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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

domingo, 19 de agosto de 2012

107.-Ciropedia.-a

anllela hormazabal moya

(del griego Κύρου παιδεία, Kýrou paideía, "Educación de Ciro"), es una obra de ficción biográfica que abarca la juventud, ascenso y gobierno de Ciro, escrita por Jenofonte posiblemente entre los años 365 y 380 a. C.
Esta obra consta de ocho libros, los cuales tienen el objetivo de representar el ideal de soberano y caballero a partir de la figura ejemplar de Ciro. El libro I presenta el devenir de su personaje, en cambio los libros del II al VIII narran su modo de actuar, producto de ese devenir.

Libros

Ana Vegas Sansalvador, en la introducción de la obra "Ciropedia", escribe que:

El título adquiere, por tanto, su total significado referido al conjunto de la obra, que constituye una asistemática Summa de las ideas de su autor sobre la educación, caza, equitación, política, moral y arte militar, que el propio Jenofonte había plasmado o iba a expresar más sistemáticamente en tratados especializados.

El libro I empieza con la reflexión sobre las dificultades que implica gobernar, luego hace referencia a un hombre que hace caso omiso a estas dificultades y en cambio se hace respetar y amar por su vasto imperio: el persa Ciro. Relata los orígenes de este gobernador, sobre sus padres y la educación persa que tuvo. Seguido cuenta las ocurrencias, cuando Ciro era niño, de la estancia y vuelta en la corte junto a su abuelo Astiages, quien fue el último rey medo.
 A su vuelta a Persia narra la vida de Ciro cuando era príncipe, los deberes que cumplía en contraste a los demás jóvenes y la enseñanza que tuvo de parte de su padre, Cambises, sobre cuestiones militares con relación a su persona, a sus hombres y a sus enemigos.




Los libros II y III narran los preparativos previos a la contienda y las campañas de Armenia y Caldea. Ciro, ahora con más carácter, gana estas dos contiendas, gracias al buen desempeño que tuvo con sus soldados al fomentarles ánimo con diversos concursos y recompensas, además de el buen armamento que llevaban.
Los libros IV hasta VII cuentan la campaña de Asiria. Empieza con los preparativos, las tácticas que se utilizarían en esta campaña, luego la marcha contra el enemigo y la primera victoria. Luego del abandono de Ciaxares, tío de Ciro, este sigue su rumbo con su ejército y algunos voluntarios medos, quienes luego reciben la ayuda de los hircanios, quienes eran aliados de los asirios. También relata sobre el espía que mandó Ciro a los asirios, quien se hacía pasar por un desterrado persa por su vulgar comportamiento por enamorarse de Pantea, mujer de Ciro. Ya en el libro VII, narra sobre los pueblos sometidos por Ciro en su paso a Babilonia y termina con la toma de esta ciudad.
Al término del libro VII, Ciro se presenta ya como soberano asentado en Babilonia, luego en el libro VIII comienza la organización de la corte y luego el imperio, controlada por Ciro. En este libro también relata los encuentros de Ciro con sus amigos, colmándoles de regalos, y algunos pobladores, como Feraulas. Ya casi finalizando la obra Jenofonte relata a un Ciro ya anciano, cercano a morir en su cama y rodeado de sus hijos, a quienes les advierte sobre los peligros de la división y demás últimos consejos, siendo sus últimas palabras:

Por último, recordad también estas palabras mías: haciendo bien a vuestros amigos, seréis capaces de castigar a vuestros enemigos. Adiós hijos queridos, y decid adiós a vuestra madre de mi parte. Adiós todos, amigos míos, presentes y ausentes.


Este último libro concluye con el epílogo, describiendo la decadencia del imperio después de la muerte de Ciro y contrastando estos dos tiempos. Este epílogo entra en controversias, considerándose como sospechoso, auténtico y por otros como apócrifo.


Comentario de la La Ciropedia de Jenofonte.

Breve análisis de una de las obras de la Antigüedad con mayor influencia en el desarrollo de la historia política de Occidente.
Fuera por puro interés, por un sentimiento real de respeto o por miedo a las maldiciones de Marduk, la habilidad de Ciro de expandir y mantener su control político sobre un descomunal imperio poblado culturas tan diversas, transformó su imagen en el símbolo del gobernante ejemplar. 
Su fama y nombre no se diluyeron con el paso del tiempo, sino que pasaron a convertirse en ejemplo de virtud y punto de reflexión, tanto para los griegos contem-poráneos como para las futuras generaciones del pensa-miento occidental, especialmente durante el Renacimiento y la Modernidad.
Quien se encargó de garantizar la supervivencia de la figura de Ciro a través de los siglos fue Jenofonte (431- 554 a.C.) historiador ateniense y autor de algunos de los textos antiguos más importantes sobre la cultura persa. Entre ellos, destaca la obra titulada Ciropedia (Κύρου παιδείαo) o La educación de Ciro.
La razón de tal influencia la hallamos en la lectura de las primeras líneas de la obra en las que Jenofonte expresa una de las grandes preocupaciones de los griegos del momento, a saber: cómo diseñar el gobierno adecuado para que el ser humano pueda hallar -en él y gracias a él-, la felicidad. 


Una vez se me ocurrió reflexionar sobre cuántas democracias han sido derrocadas por quienes preferían regirse por un régimen distinto al democrático, y sobre cuántas monarquías y cuántas oligarquías han sido ya, a su vez, abolidas por el pueblo, y sobre el hecho de que, de cuantos intentaron imponer la tiranía, unos fueron inmediatamente derrocados, y otros (…) son objeto de admiración. 
Me pareció haber observado que incluso en las viviendas particulares muchos amos, unos con mayor número de criados y otros con muy pocos, no son capaces de mantener ni siquiera a estos pocos en actitud obediente. 

Además, seguí reflexionado sobre el hecho de que podemos llamar gobernantes a los boyeros respeto de sus bueyes y a los yegüeros respecto de sus caballos. Y que todos los que reciben el nombre de pastores podrían ser considerados razonablemente como gobernantes de los animales a cuyo cuidado están. Pues bien, me parece apreciar que todos estos rebaños obedecen de mejor grado a sus pastores que los hombres a sus gobernantes. 

En efecto, los rebaños van por donde los pastores los dirigen, pacen en los lugares a los que los conducen y se mantienen alejados de aquellos de los que los apartan. Además, permiten a los pastores hacer el uso que quieran de los productos que se obtienen de ellos y no tenemos noticias todavía de que nunca un rebaño se haya rebelado contra su pastor, ni para desobedecerle ni para impedirle hacer uso de sus productos. (…) Los hombres, en cambio, contra nadie se levantan más que contra aquellos en quienes noten intención de gobernarlos. 

Mientras meditaba sobre estos asuntos, iba comprendiendo al respecto, que, al hombre, por su naturaleza, le es más fácil gobernar a todos los seres vivos que a los propios hombres. Pero, cuando caí en la cuenta de que existió el persa Ciro, que consiguió la obediencia de muchísimos hombres, muchísimas ciudades y muchísimos pueblos, a partir de ese momento me vi obligado a cambiar de idea y a considerar que gobernar hombres no es una tarea imposible ni difícil, si se realiza con conocimiento. 

Por ejemplo, sabemos que a Ciro le obedecían de buen grado gentes que, unos distaban de él muchos días de camino, otros incluso meses, otros que no lo habían visto nunca y otros que sabían bien que ni siquiera lo verían jamás y, sin embargo, estaban dispuestos a serle sumisos. (…) Ciro, que había recibido en herencia a los pueblos de Asia (…) partiendo con un pequeño ejército de persas se hizo caudillo de los medos y de los hicarnios con el consentimiento de cada uno de ellos; sometió a los sirios, asirios, árabes capadocios, lidios, carios, fenicios y babilonios, gobernó a los bactrios, indios (…) y un elevado número de pueblos cuyos nombres no se podrían decir, y tuvo poder también sobre los griegos de Asia. (…) Además, gobernó sobre todos estos pueblos que no tenían la misma lengua que él ni una lengua común entre ellos; y sin embargo, pudo abarcar tan extenso territorio por el temor que les inspiraba, de suerte que a todos aterró y nadie intentaba nada en su contra, y fue capaz de infundirles tanto deseo de que todos le agradaran, que en todo momento exigían ser gobernados según su criterio, y se anexionó tan-tos pueblos, que es costoso incluso recorrerlos sea cual sea la dirección en la que ese comience a machar desde el palacio real, tanto si es hacia Oriente como hacia Occidente, hacia el Norte como hacia el mediodía. 

Considerando que este varón es digno de admiración, me puse a investigar cuál fue su linaje, qué dones naturales tuvo y qué clase de educación recibió para distin-guirse tanto en el gobierno de los hombres. Así que, todo lo que averigüé y todo aquello de lo que parece haberme perca-tado acerca de su persona, intentaré explicarlo ahora.”


En este fragmento, Jenofonte nos descubre uno de los ejes de reflexión del periodo clásico temprano: la política. Su práctica comunitaria condujo a los ciudadanos de Atenas a tenerla por la actividad más importante de todas las que un ser humano podía practicar. Todos los demás quehaceres, negocios y placeres de la vida eran considerados secundarios en la medida en que su éxito, fracaso y existencia dependían de ella. Esta consideración sólo pudo florecer en una sociedad en la que el gobierno no era cuestión de un pequeño grupo sino de todos los ciudadanos libres que podían intervenir en la Asamblea y con ello, influir directamente sobre las posibilidades de su vida futura. Solamente en el marco de una democracia como la ateniense tuvo sentido la reflexión filosófica sobre el mejor modelo político y, junto a ella, la crítica de sus defectos. 
El pesimismo inicial de Jenofonte sobre la posibilidad de hallar un modelo de gobierno satisfactorio para el ser humano, un modelo que no esté constantemente amenazado con el derrocamiento por parte de sus propios ciudadanos, se disipa cuando recuerda a Ciro, un tirano despótico que había logrado su poder por medio de la conquista armada. A primera vista, nada sugerente para un ateniense que disfrutaba, como ningún otro ser humano de la tierra en esos momentos, de la libertad.
No obstante, a medida que avanza la reflexión, Jenofonte comprende que la excelencia de Ciro no procede de la violencia, sino de una refinada educación que ha sido capaz de dotarle de las más altas virtudes morales. El gobierno incuestionado de Ciro sobre gran parte del mundo conocido no se debía sólo a su ejército, sino a su excelencia como soberano “piadoso, justo, generoso, respetuoso y templado en sus pasiones.”

“—De otro lado, dijo Ciro, mantengo la opinión de que, para infundir ánimo a los soldados, no hay nada más eficaz que tener capacidad de imprimir esperanza en sus personas. 

—Pero, hijo mío, replicó Cambises, eso es como si en una cacería un cazador llamara siempre a los perros con la misma llamada que cuando ve la presa, pues en un primer momento sé bien que puede hacer que le obedezcan con arrojo, pero, si los engaña muchas veces, acaban por no obedecer su llamada ni siquiera cuando vea realmente la presa. Así ocurre también en lo que se refiere a las esperanzas: si alguien miente frecuentemente infundiendo expectativas de bienes, tal persona acaba por no ser capaz de persuadir a nadie, ni siquiera cuando se refiera a esperanzas con base real. Por el contrario, hay que abstenerse de decir las cosas que uno mismo no sepa con seguridad, hijo mío; otros, diciéndolo, en alguna ocasión pueden obtener el mismo resultado, pero debe mantenerse acreditada al máximo la capacidad de exhortación de uno mismo para cuando se presenten los peligros más graves. 

—Sí, por Zeus, exclamó Ciro, me parece que tienes razón, padre, y esta conducta me complace. 

—Me parece que el arte de promover la obediencia de no es ajeno a mi experiencia, padre, pues tú en un primer momento me lo inculcaste desde pequeño, obligándome a obedecer, luego me entregaste a los maestros, quienes, a su vez, obraban del mismo modo, y, cuando estábamos en la clase de los efebos, nuestro jefe se ocupaba con firmeza de lo mismo; y también me parece que la mayor parte de nuestras leyes (…) Pues bien, cuando a menudo reflexiono sobre estos asuntos, me parece que, en todos los casos, lo que más incita a la obediencia es alabar y honrar al sujeto obediente, y deshonrar y castigar al desobediente. 

—Claro, replicó Cambises, para hacerse obedecer a la fuerza, ése, hijo mío, es el camino; pero para algo mucho más importante que eso, para hacerse obedecer voluntariamente, hay otro camino más corto. En efecto, a quien los hombres estiman más diestro que ellos en lo tocante a sus propios intereses, a este lo obedecen sumamente gustosos. Y puedes reconocer que esto es así también en muchos otros casos, por ejemplo, en el de los enfermos, con cuánto interés llaman a quienes les van a mandar lo que han de hacer; en el mar, con cuánto interés la tripulación obedece a los pilotos, y con cuánta intensidad desean algunos no ser abandonados por aquellos a quienes consideran que conocen el camino mejor que ellos mismos. En cambio, cuando creen que por obedecer van a recibir algún mal, ni quieren ceder con castigos ni se dejan arrastrar por regalos, pues nadie recibe voluntariamente regalos para su propia desgracia. 

—¿Quieres decir, padre, que para hacerse obedecer no hay medio más eficaz que parecer más diestro que sus subordinados?, preguntó Ciro. 

—En efecto, dijo Cambises, eso digo.

—Y ¿cómo, padre, podría uno ofrecer rápidamente tal imagen de sí mismo?

—Hijo mío, contestó Cambises, para aparentar ser diestro en lo relativo a los asuntos que quieras, no hay camino más corto que llegar a ser diestro en ellos. Cuando los examines uno a uno comprenderás que te digo la verdad. En efecto, si tú, no siéndolo, quieres aparentar ser un buen campesino, un buen jinete, un buen médico, un buen flautista o cualquier otra cosa, imagínate cuántos ardides habrás de ingeniar para aparentarlo. Incluso, si convencieras a mucha gente para que te alabaran con vistas a adquirir fama, y te procuraras bellos equipos para cada uso de estos oficios, de momento engañarías, pero, poco después, cuando dieras en intentarlo, te revelarías además como un cumplido fanfarrón. 

—Pero ¿cómo podría uno llegar a ser realmente diestro en algún oficio que le vaya a ser útil? 

—Es evidente, hijo mío, contestó Cambises, que, en lo que respecta a cuantas materias se llegan a conocer después de aprenderlas, ello sólo es posible a base de aprendizaje.”

La educación y no la fuerza se convierte en la sorprendente clave explicativa del éxito del rey en la Ciropedia. Todo el poder del imperio descansaba, según de Jenofonte, en el educado respeto del monarca por las leyes, en su dedicado interés por aprender las cosas que hacen al ser humano diestro y capaz y en su reflexiva mirada sobre el mundo. Los cimientos de su trono estaban hechos de saber, no de terror. Pero si la educación es presentada por Jenofonte como un rasgo deseable para el tirano, en el marco de la sociedad democrática ateniense ésta se revelaba como la condición misma de posibilidad de su modelo de gobierno. La política no debía ser, en verdad, la actividad más importante para los atenienses sino un desarrollo dependiente de algo anterior y mucho más relevante: la educación.  
Los filósofos de Atenas supieron ver la relación entre ambas esferas, y comprendieron que sólo formando ciudadanos excelentes podían aspirar a disfrutar de sociedades estables y sistemas de gobierno cuyos ciudadanos no quisieran derrocar. Por ello el núcleo mismo de la reflexión filosófica de los sofistas y Sócrates fue la educación. 

¿Es posible enseñar a un ser humano a ser virtuoso? 
¿En qué consiste la excelencia?
 ¿Qué valores deben ser inculcados en el proceso educativo?
 ¿Cuál debe ser el objetivo último de la enseñanza? 
¿Qué tipo de ser humano debemos forjar por medio del aprendizaje?
 Estas preguntas colman todas las reflexiones de la filosofía de este momento. Desde las enseñanzas del viejo Protágoras hasta el discurso de Sócrates ante el tribunal que lo condenaría a muerte, la esencia filosófica del primer clasicismo puede reducirse a un esfuerzo por hallar la correcta educación del animal político. 

A pesar del carácter profundamente idealizado del tirano, es fácil comprender por qué la Ciropedia fue retomada como fuente de inspiración siglos después. Este texto, en el que Jenofonte inmortalizó para la posteridad al gran conquistador persa como a un gobernante sabio, se transformó durante la Baja Edad Media y el Renacimiento en el modelo preferido por los teóricos políticos para la redacción de espejos de príncipes. 

Los speculum principium fueron un importante género literario, nacido durante la Edad Media, cuya principal función era la de actuar como manual de instrucciones de gobierno para un joven príncipe y futuro rey. La mayor parte de sus relatos estaban inspirados en las hazañas de los grandes líderes políticos de la Antigüedad greco-romana.

Durante el periodo medieval los monarcas cristianos se consideraban directa e infaliblemente inspirados por Dios, de ahí que sus decisiones no necesitaran de gran justificación reflexiva. En cambio, con los graves problemas de credibilidad de la Iglesia católica durante el Renacimiento y su desmembramiento paulatino en diversas corrientes durante la Modernidad, comenzó a extenderse la idea -sobre todo entre las naciones protestantes- de que el monarca debía educarse para cumplir su papel. La imagen del déspota ilustrado comenzó a extenderse por Europa y, para su definición, la lectura de la Ciropedia de Jenofonte fue capital. 

Inspirados por las reflexiones filosóficas del peri-odo clásico, los teóricos políticos del Renacimiento comenzaron a afirmar que la política no era un mero don divino concedido al rey por la gracia de Dios, sino más bien una técnica, como cualquier otra. Al igual que todo oficio y disciplina necesita de un largo periodo de formación para alcanzar la perfección y el dominio de sus habilidades, la política también parecía necesitar de aprendizaje y prá-ctica. El carisma y la sangre no eran ya suficientes para gobernar los nuevos Estados modernos ni para conducir la vida de sus ciudadanos hacia la prosperidad y la paz. Al igual que Ciro, el rey europeo debía empezar a esforzarse en el camino de la reflexión. 

Este paso, si bien mantuvo intactos los sistemas autárquicos, exigió someter al análisis de la razón los deseos del rey y limitó la obligación de obediencia ciega del pueblo. Un tímido, pero importante, filtro basado en la educación se estableció entre la legitimidad divina del monarca y el impacto de sus decisiones.

La Ciropedia de Jenofonte fue tomada, en esta línea, como ejemplo por teóricos políticos tan relevantes como Erasmo de Rotterdam o Maquiavelo. En la imagen de Ciro ambos encontraron al monarca absoluto eficiente, racional, templado y sagaz. Así subraya Maquiavelo la importancia de la formación del príncipe: 
En cuanto al ejercicio de la mente, el príncipe debe estudiar la historia, examinar las acciones de los hombres ilustres, ver cómo se han conducido en la guerra, analizar el por qué de sus victorias y derrotas para evitar éstas y tratar de lograr aquéllas; y sobre todo hacer lo que han hecho en el pasado algunos hombres egregios que, tomando a los otros por modelos, tenían siempre presentes sus hechos más celebrados. Como se dice que Alejandro Magno hacía con Aquiles, César con Alejandro, Escipión con Ciro. Quien lea La vida de Ciro, escrita por Jenofonte, reconocerá en la vida de Escipión la gloria que le reportó el imitarlo, y cómo, en lo que se refiere a castidad, afabilidad, clemencia y liberalidad, Esci-pión se ciñó por completo a lo que Jenofonte escribió de Ciro. Esta es la conducta que debe observar un príncipe prudente: no permanecer inactivo nunca en los tiempos de paz, sino, por el contrario, hacer acopio de enseñanzas para valerse de ellas en la adversidad, a fin de que, si la fortuna cambia, lo halle preparado para resistirle.” 


Erasmo, en cambio, sabiendo la importancia que tenía el estudio de los antiguos en la formación los nuevos monarcas, advierte de la lectura demasiado crédula de estos textos y recomienda prudencia:

“Pero no voy a decir que de la lectura de los histo-riadores no se saque como fruto principal la prudencia, sino que de ellos se puede obtener un enorme prejuicio si no se leen con crítica previa y seleccionando los pasajes. Cuida que no te sorban el seso los nombres de escritores y generales fa-mosos por el consenso de los siglos. Los dos historiadores griegos, Heródoto y Jenofonte, proponen las más de las veces un pésimo modelo de príncipe (…). Escribieron magníficamente muchas historias, y todas ellas, con gran erudición, pero no aprueban todo lo que cuentan y aprueban algunas cosas que un príncipe cristiano no debe hacer en modo alguno. Cuando oigas hablar de Aquiles, de Jerjes, de Ciro, de Darío, de Julio César no te dejes llevar por el prestigio de su glorioso nombre. Estás oyendo la historia de grandes y en-furecidos ladrones, como en algún pasaje los llama Séneca.”

A pesar de la crítica, Erasmo subraya como una gran virtud de la Ciropedia de Jenofonte su insistencia en la capital importancia de la educación del gobernante y, como novedad, de sus propios súbditos:

Lo primero que debe advertir el príncipe llamado a gobernar es que la principal esperanza de un Estado se halla en la correcta educación de la infancia, cosa que enseñó prudentemente Jenofonte en su Ciropedia. Pues la edad infantil es seguidora de cualquier disciplina. 

Por tanto, debe tenerse gran preocupación (…) en la educación (…) para que, bajo la dirección de los mejores y más incorruptos preceptores, se empapen al mismo tiempo del espíritu cristiano y de las disciplinas honestas y saluda-bles para el Estado. De este modo se conseguirá que sean innecesarias muchas leyes o castigos porque los ciudadanos seguirán por su propia convicción lo que es recto. 

La educación tiene fuerza, según escribió Platón. Un hombre correctamente educado pasa de ser un animal a ser en cierto sentido divino. Y, al contrario, el educado torcida-mente, degenera en la bestia más salvaje y furibunda. Nada importe más al príncipe que tener ciudadanos excelentes. 

Se pondrá sumo empeño en que se acostumbre desde un principio a lo mejor (a los ciudadanos), porque cualquier música resulta muy armoniosa a los acostumbrados a ella. No hay nada más difícil que arrancar a un hombre de aquellas costumbres que por su prolongado uso han pasado a ser parte de su naturaleza. Ninguna de estas cosas será excesivamente difícil si el príncipe en persona sigue lo que es más excelente.
Huele a tiranía tratar a la plebe del mismo modo que los domadores suelen tratar a una bestia feroz, para quienes la primera preocupación consiste en observar de qué modo se la puede amansar o irritar y, luego, según convenga, la irritan o halagan, como dijo Platón sabiamente. Abusa de sus ciudadanos quien no vela por ellos.”

Relativismo, educación y política fueron así los tres interrogantes de la reflexión clásica temprana algo que, para nuestra sorpresa, no parece distar demasiado de los debates y problemas contemporáneos. 



  

Ciro II el Grande. 

(circa 600/575 – 530 a. C.) fue un rey aqueménida de Persia (circa 559-530 a. C.) y el fundador del Imperio aqueménida (en persa antiguo: Haxāmanišiya), primer Imperio persa, luego de vencer a Astiages, último rey medo (550 a. C.) y extendió su dominio por la meseta central de Irán y gran parte de Mesopotamia. Sus conquistas se extendieron sobre Media, Lidia y Babilonia, desde el mar Mediterráneo hasta la cordillera del Hindu Kush, con lo que creó el mayor imperio conocido hasta ese momento. Este duró más de doscientos años, hasta su conquista final por Alejandro Magno (332 a. C.).
Ciro el Grande respetaba las costumbres y religiones de las tierras que conquistaba, lo que se convirtió en un modelo muy exitoso de administración centralizada y de establecimiento de un gobierno que funcionara en beneficio y provecho de sus súbditos.​ La administración del imperio a través de sátrapas y el principio vital de formar un gobierno en Pasargadae fueron obras de Ciro.​ Lo que a veces se denomina el Edicto de Restauración (en realidad dos edictos) descrito en la Biblia como realizado por Ciro el Grande dejó un legado duradero en la religión judía. Según Isaías 45:1 de la Biblia hebrea,​ Dios ungió a Ciro para esta tarea, incluso refiriéndose a él como un mesías (lit. 'ungido') y es la única figura no judía en la Biblia que es llamada así.​

Ciro el Grande también es reconocido por sus logros en materia de derechos humanos, política y estrategia militar, así como por su influencia en las civilizaciones de Oriente y Occidente. Originario de Persis, que corresponde aproximadamente a la actual provincia iraní de Fars, Ciro desempeñó un papel crucial en la definición de la identidad nacional del Irán moderno.​ La influencia aqueménida en el mundo antiguo se extendería finalmente hasta Atenas, donde los atenienses de clase alta adoptaron como propios aspectos de la cultura de la clase dirigente de la Persia aqueménida.

Biografía de Ciro II el Grande

(Anshan, actual Irán, 579 a.C. - río Sir Daria, 530 a.C.) Rey de Persia, Anshan, Media y Babilonia, que fundó el Imperio persa o aqueménida, destinado a convertirse en la primera potencia de la época hasta que fue conquistado, en el 331 a.C., por el monarca macedonio Alejandro Magno.


Era hijo de Cambises, príncipe de Anshan perteneciente a la casa de los Aqueménidas, y de la princesa meda Mandane, hija del rey de los medos Astiages (Ishtuwegu), de quien Cambises era un fiel vasallo. En el año 559 a.C., Ciro sucedió a su padre en Pasargada; en 550 a.C. se puso al frente de una rebelión de los persas contra los medos, en la cual triunfó gracias a la poca fidelidad de las tropas que seguían al rey medo.
Esta victoria no significó la aniquilación de los medos; como el propio Ciro se encargó de demostrar al perdonar a Astiages, la ascensión al poder de los Aqueménidas serviría para fortalecer la unión de ambos pueblos. Esta política de integración de Persia y Media se convirtió en uno de los referentes principales del reinado de Ciro el Grande (550 a.C. - 530 a.C.), junto con su tolerancia religiosa.
Una vez asegurada su posición en la meseta del Elam, Ciro el Grande se dispuso a continuar con su expansión territorial, marchando sobre el reino de los lidios en Anatolia, a los que derrotó en Pteria. Tras perseguir al rey de los lidios, Creso, hasta la Anatolia Occidental, lo volvió a derrotar en el «Campo de Ciro» y lo capturó al conquistar Sardes, la capital lidia.
Una vez asegurada Anatolia, Ciro puso sus ojos en Babilonia, regida por el rey Nabónido. Aprovechando hábilmente la situación de debilidad de los neobabilonios, y la crisis religiosa que enfrentaba al rey con el influyente culto al dios Marduk, la deidad de la ciudad, logró llevar a cabo una rápida campaña que acabó con la sumisión de la antaño poderosa ciudad de Mesopotamia (539 a.C.).
Entre las disposiciones de Ciro hay que destacar la liberación de los judíos y la orden de reconstrucción del templo de Jerusalén. El gran prestigio que estas conquistas le granjearon hizo que la mayoría de los reyes de Siria, junto con las ciudades fenicias, le rindiesen vasallaje, con lo que los persas consiguieron los servicios de las flotas de éstas. En el 530 a.C. emprendió una campaña contra los masagetas en el norte de su reino, en el curso de la cual encontró la muerte. Con sus sucesores Cambises II (530-522 a.C), Darío I el Grande (522-486 a.C.) y Jerjes I (486-465 a.C.), el Imperio persa alcanzó su máxima extensión, si bien nunca sería capaz de imponerse a la pujanza de las ciudades-estado griegas, que derrotaron a los persas en las guerras médicas (490-478 a.C.).






Itsukushima Shrine.

Antigüedad.


  



El Imperio aqueménida.

(persa: شاهنشاهی هخامنشی; persa antiguo: 𐎧𐏁𐏂𐎶 Xšāça, "El Imperio"​) es el nombre dado al primer y más extenso de los imperios de los persas,​ el cual se extendió por los territorios de los actuales estados de Irán, Irak, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Rusia, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Palestina, Grecia y Egipto. El imperio fue fundado por Ciro el Grande tras independizar Persia y conquistar Media en el año 550 a. C.​ y alcanzó su máximo apogeo durante el reinado de Darío el Grande (r. 522-486 a. C.), cuando llegó a abarcar parte de los territorios de Libia, Bulgaria y Pakistán, así como ciertas áreas del Cáucaso, Sudán y Asia Central. 

Las grandes conquistas hicieron de Persia el imperio más grande en extensión hasta entonces,​ lo que la convirtió en quizás la primera superpotencia del mundo.​ Su existencia terminó en el año 330 a. C. cuando el último rey aqueménida, Darío III, fue vencido por el conquistador macedonio Alejandro Magno.​
El imperio debe su nombre a la dinastía que lo gobernó: los aqueménidas, fundada por un personaje semilegendario, Aquémenes.​En la historia de Occidente, el Imperio aqueménida es conocido sobre todo por su condición de rival de los antiguos griegos, especialmente en dos períodos, las Guerras Médicas y las campañas del macedonio Alejandro Magno.



  

Imperio de Alejandro Magno.



El Imperio creado por Alejandro Magno, comprende, los actuales paises: Grecia, el norte de Albania, Bulgaria (sur de Tracia), Turquía ( excepción en Capadocia), Siria, Líbano ( fenicia), Israel (Judea), Palestina (Judea), Jordania, Egipto, Irán ( Persia), Armenia, Pakistán ( Indo), Afganistán, Uzbekistán ( bactria), Turkmenistán (bactria), India ( Penyab), y Irak ( Babilonia).



  



El Imperio seléucida. 

(en griego, Αυτοκρατορία των Σελευκιδών, Autokratoria ton Seleukidon) (312-63 a. C.) fue un imperio helenístico, es decir, un Estado sucesor del imperio de Alejandro Magno.

El Imperio seléucida se centraba en Oriente Próximo, y en el apogeo de su poder incluía Anatolia central, el Levante, Mesopotamia, Persia, la actual Turkmenistán, Pamir y algunas zonas de Pakistán. Fue un centro de cultura helenística donde se mantenía la preeminencia de las costumbres griegas y donde una élite macedonia grecoparlante dominaba las áreas urbanas. La población griega de las ciudades que formaba la élite dominante fue reforzada por la inmigración desde Grecia.



  

El Imperio parto.


El Imperio parto, también conocido como Imperio arsácida, fue una de las principales potencias políticas y culturales iranias del antiguo Irán.




Su segundo nombre proviene de Arsaces ​ que, como líder de los parnos, fue su fundador a mediados del siglo iii a. C. cuando conquistó la región de Partia,9​ en el noreste de Irán, por entonces una satrapía (provincia) bajo Andrágoras, en rebelión contra el Imperio seléucida. Mitrídates I expandió el imperio al conquistar Media y Mesopotamia a los seléucidas. En su apogeo, el Imperio parto se extendía desde el norte del Éufrates, en lo que ahora es el centro-este de Turquía, hasta el este de Irán. El imperio, situado en la ruta de la seda entre el Imperio romano en la cuenca del Mediterráneo y la dinastía Han de China, se convirtió en un centro de comercio.

Los partos adoptaron en gran medida el arte, la arquitectura, las creencias religiosas y las insignias reales de su imperio, culturalmente heterogéneo, que abarcaba las culturas persa, helénica y regional. Durante aproximadamente la primera mitad de su existencia, la corte arsácida adoptó elementos de la cultura griega, aunque finalmente vio un renacimiento gradual de las tradiciones iranias. Los gobernantes arsácidas se titulaban a sí mismos «Rey de reyes», como pretensión de ser los herederos del Imperio aqueménida; de hecho, aceptaron a muchos reyes locales como vasallos allí donde los aqueménidas habrían designado, aunque en gran medida autónomos, a sátrapas. 
La corte designó un pequeño número de sátrapas, en gran parte fuera de Irán, pero estas satrapías eran más pequeñas y menos poderosas que los potentados aqueménidas. Con la expansión del poder arsácida, la sede del gobierno central se trasladó de Nisa a Ctesifonte, a lo largo del Tigris (al sur de la moderna Bagdad, Irak), aunque otros lugares también sirvieron como capitales.

Los primeros enemigos de los partos fueron los seléucidas por el oeste y los escitas por el norte. Sin embargo, a medida que Partia se expandió hacia el oeste, entraron en conflicto con el reino de Armenia y, finalmente, con la República romana tardía. Roma y Partia compitieron entre sí para establecer a los reyes de Armenia como sus clientes subordinados. Los partos derrotaron a Marco Licinio Craso en la batalla de Carras en el año 53 a. C., y en los años 40-39 a. C. las fuerzas partas capturaron todo el Levante, excepto Tiro, a los romanos. Sin embargo, Marco Antonio lideró un contraataque contra Partia, aunque sus éxitos se lograron generalmente en su ausencia, bajo el liderazgo de su teniente Ventidio. Varios emperadores romanos o sus generales invadieron Mesopotamia en el curso de las guerras párticas de los siglos siguientes. Los romanos capturaron las ciudades de Seleucia y Ctesifonte en múltiples ocasiones durante estos conflictos, pero nunca pudieron retenerlas.
 Las frecuentes guerras civiles entre los aspirantes al trono parto resultaron ser más peligrosas para la estabilidad del imperio que la invasión extranjera, y el poder de Partia se evaporó cuando Ardacher I, gobernante de Istajr en Persis, se rebeló contra los arsácidas y mató a su último gobernante, Artabano IV, en el año 224 d. C. Ardacher estableció el Imperio sasánida, que gobernó Irán y gran parte de Oriente Próximo hasta las conquistas musulmanas del siglo vii, aunque la dinastía arsácida perduró a través de la dinastía arsácida de Armenia, la dinastía arsácida de Iberia y la dinastía arsácida de Albania del Cáucaso, todas ellas ramas homónimas de los arsácidas de Partia.

Las fuentes nativas partas, escritas en parto, griego y otros idiomas, son escasas en comparación con las fuentes sasánidas e incluso con fuentes aqueménidas anteriores. Aparte de tablillas cuneiformes dispersas, ostraca fragmentados, inscripciones rupestres, dracmas y la pervivencia fortuita de algunos pergaminos, gran parte de la historia de Partia solo se conoce a través de fuentes externas. Estas incluyen principalmente obras griegas y romanas, pero también obras chinas, impulsadas por el deseo de los chinos Han de formar alianzas contra los xiongnu.​ Los historiadores consideran que el arte parto es una fuente válida para comprender aspectos de la sociedad y la cultura que, de otro modo, estarían ausentes en las fuentes textuales.



  

El Imperio sasánida.


El Imperio sasánida (en persa: شاهنشاهی ساسانی‎), o Imperio de los Iranios (persa medio:  Ērānšahr​), fue el segundo imperio persa y el cuarto y último estado iraní previo a la Conquista musulmana. El imperio sasánida nació con la victoria de Ardacher I sobre el último rey arsácida, Artabán IV de Partia, y terminó con la derrota de Yazdgerd III ante el primer califato islámico. El territorio del Imperio persa sasánida comprendía los actuales países de Irán, Irak, Azerbaiyán, Armenia, Afganistán y partes del este de Turquía y Siria, además de parte de Pakistán, el Cáucaso, Asia Central y Arabia. Además, durante el gobierno de Cosroes II (r. 590-628), se anexionaron al imperio los territorios de los actuales Egipto, Jordania, Líbano y Palestina, llegando a ejercer un "protectorado" sobre territorios actualmente correspondientes a Omán y Yemen, así casi alcanzando la extensión del Imperio aqueménida.

El periodo sasánida, que comprende todo el periodo final de la antigüedad clásica e incluso sobrevive unos siglos, se considera uno de los periodos históricos más importantes e influyentes de la historia de Irán. En muchos aspectos, el periodo sasánida alcanzó los mayores logros de la cultura persa, y constituyó el último gran imperio iranio antes de la invasión árabe de Persia y la adopción del islam como religión en todo el territorio. La Persia sasánida fue rival de la civilización romana por el control de Oriente Próximo y Mesopotamia. Su influencia cultural se extendió mucho más allá de los territorios fronterizos de ambos imperios, llegando hasta la Europa occidental,África,​ China e India,​ y desempeñó un papel fundamental en la formación del arte medieval europeo y asiático.
 Esta influencia llegó a través del mundo islámico, que adoptó muchos aspectos de su arte y protocolo. La cultura aristocrática y exclusiva de la dinastía sasánida transformó la conquista islámica de Irán en un ‘renacimiento’ persa. Gran parte de lo que posteriormente sería conocido como ‘cultura islámica’ (arquitectura, escritura, música y otras habilidades) fueron adopciones del amplio mundo islámico a partir de los modelos persas sasánidas.​

Edad Media (651-1501)

 

Califato ortodoxo.


El califato bien guiado o califato rashidun (en árabe: الخلفاء الراشدون al-ḫulafāʔ al-rāšidūn) es el nombre que se da en la tradición musulmana a los cuatro primeros califas que sucedieron a Mahoma, desde el 632 al 661. En muchas lenguas europeas se les conoce también como califas ortodoxos. Los sunníes de lengua urdu a veces les llaman los cuatro amigos (چار یار, chaar yaar) y a su dominio el reinado de los cuatro califas.


Abu Bakr as-Siddiq
Úmar ibn al-Jattab
Uthmán ibn Affán
Ali ibn Abi Tálib




  

Califato omeya.


El Califato omeya o califato de los omeyas (661-750 CE; en árabe: ٱلْخِلَافَة ٱلْأُمَوِيَّة‎, al-Khilāfat al-ʾUmawīyah)​ fue el segundo de los cuatro grandes califatos establecidos tras la muerte de Mahoma. El califato fue gobernado por la dinastía omeya (en árabe: ٱلْأُمَوِيُّون, al-ʾUmawīyūn, o بَنُو أُمَيَّة, Banū ʾUmayyah, "Hijos de Umayyah"; ; en persa: امویان‎ omaviyân; en turco: emevi), un linaje árabe que ejerció el poder de califa, primero en Oriente, con capital en Damasco, y luego en al-Ándalus, con capital en Córdoba. El término omeya proviene de un antepasado de la familia, Umayya. Estrictamente hablando, la dinastía comienza con Mu‘awiya I, y termina con Marwán II, con la Revolución abasí en el 750.




Uthmán ibn Affán (r. 644-656), el tercero de los califas Rashidun, también fue miembro del clan. La familia estableció un gobierno dinástico y hereditario con Muawiya ibn Abi Sufyán, antiguo gobernador de la Gran Siria, que se convirtió en el sexto califa tras el final de la Primera Fitna en el 661. Tras la muerte de Mu'awiyah en el 680, los conflictos por la sucesión dieron lugar a la Segunda Fitna,2​ y el poder acabó cayendo en manos de Marwán I, de otra rama del clan. La Gran Siria siguió siendo la principal base de poder de los omeyas, con Damasco como capital.

Los omeyas continuaron las conquistas musulmanas, incorporando la Transoxiana, el Sind, el Magreb y la península ibérica (Al-Ándalus) bajo el dominio islámico. En su punto de mayor extensión, el califato omeya abarcó 11 100 000 km²,​ lo que lo convierte en uno de los mayores imperios de la historia en términos de superficie. La dinastía en la mayor parte del mundo islámico fue con el tiempo derrocada por una rebelión liderada por los abasíes en el año 750. Los supervivientes de la dinastía se establecieron en Córdoba que, en forma de emirato y luego de califato, se convirtió en un centro mundial de ciencia, medicina, filosofía e invención durante la Edad de Oro islámica.
El califato omeya gobernaba una vasta población multiétnica y multicultural. Los cristianos, que aún constituían la mayoría de la población del califato, y los judíos podían practicar su propia religión, pero debían pagar un impuesto por cabeza (la jizya) del que estaban exentos los musulmanes. Los musulmanes debían pagar el impuesto del zakat, que se destinaba explícitamente a diversos programas de bienestar​ en beneficio de los musulmanes o de los musulmanes conversos.
​ Bajo los primeros califas omeyas, los cristianos ocuparon puestos destacados, algunos de los cuales pertenecían a familias que habían servido en los gobiernos bizantinos. El empleo de cristianos formaba parte de una política más amplia de acomodación religiosa que era necesaria por la presencia de grandes poblaciones cristianas en las provincias conquistadas, como en Siria. Esta política también impulsó la popularidad de Mu'awiya y consolidó Siria como su base de poder.​ La época omeya suele considerarse el periodo de formación del arte islámico.



  

El Califato abasí.


El Califato abasí (750-1259), llamado también Califato abásida (o abasida),​ fue una dinastía califal fundada en 750 por Abu l-Abbás, descendiente de Abbás, tío de Mahoma, que se hizo con el poder tras eliminar a la dinastía omeya y trasladó la capital de Damasco a Bagdad.​ Bagdad se convirtió en uno de los principales centros de la civilización mundial durante el califato de Harún al-Rashid, personaje de Las mil y una noches.



Los abasíes basaban su pretensión al califato en su descendencia de Abbás ibn Abd al-Muttálib (566-652), uno de los tíos más jóvenes del profeta Mahoma. Muhámmad ibn Alí, bisnieto de Abbás, comenzó su campaña por el ascenso al poder de su familia en Persia, durante el reinado del califa omeya Úmar II. Durante el califato de Marwán II, esta oposición llegó a su punto culminante con la rebelión del imán Ibrahim, descendiente en cuarta generación de Abbás, en la ciudad de Kufa (actual Irak), y en la provincia de Jorasán (en Persia, actual Irán). La revuelta alcanzó algunos éxitos considerables, pero finalmente Ibrahim fue capturado y murió (quizás asesinado) en prisión en 747. Continuó la lucha su hermano Abdalah, conocido como Abu ul-'Abbás as-Saffah quien, después de una victoria decisiva en el río Gran Zab (un afluente del río Tigris que discurre por Turquía e Irak) en 750, aplastó a los omeyas y fue proclamado califa.
Al-Ándalus se independizó de los abasíes con Abd al-Rahmán I en 756, y en 776 se independizó el Norte de África.​ En el siglo X el poder imperial recayó en los sultanes selyúcidas.
El sucesor de Abu al-'Abbás, Al-Mansur, funda en 762 la ciudad de Madínat as-Salam (Bagdad), a la que traslada la capitalidad desde Damasco.

La época de máximo esplendor correspondió al reinado de Harún al-Rashid (786-809), a partir de la cual comenzó una decadencia política que se acentuaría con sus sucesores. El último califa, Al-Mu'tásim, fue asesinado en 1258 por los mongoles, que habían conquistado Bagdad. Hasta ese año hubo 37 califas abasíes, cuando el imperio fue conquistado por Hulagu, nieto de Genghis Khan.​ Sin embargo un miembro de la dinastía pudo huir a Egipto y mantuvo el poder bajo el control de los mamelucos. Esta última rama de la dinastía se mantuvo en Egipto hasta la conquista otomana de 1517.



  

Dinastía saffarí.


La dinastía saffarí (en persa: سلسله صفاریان‎‎‎ Sasah ṣafāryān) gobernó entre 861 y 1003 en Sistán, en el sureste del actual Irán y suroeste de Afganistán.​ Fue la primera dinastía surgida en Irán tras la conquista musulmana de Persia que trató de mantener elementos de la cultura local —entre ellos el cultivo cortesano de la lengua persa— junto a la religión islámica, introducida por los árabes.



La capital safárida estaba en Zaranj (ahora en Afganistán). La dinastía fue fundada —y de él tomó su nombre— por Ya'qub bin Laith as-Saffar, un hombre de orígenes humildes que se alzó desde unos comienzos modestos como artesano del cobre (saffar) para convertirse en un señor de la guerra. Controló la región de Sistán, conquistando todo el Afganistán, lo que actualmente es Irán oriental y partes de Pakistán. Ya'qub comenzó su campaña como ayyar y con el tiempo consiguió el poder de actuar como un gobernante independiente. Usando su capital (Zaranj) como base para una expansión agresiva hacia el este y el oeste, derrocaron a la dinastía tahírida y se anexionaron Jorasán en 873. Al morir Ya'qub en Jundai Sahpur en 879, había conquistado el valle de Kabul, Sind, Tocaristán, Makrán (Beluchistán), Kermán, Fars, Jorasán y casi llegó a Bagdad pero entonces fue derrotado por las fuerzas del califa abasí en Dair al-Aqul en 876.

El Imperio saffarí no duró mucho después de la muerte de Ya'qub. Su hermano y sucesor Amr bin Laith fue derrotado en una batalla con los samánidas del emir Ismail Samani en 900. Amr bin Laith se vio obligado a entregar la mayor parte de sus territorios a los nuevos gobernantes. Los saffaríes quedaron entonces confinados en su centro de Sistán, viéndose reducidos al papel de vasallos de los samánidas y sus sucesores.

Emirato dependiente del Califato abasí (de facto, un estado independiente)


Samánidas.


Los samánidas o samaníes (en persa: سامانیان‎, transcrito como Sāmāniyān) fueron una de las primeras dinastías de emires iraníes que ejercieron su poder en las provincias orientales de Irán después de la conquista árabe. Se los recuerda principalmente por su labor de mecenazgo, fundamental en el desarrollo de la literatura persa posislámica (“neopersa”).


Emirato dependiente del Califato abasí (de facto, un Estado independiente)


Imperio gaznávida.


Los gaznávidas o gaznavíes (turco: Gazneli İmparatorluğu, persa: غزنویان ġaznaviyān) fueron una dinastía musulmana, de origen turco, fundada por el jefe samaní Sebük Tegin (un mameluco de origen turco), que reinó desde finales del siglo x hasta finales del siglo xii, en un imperio constituido por las regiones de Jorasán, de Afganistán y Punyab, con capital en Gazni y luego, casi al final del régimen, en Lahore.


Emirato dependiente del Imperio samánida (de facto, un Estado independiente) Sultanato independiente desde 1000 aprox.


 

Dinastía búyida


 Los Búyidas (en persa: آل بویه‎, Āl-e Buye; caspiano: Bowyiyün), también conocidos como Buyíes o en inglés como Buwaihids o Buyyids, fueron una dinastía irania chiitaque era originaria de Daylam. Fundaron una confederación que controló la mayor parte de lo que hoy es Irán e Irak en los siglos X y XI.



Emirato dependiente del Califato Abasí. (de facto, un estado independiente)



Los selyúcidas, selchucos o selyuquíes.


  


Los selyúcidas, selchucos o selyuquíes fue una dinastía turca oğuz que reinó en los actuales Irán e Irak, así como en Asia Menor, entre mediados del siglo xi y finales del siglo xiii. Llegaron a Anatolia procedentes del Asia Central a finales del siglo x, causando estragos en los pueblos bizantinos y árabes, acabando con el califato abasí y debilitando considerablemente al Imperio bizantino con su empuje hacia Occidente.


Los turcos selyúcidas son considerados como los antepasados directos de los turcos sudoccidentales, los habitantes actuales de Turquía, Gagauzia, Azerbaiyán y Turkmenistán. Los selyúcidas desempeñaron un papel fundamental en la historia medieval, creando una barrera para Europa contra los invasores mongoles del este, defendiendo el mundo islámico contra las cruzadas de Europa y conquistando grandes extensiones del Imperio bizantino, que perdió la mayor parte de su presencia en Anatolia.

  

El Imperio jorezmita.


El Imperio jorezmita también conocido como el Imperio corasmio​ (en persa: خوارزمشاهیان‎; Khwārazmshāhiyān, "reyes de Corasmia"), fue una entidad política, fundada por los jorezmitas, una dinastía musulmana suní de origen mameluco turco,​ un persianato que originariamente era vasallo del Imperio selyúcida en Asia Central.



Gobernaron el Gran Irán, primero como parte de los selyúcidas y más tarde como independientes en el siglo xi. El imperio sobrevivió hasta la invasión mongola de 1220 de Corasmia.​ La dinastía fue fundada por Anūsh Tigin Gharchāī, un anterior esclavo de los sultanes selyúcidas, que fue nombrado gobernador de Corasmia. Su hijo, Qutb ud-Dīn Muhammad I, se convirtió en el primer sah hereditario de Corasmia.

  

El Imperio mongol.



El Imperio mongol (en mongol, Монголын Эзэнт Гүрэн) fue el segundo imperio más extenso de la historia y el mayor de los imperios constituidos por territorios continuos.​ Fue fundado por Gengis Kan en el año 1206 y tuvo su punto álgido cuando alcanzó aproximadamente 24 000 000 km² de extensión.​ Llegó a abarcar un territorio desde la Manchuria Rusa hasta el río Danubio,​ a albergar una población de más de 100 millones de habitantes y a incluir algunas regiones tan ricas e importantes como China, Mesopotamia, Persia, Europa Oriental, parte de la India o Rusia, entre otras.


  

El Ilkanato persa.


El Ilkanato persa (también transcrito como Iljanato, Ilkhanato, Il-Kanato, etc.) (en persa: ایلخانان‎, Iljanán; en mongol: Хүлэгийн улс, Hulagu-yn Ulus) fue una de las cuatro partes en que se dividió el Imperio mongol, y fue gobernada por la casa mongola de Hulagu. Fue fundado en el siglo xiii, y estaba centrado principalmente en la región de Persia, e incluía el territorio del actual Irán y de la mayor parte de sus actuales países vecinos.


El Ilkanato se originó, inicialmente, en las campañas de Gengis Kan contra el Imperio corasmio de Asia Central entre los años 1219-1224, y fue fundado por uno de los nietos de Gengis, Hulagu Kan. En su apogeo, este estado se expandió por territorios que hoy conforman la mayor parte de Irak, Irán, Turkmenistán, Armenia, Azerbaiyán, Georgia, Turquía, Afganistán occidental y Pakistán suroccidental.
El Ilkanato adoptó al principio muchas religiones, pero sintió especial simpatía por el budismo y el cristianismo. Durante gran parte de su historia hubo una situación religiosa tensa, pues gobernantes mongoles budistas regían sobre una población fundamentalmente musulmana, lo que motivó una tibia intervención de los mongoles en las cruzadas apoyando al bando europeo cristiano. No obstante, el ilkán Ghazan se convirtió finalmente al islam, y todos los últimos ilkanes fueron musulmanes como su pueblo.

Imperio timúrida (1370-1507)


El Imperio timúrida (en persa: تیموریان‎), autodenominado como Gurkani (گورکانیان) o Turan (توران, Tūrān), fue un imperio fundado por Tamerlán (versión latinizada de Timur-i leng), un señor de la guerra y conquistador de linaje turcomongol, que lo estableció entre 1370 y su muerte en 1405. Llevó a cabo continuas campañas militares extendiendo sus dominios hasta llegar a gobernar 4,4 millones de km², comprendiendo los actuales Uzbekistán, Turkmenistán, Tayikistán, Kazajistán, Irán, la región meridional del Cáucaso, Irak, Kuwait, Afganistán, gran parte de Asia Central, así como partes de Rusia, la India, Pakistán, Siria y Turquía.




Tras arrasar Georgia, Bagdad (1393) y Damasco (1401) y derrotar a los otomanos en la batalla de Ankara tomando prisionero al sultán Bāyāzīd I en 1402, Tamerlán incluso hizo los preparativos para la hazaña más grande: una campaña contra China. Reunió un enorme ejército y a finales del otoño de 1404 se dirigió a Utrar, donde planeaba invernar. Allí moriría el 19 de enero de 1405 a causa de una enfermedad. Se imaginaba a sí mismo como el gran restaurador del Imperio mongol de Gengis Kan, montó el mito del antiguo emperador a lo largo de su vida, incluso expresando repetidamente su admiración por los Borjigin. Tamerlán cultivó fuertes relaciones comerciales con la dinastía Ming y la Horda de Oro, con diplomáticos chinos como Ma Huan y Chen Cheng viajando regularmente hacia el oeste a Samarcanda para recolectar tributos y vender bienes, continuando la tradición del imperio mongol.
El hijo mayor de Tamerlán, Jahangir había muerto y la sucesión recayó en el hijo de este, llamado Pir Muhammad (r. 1405-1407), e inmediatamente después en su primo Khalil Sultan, ambos nietos de Tamerlán. Tras la renuncia de este último, fue el único hijo vivo de Tamerlán, Shahruj (r. 1407-1447), quien ocupó el poder en 1409, y fue el segundo miembro más destacado de la dinastía. A su muerte lo sucedió su hijo Ulugh Beg (r. 1447-1449) y en 1449 el hijo de este, Abd ul-Latif (r. 1449-1450), ya gobernante de Samarcanda. En 1450, fue soberano por poco tiempo Abdalá Mirza, que era hijo de un hermano de Ulug Beg, y después Abu-Saïd, nieto de Miranshah (hermano de Shahruj). En 1469, pasó a un biznieto de Umar Shayk (otro hermano de Shahruj), Husayn Bayqara (r. 1469-1506).
En 1467, la dinastía timúrida gobernante perdió la mayor parte de Persia a manos de la confederación Ak Koyunlu. Pero los miembros de la dinastía timúrida continuaron gobernando estados más pequeños, a veces conocidos como emiratos timúridas, en Asia Central y partes de India. En el siglo xvi, Babur, un príncipe timúrida de Ferganá (actual Uzbekistán) nieto de Abu Said, invadió Kabulistán (actual Afganistán) y estableció un pequeño reino allí. Veinte años después, en 1526, utilizó ese reino como base para invadir la India medieval y establecer el Imperio mogol. Los mogoles gobernaron casi por completo la región hasta su decadencia en el siglo xviii. En 1857, se disolvió el imperio con la llegada de los británicos.
Durante el período timúrida, Turquestán y Jorasán experimentaron el período más próspero en términos de expresión de la arquitectura islámica y, a partir de finales del siglo xv, el antiguo Kanato de Chagatai experimentó una animada temporada cultural y disfrutó de la supremacía militar desde Corasmia hasta el Cáucaso.Mz. 1​ Después de que Tamerlán elevase la ciudad de Samarcanda al papel de capital, fueron muchos los artesanos trasladados forzosamente desde los territorios sometidos a la actual ciudad uzbeka. 
El embajador castellano Clavijo informó de la presencia de 150.000 familias de artesanos desplazadas a la capital. A pesar de las formas en que se logró el aumento demográfico, entre los siglos XIV y XV Samarcanda vivió el mejor paréntesis de su historia.​ Pronto tuvo lugar el llamado Renacimiento timúrida, que coincidió con el reinado del astrónomo y matemático Ulugh Beg.

  

Kara Koyunlu


Los Kara Koyunlu o Qara Qoyunlu, también llamados los turcos de ovejas negras (Azeri: Qaraqoyunlular persa: قرا قویونلو), fueron una confederación​ tribal chií​ Azeri–turca oguz​ que gobernó sobre el territorio comprendido en lo que hoy es Armenia, República de Azerbaiyán, Azerbaiyán Meridional, Irán occidental, Turquía oriental e Irak desde alrededor de 1375 hasta 1468.​ Jahan Shah, el gobernante de la oveja negra, escribió poemas en Idioma azerí.


El Idioma azerí era el idioma de la corte, el ejército y la poesía, mientras que el persa se usaba para la poesía y los registros oficiales.
La familia gobernante provenía de la tribu Yıwa de los turcos Oghuz, especialmente los Baharlus, quienes en el siglo xiv poseían tierras al norte del lago Van y en Mosul en la Alta Mesopotamia.13​14​ Además de Baharlu, las tribus que componían Kara Koyunlu eran tribus turcas de habla azerbaiyana como Saadlu, Karamanlu, Alpaut, Dukharlu, Jagirlu, Hajilu, Agaceri. Según Faruk Sümer, la tribu Kara Koyunlu era sin duda una subtribu (oba). Los Oghuz y Minorsky afirman que esta subtribu pertenecía a los Yiwa probablemente sea correcta.

  

Ak Koyunlu.


Los Ak Koyunlu o Aq Qoyunlu (turcomano: آق قویونلو [Akgoýunly], en azerí: آق قویونلو o آغ قویونلو [Ağqoyunlu], en turco: Akkoyunlu, en turco otomano: آق قوینلو‎, en persa: آغ قویونلو‎ o آق قوینلو), también llamados turcomanos de la Oveja Blanca, fue una federación tribal oğuz que gobernó partes de lo que hoy es Turquía oriental, Armenia, Azerbaiyán, norte de Irak e Irán occidental desde 1378 a 1508.


Según las crónicas bizantinas, los Ak Koyunlu estaban presentes en Anatolia oriental desde al menos 1340. El primer jefe Ak Koyunlu del que se tiene noticias fue el bey Tur Ali bin Pehlwan (1340-1360), el cual fue sucedido por su hijo Qutlugh bin Tur Ali (1360-1378/79). Todavía eran líderes de agrupaciones tribales nómadas, las cuales merodeaban en las zonas de Erzincan y en el Imperio de Trebisonda.
La mayor parte de los líderes Ak Koyunlu, incluyendo el más destacado de la dinastía, Uzun Hasan,​ se casaron con princesas bizantinas del Imperio de Trebisonda.
Los turcomanos Ak Koyunlu adquirieron tierras por vez primera en 1402, cuando el emir Tamerlán les entregó todo Diyarbakır, en lo que hoy es Turquía, al bey Kara Yülük Osman (hijo de Qutlugh bin Tur Ali), por el apoyo que le brindó al invadir Anatolia y durante la batalla de Ankara, en la cual Tamerlán aniquiló a las fuerzas del sultán otomano Bayezid I. Durante largo tiempo, los Ak Koyunlu fueron incapaces de expandir su territorio, pues los rivales Kara Koyunlu les mantenían a raya. Sin embargo, esto cambió con el gobierno de Uzún Hasán que derrotó y mató al líder de los turcomanos Kara Koyunlu, Yahán Shah en la decisiva batalla de Çapakçur, en 1467. Su capital pasó a ser la ciudad de Tabriz después de 1471-1472.
Después de la derrota en la batalla de Karabaj del líder timúrida, Abu-Saïd, Uzún Hasán fue capaz de tomar Bagdad, junto con territorios alrededor del golfo Pérsico. Se expandió hacia Irán llegando hasta Jorasán. Sin embargo, alrededor de esta época, el Imperio otomano buscaba expandirse hacia el Este, una seria amenaza que forzó a los Ak Koyunlu a una alianza con los karamánidas de Anatolia central. Esta alianza sería ampliada con la adhesión de los enemigos cristianos de los otomanos en el oeste: la República de Venecia y la Orden de los Caballeros de Rodas. Finalmente Uzún Hasán perdió ante el poderoso sultán otomano Mehmed II en la batalla de Otlukbeli (1473) debilitando su reino, que finalmente fue absorbido por el Irán Safaví.


Edad Moderna (1501-1796)


El Imperio safávida.


El Imperio safávida o dinastía safawí (1501-1722) (persa: دودمان صفوی) es considerado como el más grande Imperio iraní desde la conquista musulmana de Persia. Los safávidas son originarios de Ardebil, una ciudad del Azerbaiyán iraní, al norte de Irán. 



Eran predominantemente una dinastía de habla túrquica, cuyo idioma clásico era el persa.​ Los safávidas crearon un Estado iraní unificado e independiente por primera vez desde la conquista musulmana de Persia, reafirmaron la identidad política iraní y establecieron el islam chiita como la religión oficial de Irán mediante una teocracia en la que los imanes chiitas, a diferencia de los califas suníes, encarnan a la vez los poderes espiritual y terrenal.
El Imperio safávida chiita y el Imperio otomano sunita estuvieron enfrentados constantemente por guerras de religión.
Los safávidas gobernaron Irán entre 1502 y 1722, año en que invadieron sus dominios las fuerzas pastunes de Mir Mahmud Hotaki. Posteriormente, en 1736, se apoderó del territorio la dinastía afsárida, aunque algunos señores safávidas perduraron hasta 1760.

 

Dinastía afsárida.


Imperio Afshárida de Irán en 1741. En verde claro, estados vasallos o bajo la soberanía iraní.

La dinastía afsárida (en persa: سلسله افشاریان‎) fue una dinastía iraní de Jorasán, de la tribu de los turcomano afshar, que gobernó Persia en el siglo xviii, época en la que el imperio alcanzó su grado más grande desde el Imperio sasánida, que había caído en el Siglo VII.


Edad Contemporánea

  

La dinastía Kayar.


La dinastía Kayar (también escrito qajar, qayar, qadjar o qājār; en persa: سلسله قاجاریه o دودمان قاجار‎) es una familia real de Irán, de origen Oghuz, que gobernó el Imperio persa desde 1785 hasta 1925. La familia Kayar tomó el control total de Irán en 1794, al deponer a Lutf Ali Kan Zand, el último sah de la dinastía Zand. Reafirmaron la soberanía persa sobre los anteriores territorios iraníes de Georgia y el Cáucaso. En 1796, Aga Muhammad Kan fue coronado formalmente como sah de Persia.​ Fue sucedida por la dinastía Pahlaví en 1925.




Kayar (también escrito qajar, qayar, qadjar o qājār; en persa: سلسله قاجاریه o دودمان قاجار‎) es el término comúnmente usado para describir Irán (por entonces conocido como Persia) bajo el gobierno de la familia real Kayar,​ que gobernó en Irán desde 1794 hasta 1925.


1 comentario:

  1. Medio oriente es zona de mundo gobernados por grandes civilizaciones y imperios de los mas diferentes orígenes etnicos.

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