor.

- —Es también el cierre de la novela, la cita latina.

- —Que yo inserté para despistar al lector. Pero el lector lo que hizo fue seguir todos los valores simbólicos de la rosa, que son muchísimos.

- —¿Le molesta el exceso de interpretación?

- —No, soy de los que piensan que a menudo el libro es más inteligente que su autor. El lector puede encontrar referencias que el autor no había pensado. No creo tener derecho a impedir que se saquen ciertas conclusiones. Pero tengo el derecho de obstaculizar que se saquen otras.

- —Explíquelo un poco mejor.

- —Los que, por ejemplo, en la "rosa" encontraron una referencia al verso de Shakespeare "a rose by any other name", se equivocan. Mi cita significa que las cosas dejan de existir y quedan solamente las palabras. Shakespeare dice exactamente lo opuesto: las palabras no cuentan para nada, la rosa sería una rosa con cualquier nombre.

- —La imagen de la rosa termina la novela. Pero el verdadero problema para un escritor, sobre todo si es debutante, es cómo iniciarla. ¿Con qué disposición mental, con qué dudas se puso frente a la primera página?

- —En un primer momento la idea era escribir una especie de policial. Después, me di cuenta de que mis novelas nunca empezaron a partir de un proyecto, sino de una imagen. Y en la imagen que se me aparecía me recordaba a mí mismo en la Abadía de Santa Escolástica, frente a un atril enorme donde leía las Acta Sanctorum y me divertía como loco. De ahí la idea de imaginar a un benedictino en un monasterio que mientras lee la colección encuadernada del manifesto muere fulminado.

- —Un homenaje irónico a la actualidad.

- —Demasiado actual, y entonces pensé que sería mejor retrotraer todo al medioevo. La idea de que un fraile muriera hojeando un libro envenenado me parecía eficaz.

- —¿Cómo se le ocurrió?

- —Pensaba que era una creación de mi fantasía. Después descubrí que existe ya en las Mil y una noches y que Dumas la había copiado en el ciclo de los Valois. O sea que es un viejo topos literario. Siendo un narrador de citas, me divirtió.

- —Usted al principio mencionaba el - Tratado sobre los venenos- del catalán Mateu Orfila. ¿Realmente pensaba que encontraría allí una respuesta a sus dilemas toxicológicos?

- —Fue un intento, pero el libro resultó inservible. Entonces le pedí ayuda a un amigo mío químico. Le escribí una carta muy detallada. Después le pedí que la tirara, no sea cosa que cualquier día alguien que conozco muera por accidente envenenado del mismo modo, encuentran la carta y me dan treinta años de cárcel.

- —En un primer momento usted no tenía intención de darle - El nombre de la rosa- a Bompiani.

- —Era la editorial en la que había trabajado y publicado todos mis libros. Es evidente que la habrían tomado sin abrirla. Pero en un primer momento pensé entregársela a Franco Maria Ricci. Pensaba en una tirada de mil ejemplares en una encuadernación fina.


- —¿Y en cambio?

- —Corrió el rumor de que Eco había escrito una novela. Primero me llamó por teléfono Giulio Einaudi, después, me parece, Paolini de Mondadori. La tomaban sin discutir. A esa altura ya daba lo mismo que la publicara con mi editor.

- —En Francia la novela salió en Grasset, después de haber sido rechazada por Seuil. ¿A qué se debió el rechazo?

- —Seuil había publicado Opera aperta. Francois Wahl, que era el director editorial, me pidió el manuscrito. Debió pensar que no soy precisamente un desconocido. El hecho es que recibí una carta en la que me escribía: "Estimado Umberto, la novela es interesante, pero la ballena es demasiado grande para hacerla caminar". Grasset tomó el libro y con Wahl seguimos siendo amigos.

- —Para ser una novela de nicho no está mal. - El nombre de la rosa- se publicó en 35 países. ¿Qué sensación le da saberse consagrado a nivel internacional?

- —Más que la fama, que de todas maneras no hace mal, mi gratifican las cartas de los lectores. Y desde ese punto de vista, Estados Unidos fue una verdadera sorpresa. Me escribían no solamente de San Francisco o Nueva York sino del Midwest. Uno escribió diciendo que el solo hecho de haber nombrado a Eckhart, el gran místico, le traía a la memoria un antepasado suyo europeo con el mismo nombre. Para muchos de ellos, era una manera de conocer sus propios orígenes.

- —Es gracioso. Sale con la idea de hacer una novela de mil ejemplares y llega a vender millones. Pero el éxito puso a la crítica en su contra.

- —Se llegó al punto cómico en que un crítico que había reseñado el libro enseguida y a favor, posteriormente tomó distancia.

- —Usted salía de la experiencia del vanguardista Gruppo 63. No creo que los integrantes recibieran muy bien su novela. Sanguineti dijo que su sonrisa franciscana le recordaba la sonrisa de la acción católica.

- —Si es por eso, también Manganelli expresó reservas similares sobre la novela. A propósito de la sonrisa, recuerdo que en esa época yo decía que antes de morir quería escribir un libro fundamental de estética de la risa que intentaría de todas las maneras posibles no publicar. Así después de mi muerte se harían muchas tesis de graduación sobre ese libro fantasma.

- —¿Lo que volveremos a encontrar en la novela es la idea del capítulo desaparecido de la - Poética- de Aristóteles?

- —De alguna manera.

- —Volvamos a la crítica. No lo veo afectado por el distanciamiento del Gruppo 63.

- —Mi opinión es que si no hubiera existido el Gruppo 63 yo no habría escrito El nombre de la rosa. Y si de todos modos hubiera escrito una novela, la habría escrito probablemente como Carlo Cassola. O, si me iba bien, como el primer Calvino. Al Gruppo 63 le debo la propensión a la aventura otra, al gusto por las citas y al colage. Con una diferencia: ellos eran minimalistas. Mientras que yo he tratado de impulsar la literatura a una dimensión maximalista. Nos unía, en todo caso, el mismo gusto.

- —Con "maximalismo" ¿se refiere a su propensión al gusto por la deformación paródica?

- —¿Qué es, por ejemplo, Diario mínimo si no un juego literario de pastiches y deformaciones? Forma parte de mi clave, no sabría hacer otras cosas. Nunca habría podido escribir El molino del Po. Me siento más cómodo con Palazzeschi que con Bacchelli. Siempre he sido un escritor paródico.

- —Tal vez por eso la crítica nunca lo quiso. ¿Qué fiabilidad tiene un crítico? Se lo pregunto porque en el fondo usted también, en cierto modo, es de la partida.

- —No soy un crítico. Analizo libros para poner a prueba teorías literarias, no para decir si son buenos o malos. No es que la crítica no me haya querido nunca, hay reseñas y ensayos que me han dado muchísimo placer. Pero es que sobre mí he leído de todo. Y mire que soy lo bastante equilibrado como para escandalizarme también por una reseña que es positiva por las razones equivocadas.

- —¿Cómo reacciona a una crítica negativa?

- —No me hago ningún drama. Cuando me doy cuenta de que se puede decir lo contrario de todo, entonces llego a la conclusión de que la crítica es una simple reacción de gusto.

- —¿Cómo hace, siendo un intelectual que ama las reglas y la claridad, para tener una gran curiosidad por lo deforme, lo monstruoso, lo irracional?

- —Me viene a la mente la comedia de Govi Colpi di timone. Haciendo girar el timón se zigzaguea. Zigzaguear es viajar contra el viento: un poco hacia un lado otro poco hacia el otro. Considero que la poética del zigzagueo forma parte de mi actividad intelectual. Puedo escribir un ensayo sobre Tomás de Aquino y acto seguido una parodia sobre el mismo tema. Justamente como girar el timón. Zigzagueo para no tomarme demasiado en serio lo que hago. Dicho esto, ¿le haría una pregunta así a Rabelais? Le preguntaría: "¿Por qué te gusta lo deforme?" El respondería: "Porque soy Rabelais". Mientras que al pobre Tasso nadie le haría semejante pregunta.

- —Se nace escritor teniendo dentro cierta idea del mundo. Usted escribió cinco novelas. - El nombre de la rosa- vendió en Italia 5 millones de ejemplares; - El péndulo de Foucault- , 2 millones, después un millón y medio las otras dos; por último, 500 mil ejemplares con - La misteriosa llama de la Reina Loana- . Que su mayor éxito haya sido la novela inicial, ¿qué le hace pensar?

- —Hay autores afortunados que alcanzan el pico de ventas al final de su vida y autores desgraciados que lo alcanzan al comienzo. Cuando se vende tanto al comienzo, después por más que escriba La Divina Comedia nunca más se alcanzan esas cifras.

- —¿Considera como una especie de condena el hecho de que, haga lo que haga, se volverá siempre indefectiblemente a - El nombre de la rosa- ?

- —Lo es sin ninguna duda. Pero también es una ley de la sociología del gusto, o mejor dicho, de la sociología de la fama. Si uno se hace famoso por haber matado a Billy de Kid, cualquier cosa que haga después —desde llegar a ser presidente de Estados Unidos, hasta descubrir la penicilina— a los ojos de la gente seguirá siendo siempre "el que mató a Billy de Kid".

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Nombre de la Rose (1986)


director francés Jean Jacques Annaud tomó en la novela de Umberto Eco de la hipocresía religiosa y de la maldad fijadas en las edades oscuras.
La película ocurre en una abadía alejada en el norte de Italia, el año es 1327. El hermano Guillermo de Baskerville (Connery) es un monje estudioso y respetado que llega a caballo con su principiante (pizarrero joven). Una vez dentro de los argumentos son dados la bienvenida por el señor obispo (Lonsdale) que os informa un incidente desafortunado que implica la muerte de uno sus el propios, encontraron quebrado y mutilado cerca del cementerio.
Se dicen de la creencia extensa que la presencia del mal esté en el trabajo y cuando más viejos monks conjeturan que el diablo mismo vaga la abadía, el Guillermo inquisitivo de Baskerville precisó para confirmar esto como falso.
Cuando se descubren más cuerpos, la histeria explota con el rife de la superstición entre la multitud.
El hermano Guillermo está ensamblando los fragmentos de la evidencia y con esta información enfrenta a señor obispo. ¡Se parece que los mensajes ocultados, encontrados escritos en jugo del limón, en el pergamino, revelan el secreto que rodea un libro, que podrían matar y para qué hombres matarán!
La literatura contiene escrituras peligrosas, el código santo del dolor debe prevalecer y cierta corrupción bajo la forma de imágenes cómicas se prohíbe y se debe suprimir a toda costa. No convencen el obispo sin embargo y una inquisición santa se llama GUI conducido de Bernardo (Abraham) un witchhunter sádico e implacable.
Después llegando de ellos acusan inmediatamente a muchacha campesina joven que es pobreza los cuartos pulsados contiene rastros de la brujería, si solamente bajo la forma de gato y pollo negros, bastante para la inquisición que han buscado a antichrist hoofed hendido.

También acusan a Salvatore de Ron Pearlman, monje deformido del jorobado que salpique en diálogo herético, junto con su amo que finalmente los torturan y que confiesan a la herejía y que se parecen dimitida a su sino, atado a una estaca y torched según lo ordenado por el witchhunter manic.
El hermano Guillermo mientras tanto está más cercano a revelar la verdad, mientras que el infierno humano se parece inminente él y su principiante finalmente accede a la biblioteca prohibida, dentro de las paredes del labyrinthine que encontrarán las páginas envenenadas del libro que ahorrará a inocente y demostrará sus teorías estar correctas.
La película es dicha con la narración esporádica y en retroceso por el principiante de Slater's y mantiene una atmósfera que carece en muchas películas de su tiempo.
Las características extrañas de un molde del conjunto son perfectas para el tema y el diagrama, Connery aquí nos da uno de sus funcionamientos asegurados y seguramente uno de su favorito. Lonsdale y Abraham son excelentes junto con Salvatore que el jorobado condenado jugó por Ron Pearlman que es otra vez inmenso con su gargoyle como características, cómico con todo mesmerizing con su aspecto del monkish.

El cuadro es el más fuerte con él es capacidad de retratar imágenes fuertes mientras que mantiene cierta dulzura. El paso a veces languid con la localización misteriosa hueco se empareja perfectamente con los momentos conmovedores grabados al agua fuerte con los undertones cómicos.
La manera del hermano Guillermo se puede encontrar en “Holmes detective iconic” de Conan Doyle y con el pizarrero como su “Watson” lo conducen a solucionar el misterio con sus instintos de Sherlockion que vienen a la delantera al articular la palabra famosa “elemental”.
Los temas religiosos se retratan con un sentido de la hipocresía y el mismo núcleo de la creencia santa se pregunta de hecho continuamente, el amor del dios, puede él se parece esté por lo menos en un nivel similar a otras formas de alegría como cuando Connery indica “cómo la vida pacífica sería sin amor”, “cómo caja fuerte”, “cómo tranquil y cómo muy es embotado”.
El último “pecado” de los pizarreros natural y sexual hacia una hembra casi es dado una luz verde por la sabiduría de Connery y en-da vuelta a la escena precipitada de la cópula que directo situado a mitad del camino es excelente, filmado con cuidado y no de lugar. La sensación natural de las sensaciones que emanan de pizarrero es un ángulo agradable en calor y comodidad dentro del alma humana que puede superar oscuridad, tragedia y el código religioso del dolor infinito.

  

Localización ofrecida: El Monesterio


La localización de la vida real usada para el Monestery en la película fue filmada realmente en la abadía de Kloster Eberbach, situada en Stadt Eltville (cerca de Francfort) en Alemania.

Itsukushima Shrine.

  

Escritor, crítico y profesor de estética y semiótica, el autor italiano se convirtió en un gigante de las letras y fue investido Doctor Honoris Causa por más de 25 universidades. Este 2021, a cinco años de su muerte, su biblioteca privada logró tener lugar propio, luego de una tensa batalla entre los herederos y el Ministerio de Bienes Culturales de Italia.



 El 5 de enero 1932, en Alessandria, una ciudad del norte de Italia, Umberto Eco se convirtió en uno de los trece hijos de Giovanna Bisio y Giulio Eco. Allí vivió hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando debió trasladarse junto con su madre a un pueblo de la misma región piamontés por cuestiones de seguridad. Al finalizar sus estudios secundarios, y bajo la presión de sus padres, Umberto se radicó en Turín para estudiar Derecho, pero el mandato paterno le duró poco. Siguiendo su instinto intelectual, Eco abandonó las leyes y comenzó a estudiar literatura y filosofía medieval, disciplinas en las que se volvió experto y que explotó al máximo para ambientar sus futuras novelas.
Su intelectualidad comenzaba a destacarse. A los 22 años, en 1954, se doctoró luego de presentar una tesis sobre uno de los filósofos medievales más influyentes de la historia: el fraile y teólogo Santo Tomás de Aquino. Dos años más tarde, esa tesis se transformaría en su primer libro publicado: El problema estético en Santo Tomás (1956).
Sin embargo, en materia de fe, Umberto Eco dejó de creer en Dios durante sus años universitarios, hecho que lo apartó naturalmente de la Iglesia Católica Romana. 
Durante esa época, aparecieron sus primeros ensayos: Diario mínimo, en 1963, escritos en tono satírico y continuados en 1992, en Cómo viajar con un salmón, y otras obras fundamentales como Apocalípticos e integrados (1965), La estructura ausente (1968), Una teoría de semióticas (1976), Un panorama semiótico (1979) o En busca del lenguaje perfecto (1995).
Eco también trabajó como editor cultural para la RAI por casi una década; fue profesor de estética y semiótica en distintas universidades de renombre y fue columnista de múltiples publicaciones diarias como el Corriere Della Sera, L’Espresso y La Repubblica.

El nombre de la rosa.

Fue en 1978 cuando comenzó a escribir su primera novela. Tenía 46 y le llevó dos años. El nombre de la rosa se publicó en 1980 y fue un éxito en ventas, crítica y prestigio. Además de intelectual, Eco se convirtió en un reconocido escritor.
Ambientada en una abadía benedictina del norte de Italia, en 1327, durante el papado de Juan XXII, la novela narra la investigación sobre una serie de crímenes particulares que realizan el fray Guillermo de Baskerville y su pupilo, el novicio Adso de Melk.
La figura intelectual del nominalista Guillermo de Ockham, su filosofía empirista y científica, expresada en lo que se ha dado en llamar la navaja de Ockham, es considerada parte de las referencias que ayudaron a Eco a construir el personaje de Guillermo de Baskerville, y determinaron el marco histórico y la trama secundaria de la novela.
Seis años después de su aparición, el director Jean-Jacques Annaud, con Sean Connery como protagonista, estrenó una película basada en el libro. Y en mayo de 2020 la plaraforma StarzPlay reversionó la obra con una serie de ocho capítulos. Se trata de la adaptación dirigida por el italiano Guancomo Battiato y protagonizada por el actor ítaloamericano John Turturro.

En 1988 apareció su segunda novela, El péndulo de Foucault, libro centrado en un grupo de trabajadores de una editorial de Milán que se ven inmersos, entre otras organizaciones secretas, en los enigmas de los Templarios, desarrollando el asunto con un lenguaje erudito y una intrincada trama.
En 2010, se publicó El cementerio de Praga y, en 2015, su última novela: Número cero. El 19 de febrero de 2016, en su casa de Milán, Umberto Eco murió a los 84 años por un cáncer de páncreas. Estaba casado, desde 1962, con la especialista en arte alemán (y también artista) Renate Ramge, con quien tenía dos hijos: Stefano y Carlotta.


¿Qué pasó con su biblioteca privada?

Con más de 50.000 ejemplares —entre los que se encuentran 1200 volúmenes anteriores al siglo XX, 36 incunables y 380 impresos realizados entre los siglos XVI y XVII—, la biblioteca privada de Umberto Eco, luego de su muerte, se transformó en una compleja y tensa batalla entre la familia del autor y el Ministerio de Bienes Culturales de Italia. Al parecer, y entre otros motivos, la familia interpuso un recurso contra la indivisibilidad dictada por la Superintendencia de archivos y libros sobre el patrimonio libresco.  
Este año, finalmente, se llegó a un acuerdo: la Universidad de Bologna y la Biblioteca de Milán se repartirán la enorme colección de ejemplares. La parte más moderna irá a la casa de estudios de Bologna, la universidad donde el escritor fue profesor durante cuarenta años. La parte más antigua, como deseaba su familia, engrosará la colección de la Biblioteca Braidense de Milán, ciudad en la que residía Eco.

En la Universidad de Bologna, los libros de Eco formarán la llamada "Nueva Biblioteca Eco". Será diseñada por el arquitecto Luca Pedrazzi y, en su centro, se dice que se reproducirá el estudio original del autor, con la misma y exacta decoración y estilo.

El profesor Eco vuelve a la casa donde vivió como intelectual durante décadas. Los libros que Eco ha leído, que ha hojeado, que contienen sus apuntes y sus fichas de lectura serán objeto central de un gran proyecto de estudios”, expresó en una entrevista Francesco Ubertini, rector de esa Universidad. 

Y agregó:
 “La mente de Eco es un gran continente para explorar y nosotros construiremos el lugar de trabajo en el que podrá ocurrir esta exploración”.

Reconocimientos.

Umberto Eco fue nombrado Doctor Honoris Causa por 25 universidades de todo el mundo, entre las que se encuentran la Complutense (1990), la de Tel Aviv (1994), la de Atenas (1995), la de Varsovia (1996), la de Castilla-La Mancha (1997) y la Universidad Libre de Berlín (1998). Su carrera también atesora numerosos premios y condecoraciones, como la Legión de Honor de Francia, el Premio Príncipe de Asturias, la Medalla de Oro al mérito de la cultura y el arte (1997), Caballero Gran Cruz de la Orden del Mérito de la República Italiana (1996), el Premio del Estado Austríaco para la Literatura Europea, la Medalla de Oro del Círculo de Bellas Artes y otros. Además fue propuesto en diversas ocasiones para el Premio Nobel.


Frases de Umberto Eco

1.-“El diablo no es el príncipe de la materia, el diablo es la arrogancia del espíritu, la fe sin sonrisa, la verdad jamás tocada por la duda”.

2.-“Los libros no se han hecho para que creamos lo que dicen, sino para que los analicemos. Cuando cogemos un libro, no debemos preguntarnos qué dice, sino qué quiere decir”.

3.-“La ciencia no consiste sólo en saber lo que debe o puede hacerse, sino también en saber lo que podría hacerse aunque quizá no debiera hacerse”.

4.-“En el fondo, la pregunta fundamental de la filosofía (igual que la del psicoanálisis) coincide con la de la novela policíaca: ¿quién es el culpable?”.

5.-“He llegado a creer que el mundo es un enigma, pero un inocente enigma hecho terrible por nuestro loco intento de interpretar todo como si existiese una verdad subyacente”.

6.-“Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia. Un héroe es siempre héroe por equivocación. Él siempre ha soñado con ser un cobarde honesto como todo el mundo”.

  

En su cumpleaños 90, ocho curiosidades sobre Umberto Eco

En el plano internacional se dio a conocer gracias a la aparición de su primera novela, "El nombre de la rosa", que se tradujo a más de 100 idiomas.

Por: Ricardo Solis
5 de enero de 2023

En su último libro, 
En su último libro, "De la estupidez a la locura", realiza críticas fuertes hacia las redes sociales.

Hoy, el filósofo, semiólogo, escritor, profesor universitario y célebre intelectual contemporáneo,  Umberto Eco, cumpliría 90 años .
En el plano internacional se dio a conocer gracias a la aparición de su primera novela, "El nombre de la rosa"  (1980), que se tradujo a más de 100 idiomas y ganó más de 40 millones de ejemplares en el mundo.
A partir de entonces se le dejó una figura monumental de la literatura internacional y emblema para la lectura, la educación universitaria (sobre todo la semiología) y las bibliotecas. Aquí repasamos algunas curiosidades acerca de su vida y su obra.

Heredó de sus abuelos su pasión por la lectura.

Fueron sus abuelos quienes le inculcaron el amor por los libros . Su abuela materna le traía libros de la biblioteca municipal y el joven Eco recordaba siempre los hermosos libros antiguos que había en casa de sus abuelos.

Fue dibujante de comics.

En su adolescencia leyó una gran cantidad de historietas e incluso llegó a escribir algunas originales. Reconoció haber invertido mucho tiempo en intentar darles un toque profesional, una labor tan ardua que no acababa nunca.

Quiso tocar la trompeta.

La música le apasionó en la juventud y quiso aprender a tocar la trompeta. Con todo, mucho después, en la década de los 70, compró una y comenzó a tocar de nuevo.

Trabajó en televisión.

Fue en 1954, cuando terminó la universidad, con 22 años, tuvo empleo en el medio televisivo como funcionario junto al filósofo Gianni Vattimo.
El autor milanés reconoció que no realizó nada especialmente interesante, aunque fue una experiencia importante que le permitió conocer gente que le ayudó a reconocer su interés por los problemas de la comunicación. Poco después se incorporó a la editorial Bompiani.

Una novela negra medieval.
 
En "Apostillas a El nombre de la rosa", texto que se publicó en 1985, Eco -entre otras cosas- señala que una editorial le contactó porque preparaba una colección de novela negra de “no narradores”. Licenciado en estética medieval, Eco no pudo situar su novela en otra era histórica.

Hizo de Borges su personaje.

En "El nombre de la rosa", Eco convierte a Borges en el monje anciano y ciego Jorge de Burgos; una referencia que para Eco era casi inevitable, pues decía “después de que Borges ha escrito ‘La biblioteca de Babel’ es imposible para cualquier escritor hablar de una biblioteca sin pensar en la de Borges”.

Su biblioteca es gigantesca.

La biblioteca personal de Eco es legendaria, tanto por su tamaño como por la cantidad de piezas únicas que contiene, pues el autor es bibliófilo y coleccionista. Cuenta con más de 50 mil volúmenes repartidos en dos domicilios.

Crítico con redes sociales.

Aunque en poca medida hacía uso de las redes sociales, era muy crítico con ellas. En su último libro, "De la estupidez a la locura" , realiza críticas fuertes hacia las redes, creía que un intelectual debe hallarse comprometido con el presente y, por eso, llegó a afirmar que “dan derecho de palabra a legiones de imbéciles” , una frase que dio la vuelta al mundo y le ganó no pocas críticas.

  

Benectinos en aquella abadía sin nombre en la cima de una colina del norte de Italia. La mirada de Manara es más fiel a la de Umberto Eco con una Edad Media más luminosa que tenebrosa, con más ansias de preguntas que de seguir encerrada.

Los aportes de Milo Manara



“Yo empecé con esos pequeños dibujitos que decoraban los manuscritos de los que habla El nombre de la rosa, que se llaman marginalias, y resultan fundamentales en la novela de Eco porque son una de las causas de la rabia de Jorge de Burgos (el anciano exbibliotecario ciego de la misteriosa biblioteca de la abadía) que desencadenaron el espíritu asesino del monje”, desveló Milo Manara en la presentación del primer volumen de la novela en el Espacio Fundación Telefónica, de Madrid, en junio pasado, en un diálogo con Álvaro Pons, crítico y experto en cómics.

“Estos dibujos ofrecen, además”, según el ilustrador, “una imagen de la Edad Media totalmente distinta. Es decir, una Edad Media devorada por la fantasía, con una ciencia que estaba muy atrasada y con más astrología que astronomía. Es, quizás, el momento donde la fantasía tuvo un papel mayor en toda la historia de la humanidad. Yo me puse en el papel del monje que decora los textos de los que habla Eco”. 

Se refiere al segundo libro de la Poética, de Aristóteles, que se creía perdido.

A esto se suma que la visión de Milo Manara sobre la biblioteca se inspira más en la idea borgiana de cuartos de libros infinitos, de ahí el homenaje al exbibliotecario ciego llamado Jorge de Burgos, y que el rostro del fraile franciscano inglés Guillermo de Baskerville, con claras resonancias del Sherlock Holmes de Conan Doyle, sea más fiel a la descripción original, acercándolo más a la figura de Marlon Brando que a la de Sean Connery, inmortalizado por Jean-Jacques Annaud en su versión cinematográfica.

El nombre de la rosa es un thriller histórico y erudito con el que debutó en la ficción el semiólogo e intelectual italiano. Su talento y sabiduría lo llevaron a mezclar con mano maestra filosofía, historia, cultura, religión, fanatismo religioso y crímenes en una prosa de gran calidad salpicada de ironía.

La historia se sitúa en el año 1327. Hasta la abadía de monjes benedictinos llegan Guillermo de Baskerville, acompañado del novicio Adso de Melk, hijo de un barón austríaco, y voz narradora de la novela. Llegan para ayudar a organizar un cónclave donde se juzgará sobre herejía, pero surge la amenaza de una serie de muertes enigmáticas. El enviado del Papa es el inquisidor Bernardo Gui. A medida que Guillermo de Baskerville se acerca a la peligrosa verdad, “su joven aprendiz descubrirá los secretos de un mundo oscuro y lleno de sensualidad”, según adelanta la editorial.




La novela gráfica de Milo Manara (Luson, 1945) es la penúltima adaptación artística de esta novela, tras la exitosa versión cinematográfica de Annaud (1986), varias obras de teatro en diferentes idiomas, la irregular miniserie de televisión de Giacomo Battiato (2019), protagonizada por John Turturro, y la inspiración del videojuego La abadía del crimen.
En este mundo literario en expansión, Milo Manara ha querido alejarse de las versiones audiovisuales, sobre todo de la cinematográfica, tan fijada en el imaginario colectivo.
El ilustrador juega con la sutileza e invita al lector a entrar en sus trazos. Condensa y ensancha a la vez el argumento laberíntico de El nombre de la rosa. Paisajes físicos de los alrededores de la abadía y sus interiores y aposentos conviven con los personajes en su intelectualidad, sombras y psicología.
Una paleta cromática clara, de trazos dúctiles que predominan y contrastan en una historia oscura llena de secretos. Es como si Milo Manara llegara con una gran lámpara de aceite o una antorcha a enseñarnos lo que sucede allí dentro en la abadía.

La risa, la pobreza, la mujer y el poder de la palabra.

El ilustrador italiano Milo Manara durante la presentación de su versión en novela gráfica de ‘El nombre de la rosa’, de Umberto Eco, en junio de 2023. /Foto de la web de Espacio Fundación Telefónica



Milo Manara empezó a destacar en los años 70 con El rey mono (con guion de Silverio Pisu), Las aventuras de Giuseppe Bergman y El hombre de las nieves (con guion de Alfredo Castelli). Colaboró con Hugo Pratt en Verano indio (1983) y El gaucho (1995). Pero su fama global llegó en 1983 con los cómics eróticos El clic (1983), que luego vio su versión cinematográfica.

Durante su presentación en Espacio Fundación Telefónica, el ilustrador aclaró las principales diferencias entre el libro original, la película y su versión, y la vigencia de la novela. Su voz suena casi como la del ya anciano Adso de Melk, que en El nombre de la rosa narra desde el recuerdo su paso por la abadía en sus días de novicio junto a su maestro Guillermo de Baskerville, cuando descubrió la vida; solo que Manara desvela aquí algunos de sus secretos de demiurgo con los que está dando una nueva dimensión a la obra de Umberto Eco:

“Yo quería reemplazar este imaginario de Connery como el rostro de Baskerville por otro que tuviera la misma potencia y la misma historia detrás y que se pareciera más a la descripción que Umberto Eco da del personaje. La principal diferencia entre la película y mi versión es que la novela original no es una novela gótica. La versión de Annaud arranca de una visión tardo romántica dieciochesca de la Edad Media, pero la novela de Eco no es un libro como de Allan Poe o Bram Stoker.

Otra diferencia es la biblioteca. Mientras Annaud creó una laberíntica y con escaleras peligrosas, yo me inspiré más en Borges, con espacios llenos de libros, de puertas que se abren todas al infinito y de libros que van murmurando. Quería dar una lectura totalmente diferente.

Tengo el vicio de embellecer la realidad, provengo de la escuela platónica, por lo tanto, mi papel no es embrutecer la realidad, que ya es suficientemente fea, sino de dar cierto alivio al mundo.

La novela tiene tres temas muy actuales: el primero, la capacidad de reírse, la capacidad de mirar el mundo con cierta distancia y que te lleva a sonreír, algo que está prohibido en el monasterio porque dicen que la risa es la manifestación del diablo. Pero también se cita un libro de Aristóteles que está a favor porque afirma que la risa y nuestra capacidad de reírnos es lo único que le pertenece o hace diferente al ser humano. Por lo tanto, para mí es algo moderno y actual. Tengo la idea de que estamos yendo hacia una sociedad desconfiada que no es capaz de ver las cosas con cierta distancia. Se ha demostrado que la risa, y por lo tanto la sátira, pueden ser peligrosas y que es mejor no reírse. Lo vimos con el caso de Charlie Hebdó. Es una sociedad que muestra que ya no somos libres porque no podemos reírnos de cualquier cosa.
El segundo tema es el debate sobre la pobreza, y que se desarrollará, sobre todo, en el segundo libro, aunque en este ya se anticipa. (La reunión prevista en la abadía es sobre la supuesta herejía de la doctrina de la pobreza apostólica promovida por una parte de los franciscanos). En nuestra época la tragedia es el exceso de gente pobre, sobre todo si la comparamos con la riqueza excesiva. La diferencia es insensata, los ricos son cada vez más ricos y los pobre más pobres. La tragedia de nuestra sociedad es esa, que todo lo reduce al provecho, a la ganancia, al pensamiento único que nos lleva a destruir el medio ambiente, a no tener respeto por nada ni por nadie, salvo el provecho, y esto nos pone en un problema. El clima esta cambiado y seguimos un camino muy feo con la pobreza.

Y, el tercer tema, o el tema actual de este libro, es la consideración de la mujer. Aquí hay monjes que hablan muy mal de la mujer: que ellas son vehículos del infierno y llevan a la perdición. En Eva nace toda nuestra ruina. Esa es la lectura que los monjes hacen de la mujer. Pero Umberto Eco lo cambia todo hacia el final de este libro cuando vemos esa epifanía, o revelación o aparición de esta chica, una muchacha y nuestro adolescente que por primera vez se encuentra ante esa entidad. Umberto Eco lo describe con las palabras del Cantar de los cantares, un homenaje de gran valor:

Me preguntaba quién era esta maravillosa criatura, bella como la Luna, resplandeciente como el Sol, terrible como un ejército desplegado en batalla.

Es una frase que vale todo el libro. Es la versión femenina y da miedo, porque detrás guarda muchos significados”.

La entrega del segundo volumen sería a finales de 2024. Milo Manara quiere prepararlo muy bien. Desarrollará el proceso de inquisición y adelanta que habrá un episodio que nadie ha retomado y él quiere desarrollar muy bien: el sueño que tiene Adso y al que Eco le dedica unas seis páginas.

Es el reto de un gran ilustrador que logró su nombre gracias al arte de la erótica y la aventura y que ahora se adentra en una exploración que le permite mantener la actitud que más le gusta: la del observador y la de esperar que la vida lo sorprenda.

El nombre de la rosa. Umbero Eco y Milo Manara. Traductor: (Lumen).




Domingo 27, Agosto 2023
WINSTON MANRIQUE SABOGAL

‘El nombre de la rosa’, de Eco, y su advertencia de la intolerancia sobre la mujer, la risa, la razón y la palabra en la novela gráfica de Milo Manara.

La obra que cambió la novela histórica en 1980 logra una gran versión con el dibujante italiano más fiel al libro original. Es una Edad Media menos tenebrosa, más sensual y se detiene en los dibujos que desencadenan las muertes en la abadía que investigan el fray Guillermo de Baskerville y el novicio Adso de Melk

La oscuridad del medievo iluminada por Umberto Eco (Italia, 1932-2016) en El nombre de la rosa (1980) adquiere un nuevo y bello resplandor con la novela gráfica de Milo Manara, editada por Lumen. La obra fue un clásico contemporáneo instantáneo con varios niveles de lectura, cambió la novela histórica y se convirtió en un long seller traducido a más de cincuenta idiomas.






El libro cobra vigencia, además, por tres de sus temas, según Milo Manara (Luson, 1945): la risa que vive momentos de censura, la pobreza como gran tragedia de nuestro tiempo y la visión de la mujer que tienen los monjes, entendida como principio de perdición. A la vez que reivindica el poder de la palabra, los libros y la lectura; y advierte de la lucha de la razón contra el fanatismo y la intolerancia.

El prestigioso ilustrador italiano creó una novela muy personal que ensancha el universo original del libro. Por ejemplo, indaga y da visibilidad a algunas zonas dejadas en sombra por Umberto Eco, como la recreación de los obras e imágenes de las que se habla en la novela y que desencadenan varias muertes de monjes benedictinos.





Umberto Eco: una sociedad sin memoria.
 
Entrevista inédita en español

El filósofo, ensayista, narrador y semiólogo Umberto Eco (Alessandria, 1932-2016) es uno de los escritores italianos más destacados después de la mitad del siglo XX, autor, entre otros títulos, de las novelas ‘El nombre de la rosa’ y ‘El péndulo de Foucault’, así como de los ensayos ‘Obra abierta’ y ‘Apocalípticos e integrados’.
La presente entrevista, hasta ahora inédita en español, ocurrió en 2015, dentro del marco de la Bienal de Arte de Venecia.
En ella, el célebre narrador aborda, desde diferentes ángulos y temas, la grave crisis de la memoria –tanto pública como privada– que afronta la sociedad actual.

– Me gustaría iniciar con una pregunta sobre la memoria. Unos meses antes de publicar su último ensayo, “El fin de la cultura”, Eric Hobsbawm me insistió que “protestara contra el olvido”. Añadió que en la era digital –en la que cada vez hay más información– la memoria es necesaria, porque la amnesia está en el corazón de este progreso. Usted habló de tres tipos de memoria: orgánica, mineral y vegetal. Quisiera pedirle que las explicara.

–Fue un juego para dar título a uno de mis libros. La memoria vegetal pertenece a los libros. La memoria orgánica es la de nuestro cerebro. Y luego está la memoria mineral, la del silicio: la memoria electrónica. En este caso, la mía era una polémica en defensa del libro cuando se comenzaba a hablar de la desaparición del papel impreso. Pero el problema de la memoria –que hoy parece especialmente preocupante– ya había sido anticipado en los años cincuenta por Isaac Asimov, el gran narrador de literatura fantástica, que imaginó una sociedad completamente dominada por las computadoras.
 En un relato titulado “La sensación de poder” narra que, durante un suceso bélico, un blackout congela todas las computadoras, y unos agentes de espionaje consiguen localizar a la única persona en el mundo que todavía sabe de memoria las tablas de multiplicar. 
Esta persona fue inmediatamente capturada por el Pentágono, porque era la única que podía permitir que la guerra continuara y los enemigos fueran derrotados. Se trata de un texto profético. La gente ya no puede realizar cálculos mentalmente, porque está acostumbrada a pulsar un botón, y esto acabará por atrofiar el órgano de la memoria entre los más jóvenes. Es algo que se puede constatar a cada momento. 
Mis colegas me dicen que a estas alturas los estudiantes de la última generación, después de tomar media hora de clase, ya no pueden recordar lo que se comentó a menos que hayan tomado nota: ya no recuerdan nada. Hace algún tiempo, en una carta a un sobrino imaginario, entre los consejos que le daba para afrontar el futuro estaba el que también le daría a una persona mayor para evitar el Alzheimer: aprenderse un poema de memoria todos los días para mantener en buena forma este órgano fundamental.

Memoria semántica, memoria episódica.

–También está la memoria afectiva, que me lleva a uno de sus libros que más prefiero, La misteriosa llama de la reina Loana, que igualmente aborda el tema de la memoria y su pérdida. ¿Podría hablarme de cómo nació este libro?

–Siempre me había fascinado el título de una historieta que leí de niño, La misteriosa llama de la reina Loana. Por cierto, es una historieta estadunidense de Lyman Young, pero no se llama de ese mismo modo en la edición original; fue la editorial italiana la que inventó ese título. De ahí nació la idea de hacer un libro que me permitiría repasar todos los recuerdos de mi niñez: los ejemplares de historietas, los discos, los libros… Todos los objetos que tenía en casa, porque más tarde pasé a la edad adulta tratando de rescatar las cosas de la infancia que había perdido. 
Recuperé todos los libros del colegio que habían acabado quién sabe dónde. En ese momento comencé a plantearme el problema de la memoria, porque el protagonista del libro es víctima de la amnesia. Después de investigar un poco, me di cuenta de que hay dos tipos de memoria: una es la memoria semántica, que se refiere a las nociones que tenemos sobre el universo, y la otra es la memoria episódica, que concierne a nuestra vida personal. Ahora bien, se han documentado casos de personas que conservaron su memoria semántica y perdieron la episódica. Sabían quién era Napoleón pero no quién era su madre. Sobre esta base mínima emprendí los primeros capítulos con el personaje que pierde la memoria, y se los envié a una amiga que trabaja este tipo de padecimientos en el MIT [Massachusetts Institute of Technology], preguntándole:
 “¿Estoy equivocado?” 
Y ella respondió: 
“No, yo misma he tenido pacientes más o menos en esta situación.” 
De hecho, el libro fue citado en alguna ocasión por Oliver Sacks, a quien a su vez yo cité. Parece que reconstruí bastante bien esta oscilación entre la memoria pública y la memoria privada. Por qué perdemos más fácilmente la memoria personal que la pública, no puedo decirlo, depende de alguna estructura de nuestro cerebro. De ahí nació la idea del libro acerca de que es posible reconstruir la memoria privada a través de porciones de la memoria pública. En cierto modo, La misteriosa llama de la reina Loana es una novela antiProust, ya que reconstruye la memoria a partir de objetos externos y no de recuerdos internos. Pero la memoria también funciona de este modo.

–Hábleme del uso de ilustraciones en su novela.

–Durante mi adolescencia el mundo entero leía novelas ilustradas. En Italia, todos los libros de aventuras –los de Salgari pero también los de Dumas– eran libros ilustrados. Y esto desde el siglo XIX: Alicia en el país de las maravillas y Las aventuras de Pinocho nacieron ilustrados. En algún momento, ignoro cuándo, esto decreció. En el siglo XX –no sé si por razones económicas o porque entretanto llegaron el cine y la fotografía– la novela dejó de ilustrarse. Así que me dije:
 “¿Por qué no?” 
Hice una novela ilustrada y no me quedé ahí, porque la siguiente novela, El cementerio de Praga, también está ilustrada, aunque de otra manera. A La misteriosa llama de la reina Loana la ilustré porque tenía que traer a la memoria –no sólo del protagonista sino también del lector– imágenes que pertenecían al pasado de quién sabe cuántos lectores.
En El cementerio de Praga, en cambio, encontrar imágenes de la época de una novela decimonónica tenía un sentido estético: fue muy divertido, porque tuve que ir a buscar imágenes en libros del siglo XIX que pudieran referirse a lo que yo había escrito independientemente de ellos. Creo que conseguí encontrarlas. En el segundo caso fue una rareza; en el primero, una necesidad narrativa. Es un libro multimedia.

La memoriosa identidad.

–Etel Adnan, artista y poetisa libanesa que vive en París y ronda los noventa años [murió en 2021], acaba de publicar un largo poema sobre la niebla. A usted también parece interesarle mucho la niebla. ¿Tiene que ver con la memoria?

–Siempre me ha gustado la niebla porque nací en una ciudad dominada por la neblina, Alejandría, la que, comparada con Londres, sería como Hawai. Pero para mí la niebla no significa el extravío de la memoria; la niebla es la pérdida de la visión, es una gran llamada a la interioridad. Caminar entre la neblina es como vivir con uno mismo, eliminar a los demás. Así que, para mí, no tiene nada que ver con la amnesia, aunque en ciertos textos se menciona la niebla como fumifugium, algo que llega a oscurecer incluso a la memoria. Desde mi perspectiva, la niebla es un gran detonante intelectual. 
Para [la editorial] Einaudi he editado, junto con Remo Ceserani, una antología de textos literarios sobre la niebla, que esperamos sea lo más completa posible. Hoy, en Europa, resulta muy urgente abordar el tema de la memoria relacionada con la identidad. Mi amigo Édouard Glissant, el filósofo visionario que desarrolló el concepto de criollización, insistía en la necesidad de la tolerancia y argumentaba que, en muchas ocasiones, la memoria puede concebirse como algo estático, nunca dinámico, y, en este sentido, se convierte en algo que impide la tolerancia. Memoria e identidad… 

Nosotros, en la medida en que podemos decir “yo”, somos nuestra memoria. Es decir, la memoria es el alma. Si uno pierde totalmente la memoria, se convierte en un vegetal y deja de poseer un alma. Incluso desde el punto de vista de un creyente, no creo que el infierno tenga algún sentido si uno va allí sin memoria. El sufrimiento debe recordarnos constantemente el mal que hemos infringido a otros. El Paraíso –ya nos lo explicó Dante– es la memoria de todo, incluso el total de lo que hemos leído y sabemos. Somos nuestra memoria. Esto hace que nuestra vida sea fascinante, porque a medida que avanzamos, a medida que nos hacemos mayores, recuperamos viejos recuerdos.
 Ahora rememoro cosas de mi infancia que antes no recordaba: de ese modo, con los años, crece el acervo de nuestra memoria, es decir, cuanto más viejos nos hacemos, más alma tenemos, y, de hecho, tenemos más alma que un niño de seis meses. Por lo tanto, la memoria es identidad, pero del mismo modo que la memoria colectiva también es una identidad colectiva. No podemos hablar de Europa y sentirnos europeos si no somos capaces de reconstituir continuamente lo que ha sido la identidad europea.

 Cuando vemos a vulgares negacionistas de Europa, como el señor [Matteo] Salvini, se trata simplemente de una deficiencia cultural: ignora lo que fue Europa y, en consecuencia, no puede hablar de ella. Pobre hombre. Lo que compete a la memoria individual es, por ejemplo, la memoria vegetal de la biblioteca. El total de las bibliotecas representa el conjunto de la memoria de la humanidad. De ahí que el problema de la memoria colectiva esté ligado al problema de la lectura del libro, de la preservación de la identidad a través –desde los tiempos alejandrinos– del museo, de la biblioteca de Alejandría. Aquí radica la continuidad de la memoria. Volviendo al problema actual: también hay una pérdida de memoria colectiva.
 Yo cito continuamente un programa de televisión que se emite desde hace algunos meses. Se trata de una emisión muy divertida acerca de concursos y adivinanzas, al que, evidentemente, permiten participar a personas que antes fueron seleccionadas por su brillantez.
 Hubo un concurso en el que se preguntó en qué año se conocieron Hitler y Mussolini. Había cuatro respuestas: 1943, 1967, 1980 y 2005. Como es obvio que Hitler y Mussolini murieron en 1945, la única fecha era 1943. Ninguno de los concursantes mencionó la fecha correcta, incluso hicieron que los dictadores se conocieran en los años ochenta. Así que estas personas –la mayoría entre veinte y treinta años, que supuestamente fueron seleccionadas porque eran medianamente inteligentes– habían perdido toda memoria histórica. Y eran cuatro o cinco, aunque ninguno acertó, excepto el último, porque sólo restaba ese año y no tuvo más opción.

Memoria estática, memoria dinámica.

–Ahora mismo, en Europa, dentro de ambientes reaccionarios, está muy de moda apropiarse del concepto de la memoria. Y es una memoria muy estática. El neurocientífico Israel Rosenfield mencionó que, en la neurociencia, la memoria es dinámica, nunca estática, porque no hay un lugar en el cerebro donde se localice la memoria: es un procedimiento del cerebro que se retrabaja todos los días. ¿Usted qué opina?

–Me interesan estos temas, pero no me atrevo a hablar de ellos porque no soy científico. Le diré que su pregunta me generó otra reflexión, aunque tal vez no sea la respuesta que usted esperaba. Hay una perpetuación del pasado típica de los grupos reaccionarios, porque buscan preservar la evocación de una época antigua, mientras que, en primera instancia, los grupos revolucionarios tienden a borrar la historia:
 “Olvidemos todo lo que había antes, empecemos de nuevo desde el principio.” 
Pensemos, por ejemplo, en los futuristas:
 “Matemos a la luz de la luna, reiniciemos todo y empecemos de cero.” 
Después se producen transformaciones, de modo que también los grupos revolucionarios se apropian –tarde o temprano– del pasado. Esto le ocurre a todo ser humano. Y, además, la memoria es selectiva. Eliminamos u olvidamos cosas que nos incomodan y recordamos otras que nos complacen, aunque las recordamos de forma extremadamente distorsionada.
 La neurociencia ya ha demostrado que la memoria nunca es el recuerdo de un hecho objetivo del pasado sino la evocación de un suceso que ya procesamos. Un grupo reaccionario recupera eventos que les resultan convenientes y un grupo revolucionario rescata hechos que solamente le sirven para reconstruirlos a su antojo. 
No sé si esto tiene algo que ver con el problema de la memoria estática o dinámica, excepto en el sentido que dije anteriormente acerca de que no existe una memoria objetiva, sino que se trata de una memoria que todo el tiempo reelaboramos. La memoria siempre está en movimiento. No es algo que nos permita ir al almacén y tomar algo tal como estaba allí –das Ding an sich, como una cosa en sí– sin que nadie lo haya modificado. Se trata de algo que hemos elaborado a lo largo de los años.

–En otro aspecto de la memoria, Walter Benjamin habló de que existe una amnesia extendida sobre el just past, el pasado reciente. Dan Graham dijo lo mismo. Muchos de los libros que usted escribió tratan acerca de la rememoración de siglos o décadas anteriores. En cambio, Número zero trata sobre la historia reciente de Italia.

–En realidad, estamos hablando de treinta años atrás… Desde hace mucho tiempo tenía una idea que se refería a redactar un diario y comencé por ahí. Entonces encontré un viejo texto en el sótano –en seguida lo descarté, aunque me gustaba–, que pertenecía al inicio de El péndulo de Foucault: 
“Esta mañana no goteó agua del grifo.” 
¿Qué pasa si me despierto una mañana y no sale agua del grifo? 
Este era otro probable comienzo. Luego todo siguió solo. Una novela es como una pelota que pones en movimiento en una tabla inclinada: nosotros damos el primer golpe, pero después la pelota –dependiendo de la rugosidad de la tabla– va hacia donde quiere.

–El libro comienza con la frase “Only connect”, que pertenece a Regreso a Howards End, de E.M. Forster. ¿Es un homenaje?

–No es un homenaje a nada, porque Forster lo dijo en otro sentido, aunque me interesaba recoger esta frase.

–¿La cita está relacionada con la memoria?

–Se trata de una tergiversación ligada a la memoria. De ese libro sólo conservé esa frase que era muy importante para mí, pero que quizá no significa nada en la estructura del libro. “Longtemps, je me suis couché de bonne heure”, todos estamos listos para citarlo, pero Proust también pudo comenzar de otra manera. Alguien dijo que podría parafrasearse como:

 “Mis padres siempre me prohibieron acostarme después de las once.”

–La idea de la cita nos lleva a otra famosa frase sobre la memoria y cómo se transmite nuestra herencia: “Somos como enanos en hombros de gigantes.”

–Se trata de un frase muy venerada que muchos creen que le pertenece a Newton, quien, efectivamente, la utilizó. En realidad, es varios siglos más antigua. Su origen se remonta a la Edad Media y algunos la atribuyen a Bernardo de Chartres. Resulta emblemático que haya surgido durante la Edad Media. Aparentemente era una época que no aceptaba el cambio, fiel a la revelación original; en cambio, a lo largo de los siglos realizó inmensas innovaciones, pero tuvo que fingir que no las producía. 
Ejemplo de ello resulta esta hermosa frase, deliciosamente hipócrita: “Somos como enanos en hombros de gigantes.” Los gigantes son mucho más importantes que nosotros, han visto muchas cosas, pero nosotros, al estar sobre sus hombros, vemos un poco más allá. Es una forma de decir que veneramos toda la acumulación de la memoria histórica y, sin embargo, nosotros le añadimos algo.

Protestar contra el olvido, protestar contra la muerte

–Ya sin padres ni madres, no existe la memoria. ¿En qué momento se suicidan los padres?

–Posiblemente, cuando ya nos transmitieron todo. Los padres, en el sentido de nuestros progenitores, mueren cuando terminan de contarnos todo lo que sabían y comienza n a pedirnos que les narremos algo. Recuerdo que mi padre se pasaba noches enteras leyendo mi tesis, que era sobre la filosofía de Tomás de Aquino y estaba llena de citas en latín; él no sabía latín, tampoco sabía nada de filosofía tomista, pero lo leía todo.

Ese fue el preciso momento en el que había terminado de narrarme su experiencia y buscaba que yo le contara algo. Sin embargo, murió poco después.

–Otra hipótesis sobre este tema pertenece a Panofsky, quien dijo que “el futuro se inventa con fragmentos del pasado”. ¿Qué opina al respecto?

–Son los tres éxtasis de la temporalidad de los que hablaba Heidegger: pasado, presente y futuro, pero de los que, reconozcámoslo, ya hablaba San Agustín. Somos seres temporales, vivimos en el tiempo y nunca sabremos exactamente qué es el tiempo. Pero, dentro de esta existencia en el tiempo, somos como el atleta que, para saltar hacia adelante, siempre debe dar un paso hacia atrás; si no da un paso hacia atrás, le resulta imposible saltar hacia delante. Por lo tanto, sin memoria no se proyecta el futuro.

Algo de lo que todavía no hemos hablado es de las listas relacionadas con la memoria. En el Louvre pude ver su hermoso proyecto sobre los catálogos. Protestar contra el olvido es también protestar contra la muerte. ¿Podría hablarme un poco de la idea de la lista en su obra y de cómo está vinculada a la memoria?

—Una lista es una forma de recopilar todo lo que sabemos sobre algo sin vernos obligados a organizarlo. Luego vamos a explorar en el almacén de lo ya conocido y colocamos todo junto para ver si surge una nueva figura. La lista siempre me ha fascinado: incluso en mis escritos prerrománticos, sin darme cuenta, siempre había un gusto por la enumeración. ¿Qué función tiene la lista? Tiene la función opuesta o sustitutiva de la definición. Si sé a lo que corresponde alguna cosa, le doy una definición: un perro es, sin más, un cuadrúpedo. Si, en cambio, no puedo definirlo, elaboro una lista de sus propiedades.
 La primera de mis listas surgió con el catálogo de barcos que realizó Homero en la Ilíada. Como no consiguió expresar el tamaño, la fuerza y la inmensidad del ejército marítimo aqueo, compuso una lista de las naves. Y, desde entonces, al repasar todas mis novelas, no sólo pude verificar cuántas listas he elaborado sino que también logré percibir lo mucho que he disfrutado recopilando los catálogos de otros autores, dándome cuenta de que el recurso de la clasificación es muy frecuente en la historia de la literatura. 
Va de Homero a Rabelais, hasta los contemporáneos. Con motivo de la exposición en el Louvre, publiqué un libro titulado El vértigo de las listas, que es una antología de los distintos tipos de listas.

– Hans-Ulrich Obrist

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