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martes, 2 de octubre de 2012

117.-Dafnis y Cloe; Literatura griega clásica.-a

Dafnis y Cloe.


  


en griego Δάφνις καὶ Χλόη) es la única obra conocida del novelista griego del siglo II Longo.

Estilo

El estilo de Longo es retórico, con pastores y pastoras totalmente convencionales. Pero a su sencilla historia sabe darle interés humano. Se parece a la novela moderna más que su principal rival entre los romances eróticos griegos, esto es, las Etiópicas de Heliodoro, que simplemente destaca por la ingeniosa sucesión de incidentes. Longo imitó el ambiente pastoril de Teócrito.

  


Paisaje con Dafnis y Cloe, de François-Louis Français.


Sinopsis

Dafnis y Cloe, dos niños (varón y hembra, respectivamente) encontrados por pastores, se crían juntos y nace entre ellos un mutuo amor que ninguno sospecha. El desarrollo de esta simple pasión representa el principal interés, y hay pocos incidentes. Cloe es secuestrada por un pirata, y finalmente recupera a su familia. Los rivales perturban la paz de Dafnis, pero ambos amantes son reconocidos por sus padres, y regresan a una feliz vida de casados al campo.

Volviendo a la novela de Lungus, vemos como esta se compone de una interesante mezcla dionisíaca, de lo mundano y lo divino, de lo natural y de lo artificial. Y es que a pesar que resulta poco creíble que unos jovenzuelos criados en el campo  no conozcan a la perfección la mecánica de la reproducción, la historia es patéticamente humana y nos deleita con los curiosos intentos de Dafne de consumar la pasión. En una ocasión, queriendo imitar a los animales, monta a Cloe y se mueve espasmódicamente, consiguiendo al no atinar donde encajarse una calentura aún mayor. El beso y la contemplación de sus cuerpos desnudos es a lo máximo que llegan, hasta que una mujer interesada en Dafnis, con el pretexto de enseñarle el arte del amor, se aprovecha de él y le muestra el camino. 

El final del relato es, como no podría ser de otra forma, un yacieron felices y comieron perdices. Pero después de toda la novela, después de tanto quiero y no puedo, después de mil y un impedimentos en el camino del deseo, el esperado clímax dura apenas una frase.


Longo de Lesbos (s. II).

Escritor griego del siglo II d.C., autor de la novela pastoril Dafnis y Cloe (también llamada Pastorales lesbias), sin duda la más lograda de las novelas griegas que conocemos y la que ha gozado de mayor estima en Europa desde el Barroco a nuestros días. Como ocurre con todos los novelistas griegos, casi nada sabemos de este Longo, ni siquiera es seguro que fuera de Lesbos, pues si bien hubo en el siglo II en la isla una familia con ese cognomen romano, sus descripciones geográficas tienen mucho de literario y algunas inexactitudes notables. En cuanto a la datación, tanto por lo retórico de su estilo como por ciertos paralelismos con la pintura mural romana de entre 130 y 160 d.C., los estudiosos son unánimes en colocar la obra a mediados o finales del siglo II, a principios del III como muy tarde.

- La trama. Proemio: En un bosque de las Ninfas, en Lesbos, el autor contempla un hermoso cuadro, cuya temática va a exponer por escrito para glorificar las obras del Amor.

Libro I: Estamos en la campiña cercana a Mitilene. El cabrero Lamón encuentra a un niño abandonado, al que amamanta una de sus cabras; lo recoge y le pone de nombre Dafnis. Dos años después Driante, otro pastor de la comarca, encuentra en una gruta de las Ninfas a una niña a la que está criando una de sus ovejas; la recoge y le pone de nombre Cloe (ambos niños han sido abandonados junto con ciertos objetos a modo de prendas de reconocimiento).
Dafnis y Cloe son ya dos adolescentes de quince y doce años respectivamente. Los padres de ambos tienen un mismo sueño, en el que las Ninfas entregan a sus hijos adoptivos a un dios-niño con alas y arco -cuyo nombre ignoran-, para que vayan a pastorear los rebaños bajo su tutela. 

Obedecen pues la señal y envian a los muchachos con sus cabras y ovejas. Es la primavera; inocentes juegos de Dafnis y Cloe, que todo lo hacen en común. Dafnis cae en una trampa para lobos y sale con la ayuda de Cloe; aquél se baña desnudo en presencia de la joven, que queda prendada de su hermosura y comienza a experimentar las congojas de amor, aun sin saber todavía qué es lo que le pasa. 

El vaquero Dorcón, enamorado de Cloe, contiende con Dafnis por un beso de la joven, que finalmente recibe el segundo; sus efectos no se hacen esperar. Dorcón intenta en vano conseguir a Cloe por esposa, y después tiende a la muchacha una trampa disfrazado con una piel de lobo, saliendo bastante malparado del episodio. Llega el verano; pequeña escena con una cigarra que asusta a Cloe dormida; relato de Dafnis para explicar el origen del canto de una paloma torcaz.
Unos piratas fenicios desembarcan en la zona y raptan a Dafnis. Dorcón, moribundo, explica a Cloe cómo podrá salvarle: la joven toca cierta melodía con su siringa y, al oírla las vacas a bordo del navío pirata, se lanzan al mar provocando el hundimiento del barco y la muerte de los malhechores, mientras Dafnis y las vacas llegan a nado a la playa. Entierro de Dorcón; Dafnis ve por primera vez desnuda a Cloe.

Libro II: Llega el otoño y con él la vendimia en los campos. Encuentro con el viejo Filetas, que les habla de su encuentro con Eros y les adoctrina sobre el poder de este dios; les dice también que no hay más medicina para el amor que los besos y el acostarse desnudos, pero ellos vacilan en llegar a esto último.
Unos jóvenes de la vecina Metimna llegan con su barco a la comarca. Una cabra devora la cuerda que sirve de amarra y el barco es arrastrado mar adentro; los jóvenes, indignados, apalean a Dafnis, pero llegan otros campesinos de la zona y en el subsiguiente juicio Filetas declara inocente al muchacho. Los de Metimna, insatisfechos con la sentencia y golpeados por los lugareños, vuelven a su ciudad; dicen haber sido atacados por los de Mitilene, en vista de lo cual se envía a una pequeña flota para saquear la comarca y raptar a Cloe. Dafnis es presa de la deseperación, pero las Ninfas le confortan y prometen una pronta liberación de su amiga. El dios Pan aterroriza con sus prodigios a los marineros, que terminan por liberar a Cloe; reencuentro de los jóvenes, que se entregan a diversiones varias con Lamón, Driante y Filetas. Dafnis y Cloe se hacen ingenuos juramentos de amor.

Libro III: Los de Mitilene se dirigen contra Metimna en son de guerra, pero finalmente se descubre la mentira de los jovenzuelos y se firman las paces. Llega el duro invierno y las nevadas impiden el encuentro de los muchachos, aunque Dafnis encuentra excusas para ira a visitar a Cloe a su casa. Con la vuelta de la primavera se reanudan los juegos y escarceos, pero Dafnis es demasiado inexperto. Aparece entonces Licenion, casada con un viejo y prendada de Dafnis, al que atrae con una treta a la espesura y allí le instruye en las técnicas del amor; también le habla de la salida de sangre al perder la virginidad las muchachas, razón por la que el ingenuo Dafnis no se atreve a practicar lo aprendido con Cloe. El mito de la ninfa Eco.
Llega el verano y con él los jóvenes que piden a Driante la mano de Cloe. Dafnis, cuya pobreza juega en su contra para obtener a la muchacha, se desespera, pero las Ninfas acuden en su ayuda y le indican en un sueño dónde puede encontrar un tesoro de tres mil dracmas, arrojado a la orilla por la marea. Con tal dote Driante consiente en entregarle a su hija, pero Lamón decide aplazar la boda hasta que llegue de la ciudad Dionisófanes, su amo, que será quien tenga que decidir el asunto.

Libro IV: Ante la inminente llegada de Dionisófanes a su heredad se extreman los cuidados del magnífico parque, que se nos describe pormenorizadamente. Un pretendiente de Cloe, Lampis, despechado, entra de noche en el parque y causa grandes destrozos. Llega entonces Astilo, el hijo del amo, acompañado del parásito Gnatón; se le explica lo sucedido y él se compromete a hacerse responsable de los destrozos. El lúbrico Gnatón queda prendado de Dafnis y comienza a acosarle sin éxito.
Llega Dionisófanes con su mujer Clearista y su séquito. Quedan encantados de las habilidades musicales de Dafnis y, por indicación de Astilo y Gnatón, deciden llevárselo a Mitilene, donde el parásito podrá gozar del muchacho. Entonces Lamón cuenta a sus amos cómo encontró a Dafnis; al mostrarles las prendas halladas junto al niño Dionisófanes y su mujer reconocen a su propio hijo, al que abandonaron por tener ya familia numerosa. Se celebra una fiesta mientras Cloe, que se siente abandonada, es raptada por Lampis; la intervención de Gnatón consigue liberarla, y entonces Driante revela que la joven tampoco es hija suya. Los padres de Dafnis se llevan a ambos a Mitilene, donde causan sensación. En un banquete con lo más selecto de la aristocracia de la ciudad el viejo Megacles reconoce las prendas abandonadas junto a Cloe, que encuentra así a sus verdaderos padres. La boda se celebra en la campiña, donde Dafnis y Cloe pasarán felices el resto de sus días.

- Sobre la obra. Dafnis y Cloe ocupa un lugar peculiar entre las novelas griegas que se han conservado. En primer lugar se trata de la única novela de tipo pastoril de que tenemos noticia. Por otra parte, si la novela griega puede definirse como "novela de amor y de aventuras viajeras", en este caso el amor es propiamente el tema y el núcleo de la obra, mientras que los viajes y peripecias quedan reducidos a su mínima expresión (toda la acción se desarrolla en la isla de Lesbos). Se ha dicho por ello que, si las demás novelas griegas se contruyen sobre el esquema de un viaje por distintos países, la obra de Longo es más bien un viaje en el tiempo, pues es el paso cadencioso de las estaciones el que llevará por fin a los muchachos a la madurez sexual y a la boda, el inevitable final feliz del género.
La novela está estructurada en dos partes, el descubrimiento de sus sentimientos por los jóvenes (hasta III, 14) y la superación de los obstáculos que se oponen a la boda (desde III, 25), mientras que el centro de la obra lo constituiría el episodio de Licenion. La trama es bastante sencilla ya que los peligros y raptos que sufren los protagonistas se resuelven con facilidad y rapidez; pero la formación retórica del autor, claramente en la línea de la Segunda Sofística, se deja ver en las numerosas descripciones y excursos que adornan esta trama: el parque de Dionisófanes, el efecto del eco en el valle, las leyendas de Eco, Siringa, etc. Este retoricismo preciosista -se ha hablado de su estilo "rococó"- no impide que el autor demuestre un innegable talento para componer pequeñas escenas llenas de connotaciones pictóricas y musicales, por ejemplo la de la cigarra que se posa en el pecho de Cloe dormida (I, 26).
Son muchas las influencias literarias detectables en Dafnis y Cloe, desde la poesía bucólica de Teócrito y Virgilio hasta la elegía helenística, Safo y Tucídides (para la guerra entre Metimna y Mitilene), pasando por la Comedia Nueva que sin duda evocan personajes como Gnatón o Licenion. Con todos estos ingredientes y con las propias convenciones del género novelístico, manejadas de forma peculiar, Longo ha sabido crear una obra profundamente original; la descripción del despertar sentimental y sexual de Dafnis y Cloe en medio de una naturaleza casi paradisíaca constituye probablemente el mayor logro de la novela griega.
Mucho se ha discutido sobre la religiosidad de Longo, en cuya obra las Ninfas, Pan y Eros han sustituido por completo a la estereotipada Fortuna de otras novelas; sin negar el espíritu sinceramente religioso que la anima, parece aconsejable no exagerar las intenciones "mistéricas" de una obra que pretende ante todo ser artística, literaria. 

La acción se desarrolla en un marco más o menos intemporal, a pesar de algunos detalles que remiten vagamente a la época de las ciudades libres (antes de la dominación romana). También la sociedad está pintada de una forma bastante convencional: los personajes de baja extracción son moralmente inferiores (Gnatón, Lampis, los propios Lamón y Driante y sus respectivas mujeres), mientras que el potentado Dionisófanes y su hijo Astilo se muestran justos y magnánimos.



Aunque no tan apreciada como las novelas de Aquiles Tacio y Heliodoro, Dafnis y Cloe tuvo cierto éxito ya entre los autores bizantinos, y a lo largo de lo siglos XVI y XVII fue traducida a diversas lenguas europeas (la más célebre traducción de esta época es la francesa de Jacques Amyot, de 1559), coicidiendo con el apogeo de la novela pastoril. La primera edición del texto griego se publicó en Florencia en 1598. En el siglo XVIII la obra fue también muy apreciada, como testimonian la admiración de Goethe o la influencia evidente de la novela en el Pablo y Virginia de B. de Saint-Pierre.
En España la situación fue bastante diferente, ya que no hay huellas claras de influencia de Dafnis y Cloe en la novela pastoril del Siglo de Oro y además la primera traducción castellana del texto no apareció hasta 1880, de la pluma de Juan Valera (quien incurre en pintorescas justificaciones y componendas para mitigar la sensualidad de la obra). En nuestro siglo es sin duda la novela griega más apreciada y traducida en toda Europa, y ha inspirado a numerosos pintores y músicos, como Ravel.

A diferencia de otras novelas griegas, que fueron traducidas al castellano en el siglo xvi, ésta lo fue en 1887 por Juan Valera. C. García Gual, en su introducción a la edición de Alianza Editorial, la valora como una «versión bastante cuidada, en excelente prosa castellana, aunque con algún ligero retoque, pues Valera cambia el sexo de algún personaje menor para evitar alusiones a la homosexualidad masculina». 
Apunta que «tal vez el hecho de los abundantes desnudos y el ambiente erótico sensual, (…) y el paganismo del texto de Longo lo alejó de la literatura castellana del Renacimiento».


  

Dafnis y Cloe: el despertar del erotismo.

Un cabrero de nombre Lamón encuentra un bebé en un encinar poblado de zarzales con hiedras errantes que se elevan sobre el césped, blando y espeso. Un lugar paradisíaco en el que el pequeño Dafnis, como fue bautizado por Mírtale, la esposa del pastor, era amamantado por una cabra. Dos años más tarde, en el interior de una gruta consagrada a las ninfas en un paraje próximo, otro pastor, de nombre Drías, encontró a una recién nacida, a la que su esposa, Nape, bautizó como Cloe. Dos hallazgos fortuitos, en un lugar indeterminado de la isla de Lesbos. Dos vidas que brotan de una manera paralela, a las que el ambiente bucólico que les rodea les brinda la oportunidad de conocerse e iniciar una amistad que acabará por convertirse en amor, un sentimiento que es el núcleo central de una de las primeras novelas que conservamos: 
«Dafnis y Cloe», escrita por Longo.

Poco sabemos de la vida de su autor, al igual que de la de otros novelistas, como Aquiles Tacio, que escribió «Leucipa y Clitofonte», o Heliodoro, que nos legó las «Etiópicas». Podemos aventurar que su patria fue la isla de Lesbos, donde transcurre la novela, un lugar en el que el canto al amor tuvo el magnífico precedente de la poetisa Safo. Durante algún tiempo se situó su obra al final de la Antigüedad, entre los siglos III y IV, pero las últimas investigaciones, que han replanteado la cronología de la obra de Aquiles Tacio, presunto imitador de Longo, lo sitúan antes, entre los siglos I y II de nuestra era.

El mérito de Longo reside en que elimina de su relato los largos viajes y las aventuras que acontecen a los personajes. No hay épica, ni grandes héroes. La trama es muy estática, lo que permite explorar en profundidad aspectos más humanos.

Debemos adscribir a estos autores al grupo de seguidores de la Segunda Sofística, en el punto de mayor madurez del género erótico. El mérito de Longo reside en que elimina de su relato los largos viajes y las aventuras que acontecen a los personajes. No hay épica, ni grandes héroes. La trama es muy estática, lo que permite explorar en profundidad aspectos más humanos: la relación con la naturaleza, la religiosidad, la música y, sobre todo, el surgimiento del amor. La novela gira entorno al erotismo y su desarrollo es el despertar de una pasión inocente entre los jóvenes que se convierte en toda una conquista de la experiencia sexual, teórica y práctica.

Dafnis y Cloe» fue considerada durante mucho tiempo una obra lasciva e indecente, pero cabría atribuir estos juicios a la estrechez de miras de una sociedad trasnochada, castrada por el dogma moral impuesto por la religión.

Longo convierte el mal en un accidente pasajero, en una anécdota que es absorbida por los acontecimientos sin impactos significativos sobre la trama. Así nos encontramos con el episodio de la loba, el del boyero Dorcón o el ataque de los piratas tirios. Nada consigue romper ese equilibrio entre la evolución de la trama amorosa y el devenir de las estaciones, que van sucediéndose como marco natural en el que se desarrollan los acontecimientos. El autor elimina a la desgastada Fortuna e introduce otras divinidades: Pan, las Ninfas y Eros. Algunos autores han señalado que una de las claves de esta novela es la teología de este último dios, de manera que el despertar de los jóvenes al amor sería un modo simbólico de referirse a la iniciación religiosa. Sin embargo, es un extremo prácticamente imposible de demostrar.

«Dafnis y Cloe» fue considerada durante mucho tiempo una obra lasciva e indecente, pero cabría atribuir estos juicios a la estrechez de miras de una sociedad trasnochada, castrada por el dogma moral impuesto por la religión. Estas valoraciones han tenido siempre un impacto negativo sobre la recepción de la novela en tiempos modernos, por ello es tan importante una nueva edición que haga justicia al texto original de una de las obras pioneras en la narración del sentimiento humano más puro, el del despertar sexual, el del erotismo natural. Una edición sin censura, fiel al original, que se ha encargado de elaborar uno de los helenistas más prestigiosos del momento, Pedro Olalla, para la editorial De Conatus, que inaugura así la colección «Memoria de la Humanidad», que trata de repasar nuestra historia común, nuestra evolución como sociedad, a partir de las novelas que han jalonado nuestro pasado.

Autor
Mario Agudo Villanueva

  

Libros
Occidente es un invento de libro

Las buenas ediciones de clásicos griegos y latinos se multiplican justo cuando desaparecen de los planes escolares. Abrieron los caminos de la ética y la estética occidentales y muchos de sus mitos siguen siendo los nuestros

Carlos García Gual
12 oct 2016 

Al publicar Dafnis y Cloe, en 1880, Juan Valera se disculpaba en el prólogo por su audacia al traducir esa novela erótica, tan sensual y pagana. Y confesaba, para escándalo de sus frívolos amigos de la buena sociedad madrileña, que él leía a Homero. ¡Y decía que le gustaba! La Ilíada apareció en versión castellana a finales del siglo XVIII. La segunda versión, la de Hermosilla, es de 1820. (En Francia se tradujo a Longo, autor de Dafnis, a mediados del XVI y Goethe adoraba esa novela, aquí ignorada. De la Ilíada y la Odisea hubo en toda Europa numerosas versiones desde fines del XVI). Tuvo más suerte la Odisea, pues Gonzalo Pérez fue el primero en traducirla en verso a una lengua moderna.
 Pero desde mediados del siglo XVII a fines del XVIII casi nadie en la católica España tradujo a los griegos. Los latinos fueron mucho más conocidos, porque los clérigos y algunos doctos podían leerlos en una u otra lengua. Las versiones de época romántica recobraron, al fin, a algunos clásicos. Así, el ilustrado Ranz Romanillos tradujo hacia 1830 todas las Vidas paralelas de Plutarco. Pero aún entonces nuestro mezquino humanismo estaba muy lejos del moderno fervor europeo hacia el mundo clásico.
Con este breve apunte no quiero recordar esa oscura historia, sino destacar cómo en el último medio siglo hemos tenido un asombroso progreso en la recuperación de ese legado clásico. Con admirable empeño, en España se han traducido y editado, al fin, todos los grandes textos griegos. Y no para manejo de eruditos y académicos, sino para todos, en formatos asequibles y con amplias tiradas.

No puedo cuantificar en qué medida se leen ahora los textos traducidos, pero sí afirmo que ahora es muy fácil acceder a ellos, como nunca antes. 
Ahora tenemos muchas y buenas versiones —a menudo en libros de bolsillo— de la Ilíada y la Odisea, los Diálogos de Platón, Aristóteles, Heródoto, Jenofonte, Tucídides, Aristófanes, los líricos y los trágicos, y de las casi 50 Vidas plutarqueas. E incluso versiones completas y bien prologadas de los autores más especializados, como Euclides, Hipócrates, Estrabón, Polibio y Ateneo (marca un hito la Biblioteca Clásica Gredos, con más de 400 tomos, pero es larga también la serie en Alianza, Cátedra y Akal). Así que, para los grandes clásicos, el lector puede elegir entre traducciones diversas: sean de Homero, los poetas líricos, los historiadores, los filósofos o los trágicos. En el caso de la Odisea hay seis muy fieles: las de F. Baráibar, J. M. Pabón, F. Gutiérrez, L. Segalá, J. L. Calvo y C. García Gual (yo mismo). Tres en verso y tres en prosa, con ritmos bastante distintos. Cada traducción ofrece finos matices. Por ejemplo: el primer verso de la Odisea define al protagonista con el epíteto polytropos (el nombre de Odiseo aparece mucho después). En ellas lo encontramos traducido por seis distintos: “ingenioso”, “hábil”, “astuto”, “de multiforme ingenio”, “de muchos senderos”, y “de múltiples tretas”.

Cuando Juan Varela tradujo Dafnis y Cloe se disculpó por ocuparse de una novela erótica tan sensual y pagana

Escribía Borges en Las versiones homéricas (comentando varias inglesas, ninguna española): 
“Gracias a mi desconocimiento del griego, la Odisea es para mí una biblioteca internacional”.
 Destacaba cómo las versiones espejean con reflejos diversos el texto y éste se renueva con fulgores nuevos. Una buena traducción sabe actualizar el mensaje, y cada época debería renovar vivazmente sus clásicos.

La frase que define a estos como “libros o autores que todo el mundo afirma haber leído, pero que nadie lee” está ya trasnochada; pues presumir de lecturas literarias no da ya ningún prestigio social. La enseñanza de la literatura universal no figura ni en los planes escolares. Resulta irónico que perdure el prejuicio de que leer a los antiguos es entretenimiento anticuado y nada rentable. Y, sin embargo, a juzgar por las numerosas ediciones, y tantas en bolsillo, en España se leen y releen bastante. De modo que la cuestión es: ¿por qué leer y releer, a estas alturas, textos tan antiguos?

Conozco estupendas y claras apologías de esas lecturas: de Borges, Italo Calvino, George Steiner y otros; pero no voy a resumirlas. Sólo insistiré en que hay que releer a los clásicos (griegos, latinos y posteriores) ante todo por placer —intenso, intelectual y sentimental— y también porque son el mejor antídoto contra esa visión “unidimensional” que, según Marcuse, caracteriza y embrutece la mentalidad contemporánea. La agudeza crítica y la punzante frescura de los griegos, que abrieron los caminos del sentir y el pensar, la ética y la estética occidentales, perviven en sus escritos, poéticos, filosóficos, críticos, con sorprendente viveza. Los griegos apreciaban la sencillez y la claridad, y al pensar y descubrir el mundo se expresaron en palabras y conceptos de larga sombra, y mitos que nos son familiares porque los heredamos de ellos. Es fácil entender a los griegos, de cualquier época. Hay escritores difíciles, como Píndaro y Tucídides; pero los relatos de Homero y Heródoto y las figuras de sus dramas compiten en claridad con los de cualquier narrador moderno. Entre la Odisea homérica y el Ulises de Joyce hay un sendero enrevesado. Si bien evocan un contexto histórico lejano, sus acentos y sus temas conmueven e impactan porque aún los sentimos nuestros, es decir, por su fresco y hondo humanismo. Todo clásico, ya se ha dicho, invita a relecturas sin fin; siempre descubrimos algo nuevo. Leerlos es caminar con ellos entre mito y logos.
La definición de clásico como el libro que todos dicen haber leído pero nadie lee está trasnochada. Leer ya no da prestigio.

Por lo ya dicho, sería arbitrario recomendar sólo dos o tres entre tantos temas, autores y épocas. A su propio riesgo cada lector debe escoger sus amistades en la larga galería de los escritores griegos. En apoyo de mis líneas, mencionaré tres libros seductores: De la Ilíada (Minúscula), de Rachel Bespaloff; Eros. Poética del deseo (Dioptrías), de Anne Carson, y El eterno viaje (Ariel), de Adam Nicolson, cuyo subtítulo es todo un programa: Cómo vivir con Homero.

  

Dafnis y Cloe, de Longo.
18 agosto, 2022

Delicioso relato griego del siglo II de nuestra era. Uno de los escasos ejemplos de novela antigua; el mejor, según varios expertos.
Estando cazando en la isla de Lesbos, en un bosque consagrado a las Ninfas, me fue dado contemplar el más hermoso espectáculo que jamás antes viera: una imagen pintada, una historia de amor…
En la bucólica isla griega de Lesbos, dos bebés son abandonados cerca del santuario de las Ninfas. En forma milagrosa, son rescatados respectivamente por una cabra y una oveja, que los amamantan. Dos matrimonios de pastores, conmovidos por este hecho, adoptan al niño (que llamarán Dafnis) y a la niña (que recibirá el nombre de Cloe). Ambos crecerán en la modesta pero armónica vida del campo y se convertirán en pastores en las colinas de Mitilene. Con los años, su fraternal camaradería infantil dará paso a una poderosa atracción que les generará una inesperada y desconocida ansiedad.
Era el comienzo de la primavera y despuntaban las flores en los prados, bosques y montes. Zumbaban ya las abejas, gorjeaban los pájaros y balaban los recentales, retozaban los cabritos en la montaña, en las umbrías cantaban las aves y las mariposas, flores aladas, libaban la miel de las flores sin alas. Todo en la naturaleza se alegraba en la estación bendita, y Dafnis y Cloe, tiernos y felices, imitaron lo que oían y veían…
Dafnis y Cloe es la primera novela pastoril de la que se tiene noticia. Delicada y hermosa historia en la que sus candorosos personajes experimentan el despertar amoroso con una inocente sensualidad. Llama la atención que algunos estudiosos hayan catalogado esta obra entre las “novelas eróticas griegas”, lo cual resulta a todas luces excesivo pues el drama de estos amantes se centra en no entender sus propios sentimientos, en ignorar las cosas del amor.
Cloe, que miraba a Dafnis lavarse el cabello y todo el cuerpo, lo encontró bello, y como hasta entonces no había reparado en su belleza, la atribuyó al baño reciente. Al lavarle encontró la piel tan fina que a hurtadillas se tocó muchas veces la suya, para saber cuál de los dos la tenía más suave. Como ya se hacía tarde, llevaron las ovejas al aprisco y Cloe quedó con ganas de ver de nuevo bañarse a Dafnis…
El escritor decimonónico Juan Valera afirmó:  “Hay en Dafnis y Cloe mérito bastante para colocarla entre las novelas excepcionales, de belleza absoluta. Otra razón para que la novela guste es el primor de su estilo y la gracia de su argumento. Por su permanente belleza, vive y gusta en todo tiempo”.

No podía decir ella misma lo que sentía porque, inocente y pura, criada en el campo, ni de oídas conocía el Amor. Experimentaba inquietud en el alma, y a menudo los ojos se le arrasaban en lágrimas…
La educación sentimental.
Sentían alegría al verse, pesar al separarse, estaban inquietos, querían algo y no sabían qué. Lo que sabían bien era que a él le provino el mal de un beso y a ella de un baño…
En la novela se sugiere una relación entre las etapas de la vida y el amor: en la juventud, vivir la pasión del enamoramiento; en la madurez, compartir la experiencia y el conocimiento con los jóvenes; en la vejez, crear condiciones propicias para el goce de los enamorados. Quien así lo hace es querido por el dios Amor.
Lo anterior se infiere del bello pasaje en el que Filetas se aproxima a conversar con Dafnis y Cloe, y les dice:
Poseo un huerto que cultivo por mí mismo desde que dejé de conducir ganado, a causa de la vejez. Hay en ese huerto cuanto bueno y bello producen las diferentes estaciones. En la primavera rosas, azucenas, violetas sencillas y dobles; en verano amapolas, claveles, peras y toda clase de manzanas; ahora uvas, granadas, higo y mirto verde. Acuden a él toda suerte de pájaros, muchos de ellos para cantar, otros para picar, porque hay sombra, tres manantiales y comida en abundancia. Crecen en él tantos y tan frondosos árboles, que si le viésemos sin la tapia creeríamos que es un bosque…
Les comenta haber descubierto que ahí también se regocija el dios Amor y que éste le reveló que sus protegidos son Dafnis y Cloe. “Estáis consagrados a Amor y Amor cuida de vosotros”, les manifiesta. Esto alegra a la inocente pareja, que pregunta qué poder tiene Amor, si es un pájaro o un niño.
Amor es un dios, dice Filetas. Es joven y hermoso, y tiene alas. Porque le gusta la juventud, busca la belleza y encanta las almas. Reina sobre los astros y los elementos, gobierna al mundo y conduce a los demás dioses como vosotros con el cayado guiais vuestros rebaños. Las flores son hijas de Amor así como las plantas y los árboles. Gracias a él corren los ríos, manan las fuentes y los vientos soplan… [Por eso,] no hay remedio, ni filtro, ni hechizo, ni canto, ni palabras que curen el mal de amor, como no sean los besos y abrazos y acostarse juntos y desnudos…
El consejo es directo pero ineficaz, pues provoca nuevas dudas. Los ingenuos amantes suponen incluso que la desnudez les haría sufrir por el frío.
En La llama doble: amor y erotismo, el poeta Octavio Paz alude diversos poemas y novelas que ofrecen visiones sombrías del amor (celos, traiciones, abandono, muerte) o que abordan un erotismo negro; a estos grupos contrapone la pasión solar de las obras que celebran el triunfo del amor. “Un ejemplo es Dafnis y Cloe, la pequeña obra maestra de Longo”, escribe (Obras completas, FCE, 2013).

Una novela singular

El romance entre Dafnis y Cloe no sólo enfrenta la inexperiencia y la ignorancia de estos enamorados, sino también diversos obstáculos que van desde lo más coloquial (la vendimia de otoño, las nevadas de invierno) a las amenazas mayores como la aparición de rivales en el amor, ataques bélicos, intrigas, saqueo de delincuentes, así como intentos declarados por separar a la joven pareja.
Lycenia, a fuerza de ver pasar todos los días a Dafnis cuando salía por la mañana al llevar el rebaño al monte y por la tarde cuando iba a encerrarlo en la majada, se enamoriscó del mozo y entró en ganas de tomarlo por amante…
Un boyero de las cercanías llamado Lampis, de carácter maligno y atrevido, deseaba casarse con Cloe y había hecho regalos a Drías para lograrlo…
Dafnis y Cloe es una de las pocas novelas griegas y latinas, refiere el experto en literatura Francisco Montes de Oca, al lado de Nino y Semíramis; Las aventuras de Quereas y Calírroe, de Caritón de Afrodisia; Efesíacas o Historias de Antías y Abrócomes, de Jenofonte de Efeso; Babilónicas, de Jámblico; Leucipa y Clitofón, de Aquiles Tacio; Etiópicas o Historia de Teagnis y Cariclea, de Heliodoro de Emesa; Historia verdadera, de Luciano; el Satiricón de Petronio y El asno de oro de Apuleyo. “El carácter de estas novelas está determinado en amplísima medida por las aventuras de viajes y por el sentimentalismo erótico”, señala Montes de Oca.
A diferencia de esas primeras novelas, todo lo que ocurre a Dafnis y Cloe se da en un solo sitio: el idílico entorno campestre de Mitilene.
“La singularidad de esta obra, en comparación con las demás de su género, reside en haber dejado en segundo término la peripecia y haber dado relieve a las vicisitudes sentimentales de los protagonistas. Por vez primera en la historia de la novela, la intriga se desarrolla sobre un plano psicológico y los acontecimientos exteriores no son utilizados más que para acelerar la evolución de los héroes”, explica Montes de Oca.
Afrodita recibió una manzana por premio de su belleza; bien mereces igual distinción –dijo Dafnis-. Diciendo estas palabras dejó la manzana en su regazo y Cloe, al acercársele Dafnis, le besó tan suavemente que él no se arrepintió de haber subido tan alto, por un beso que, a su juicio, valía más que las manzanas de oro..

El entusiasmo de Goethe

Uno de los grandes admiradores de Dafnis y Cloe fue el escritor alemán Johann Wolfgang von Goethe. La consideraba una obra maestra en la que “el arte y el buen gusto alcanzan su más alto nivel”.
Y añadía: “Esta obra revela el arte más sublime y la más refinada cultura. Todo en ella está pensado de tal forma que no se echa de menos ningún motivo y todos son de la mejor calidad; como, verbigracia, aquel tesoro junto al delfín que se pudre en la marina. Y campea en toda la obra un buen gusto y una delicadeza de sentimientos que la ponen a la altura de lo mejor que hayamos podido leer en nuestra vida”.
Un mediodía, mientras los rebaños yacían a la sombra, durmióse Cloe al son de la flauta de Dafnis y éste, al advertirlo, cesó de tocar y contemplándola embelesado, sin sentir vergüenza alguna, dijo estas palabras: “¡Cómo duermen sus ojos! ¡Cómo alienta su boca! ¡Ni las manzanas ni el romero florido exhalan un perfume tan suave!…
En opinión del escritor alemán, las situaciones y los pormenores en la obra revelan “una inteligencia perspicaz” de Longo. Goethe exhortaba a leer Dafnis y Cloe “todos los años una vez por lo menos, para aprender siempre algo de ella y poder sentir nuevamente esa sensación de pura belleza”.

A veces, estando a solas, Cloe se sumía en estos pensamientos: “Estoy enferma y desconozco mi enfermedad… Cierto que Dafnis es hermoso; pero las flores lo son también; si el canta de un modo agradable, cantan asimismo las avecillas, pero no me acuerdo después de ellas como ahora me acuerdo de él. ¡Ah! ¡Quién fuera flauta para que él soplase en mí! ¡Quién fuera una corderilla para que me apacentase! ¡Oh, Ninfas, que me visteis nacer y vivir entre vosotras! ¿Por qué permitís que muera?…

A finales del siglo XIX, Juan Valera afirmaba: “Más que novela bucólica, se puede calificar de novela campesina, novela idílica o idilio en prosa; y lejos de pasar de moda, da la moda y sirve de modelo para infinidad de novelas que se han escrito en los siglos siguientes”.
Si bien Longo convalida diversos prejuicios de su época que dan soporte a varios pasajes de la trama, para el lector actual no pasarán desapercibidas ideas anacrónicas como sostener que superan en inteligencia: los hombres a las mujeres, los habitantes de la ciudad a los del campo y los amos a los siervos; asimismo, se infiere que la belleza física está asociada al status socio-económico. Sin embargo, resultan plenamente vigentes otros aspectos relacionados con la delincuencia, con la creencia masculina de que se puede mandar en el corazón de las mujeres, con el intento de comprar los afectos del ser deseado, con el menosprecio de los citadinos por los campesinos, con el estrecho vínculo que suele desarrollar la gente del campo con los elementos de la naturaleza. En especial, prevalece hasta hoy la fuerza que el amor sigue imprimiendo a todas las historias.

A través de los tiempos

Del escritor Longo se sabe casi nada, lo cual ha dado pie a infinidad de especulaciones. Se le ha llamado Longo de Lesbos, simplemente porque en esa isla se desarrolla la trama de Dafnis y Cloe. También se le ha llamado Longo El Sofista, porque se presume que su obra surge de esa escuela.
“Generaciones de eruditos sólo han sabido ver en esta obra uno de tantos ejercicios elaborados en el aula de una escuela sofística, en la que a partir de la simulada ingenuidad de unos sentimientos dulzones se combinan con maestría aliteraciones, homoteleusis, homofonías y toda aquella cauda de recursos retóricos”, refiere Montes de Oca.
En contraste, otros no dudaron en calificarla como “la mejor novela que se escribió en la antigüedad clásica”. Así lo afirmó Juan Valera, escritor que realizó la primera traducción al español de Dafnis y Cloe, y a quien se le llegaron a reprochar algunas licencias creativas (“lo licencioso lo hemos suprimido o cambiado”, se excusaba ante la recia censura de su tiempo).
Francisco Montes de Oca considera innegable que Longo, quienquiera que fuese, revelaba un amplio conocimiento de los poetas griegos. Dafnis y Cloe “está plagada de reminiscencias de los poetas líricos, en particular de Teócrito y de Safo. Es un verdadero poema en prosa, exquisitamente pulido, constelado de alusiones”.
Todos los acompañaron a la cámara nupcial, unos tocando flautas y zampoñas, otros llevando antorchas; y cuando estuvieron a la puerta de la sala donde se levantaba el Tálamo, cantaron a Himeneo con voces destempladas y roncas como el ruido que producen los azadones al dar contra los pedruscos…
Dafnis y Cloe despertó el interés de traductores y editores que publicaron traducciones de esta obra en Francia e Italia, en el siglo XVI; en Inglaterra, en el siglo XVII; en España, en el siglo XIX. Al día de hoy, es la novela griega que más traducciones ha tenido. Asimismo, ha sido fuente de inspiración para multitud de novelas, desde el Renacimiento hasta nuestros días.
Y Cloe comprendió entonces que lo que antes hicieron en el bosque y al amparo de los arbustos no había sido más que juegos de pastorcillos…
La popularidad de esta obra trascendió el campo de las letras. Dafnis y Cloe ha sido llevada a la ópera, a la opereta y al ballet, pues resultó una trama especialmente emocional para compositores como Offenbach y Ravel. De igual manera, este romance ha sido plasmado por pintores y escultores.
De hecho, cualquier lector encontrará en este relato la base de múltiples dramas cinematográficos y sobre todo televisivos. Una influencia inimaginable para el propio Longo, que en la presentación de su obra escribió con humildad:
Estos cuatro libros consagro al Amor, a las Ninfas y a Pan, con la esperanza de que la narración sea del agrado de mucha gente, cure acaso al enfermo, consuele al afligido, traiga amables recuerdos amorosos al que amó en otro tiempo e instruya en el amor a quien no ha amado nunca….


Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.

  

La literatura griega.


Aulos player Louvre

La literatura griega no solo ha influido sobre sus vecinos romanos, sino también a un sinnúmero de generaciones por todo el continente europeo. Los escritores griegos son responsables de la introducción de géneros como la poesía, la tragedia, la comedia y la filosofía occidental. Estos autores no nacieron únicamente en Grecia, sino que también provenían de partes de Asia Menor (Jonia), de las islas del mar Egeo, Sicilia y el sur del Italia.

Temas

Los griegos eran personas apasionadas, y este rasgo se puede ver en su literatura. Tenían una rica historia de la guerra y paz que dejó una huella indeleble en su cultura y sus habitantes. Edith Hamilton, autora e historiadora, sostenía que el espíritu de la vida abundaba en la historia griega. En The greek way escribe:
La literatura griega no está hecha en tonos grises o con una paleta de colores tenues. Es toda negra con un blanco brillante o negro con escarlata y oro. Los griegos eran conscientes, terriblemente conscientes, de la incertidumbre de la vida y de la inminencia de la muerte. Enfatizan una y otra vez la brevedad y el fracaso de todo esfuerzo humano, la fugacidad de todo aquello que es hermoso y alegre […] La alegría y la pena, la exultación y la tragedia, van de la mano en la literatura griega, pero ello no implica contradicción alguna. (26)
Para comprender y apreciar completamente la literatura griega debemos separarla, dividir las épicas orales de las tragedias y las comedias, así como las historias de las filosofías. La literatura griega también se puede dividir en distintos periodos: el arcaico, el clásico, y el helenístico. La literatura de la época arcaica se centraba sobre todo en los mitos, que son en parte historia y en parte folclore. Las épicas de Homero, la Ilíada y la Odisea, junto con la Teogonía de Hesíodo, son ejemplos notables de este período. La Grecia literaria comienza con Homero. Como la escritura todavía no había llegado a Grecia, la mayor parte de lo que se creó en este período fue transmitido oralmente y no se puso por escrito hasta años después.
La época clásica (siglos IV y V a.C.) se centra en las tragedias de escritores como Sófocles y su Edipo, el Hipólito de Eurípides y las comedias de Aristófanes. Por último, el periodo final, la época helenística, vio la poesía, la cultura y la prosa griega expandirse por el Mediterráneo e influir a escritores romanos como Horacio, Ovidio y Virgilio. Desafortunadamente, con pocas excepciones, solo quedan fragmentos de la mayor parte de lo que se creó durante los periodos arcaico y clásico.

Período arcaico

Durante el período arcaico, las obras de los poetas se declamaban, como resultado de la tradición oral, en los festivales. Producto de la edad oscura griega, la Ilíada de Homero se centraba en los últimos días de la guerra de Troya, una guerra iniciada por el amor de una hermosa mujer, Helena. Esta épica dotó a los jóvenes griegos una formación de héroes dignos de admirar, como Aquiles, Héctor y Paris. Era un poema que contrastaba a los dioses y los mortales, lo divino y lo humano, la guerra y la paz. Alejandro Magno dormía con una copia del libro debajo de su almohada e incluso creía que era pariente de Aquiles.
La segunda obra de Homero, la Odisea, giraba en torno a la “odisea” de 10 años en la cual Odiseo o Ulises, un héroe de la guerra de Troya, intenta regresar a casa. Mientras que la mayoría de los clasicistas e historiadores aceptan que Homero vivió realmente, hay quienes proponen que sus épicas son el resultado de más de un autor. Fueran o no sus obras, estas tendrían una gran influencia en el escritor romano Virgilio y su Eneida. Después de Homero, la poesía lírica, que es poesía hecha para ser cantada, se labró su propio lugar.
Hubo muchos otros que “escribieron” durante este período, entre ellos Esopo, Hesíodo y Safo de Lesbos. El gran narrador Esopo puede que fuera o no el fabulista más grande de la antigüedad.
 El profesor y clasicista D.L Ashilman escribió en su introducción al libro de Fábulas de Esopo, “puede que Esopo no fuera una figura histórica, sino un nombre que se refiere a un grupo de narradores antiguos”. 
Tradicionalmente se dice que nació esclavo aproximadamente en el 620 a.C. en Asia Menor. Tras conseguir la libertad, viajó a través de Grecia coleccionando historias, incluyendo la del perro y el trozo de carne, el león y el ratón, y la zorra y el mono coronado rey. Estas historias terminaban en su mayoría (no siempre con un final feliz) con una moraleja como que es mejor ser honestos y precavidos. Puestas por escrito años después de su muerte, las fábulas de Esopo fueron de los primeros trabajos impresos en inglés coloquial.
Otro poeta del período arcaico fue Hesíodo, el autor de la Teogonía, un himno para las musas de Apolo. Se lo ha llamado el padre de la poesía didáctica. Al igual que Homero, se sabe poco sobre su vida temprana, excepto que provenía de Beocia en la Grecia central. La Teogonía contaba los orígenes y genealogías de los dioses, el reino de Zeus. Hesíodo escribió:
Comencemos nuestro canto por las Musas Heliconíadas, que habitan la montaña grande y divina de Helicón. Con sus pies delicados danzan en torno a una fuente de violáceos reflejos y al altar del muy poderoso Zeus. (23)
Más tarde en el poema, dice:

¡Salud, hijas de Zeus! Otorgadme el hechizo de vuestro canto. Celebrad la estirpe sagrada de los sempiternos Inmortales, los que nacieron de Gea y del estrellado Urano, los que nacieron de la tenebrosa noche y los que crió el salobre Pronto. (26)

Otros de sus trabajos incluyen Trabajos y Días, El Escudo de Heracles, y Catálogo de Mujeres.
Por último, una de las pocas poetas líricas reconocidas de este período fue Safo de Lesbos, a quien se conoce también como la décima musa. Nació en la isla de Lesbos y sus poemas, himnos a los dioses, influyeron a tales poetas romanos como Horacio, Catulo y Ovidio. La mayor parte de su poesía permanece en fragmentos o se encuentra citada en trabajos de otras personas.

Período clásico

La declamación de la poesía, y de la poesía lírica, se transformó en teatro. El propósito del teatro no era únicamente el de entretener, sino que buscaba además educar a los ciudadanos griegos, buscaba explorar un problema. Las obras se representaban en teatros al aire libre y normalmente eran parte de festivales religiosos. Junto con un coro que explicaba la acción, se encontraban los actores, que normalmente eran tres y usaban máscaras. De los autores de tragedias, solo hay tres de los que se conservan algunas obras completas: Esquilo, Eurípides y Sófocles. Curiosamente, se les considera de los escritores trágicos más importantes del mundo. Hamilton escribió:
Los grandes dramaturgos del mundo son cuatro y tres de ellos son griegos. Es en la tragedia donde podemos ver con mayor claridad la preeminencia de los griegos. Dejando de un lado a Shakespeare, los tres grandes, Esquilo, Eurípides y Sófocles, se mantienen solos. La tragedia es un logro peculiarmente griego. Ellos fueron los primeros en percibirla y la elevaron a las más altas cumbres. (171)
Esquilo (en torno a 525-456 a.C.) fue el primero de los tres. Nació en Eleusis y luchó en la Batalla de Maratón en contra de los invasores persas. Su primera obra se interpretó en 499 a.C. Entre las obras que se conservan se encuentran Los Persas, Los Siete Contra Tebas, Los Suplicantes (una obra que derroto a Sófocles en una competición), Prometeo Encadenado y la Orestíada. Una parte de su trilogía de la Orestíada fue su obra probablemente más famosa, Agamenón, una obra que se centra en el regreso del comandante de la Guerra de Troya a su esposa Clitemnestra, quien acabaría asesinándolo. Después de asesinar a su esposo demostró muy poco remordimiento, al decir:

No es asunto tuyo preocuparte de eso. A mis manos cayó y murió, y yo lo enterraré, pero no acompañado del llanto de los de su casa. (99)

La mayoría de las obras de Esquilo estaban centradas en la mitología griega, representando el sufrimiento del hombre y la justicia de los dioses. Sus trabajos fueron de los primeros en tener un diálogo entre los personajes de la obra.

Sófocles (en torno a 496 - 406 a.C.) fue el segundo de los dramaturgos trágicos. De sus 120 obras presentadas en competiciones, solo 20 fueron ganadoras, ya que la mayoría perdieron frente a Esquilo. Únicamente tres de las siete obras que se conservan están completas. Su obra más famosa, parte de una trilogía, fue Edipo Rey, una obra escrita 16 años después de la primera parte de la trilogía, Antígona, una obra sobre la hija de Edipo. La tercera en la serie fue Edipo en Colono, la cual relata los últimos días del rey ciego. La tragedia de Edipo se centra en la profecía que predecía que un hombre mataría al rey (su padre) y se casaría con la reina (su madre). Sin saberlo, ese hombre era Edipo. Sin embargo, la tragedia de la obra no se trata de que matara a su padre y desposara a su madre, sino de que se enterara de ello; se trata de la exploración de un personaje trágico que ahora está cegado.

El tercer autor de tragedias griegas fue Eurípides, un ateniense (484-407 a.C.). Desgraciadamente, sus obras, en su mayoría basadas en mitos, no tuvieron demasiado éxito en las competiciones; sus críticos creen que estaba resentido respecto de sus fracasos. Fue autor de 90 obras, entre las cuales se encuentran Hipólito, Las troyanas y Orestes. Eurípides es famoso por introducir un segundo acto en sus obras, las cuales se centraban en reyes y gobernantes, al igual que disputas y dilemas. Falleció poco después de su viaje a Macedonia, en donde escribiría una obra sobre la coronación del rey. En su obra Medea habla de una mujer amargada que se vengó de su esposo matando a sus hijos. Con dolor, Medea grita:

¡Gran Artemisa y Temis augusta! ¿Veis lo que sufro, encadenada con grandes juramentos a un esposo maldito? ¡Ojalá que a él y a su esposa pueda yo verlos un día desgarrados en sus palacios, por las injusticias que son los primeros en atreverse a hacerme! (55)

 Otro dramaturgo de esa época era el ateniense Aristófanes (en torno a 450-386 a.C.), autor de comedia griega. Sus obras eran sátiras de personas públicas y sus asuntos, al igual que críticas políticas. Once de las obras de Aristófanes han sobrevivido junto con 32 títulos y fragmentos de otras. Sus obras incluyen: Los caballeros, Lisístrata, Las Tesmoforiantes, Las Ranas, y Las Nubes, una obra que ridiculizaba al filósofo Sócrates como un profesor corrupto de retórica. La mayor parte del tiempo sus actores usaban máscaras grotescas y contaban chistes obscenos. La mayoría de sus obras tenían una lección moral o social, mofándose de la vida social y literaria de Atenas.

Filósofos e historiadores griegos

Entre las personas que contribuyeron a la literatura griega se encontraban los filósofos, entre ellos Platón, Aristóteles, Epicteto y Epicuro. Uno de los filósofos griegos más influyentes fue Platón (427-347 a.C.). Fue estudiante de Sócrates y sus primeras obras fueron un tributo a la vida y muerte de su maestro: la Apología, el Critón y Fedón. También escribió el Banquete, una serie de discursos en una cena. Sin embargo, su obra más famosa es la República, un libro sobre la naturaleza y el valor de la justicia.

Su estudiante, Aristóteles (384-322 a.C.), se oponía a Platón en múltiples temas, sobre todo en el concepto del empirismo, la idea de que una persona podía confiar en sus sentidos para que le brindasen información. Sus trabajos incluyen: Ética Nicomáquea (un tratado sobre ética y moral), la Física y la Poética. Fue el creador del silogismo y profesor de Alejandro Magno.

Un último grupo de contribuyentes a la literatura griega fueron los historiadores: Heródoto, Tucídides y Polibio. Tanto Heródoto (484-425 a.C.) como Tucídides (460-400 a.C.) escribieron en la época de la Guerra del Peloponeso. Aunque se conoce poco de su vida temprana, Heródoto escribió sobre las guerras entre Atenas y Esparta, de la misma manera escribió que sobre las guerras persas. Durante su vida, su hogar, Halicarnaso en el oeste de Asia Menor, estuvo dominado por las fuerzas persas. Aunque a menudo se lo critica por errores factuales, sus obras estaban basadas en obras y documentos anteriores. Sus narrativas demostraban un entendimiento de la experiencia humana y, a diferencia escritores previos, no juzgaba. Viajó mucho, incluso fue a Egipto.

Su contemporáneo, Tucídides, fue autor, de la incompleta Historia de la Guerra del Peloponeso. Parte de la historia fue escrita mientras la guerra acontecía, y examina las causas inmediatas y a largo plazo de la guerra. Su trabajo, no terminado, fue completado por Jenofonte y Cratipo.

Período helenístico.

El periodo helenístico produjo poetas, escritores de prosa e historiadores. Entre ellos estaba Calímaco, su estudiante Teócrito, Apolonio de Rodas, y el respetado historiador Plutarco. Desafortunadamente, como en eras pasadas, mucho de lo que se escribió solo se conserva en fragmentos o citado en las obras de otros.

El poeta Calímaco (310-240 a.C.) era originalmente de Cirene pero emigró a Egipto y pasó la mayor parte de su vida en Alejandría, donde trabajó como bibliotecario bajo Ptolomeo I y III. De sus más de 800 libros, 6 himnos y 60 epigramas, solo se conservan fragmentos. Su trabajo más famoso fue Aitia (causas), que revela su fascinación por el pasado griego y se concentra en muchos de los mitos antiguos, los cultos y los viejos festivales. Su trabajo tuvo una gran influencia en la poesía de Catulo y la Metamorfosis de Ovidio.

Su pupilo Teócrito (315-250 a.C.), originalmente de Siracusa, también trabajó en la biblioteca de Alejandría y produjo un gran número de escritos, de los cuales solo se conservan 30 poemas y 24 epigramas. Se dice que él es creador de la poesía pastoril. Al igual que su maestro, su trabajo influyó en futuros autores romanos como Ovidio.

Apolonio de Rodas (nacido en 295 a.C.) era, como los otros, de Alejandría, donde sirvió como bibliotecario y tutor. Los historiadores no tienen claro del origen del “de Rodas” en su nombre; algunos asumen que vivió un tiempo en Rodas. Sus trabajos más importantes fueron los cuatro libros de Las Argonáuticas, una nueva narración de la historia de los viajes de Jasón para obtener el vellocino de oro. Y, al igual que Calímaco y Teócrito, su trabajo influyó a Catulo y a Virgilio.

Además de la poesía y la prosa, hay que mencionar al dramaturgo más conocido de la época, el ateniense Menandro (342-290 a.C.). Menandro era un estudiante de filosofía y líder de la propuesta de la Comedia nueva, y escribió más de 100 obras, incluidas El Misántropo, La Trasquilada y El Arbitraje. Fue el maestro del suspense. Sus obras fueron posteriormente adaptadas por los autores romanos Plauto y Terencio.

El mundo helenístico también produjo historiadores notables. Polibio (200-118 a.C.) fue un griego que escribió sobre el ascenso de Roma al poder. Denunciado como alguien demasiado amistoso con Roma, propuso la cultura griega en Roma. De sus Historias, solo quedan los primeros 5 libros de los 40 que escribió.

Por último, Plutarco (nacido en torno a 45 a.C.) fue uno de los historiadores griegos más famosos. Originario de Queronea, fue filósofo, maestro y biógrafo. A pesar de haber pasado tiempo en Egipto y Roma, donde enseñó filosofía, pasó la mayor parte de su vida en su ciudad natal. Más tarde, sirvió como sacerdote en el oráculo de Delfos. Su obra más famosa, Vidas Paralelas, ofrecía biografías de hombres de Estado romanos, así como de griegos como Alejandro, Licurgo, Temístocles y Pericles. A diferencia de otros historiadores, escogió no escribir una historia continua sino concentrarse en cada persona individualmente. También escribió sobre ética, religión, política y literatura.

Legado.

Después de la muerte de Alejandro Magno y el crecimiento de la cultura helenística a través del Mediterráneo, la literatura y el arte romanos tenían un toque griego característico. La literatura griega se elevó de la tradición oral de Homero y Hesíodo hasta las obras de Sófocles y Aristófanes, y ahora se encontraba en las mesas de ciudadanos y autores romanos. Esta literatura incluía la filosofía de Platón y Aristóteles y las historias de Heródoto y Tucídides. Siglos de poesía y prosa han sido transmitidas por generaciones, y han influido a los romanos, al igual que a muchos otros en Europa. Refiriéndose al "fuego" de la poesía griega, Edith Hamilton escribió: 

“Uno podrá citar todos los poemas griegos que existen, aunque sean tragedias. Cada uno de ellos demuestra el fuego de la vida ardiendo fuerte. Nunca existió poeta griego que no se calentara las manos en esa llama”. 

Hoy, las bibliotecas públicas y privadas contienen las obras de los antiguos griegos y un sinnúmero de generaciones venideras podrán leer y disfrutar de la belleza de la literatura griega.


Lectura clásicos.

  

“Releer a los clásicos podría ayudarnos a cuestionar nuestras hipocresías más viles”. 

Entrevista a Aurora Luque.

Aurora Luque (Almería, 1962) es una de las más prestigiosas voces para hablar de la Antigüedad clásica y su vigencia en nuestro presente. Traductora de Safo y de Catulo, editora y divulgadora de la lírica grecorromana escrita por mujeres, académica, filóloga y, ante todo, poeta, 
Luque ha hecho del mundo grecolatino su fuente de inspiración, pero también lo ha convertido en algo que forma parte de su esencia. Para ella, volver a los clásicos significa pensar en lo que compartimos con ellos, descubrir lo que aún podemos aprenderles y abrir los oídos para descifrar los secretos que nos susurran.

USTED HA ESCRITO: “DE GRECIA ME ATRAJO SIEMPRE, POR SU SIMILITUD CON LA NUESTRA, LA ÉPOCA HELENÍSTICA, CON SU FERVOR POR LAS FILOLOGÍAS Y LAS BIBLIOTECAS Y LOS MITOS RECÓNDITOS Y LA IRONÍA Y EL HUMOR DE QUIENES SABEN QUE VIVEN EN UN MUNDO DESPROPORCIONADO Y DEFORME.” ¿QUÉ ES LO QUE LOS CLÁSICOS GRECOLATINOS SIGUEN DICIENDO EN NUESTRO PRESENTE?

Hoy quizá complementaría lo que escribí en aquella ocasión: llevaría un foco hacia las épocas arcaica y clásica en tanto que distintas de la nuestra. Por lo que estrenaron de curiosidad, de aventura intelectual, de creatividad y de invenciones. Contemplar cómo se creaban lenguajes a la par que se desarrollaban conocimientos no sospechados antes. Por lo mucho que podría inspirarnos su actitud crítica ante la vida. Hoy nos hemos vuelto muy cobardes, por ejemplo, ante la superstición religiosa y sus daños colaterales, los fundamentalismos. 
No tenemos nada parecido a la valentía inaugural de un Jenófanes que criticaba la inanidad del deporte o la creación de los dioses a imagen humana, por ejemplo. O nada igual a la decisión colectiva de inventar la ciudad democrática. O al análisis radical del motor de la violencia que enfrenta a los pueblos que hace Tucídides. 
O al valor de Eurípides en plena guerra para ponerse en la piel de los enemigos vencidos. Quizá releer a estos clásicos podría ayudarnos a cuestionar nuestras hipocresías más viles, como –por poner un ejemplo– la de tolerar los abusos contra la libertad en Catar, Emiratos Árabes o Arabia Saudí a cambio de su petróleo y sus patrocinios deportivos.

¿CUÁLES SON LOS DESAFÍOS AL TRADUCIR Y RECONSTRUIR LOS VERSOS DE CATULO, SAFO Y OTROS AUTORES GRECOLATINOS PARA ACERCARLOS A LOS LECTORES DEL SIGLO XXI?

Es una tarea que te pide mucho tiempo y mucha atención. Tienes que comprar un billete en la máquina del tiempo y acercarte hasta sus vidas, hasta sus Veronas o sus Mitilenes. Y pedirles cortésmente que te acompañen en el viaje de vuelta porque quieres presentárselos a los lectores y lectoras de poesía de tu siglo. Me acompaña siempre un principio que me obligo a respetar: que puedan seguir leyéndose como los poetas que fueron. Arrugarían la nariz si se vieran traducidos en prosa. 
Intuir qué musicalidad deseó dar Catulo a sus palabras e intentar reproducir una dosis parecida de ritmo, de pathos, con los recursos del español. En el caso de Safo, hay, además, que indicar o traducir de alguna manera los silencios que rodean sus fragmentos mal transmitidos. Traducir poesía me exige lentitud e intimidad: avanzo cuatro o seis versos como mucho en una tarde.

USTED MENCIONA QUE, A TRAVÉS DE LOS SIGLOS, LOS ESCRITORES HAN INVENTADO SU PROPIA SAFO, A VECES IDEALIZÁNDOLA, A VECES DEMONIZÁNDOLA, ¿CÓMO PODEMOS ACERCARNOS A SU FIGURA SIN CAER EN DISTORSIONES?

No nos engañemos: hemos de aceptar de antemano que también nuestra Safo va a acarrear la distorsión inevitable de nuestro siglo. No existe una interpretación neutra y ahistórica. Dicho lo cual, no estamos en el peor tramo de la historia para entender a Safo. Disponemos de más herramientas que nunca para analizar y entender su condición de mujer creadora, cosa que en épocas brutalmente puritanas y luteranas era prácticamente imposible. Los estudios de género y la teoría feminista son instrumentos epistemológicos tan útiles y necesarios como la filología para penetrar en su poesía y en su mundo. 
Por primera vez en la historia de Occidente y del planeta puede hablarse de homoerotismo sin que pese en las mentes la sombra teológica del pecado cristiano. La sociedad acepta que las mujeres desarrollen plenamente su talento: esto era impensable hace unas décadas. Safo no es ya una rara avis, sino una poeta plena y poderosa.

¿NOS PUEDE PLATICAR LA MANERA EN QUE CADA DESCUBRIMIENTO DE UN NUEVO FRAGMENTO DE SAFO MODIFICA LO QUE PENSÁBAMOS DE SU OBRA?

Si no lo modifica, al menos confirma algo que intuíamos o sospechábamos. Por ejemplo, el papiro hallado en 2014 que conserva el llamado Poema de los hermanos, desconocido hasta ahora, ilumina lo que solo aventurábamos a través de citas indirectas. Nos descubre que además de los poemas amorosos, privilegiados por la tradición, Safo compuso poemas en una línea mixta que se ha llamado de “canciones de amor y marineros”: las consecuencias del eros agridulce afectan no solo a Safo, sino también a su hermano navegante que se enamoró de una cortesana egipcia. Safo se preocupa por la pérdida de la reputación familiar y pide ayuda a Hera, diosa protectora de los navegantes en el Mediterráneo. El nuevo texto ayuda, pues, a desmontar la imagen de una Safo intimista recluida en un mundo femenino.

SOLO FRAGMENTOS HAN LLEGADO HASTA NOSOTROS DE LA LÍRICA GRIEGA ARCAICA. ¿CÓMO LA CREACIÓN FRAGMENTARIA Y LA IDEA DE OBRA ABIERTA, TAN PROPIAS DE NUESTRA ÉPOCA, FAVORECEN UNA LECTURA CONTEMPORÁNEA DE AQUELLA POESÍA?

Estamos de suerte también en ese aspecto formal (además de en el simbólico e ideológico, señalado más arriba). Las vanguardias del primer tercio del siglo XX nos liberaron de muchos corsés y miriñaques. El arte da cuenta por primera vez de una realidad fragmentada, onírica, rota, deconstruida, descompuesta. Por primera vez no hay que añadirle brazos a la estatua que se recupera incompleta. Los fragmentos de Safo, además de rotos, son breves. Y el mayor auge de los géneros ultra breves lo tenemos en este siglo: microrrelato, haiku, aforismo… El fragmento sáfico entra sin violencia en nuestro hábito lector.

¿CREE USTED QUE EL HECHO DE QUE MUJERES CLASICISTAS, COMO CAROLINE ALEXANDER O EMILY WILSON, HAYAN EMPRENDIDO SUS PROPIAS TRADUCCIONES DE HOMERO NOS DEJA VER NUEVOS ASPECTOS DE LA ILÍADA Y LA ODISEA QUE NO ESTABAN PRESENTES EN OTRAS TRADUCCIONES?

Sí. Ciertamente me sorprendió la visión de Aquiles como un insumiso que da Caroline Alexander en su ensayo La guerra que mató a Aquiles. Frente a Borges, a quien no le gustaba la Ilíada porque “no se puede admirar a un hombre como Aquiles […] Un hombre continuamente malhumorado, enfadado porque la gente ha sido injusta con él”, Alexander presenta al héroe rebelde que decide no tolerar la injusticia del caudillo Agamenón, del jefe, del alto mando del Estado mayor. Nunca nos habían señalado que en la Ilíada todo se mueve a partir no solo de la ira o la cólera, sino de la rebeldía consecuente y radical de un jefe militar contra el mando superior. 
Siempre se puso el énfasis en el mal temperamento del hombre, no en la insubordinación del militar. Lo hace Caroline Alexander (¿tal vez porque las mujeres hemos experimentado de otra manera la necesidad de la rebelión? Tal vez).

DE ACUERDO CON SIMON CRITCHLEY, AL ALUDIR A UN MUNDO DE DOLOR Y GUERRA, LA TRAGEDIA ÁTICA HABLA TAMBIÉN DE NUESTRAS PREOCUPACIONES Y MIEDOS. ¿ES POSIBLE ENTENDER LA VIOLENCIA ACTUAL SUMERGIÉNDONOS EN LA OBRA DE SÓFOCLES, EURÍPIDES Y ESQUILO?

Sí, por supuesto. Traduzco ahora Las suplicantes de Esquilo, una obra que se tuvo por primeriza y menor por el hecho de que el papel protagonista lo ostenta un personaje colectivo de mujeres, un coro femenino, el grupo de las Danaides. Las violencias que sufren estas mujeres son actualísimas: se las obliga en Egipto a un matrimonio forzado que ellas eluden huyendo en barco y después se las rechaza cuando piden asilo político en la ciudad democrática de Argos, aunque al final la asamblea vota a favor de la acogida. 
¿Cabe más actualidad en un argumento? 
¡Esquilo estaba dándonos soluciones al problema de las mujeres afganas pisoteadas hoy mismo por los talibanes! Lo más admirable de Atenas es que entonces ya tenían estipuladas las leyes y modos de acogida de los extranjeros que pedían refugio.

Y no me detengo en Creonte, el tirano que se acoge a leyes rígidas, extrapolable a todas las dictaduras (¿la Nicaragua de hoy?). La guerra es un motivo universal. Y los griegos ya pensaron en lo universal con profunda honestidad: en la violencia, el dolor, la perplejidad, el estupor ante el destino y sus vuelcos. ¿Cómo no admirarlos?

USTED HA COMPILADO Y TRADUCIDO UN VOLUMEN DE POESÍA ERÓTICA GRIEGA (LOS DADOS DE EROS, 2000), EN EL QUE NO SOLO CONTEMPLA LA LÍRICA ARCAICA SINO LA ÉPICA DE HOMERO Y DE HESÍODO, O EL TEATRO DE SÓFOCLES Y ARISTÓFANES. DESDE NUESTRO TIEMPO, ¿HASTA QUÉ PUNTO PODEMOS IDENTIFICARNOS CON ESA CONCEPCIÓN DEL AMOR Y DEL EROTISMO? ¿QUÉ NO PODEMOS ENTENDER?

Podemos entenderlo todo. Es cierto que la pederastia platónica ha causado mucho estupor. Y es que partimos de un modo muy diferente de relacionarnos con la sexualidad: en Occidente nos vemos conminados a elegir una identidad sexual esencialista y vitalicia. Uno “es” homosexual o “es” heterosexual. Se aborda como un tema rígidamente identitario. La flexibilidad sexual de los griegos era en cambio asombrosa. La mayoría de los griegos era bisexual: o mejor, no “numeraban” sus tendencias. Safo se habría extrañado de que la llamáramos lesbiana en el sentido actual. 
Estaba casada y tenía una hija, nos dicen las fuentes. Aprender de esa flexibilidad griega nos resultaría beneficioso y saludable en nuestro siglo XXI, tan rígido en ese aspecto. Por lo demás, compartimos con aquellos griegos el descubrimiento del placer en esta especie de neoepicureísmo hedonista que se disfruta en el presente una vez que nos hemos desprendido de los yugos morales de la iglesia católica.

EN GRECORROMANAS. LÍRICA SUPERVIVIENTE DE LA ANTIGÜEDAD CLÁSICA (2020) SE DEDICA A RECUPERAR A POETISAS GRECOLATINAS, INCLUSO REIVINDICANDO LA PALABRA POETISA. ¿QUÉ TAN DIFÍCIL FUE HACER ESE LIBRO? ¿CUÁL ES LA IMPORTANCIA DE RECONFIGURAR NUESTRO CONOCIMIENTO DE LA ANTIGÜEDAD INCLUYENDO A ESTAS AUTORAS?

No es que reivindique la palabra poetisa de forma exclusiva: señalo el proceso histórico que llevó a su rechazo y que estamos en condiciones de superar. El término se cargó de negatividad por culpa de la brutal misoginia de los escritores e intelectuales de la segunda mitad del XIX (Campoamor y compañía) al menos en España: fueron tan despiadadas las burlas contra las mujeres que se atrevieron a publicar sus versos que la palabra quedó lastrada y manchada hasta el día de hoy. Pero ¿por qué no la rescatamos? Sería muy útil. Si decimos, por ejemplo: “poetas importantes publican en esa colección”, ¿alguien piensa en que puedan ser todas mujeres?

Editar el libro fue complejo, dados los distintos soportes en los que se hallaban los textos (códices, papiros, epigramas en piedra). Tardé largos años en rematar lo que fue mi tesina o memoria de licenciatura, que trataba ya el tema de la poesía compuesta por mujeres en Grecia y que defendí en el lejano 1987. En estos años he ido constatando el interés creciente por la autoría femenina, por los rescates de los textos supervivientes, por la rehabilitación de los nombres de las autoras, maltratadísimos o ninguneados por la indiferencia académica.

Frente a la negación automática de sus existencias o a su encasillamiento acrítico, es preciso desmontar los tópicos de fragilidad, sensibilidad e ingenuidad que mecánicamente se les atribuían. Como argumenta la gran filósofa Amelia Valcárcel, “hay que cuidar las tumbas de las antepasadas”.

¿CONSIDERA QUE LAS MUJERES QUE ESCRIBEN EN LA ACTUALIDAD PUEDEN VERSE REFLEJADAS EN ALGUNAS DE ESTAS AUTORAS?

La obra conservada es muy escasa: eso constituye un impedimento. Sin embargo, sus nombres y las noticias sobre sus vidas (a menudo tergiversadas y manipuladas) completan huecos simbólicos. Y esas escasas reliquias de los versos supervivientes desmienten el encasillamiento secular que han padecido. Porque a menudo estas poetisas cultivaron géneros “no femeninos”: la oda política (Melino), la sátira antiimperial (Sulpicia), la poesía épica (Aristodama, poeta itinerante), las canciones para acompañar al vino (Praxila), la poesía gnómica (Cleobulina), etcétera.

A MENUDO SE HABLA DE UN “CANON CLÁSICO”, UN GRUPO DE AUTORES Y OBRAS A LOS QUE VALE LA PENA LEER Y RELEER. A VECES SE TIENE LA IMPRESIÓN DE QUE SE TRATA DE UNA LISTA PERMANENTE, PERO ¿CÓMO PODEMOS REINVENTAR EL CONCEPTO? ¿CREE USTED QUE LOS CLÁSICOS SON LIBROS NO SOLO PARA REVERENCIAR SINO TAMBIÉN PARA PELEARNOS CON ELLOS?

¿Hay que reinventar el concepto? 
¿Por qué?
 ¿No podemos soportar la idea de que haya unos libros que vienen siendo buenos desde siempre? 
¿Por qué?
 ¿Porque son occidentales y ahora lo occidental suena a apestado? 

Ni reverencia ni odio: disfrute y aprendizaje. Mejor leerlos y después, con argumentos, acogerlos o despedirlos de nuestras vidas. Pero la Antígona de Sófocles ¿con qué la sustituimos? 
Toda la literatura creada por el camino de los siglos desde la Antigüedad hasta nuestros días se saborea y se goza mejor si conocemos los ingredientes primordiales, los primeros platos, las primeras recetas, las infancias de los géneros. Aunque lo de infancia es relativo: mejóreme usted Las troyanas de Eurípides.

¿CÓMO SERÍA LA BIBLIOTECA IDEAL DE SUS CLÁSICOS? ¿QUÉ OBRAS Y AUTORES CONSIDERA IMPRESCINDIBLES?

No me atrevo a dar una lista de imprescindibles, porque mi biblioteca fue cambiante: en cada edad necesité a unos o a otros. Safo y Catulo siempre me acompañaron. Y siempre tuve cerca la Odisea, y a Hesíodo, a Arquíloco, a Alceo, a Anacreonte. Me deslumbraron el Fedro de Platón y Antígona y Edipo de Sófocles a los dieciséis y diecisiete años. Y luego Las troyanas de Eurípides. Y el humor absolutamente libre y genial de Aristófanes, solo posible en una democracia sana. 
Y el inmenso Esquilo: primero con sus Euménides, ahora con sus Suplicantes. Y el sabio amigo Epicuro, cuyo retrato preside mi casa. Y ahora vuelvo sobre los epigramas helenísticos con la magnífica edición de Quinientos epigramas griegos, recién editada por Luis Arturo Guichard en Letras Universales de Cátedra.

¿CÓMO SE VALE USTED DEL MUNDO CLÁSICO NO SOLO COMO MATERIA DE ESTUDIO SINO TAMBIÉN PARA ESCRIBIR UNA OBRA PROPIA?

Un poco al modo del gran Borges: 
“Cercado estoy por la mitología. / Nada puedo. Virgilio me ha hechizado.” 

Y un poco bajo el estímulo feminista, que me mueve a mirar debajo de la alfombra de los mitos, a poner el oído tras las paredes que encierran a Medeas y Penélopes y Fedras y Danaides para escuchar sus voces, ya no tan tenues y desatendidas. Pero no me valgo yo del mundo clásico como de algo externo: el mundo clásico se apodera de mí, digamos que lo llevo dentro, que sus poetas me acompañan como amigos y me susurran al oído leyendas y versos. 
Ese es el poder de la literatura: está hecha de palabras aladas que viajan y se burlan de la tiranía de los siglos y de los milenios y nos acercan la belleza de los mundos lejanos en el tiempo y en el espacio. No hay nada más presente y vivo que lo que contiene cualquier libro. ~

  

Juan Aurispa.



Juan Aurispa (en italiano Giovanni Aurispa (Noto, 1376 - Ferrara, 1459) fue un humanista, historiador, sacerdote y sabio italiano del siglo XV. Particularmente se le recuerda como promotor del renacimiento del estudio del idioma griego en Italia. El mundo debe a Juan Aurispa la preservación de la mayor parte de nuestro conocimiento de las obras clásicas griegas.

El imperio Bizantino (color rosa) y su entorno hacia 1410, poco antes de la visita de Giovanni Aurispa

Giovanni Aurispa, el humanista al que debemos la conservación de la mayor parte de los textos clásicos grecolatinos.

 Jorge Álvarez

31 Oct, 2022

Entre los siglos XV y XVI se desarrolló en Europa un fenómeno cultural, que marcó el final de la Edad Media y la entrada en la Moderna, al que llamamos Renacimiento. Su puesta en práctica fue a través de un movimiento denominado humanismo que, en palabras de la RAE, suponía un «respaldo a un retorno a la cultura grecolatina como medio de restaurar los valores humanos» (de ahí su nombre). Así, sin renunciar a la tradición cristiana, se emprendió la afirmación de los valores del Hombre cambiando los parámetros artísticos, científicos y filosóficos para retomar los principios de la Antigüedad Clásica. Y si hubiera que centrar su historia en una sola persona, probablemente uno de los mejores candidatos sería un semidesconocido: Giovanni Aurispa.

Lo irónico es que Aurispa no era natural de Florencia, como cabría esperar puesto que en esa ciudad surgió la primera chispa renacentista bajo patrocinio de la poderosa familia Médici, sino en el otro extremo de lo que hoy es Italia: de hecho, ni siquiera en la península sino en Noto, un pequeño municipio del sur de Sicilia situado a treinta y dos kilómetros de Siracusa; la añeja aldea sícula donde, según la leyenda, Hércules descansó del esfuerzo de limpiar los establos del rey Augías en lo que fue su séptimo trabajo, y donde Dédalo habría hecho la primera parada tras su vuelo sobre el mar Jónico.

Semejante bagaje mitológico clásico parece perfecto para envolver el nacimiento de Aurispa, del que no se sabe la fecha exacta aunque se calcula en torno a 1376. Sin embargo, no permaneció mucho tiempo en la isla porque el monarca siciliano Martín I el Joven le costeó su traslado a Bolonia en 1404 para estudiar, formándose en la capital de Emilia-Romaña durante seis años. En 1413 marchó a Grecia como tutor privado de los hijos de un comerciante genovés apellidado Racanelli, estableciéndose en Quíos, una isla del mar Egeo próxima a la costa turca que pertenecía a la República de Génova.

Fue allí donde Aurispa aprendió la lengua griega y se empapó de los clásicos helenos, hasta tal punto que empezó a recopilarlos y traducirlos; entre sus piezas más destacadas figuraban libros de los dramaturgos Eurípides y Sófocles, así como textos de Tucídides, uno de los cuales consta que vendió en 1417 a otro humanista llamado Niccolò Niccoli -este sí, florentino-, cuya colección de manuscritos iba a ser la base de la Biblioteca Laurenciana. No sería la única transacción, ya que de eso vivió los años siguientes en su tierra. Y es que, pese a todo, Aurispa no permaneció mucho en Quíos porque en 1414 regresó a Italia; concretamente a Savona, la capital de Liguria, donde el dinero que obtenía en las ventas complementaba su sueldo de profesor de griego.

Eso no impidió que en 1418 realizase una visita a Constantinopla y decidiera quedarse para perfeccionar el idioma y buscar más manuscritos que traducir e incorporar a su acopio personal. Su dedicación a eso último fue tan intensa que, según explicó él mismo posteriormente, se presentó una denuncia contra él ante el emperador Manuel II Paleólogo, acusándole de adquirir todos las obras religiosas disponibles en la ciudad; tal era la cantidad que había conseguido reunir.

Probablemente esa aparente exageración no causó su marcha, ya que Manuel, un hombre muy culto y también coleccionista (de epístolas religiosas) que, por entonces, regía un Imperio Bizantino que gozaba de un inusual período de paz acordado con el Imperio Otomano de Mehmet I, mantenía cierta amistad con él y hasta le facilitó el acceso a algunos ejemplares. Pero el caso es que, fuera por ésa u otra razón, abandonó la ciudad y se dirigió a Florencia, esta vez sí, donde se puso al servicio de la Casa Pontificia, que por entonces había establecido allí su sede.

Aurispa ejercía la docencia en el Studio Fiorentino (Estudio Florentino), fundado en 1348 como Studium Generale e incorporado a la Universidad Imperial de Carlos IV de Luxemburgo en 1364, junto con la Universidad de Pisa. Un año más tarde, esa corte retornó a Roma y Aurispa con ella, siendo en la Ciudad Eterna donde enseñó griego a unos de sus alumnos más famosos: Lorenzo Valla, que se convertiría en un prestigioso humanista considerado el pionero de la crítica histórica y filosófica, y que pretendía una de las secretarías del Papa (infructuosamente).

En 1421, el papa Martín IV asignó a Aurispa la misión de traductor de Gian Francesco Gonzaga, marqués de Mantua, quien debía encabezar una misión diplomática ante el Imperio Bizantino. Así fue cómo el siciliano volvió a pisar Constantinopla, donde ahora reinaba Juan VIII Paleólogo, el hijo de Manuel. Su relación con él resultó tan buena como con el padre y hasta fue nombrado secretario, cargo que ejerció dos años durante los cuales le acompañó en un viaje por las cortes europeas. Uno de los destinos fue Venecia, donde Aurispa decidió quedarse. Era el año 1423.

A la ciudad de los canales llegó con su espléndida biblioteca de clásicos, doscientos treinta y ocho volúmenes según dijo él mismo en una carta al teólogo y humanista Ambrosius Traversarius, sin el cual nunca hubiera podido traerlos. En buena hora, cabría añadir; muchos de esos libros eran novedades en Europa occidental, puesto que buena parte de los textos griegos (Aristóteles, Jenofonte, Platón…) no serían traducidos e introducidos hasta unas décadas más tarde por el cardenal Basilio Besarión, constituyendo la base de la Biblioteca Nazionale Marciana, en la misma Venecia.

Aurispa también tenía obras de esos autores y otros como Plotino, Proclo, Píndaro, Procopio de Cesarea, Jámblico, Calímaco, Demóstenes, Heródoto, Estrabón, etc. De los dos primeros tenía la producción completa, de Platón todo lo que hoy se conserva; asimismo, su colección incluía un códice del siglo X con siete tragedias de Sófocles y seis de Esquilo, el manuscrito más antiguo de Ateneo, las Argonáuticas de Apolonio de Rodas, un epistolario de Gregorio Nacianceno… Tampoco faltaban historiadores latinos como Dión Casio, Diodoro Sículo o Flavio Arriano.

Ese fabuloso tesoro cultural tuvo que ser empeñado por valor de cincuenta florines de oro, ya que Aurispa carecía de fondos para costear su traslado y al final fue el mencionado Traversarius, decíamos, quien medió ante Lorenzo de Médici para que concediera el correspondiente préstamo. Ahora bien, Aurispa tampoco se quedó mucho tiempo en Venecia y en 1424 lo encontramos de nuevo en Bolonia, contratado como profesor universitario de griego. Efímero también, ya que al año siguiente cambia esa cátedra por su homóloga en Florencia, animado por Traversarius y el mecenazgo de los Médici.

Gracias a ello se hicieron copias de todos los títulos de su biblioteca, la cual continuaba creciendo de forma constante (con incorporaciones como las comedias de Aristófanes, las Oraciones de Juan Crisóstomo o las Vidas de santos de Gregorio Nacianceno, entre otros manuscritos), sin que lo impidiera el hecho de que, una vez más, Aurispa tuvo que hacer el petate e irse. Fue a finales de 1427 o principios de 1428, debido a la turbulenta situación política que sufrían los florentinos por el enfrentamiento que mantenían las familias rivales Médici y Albizzi para alcanzar el poder.

El destino fue Ferrara, donde otro amigo humanista, Guarino de Verona, le consiguió un trabajo como tutor de Meliaduse de Este, hijo natural que Niccolo III de Este, marqués de Ferrara, había tenido con Caterina Abaresani. En esa ciudad, su vida tomó una nueva dimensión al adoptar el sacramento del orden sacerdotal (el que habilita para, en segundo o tercer grado, pasar a ser sacerdote), ascendiendo en la jerarquía eclesiástica. Eso, junto con sus enseñanzas de los clásicos, le confirieron renombre suficiente como para que Alfonso V el Magnánimo, rey de Aragón, Valencia, Mallorca, Cerdeña y Sicilia, y que por entonces era también pretendiente al trono de Nápoles (que consiguió en 1442), le ofreciese un puesto en su corte.

La oferta le llegó a través de Antonio Beccadelli Il Panormita, un jurista, humanista y poeta siciliano que estaba bajo la protección del monarca -mecenas de las artes y las letras- porque algunas de sus obras eran de corte erótico y el papa Eugenio IV las había prohibido. Sin embargo, Aurispa prefirió quedarse en Ferrara, continuando la docencia y el coleccionismo bibliográfico. Precisamente por entonces, en 1433, descubrió otra joya en un monasterio de Maguncia: el único manuscrito medieval que quedaba de los Panegyrici Latini («Panegíricos Latinos«), una antología de doce discursos de diversos autores (Plinio el Joven, Pacato Drepanio, Claudio Mamertino, Nazario, Eumenio y otros anónimos) que ensalzan las actividades de varios emperadores romanos y que estaban datados entre los siglos I y IV d.C.

¿Por qué estaba Aurispa en Maguncia? 

Porque había acompañado a su alumno Meliaduse (a quien, pese a la muerte de su hermanastro mayor, su padre no quiso legarle el marquesado, por lo que tomó los hábitos y era abad comendatario de San Bartolo desde 1425), al Concilio de Basilea, el XVII ecuménico de la Iglesia, iniciado dos años antes con el objetivo de reformar ésta, negociar la reconciliación con la Iglesia Ortodoxa y acabar con la herejía husita. Durante el viaje, maestro y pupilo aprovecharon para visitar ciudades germanas como la citada Maguncia, Colonia o Aquisgrán, en las que consiguieron más libros olvidados o ignotos, fundamentalmente códices latinos.

En 1438, el papa Eugenio IV trasladó el concilio a Ferrara para controlarlo más de cerca, ya que planteó una seria limitación de su poder. Al año siguiente, un brote de peste obligó a un nuevo traslado, esta vez a Florencia, razón por la que a veces se lo conoce también como Concilio de Basilea-Ferrara-Florencia. Fue un fracaso parcial, puesto que no logró ninguno de los tres objetivos principales: los conciliaristas no pudieron imponerse a la autoridad del Papa; los ortodoxos admitieron la primacía de Roma, pero los monjes griegos se negaron a aceptarla y las dos iglesias se separarían definitivamente en 1472; y a los husitas hubo que reconocerlos de momento, mediante el decreto Compactata, hasta que veinte años después se inició una cruzada contra ellos.

Por contra, Aurispa sí sacó algo positivo porque llamó la atención de Eugenio IV, quien se lo llevó con él a Roma nombrándolo secretario apostólico. El siguiente en ocupar el trono de San Pedro, Nicolás V, le confirmó en el cargo y le entregó dos abadías en commendam (es decir, aquellas de las que cobraba rentas pero sin intervenir en su dirección ni disciplina monástica interna). La relación entre ambos fue positiva porque el nuevo papa también era un apasionado bibliófilo que impulsaría la traducción de clásicos como Homero, Estrabón, Tucídides y Diodoro Sículo, fundaría la Biblioteca Apostólica Vaticana en 1448, desarrollaría una vasta política de embellecimiento de Roma y, habiendo estudiado en la universidad boloñesa y tratado a los principales humanistas de su tiempo, fomentaría ese movimiento.

Aurispa tuvo su parte en todo ello, aunque no se iba a prolongar mucho más. En 1450, mayor y cansado, se retiró a Ferrara para esperar la muerte, que le llegó en 1459, con una venerable edad de ochenta y tres años. Gracias a él han llegado hasta nuestros días la mayor parte de las obras clásicas que conocemos, que tan celosamente coleccionó y se preocupó de conservar.

Fuentes

Emilio Bigi, Giovanni Aurispa (en Dizionario Biografico degli Italiani) | Giovanni Aurispa, Opere, lettere e cartegio (en BEIC, Biblioteca Europea de Información y Cultura) | Remigio Sabbadini, Giovanni A



  

AURISPA, Giovanni.

di Remigio Sabbadini - Enciclopedia Italiana (1930)

No sabemos nada de sus primeros años. Formó su educación en Nápoles, donde residió en la primera década del 1400 en tiempos del rey Ladislao. Luego, al servicio, como suponemos, de algún mercader viajó a Oriente; el 21 de abril de 1413 estaba en Quíos. Regresó a Italia en 1414 y se instaló como maestro en Savona, donde fue alumno de la escuela durante cinco años hasta 1419. Entre 1419 y 1420 acompañó al nuevo Papa Martín V, procedente de Costanza, a Florencia y lo siguió a Roma, donde permaneció hasta 1421.

 En la segunda mitad de este año retomó su camino hacia Constantinopla con una misión de Gianfrancesco Gonzaga al emperador Manuel. Su hijo Giovanni sucedió a Manuele, con él el A. a fines de 1423 se embarcó para Italia, tocando Venecia, luego Verona, donde fueron recibidos por Guarino, y deteniéndose en Milán. Desde allí aceptó en junio de 1424 la conducta a la lectura de griego en Bolonia, y desde Bolonia en septiembre de 1425 la conducta al Estudio de Florencia. Tras cerrar el estudio por la guerra, entre finales de 1427 y principios de 1428 se traslada a Ferrara para asumir el cargo de tutor de Meliaduce, hijo del marqués, y Ferrara se convierte en su residencia definitiva. Tuvo una misión del marqués a Roma en 1432 y al concilio de Basilea en 1433. 

Habiendo regresado de Basilea, se unió a la curia papal en Florencia, de la que se convirtió en secretario y la siguió a Bolonia, Ferrara y nuevamente a Florencia. hasta la clausura del concilio en 1443. Al regresar a Ferrara, dividió los últimos años de su vida entre los deberes de la corte de Este y los de la curia romana.

Aurispa no poseía aptitudes para la educación superior; probó la poesía con desafortunados resultados; lo hizo mejor en algunas traducciones del griego. Su altísimo mérito y su originalidad consisten en un espíritu investigador, que le movía a hurgar en los monasterios ya sacar manuscritos de ellos. También sabía cómo negociarlos ventajosamente, pero fue bueno que los descubriera primero. 

Los textos latinos que desenterró en Alemania en la época del Concilio de Basilea son importantes, como el comentario de Donato sobre Terencio y los Panegíricos; pero los códigos griegos llevados por las dos excursiones al Este son de mucha mayor importancia en términos de número y calidad. 

Nombrarlos a todos no es apropiado; mencionamos las que son rarezas sumamente preciosas: las dos Antologías, la Palatina y la Planudea; los dos volúmenes marcianos de la Ilíada; Esquilo. Sófocles y Apolonio Rodio, en la Laurenziana; los Himnos Homéricos; los dos Ateneos: Sobre las máquinas de guerra y Deipnosophisti; Platón; Píndaro; la Moralia de Plutarco; dos autores embargados: Dionisio, Super significationibus dictionum y Καϑαρμοί de Empédocles. 

Cuando se repite que los humanistas italianos fueron simples redescubridores frente a los primeros descubridores que fueron los monjes carolingios, se olvida que en el caso del autor, que trabajó sobre textos griegos, no hubo ejemplo previo y que en él brilla pura y solemne la originalidad del genio italiano.

Bibl.: R. Sabbadini, Biogr. docum. di G. A., Noto 1891; id., Un biennio umanistico, in Giorn. stor. della letter. ital., Torino 1903, suppl. n. 6, p. 74 segg.; G. A. scopritore di testi antichi, in Historia, I (1927), pp. 77-84; G. A. Cesareo, Un bibliofilo del Quattrocento, in Natura ed arte, I (1892), pp. 958-964.

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