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lunes, 5 de diciembre de 2016

349.-Estudio de la Historia.-Personal Memoirs of U. S. Grant.-a


  

Personal Memoirs of U. S. Grant









Hay libros que con solo ver el nombre de su autor animan a la lectura, especialmente cuando son las memorias de uno de los militares más importantes de la Historia de los Estados Unidos de América al ser el General en Jefe de las tropas de la Unión en la Guerra de Secesión.

 
El hombre propone y dios dispone” una sencilla pero contundente frase con la que inicia sus Memorias y que resume como la vida de un gran hombre puede verse alterada por hechos que este no controla. De Hecho es lo que le ocurrió al gran militar que tras sus éxitos militares y políticos, fue el 18ª Presidente de los EE.UU.,  trato de emularlos en el mundo empresarial pero no lo logro. De hecho las deudas y una estafa le llevo a la indigencia, este sería el motivo de que movido por su editor, el gran escritor Mark Twain comenzase a contar sus experiencias militares desde 1846. Por desgracia su muerte por un cáncer de Laringe no le permitio continuar con sus memorias posteriores al fin de la guerra donde podríamos conocer como fu su carrera política y sus intentos de lograr el éxito en el mundo de los negocios. Pero para los amantes de la Historia Militar finalizo la última parte de su relato sobre la Guerra de Secesión solo unos días antes de su muerte en 1885.








Tenemos la suerte de poder disfrutar de las memorias completas en español gracias al trabajo de traducción, interpretación y maquetación de la HRM Ediciones que ha apostado por estas memorias entregándolas en tres volúmenes que se pueden leer por separado como libros independientes.

 En la PRIMERA PARTE. LA GUERRA DE MÉXICO (1846-1848)  veremos como un joven oficial de West Point participa en una acción militar de expansión a costa de sus vecinos del Sur. Con un estilo ágil y ameno nos muestra no solo las acciones militares en las que participo sino también la Historia de los territorios en disputa para mostrar su oposición política a esta guerra en la que combatió. Estas memorias nos  sirven para conocer como es la visión de la sociedad mexicana por un soldado de ocupación que intento comprender a los vencidos sin la acostumbrada superioridad del vencedor.

En la  SEGUNDA PARTE. GUERRA DE SECESIÓN 1861-1863 nos cuenta como su experiencia como oficial con mando de tropas en el campo de batalla. Veremos acciones como la captura de Fuerte Henry y Fuerte Donelson en 1862, que además de abrir la puerta al sur fueron unas de las primeras victorias unionistas del conflicto. Tras ser derrotado en la batalla de Shiloh en Abril de 1862, consiguió controlar el oriente de Kentucky y de Tenessee. Pero sería con la toma de Vicksburg en julio de 1863 cuando logro su mayor triunfo al abrir el río Mississippi a la navegación unionista.
A finales de 1863 tras la victoria de Chatanonga dejaría de combatir en el campo de batalla al ser nombrado por Abraham Lincoln como General en Jefe del Ejército de la Unión.

 En la TERCERA PARTE. GUERRA DE SECESIÓN (1864-1865) nos contara sus memorias de Estado Mayor, es decir de alta dirección de la Guerra, y como daría comienzo a una “guerra de desgaste” para vencer no tomando puntos clave sino causando e mayor número de bajas confederadas posibles. Para ello decidió abrir distintos frentes de batalla que fuesen desangrando a los sudistas, mientras que enviaba a Sherman a Georgia y a Sheridan al valle de Shenandoah, él mismo superviso la campaña contra el general Lee en Virginia con el objetivo de tomar Richmond.

Todas las memorias pese a la dificultad de explicar hechos tan distintos como las acciones de un simple oficial al mando de un puñado de soldados en el campo de batalla a los inmensos movimientos de tropas, Grant logra de forma muy acertada lograr mantener la agilidad y amenidad del primer volumen. Gran parte de su éxito es el lenguaje directo y franco que junto a un estilo casi docente de explicar los hechos permite junto a la gran cantidad de imágenes y mapas de esta edición no perderse en la gran cantidad de datos que nos ofrecen las Memorias de Ulysses S, Grant. Por cierto con el tercer volumen os adjuntan un libro de apéndices con mucha información complementaria. 


  

Biografía de  Ulysses Simpson Grant  (1822-1885).



  




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General y político estadounidense, secretario de Guerra (1868) bajo la presidencia de Andrew Johnson (1865-1869) y décimo octavo presidente de los Estados Unidos de América (1869-1877). Su presidencia se identificó con la época de la reconstrucción nacional, Gilded Age ('Edad Dorada'), enfocada fundamentalmente hacia el fomento industrial y el incremento de los intereses de los grandes capitales, lo que provocó que fuera influido por políticos y financieros corrompidos que dividieron al propio Partido Republicano e impidieron su vuelta a la política en el año 1880. También tuvo que enfrentarse a una terrible inflación en el año 1873.

Nació el 27 de abril de 1822, en Point Pleasant (estado de Ohio), y murió el 23 de julio de 1885, en Mont McGregor (estado de Nueva York). Miembro de una familia pobre de curtidores, su padre, Jesse Root Grant, logró convencer a un congresista amigo suyo para que su hijo pudiera ingresar en la elitista academia militar de West Point. Aunque el joven Ulysses no pretendía convertirse en militar de carrera, aceptó la oportunidad e ingresó en la escuela en el año 1839. Durante todo ese tiempo, Grant tan sólo destacó en Matemáticas y en la práctica de la equitación, disciplina en la que logró ser un consumado especialista. En el año 1843, se licenció en el puesto 21 de su promoción sobre 39 alumnos.
Nada más salir de West Point, Grant fue destinado, con el grado de teniente segundo, en el 4 Regimiento de Infantería. Se estableció en St. Louis (estado de Missouri), donde conoció a su futura mujer, Julia Boggs Dent, con la que contrajo matrimonio en 1848.
Al estallar la Guerra Mexicano-estadounidense, Grant sirvió en varias compañías a las órdenes del general Zachary Taylor (futuro presidente). Posteriormente, fue trasladado junto con el general Winfield Scott, con quien se destacó en las batallas de Resaca de la Palma, Monterrey, Molino del Rey y Chapaltepec, por cuyas acciones fue promovido al grado de capitán. Su participación destacada en una guerra que el propio Grant calificaría más tarde como "la guerra más injusta jamás habida", le forjaron como un excelente militar de carrera, con experiencia en el campo de batalla.
Una vez finalizada la contienda, Grant estuvo destinado siete años en Sackett's Harbor, hasta que, en julio de 1852, fue enviado con el 4 Regimiento a la costa del Pacífico, a Fort Vancouver, cuartel enclavado en el actual estado de Washington. Un año más tarde, volvió a ser cambiado de destino, esta vez a un fuerte algo más al norte, en Fort Humboldt, donde no sintonizó con los oficiales que tenía bajo sus órdenes. El 11 de abril de 1854, Grant dimitió de su cargo alegando problemas personales, de relación con su guarnición, de soledad y, especialmente, con el alcohol.
Retirado de la milicia, Ulysses Grant se estableció con su familia de Dent (estado de Missouri), donde se dedicó al cultivo de 30 hectáreas que su suegro le había traspasado y a negocios de venta rápida, pero en ambos fracasó por completo, por lo que no tuvo más remedio para poder subsistir que marcharse a Galena (estado de Illinois) para trabajar en el negocio familiar de pieles curtidas que tenían sus hermanos.
Brigadier General Grant, 1861


Al declararse la Guerra de Secesión (1861-1865), Grant reclutó un importante contingente de tropas en Salem con las que se dirigió a Springfield, donde estaba el gobernador de Illinois, Richard Yates, quien lo nombró su ayudante militar y le puso al frente del 21 Regimiento de Voluntarios de Illinois, con el grado de coronel, en junio de 1861. Dos meses después, Grant consiguió tomar Paducah, en Kentucky; después se dirigió hacia el sur de Missouri y se apoderó del cuartel confederado de Cairo, lo que hizo fracasar los planes sudistas de bloquear el río Mississippi y el río Ohio. Gracias a su buena labor en el combate, Grant fue promocionado al grado de general de brigada.
En enero de 1862, Grant, cansado de su inactividad, pidió permiso al general Henry Warren Halleck, jefe del Estado Mayor, para iniciar una campaña ofensiva. Halleck dio luz verde al proyecto de Grant, que consiguió para la Unión la primera victoria decisiva en la guerra, al hacerse, en febrero, con el fuerte Donelson, en Tennessee, y arrestar a 15.000 soldados de infantería confederados. El 6 de abril de 1862, Grant fue sorprendido y derrotado por los confederados en la Batalla de Shiloh Church, cerca de Pittsburg. Tras un breve período en un plano secundario por tan severa derrota, Grant volvió a mostrarse decisivo en el curso de la guerra, además de demostrar una grandes cualidades como estratega cuando, el 4 de julio de 1863, venció con brillantez en la Batalla de Vicksburg al último contingente de tropas confederadas acantonadas sobre el río Mississippi. Por semejante gesta, Abraham Lincoln lo nombró, en marzo de 1864, comandante en jefe de los ejércitos de Ohio, Mississippi, Tennessee y Cumberland, tras de lo cual, infligió una severa derrota a las tropas confederadas del general Braxton Bragg, en la Batalla de Chattanooga, en noviembre de 1863. Meses antes, en julio, Grant consiguió apoderarse de Port Hudson (Virginia) partiendo en dos a las tropas confederadas.
Una vez que fue nombrado por Abraham Lincoln teniente general y jefe supremo de todos los Ejércitos de la Unión en la guerra, Grant se dispuso a asestar el golpe final a las tropas confederadas del general Robert E. Lee, asentadas en las proximidades de Richmond (Virginia), la capital de la Confederación Sudista. Ideó un plan para inmovilizar a Lee, para lo cual mandó a las tropas del general William T. Sherman penetrar en Georgia mientras que la caballería, mandada por el general Philip H. Sheridan debía conquistar el valle de Shenandoah y destruir todas las rutas ferroviarias, rutas de abastecimiento y caminos de salida alrededor de Richmond, a la par que el general Benjamín F. Buttler atacaba la ciudad por mar. Pese al fracaso de este último, el general Lee se vio obligado a abandonar precipitadamente Petersburg y Richmond, esta última tomada por las tropas de Grant el 2 de abril de 1865, y poco después a capitular en Appomattox Court House, el 9 de abril. Se dio así por concluida la sangrienta guerra.
Una vez finalizada la contienda, Grant alcanzó una celebridad como no se conocía desde los tiempos del también general y presidente Andrew Jackson (1829-1837). Nombrado comandante en jefe de todos los Ejércitos de la Unión por el presidente republicano Andrew Johnson, Grant no pudo evitar verse envuelto de lleno en la guerra de poderes que se desató entre el Congreso y el presidente debido a la línea política adoptada Johnson a la hora de llevar a la práctica el programa de Reconstrucción Nacional, favorable a los estados sureños. Aun así, Grant aceptó el nombramiento de secretario de Guerra, en el año 1868, una vez que Johnson había destituido, sin el consentimiento del Congreso, a su anterior inquilino, Edwin M. Stanton. Cuando el Congreso obligó a Johnson a readmitir a Stanton, Grant quiso dimitir de su puesto para no crear malestar hacia su persona, pero su petición no fue aceptada por Johnson, quien creía que Grant quería desacreditarlo, por lo que entre ambos surgió un enorme enfrentamiento.
En mayo de 1868, la Convención Nacional del Partido Republicano decidió aprovechar la popularidad del general Grant y su excelente prestigio como militar, nombrándolo candidato presidencial para enfrentarse al candidato demócrata, el gobernador de Nueva York Horatio Seymour. El resultado fue favorable para el héroe de la guerra.
El 4 de marzo de 1869, Grant juró el cargo de presidente, en cuya labor no mostró ninguna de las cualidades que le habían convertido en un general de éxito. En realidad, Grant no era adecuado para el cargo: nunca se había interesado por la política, apenas conocía los problemas que atenazaban a la nación en esos momentos (la Reconstrucción Nacional, la reforma del funcionariado, el ajuste económico y el problema de la esclavitud en los estados del Sur), y ni siquiera entendía el complicado sistema político estadounidense. Su ingenuidad política y mal cálculo resultó evidente a la hora de escoger a sus consejeros y miembros del gabinete, la mayoría de los cuales fueron políticos de segunda y arribistas, que elevaron el grado de la corrupción de la Casa Blanca hasta límites insospechados. Los efectos nocivos de la práctica institucional puesta en marcha por el presidente Jackson, en el año 1829, el spoils system, llegaron a su culmen bajo la presidencia del general Grant. Además, su inclinación a las malas compañías políticas, su falta de juicio a la hora de aceptar regalos y préstamos de buscadores de favores y su lealtad hacia amigos poco recomendables para dirigir una gran nación, ayudaron a rebajar las pautas de la moralidad política en Washington.
General Grant at his headquarters in Cold Harbor, Virginia, June 1864


La primera administración de Grant estuvo marcada por cuestiones puramente económicas, en las que demostró una inseguridad manifiesta. Nada más ser elegido, Grant permitió que dos financieros poco escrupulosos y especuladores, Jay Gould y Jim Fisk, le convencieran para interrumpir temporalmente los suministros de oro con el objeto de fomentar la elevación de su precio hasta límites increíbles, lo que provocó el llamado "viernes negro" del 24 de septiembre de 1869, en el que la Bolsa de Valores de Nueva York estalló presa del pánico generalizado. Una vez que se dio cuenta de la maniobra, Grant autorizó la salida suficiente de oro para frustrar la operación especulativa, pero no pudo evitar la ruina de un gran número de inversores y de hombres de negocios.
El otro gran problema al que tuvo que hacer frente fue la cuestión de los billetes verdes (greenbacks), emitidos durante la contienda por el presidente Abraham Lincoln. La mayoría de los granjeros y demás partidarios del dinero barato querían mantener, e incluso incrementar, estos billetes, que aún circulaban por todo el país, para así sostener los precios inflacionarios y reducir la carga impositiva de la deuda. Pero, a finales de 1869, los acreedores obtuvieron una importante victoria al conseguir que el Congreso decretase el reembolso de los greenbacks en oro.
En el año 1870, el Congreso revocó todos los derechos compensatorios de tiempos de guerra, menos los de la bebida y el tabaco, y en 1872 abolió el impuesto de la renta. El escepticismo hacia Grant aumentó más cuando, en 1871, justo cuando comenzaba la campaña para las elecciones presidenciales, éste pidió al Congreso la aprobación de la Comisión sobre la Administración Pública, creada para llevar a cabo una profunda reforma en la Administración Pública y establecer un sistema de acceso al funcionariado basado en los méritos adquiridos y no en las relaciones políticas y de patronazgo. Pero bajo la presión de los oportunistas de turno, Grant tan sólo concedió un respaldo mínimo al nuevo organismo, el cual acabó diluyéndose, por falta de fondos, en 1875.
Los únicos éxitos relativos de Grant en este período presidencial se dieron en el campo de la política internacional. Tras sufrir un serio revés por parte del Senado en el plan del Gobierno para comprar la isla de Santo Domingo, Grant consiguió solventar todos los litigios que Estados Unidos tenía con Gran Bretaña mediante la firma, el 8 de mayo de 1871, del Tratado de Washington. Gracias a la labor de su secretario de Estado, Hamilton Fish, Grant se inclinó por la neutralidad en la Guerra de los Diez Años que enfrentó a España con su colonia caribeña de Cuba.
Constant Mayer's portrait of General Grant, 1866


En el año 1872, la nefasta política económica de Grant provocó que un grupo de disidentes republicanos, de talante reformista, se separaran para formar un tercer grupo político, el Partido Republicano Liberal, con el que se presentaron a las elecciones presidenciales con el candidato Horace Greeley, editor del prestigioso New York Tribune. Amparado por la cada vez más corrupta maquinaria republicana, Grant se presentó a la reelección y ganó nuevamente, gracias también a la terrible crisis por la que estaba pasando el Partido Demócrata, que había presentado nada menos que a cuatro candidatos presidenciales (Hendrick, Brown, Jenkins y Davis).

Durante el segundo mandato de Grant, los escándalos políticos y financieros fueron sucediéndose, surgieron casos gravísimos de sobornos y corrupción, en los que se vieron implicados de lleno personajes tan relevantes como el vicepresidente Schyler Colfax y el secretario de Guerra Willson W. Belknap (aceptación de sobornos de los aspirantes al comercio con las reservas indias), o el escándalo del Credit Mobilier, empresa encargada de la construcción del ferrocarril Union Pacific, que obtuvo grandes beneficios al cobrar más del doble de los costes reales de construcción y que desvió un gran número de acciones a congresistas con el objeto de frenar una investigación abierta por el Congreso para resolver el asunto. Posteriores investigaciones revelaron la participación de casi toda la administración de Grant, desde el secretario del Tesoro, pasando por el fiscal general y acabando en el secretario de Interior. La corrupción generalizada fue más allá de los círculos de poder de Washington, ya que también se instaló dentro del Partido Demócrata, con el caso del tristemente famoso Círculo de Marcy Tweed en Nueva York, por el que, a través de un refinado sistema de comisiones, se expoliaron cientos de millones de dólares al año durante toda la década de los sesenta.
La reacción presidencial ante tantos escándalos llegó demasiado tarde. Además, la presidencia de Grant se desgastó sobremanera como consecuencia de una tremenda crisis económica que asoló a todo el país en 1873, consecuencia directa de su nefasta política fiscal, a lo que se sumó el veto que impuso a una ley para colocar nuevamente en circulación 400 millones de greenbacks que habían sido retirados anteriormente, para paliar la crisis.
Con todo en su contra, Grant fue derrotado en la Convención Nacional de su partido por el candidato Rutherford Birchard Hayes (1877-1881), quien se enfrentó y ganó al candidato demócrata Samuel J. Tilden.
Retirado temporalmente de la política, Grant realizó un largo viaje alrededor del mundo. En el año 1880, regresó al ruedo político presentando su candidatura para presidente en la Convención del partido; nuevamente fue derrotado por James A. Garfield (1881).
En el año 1881, Grant se instaló en Nueva York donde invirtió toda su fortuna en la compañía bancaria Grant & Ward de Wall Street. Pero, al quebrar la empresa, se encontró en la ruina, por lo que, para subsistir, se vio obligado a escribir sus memorias, Personal Memories. Un cáncer de laringe le llevó a la muerte, el 23 de julio de 1885, en su casa de Nueva York.


  

La tumba del general Grant.


  

Grant's Tomb at dusk, 2016






La tumba del general Grant (en inglés General Grant National Memorial, o simplemente Grant's Tomb) es un mausoleo donde se encuentra enterrado el cuerpo del general Ulysses S. Grant, uno de los principales protagonistas de la Guerra de Secesión y el 18º presidente de los Estados Unidos. Se encuentra en el barrio de Morningside Heights al norte de Manhattan, en Nueva York. El memorial está construido cerca del Riverside Park, que domina el río Hudson. Nueva York fue la ciudad escogida para acoger el monumento, ya que Grant iba a menudo y quería rendir homenaje a los habitantes de la "Gran Manzana" que le habían sostenido los últimos años de su vida.


El edificio principal del memorial es obra del arquitecto John Duncan, que imaginó una estructura en granito y mármol. Los trabajos se terminaron en 1897. La gestión del lugar, el mausoleo más grande de los Estados Unidos, está garantizada por el National Park Service, que se ocupa igualmente de la Estatua de la Libertad. Para concebir el edificio, Duncan se habría inspirado en uno de los primeros mausoleos conocidos, que era también una de las Siete maravillas del mundo, el Mausoleo de Halicarnaso, pero al haber pocos planos precisos existentes, escogió también como modelos otros edificios funerarios. 
El edificio fue sufragado con una gran contribución pública. Más de un millón de personas asistieron al desfile fúnebre de Grant en 1885. De una longitud total de 11 km, estuvo marcado por la presencia reunida de diversos generales de la Unión (estados del norte durante la guerra) y de los estados del Sur, así como del presidente Grover Cleveland. La tumba fue inaugurada el 27 de abril de 1897, con ocasión de los 75 años del nacimiento de Grant, y el acontecimiento reunió casi a tanta gente como la exhibición funeraria, pero esta vez en presencia del presidente William McKinley.

Itsukushima Shrine.



  

(A Study of History) es una obra histórica y filosófica en la que se contienen las principales ideas del historiador Arnold J. Toynbee. Fue publicada en doce tomos, entre los años 1933 y 1961. El siguiente artículo resume sus conceptos principales.

La unidad del estudio histórico

Quizás la mejor manera de comprender la propuesta del Toynbee sería decir que en ella se hace explícita una Filosofía de la Historia, esto es, se presenta una visión sistemática y unificadora de la historia de la humanidad, comprendida en el estudio de sus diversas civilizaciones.
Dentro de este contexto, la primera idea relevante para comprender esta propuesta, es su reflexión crítica a la historiografía tradicional, que hace del "Estado Nacional" la unidad de análisis y reconstrucción histórica básica. Según el autor, ninguna historia nacional se comprende sin atender a las relaciones que se establecen con otras naciones y al contexto general que las incluye. Siguiendo este razonamiento, Toynbee propone que las verdaderas unidades, los "campos inteligibles de estudio histórico", son las civilizaciones. Estas las concibe, en última instancia, como unidades culturales que incluyen variados pueblos y/o naciones dentro de un mismo conjunto de creencias básicas.
El mundo occidental está condicionado por dos fuerzas distintas, la democracia (política) y el industrialismo (económica), que han creado un determinado modo de pensar la Historia, en torno a la idea de estados nacionales. Sin embargo, los estados nacionales no son entes inteligibles y autosuficientes de estudio, por lo que debe ampliarse el marco de observación hasta la civilización. La civilización occidental como campo de estudio puede remontarse en un espacio determinado. También en un tiempo determinado, hasta el origen de la Edad Media, en donde es posible reconocer su encuentro con otra civilización distinta, a la que denomina Helénica, y que cobra forma en el Imperio romano. Siguiendo operaciones similares, llega a determinar la existencia de 21 civilizaciones, más un grupo de otras que han sido abortadas o detenidas.

Génesis de las civilizaciones

Cabe preguntarse si las civilizaciones nacen automáticamente o no. La respuesta es negativa, debido a la existencia de pueblos sin historia, que han permanecido sin cambios desde el Paleolítico hasta la actualidad. Por tanto, las civilizaciones deben nacer por una razón determinada. Descartado el criterio racial (las civilizaciones son productos de razas superiores) y el ambiental (son producto de su medio ambiente), surge el proceso de incitación y respuesta, según el cual una comunidad es estimulada o presionada por un problema, frente al cual ofrece una respuesta creativa, que en el caso de un pueblo sin historia será el surgimiento de una nueva civilización. Sin embargo, esta fuerza no opera hasta el infinito, ya que si la presión es demasiado fuerte, quebrará a la civilización y la abortará antes de nacer, lo que hace surgir el fenómeno de las civilizaciones abortadas.

Crecimiento de las civilizaciones

El crecimiento de las civilizaciones no es automático. La prueba de ello está en las civilizaciones detenidas, que han conseguido nacer, pero que se han estancado en una fase primaria de su evolución. Tampoco el crecimiento es producto de la expansión geográfica o del desarrollo tecnológico, ya que ambos coinciden no tanto con fases de crecimiento, sino de decadencia de las civilizaciones. El crecimiento exige sucesivas respuestas creativas por parte de personas o comunidades que ofrezcan soluciones a los problemas que surgen, y que ex hypothesi no pueden ser los creadores que han surgido con anterioridad, ya que ellos han creado el estado de cosas que ocasiona el nuevo problema. El grupo o persona que encuentre la solución es una minoría creadora, que emprende un movimiento de retiro y regreso, apartándose del curso normal de la civilización y reencontrándose con la misma, ofreciéndole una respuesta. El resultado constante y repetido de este proceso hace crecer a las civilizaciones cada vez más.
Existe una dirección del crecimiento, que es marca y señal distintiva de éste. El crecimiento implica traspasar elementos de un plano material a un plano espiritual, más etereo (eterealización). De este modo, cuanto más crece una civilización, más elementos espirituales surgen de ella. El resultado de este proceso creador no es reductible a leyes fijas y predeterminadas, porque por hipótesis, la creación implica inventar nuevas soluciones originales a viejos problemas, que producirán dos resultados en la sociedad: ésta se hará más compleja (con más elementos), y también más diversa (con elementos que la distinguen claramente de otras sociedades).

Colapso de las civilizaciones

El colapso de las civilizaciones es evitable, ya que el proceso por el cual sucesivas minorías creadoras se van relevando unas a otras puede continuar teóricamente ad infinitum. Sin embargo, puede suceder que en determinados momentos ninguna minoría creadora sea capaz de ofrecer una respuesta a un problema que aflige a la civilización, frente al cual ya no habrá solución posible. La civilización colapsa entonces y se precipita al abismo de la desintegración. Este colapso puede asumir dos variantes, una pasiva y una activa. La pasiva consiste en la némesis de la creatividad, que es la idolatría de una institución que ha sido clave en una etapa anterior de la historia de la civilización, pero que pasa a ser un estorbo en una etapa siguiente, pese a lo cual los habitantes de la misma no se deshacen de ella por venerarla en demasía. La variante activa consiste en la hybris de extralimitarse más allá de toda medida racional, embarcándose en una carrera desenfrenada que llevará a la ruina; frecuentemente asume el carácter de militarismo suicida.

Desintegración de las civilizaciones

Una civilización colapsada entra inevitablemente en desintegración. Este proceso puede describirse de manera más o menos acabada, porque los pasos que llevan desde el colapso al final son rutinarios y predecibles. La dirección del crecimiento es hacia la eterealización, y la dirección de la desintegración es hacia la automatización. Si el resultado final del crecimiento es una sociedad más compleja y diversa a las demás, el resultado final de la desintegración es una sociedad más simple (en última instancia la disolución de la misma) y uniforme (sin tener elementos distintivos respecto de otras sociedades).

El colapso produce un cisma en el cuerpo social, y también un cisma en el alma. El cisma en el cuerpo social se manifiesta en el fraccionamiento de la civilización en tres: una minoría dominante, un proletariado interno y un proletariado externo. Las minorías dominantes son aquellas que, perdida su creatividad, controlan la sociedad no por la fascinación del poder creador sino por medios estrictamente militares y policiales; sus productos típicos son los estados universales y las filosofías. El proletariado interno es la masa de esclavos y desarraigados que no pueden sacudirse la minoría dominante de encima; en el camino inventan las religiones superiores. El proletariado externo es el conjunto de hordas bárbaras que se apiñan alrededor de la civilización, para rematarlas; este proceso las lleva a crear las edades heroicas y la épica.
Este cisma en el cuerpo social es reflejo de un cisma en el alma. Este cisma puede ser asumido de maneras pasivas, dejándose llevar por la corriente, o activas, luchando con fanatismo hasta la destrucción final. De esta manera surgen actitudes contrapuestas como el abandono (pasivo) contra el martirio (activo), o la promiscuidad artística y religiosa (pasivo) contra el descubrimiento de un sentido de unidad (activo). Este cisma se lleva al campo político en cuatro actitudes: el arcaísmo, el futurismo, el desasimiento y la transfiguración. Y cristaliza en cuatro tipos de salvadores de la sociedad, el salvador por la espada, el salvador por la máquina del tiempo, el filósofo detrás del rey y el dios encarnado. Sin embargo, todos estos salvadores están condenados al fracaso en su misión de salvar a la civilización, si bien el dios encarnado puede crear un nuevo tipo superior y trascendente de sociedad, más allá de la civilización, cual es la religión universal, que a veces cristaliza en una iglesia universal.
El proceso de desintegración de las civilizaciones se lleva a cabo en tres tiempos y medio, movimientos que son de caída y recuperación. El primero de ellos es el tiempo de angustias, en donde un grupo de estados parroquiales contienden entre sí en guerras fraticidas, el segundo es el estado universal que uno de los contendientes o un conquistador extranjero impone a la civilización como cura de reposo, y el tercero es el interregno, en donde el estado universal se desintegra y cede paso a reinos bárbaros que terminan de consumir la civilización por completo.

Durante la génesis, crecimiento y colapso de las civilizaciones, éstas son unidades de estudio cerradas y más o menos autosuficientes. Durante la desintegración en cambio, al perderse la unidad de la civilización por los cismas de la sociedad y del alma, ésta se permea a influencias extranjeras (otras civilizaciones) o bárbaras. El estado universal puede agrupar no sólo a toda la civilización, sino también a otras civilizaciones extrañas en su seno. La minoría dominante, al perder su espíritu, cae en la vulgarización y en la barbarización. Las religiones universales presentan frecuentes inspiraciones extranjeras. Los bárbaros, por su parte, suelen asumir variantes heréticas de la religión propia de la minoría dominante, como una manera de demostrar su oposición a la misma en el campo espiritual. Por ello los subproductos más característicos de la desintegración (estados universales, iglesias universales y edades heroicas) merecen ser analizados por separado.

Estados universales

Los estados universales son uno de los subproductos de la civilización en su fase de decadencia, y son generados por la minoría dominante de ésta. Usualmente surgen cuando un estado parroquial, de los varios que se han estado disputando la hegemonía con los otros durante el tiempo de angustias, le proporciona un golpe fatal a sus restantes vecinos y unifica toda la civilización, aunque a veces puede surgir por obra de un conquistador extranjero, sea bárbaro o bien de otra civilización.

Un estado universal sirve como una cura de reposo para la civilización que ha estado sumergida en la guerra fraticida del tiempo de angustias. Al mismo tiempo proporciona una serie de servicios a la minoría dominante, para que ésta pueda regir en mejor forma a la civilización, pero éstos generalmente terminan por aprovechar más a los proletariados, interno y externo, de la civilización. Así, por ejemplo, los estados universales crean redes de caminos que a la larga serán aprovechados por los bárbaros para invadir la civilización durante el interregno, y por el proletariado interno para difundir sus religiones foráneas. También crean fortalezas y campamentos militares, contra las cuales el proletariado externo se entrenará hasta destruirlas, o bien el proletariado interno usa para propagar su religión. Al mismo tiempo, se crean servicios administrativos que después el proletariado externo usará como divisiones fronterizas entre los estados sucesores del estado universal, mientras que el proletariado interno podrá usar como plantilla para su propia iglesia universal. Y así sucesivamente. De esta manera el estado universal, aunque es creado para beneficiar a la minoría dominante, a la larga es inútil para salvar a la civilización de su propia destrucción.

Iglesias universales 

El subproducto más importante del proletariado interno es la religión universal, que de desarrollarse, puede cristalizar en una iglesia ecuménica. Cuatro de ellas han llegado a buen puerto y se han desarrollado plenamente: el cristianismo (helénica de inspiración siríaca), el islamismo (siríaca), el budismo (índica de inspiración helénica) y el hinduismo (índica).

Una manera de ver a las religiones universales es como cánceres de la civilización, que lo consumen desde adentro, como hacía Gibbon al explicar cómo el cristianismo había destruido al Imperio romano, pero esto es cuestionable, ya que algunas civilizaciones entraron en colapso antes de que surja en su interior una religión ecuménica, que es ex hypothesi producto de un proletariado interno nacido justamente de ese colapso. En realidad, las religiones universales se revelan como una especie de sociedad distinta y superior a las dos anteriores (los pueblos sin historia y las civilizaciones), ya que en ellas se ha llevado a cabo una eterealización al traspasar sus habitantes a un nivel de espiritualidad superior, a una civitas dei que no es de este mundo, por lo que puede en justicia considerarse a las civilizaciones nacidas al alero de esas religiones universales, como regresiones de las mismas. también conocidas como una de las fuentes más importantes

Edades heroicas

Las bandas bárbaras alrededor de una civilización en desintegración pasan a ser de amistosas y receptivas a ella, a hostiles y combativas, debido a que el poder creador de la civilización se ha acabado, y para mantener bajo control a su entorno, la minoría dominante debe recurrir a la fuerza bruta. De este modo, los umbrales de zonas decrecientemente civilizadas en la periferia son reemplazadas por limes fronterizos bien definidos, a un lado del cual está la civilización y al otro los bárbaros.

Durante un tiempo, los limes podrán expandirse, e incluso ahogar a los bárbaros si éstos tienen accidentes geográficos insuperables a sus espaldas, pero si no es ése el caso, los bárbaros podrán eventualmente frenar el desarrollo de ese limes. Progresivamente, irán adoptando elementos y técnicas de la civilización, los que obtienen por el comercio y la rapiña, al tiempo que se entrenan militarmente luchando contra los límites de la civilización. De este modo se igualan a los civilizados superándose a sí mismos, al tiempo que los civilizados, presa de su desmoralización, se igualan hacia abajo con los bárbaros (véase vulgarización y barbarización). El resultado final es que el limes revienta a favor de los bárbaros, éstos saquean el estado universal, lo aniquilan, y fundan sobre él estados sucesores (reinos bárbaros), que quemarán los últimos restos de la civilización durante el interregno, en una mortífera guerra fraticida por el botín rapiñado.
Aunque los bárbaros están condenados a exterminarse a sí mismos, cumplen un par de modestos servicios. Por un lado, crean la épica heroica. Por otro lado, despejan el campo de los restos de la civilización muerta para que una nueva sociedad, sea ésta una nueva civilización, e incluso una religión ecuménica, se instale sobre la misma.

Contactos en el espacio de las civilizaciones

Con algunas escasas excepciones, la mayor parte de las civilizaciones históricas se han desarrollado de un modo tal, que en un momento u otro entran en contacto con otras distintas. Una de estas modalidades de contacto es la que se produce entre dos civilizaciones que coexisten en un mismo tiempo (descartando aquellas que son padre e hija una respecto de la otra).
Este contacto asume la forma de una acción y reacción, en donde una civilización propina el primer golpe, sólo para recibir a continuación una respuesta. Esto es una consecuencia del principio de incitación y respuesta, ya que el golpe que una civilización le propina a la otra es una incitación, que genera una respuesta, que para la otra civilización a su vez es una incitación.
Si el asalto de una civilización a la otra es rechazado, la parte que ha sufrido el ataque puede caer en hybris, e incluso puede afrontar la perspectiva del colapso, como le ocurrió al mundo helénico después de las Guerras Médicas. Si el asalto tiene éxito, la civilización sometida pasa a quedar sumergida, pero tardará aún un largo tiempo en ser asimilada. El caso más prolongado conocido de este tipo es el asalto que la civilización helénica emprendió contra la siríaca con Alejandro Magno, que sumergió mil años al mundo siríaco, hasta la instauración del Califato Omeya.

Contactos en el tiempo de las civilizaciones

Dos civilizaciones pueden entrar en contacto también en el tiempo, cuando una de ellas, que ya ha fenecido, es restaurada en el seno de una civilización filial suya. Estas restauraciones son los renacimientos, de los cuales el Renacimiento italiano es sólo un caso particular más. Otros casos son: el renacimiento del Imperio romano en el Imperio bizantino, y el renacimiento del Imperio Han en el Imperio Tang.
Los renacimientos siguen un orden inverso a la desintegración de la civilización renacida. Por ejemplo, en el mundo occidental primero se intentó evocar el Imperio romano (estado universal helénico), luego los estados parroquiales, y al final de todo el proceso, las realizaciones culturales y artísticas helénicas (Renacimiento propiamente tal).
Empero, como la civilización que se evoca ha fallecido, sus soluciones no son todo lo provechosas que se debiera, de manera que un renacimiento exitoso acarrea consigo la tragedia de agostar y sepultar a la civilización que intenta evocar el espectro de una civilización muerta. Por ejemplo, el renacimiento exitoso del Imperio romano, bajo la forma de Imperio bizantino, dentro de la civilización cristiana ortodoxa produjo catastróficas consecuencias, que llevaron a su colapso, lo que no ocurrió con el renacimiento fracasado de ese mismo Imperio romano, bajo la forma de Sacro Imperio Romano Germánico, en el mundo occidental.

Ley y libertad en la Historia

Cabe preguntarse si las regularidades en la historia permiten predecir ésta con relativa exactitud, o si bien ésta es un enorme caos sin sentido posible. Cabe preguntarse también si el ser humano estará condenado a los ciclos de desarrollo y destrucción, sin poder escaparse de ellos. Ante esto es claro que existen ciertas regularidades históricas, que se presentan como ciclos históricos. Sin embargo, estas regularidades no se repiten monótonamente, sino que cada repetición del ciclo lleva consigo un estadio superior de desarrollo. De esta manera, por ejemplo, el auge y caída de las civilizaciones pueden presentar un cuadro monótono, pero a través de ellas surgieron un tipo diferente y superior de sociedades, las religiones superiores.

Perspectivas de Occidente

La civilización occidental nació del interregno a la caída del Imperio romano, el estado universal de la civilización helénica. Existe indudablemente una etapa de crecimiento, por lo menos hasta el siglo XVI, época en la que han surgido los estados parroquiales. Es discutible si las fases históricas posteriores marcan nuevos y sucesivos desarrollos posteriores, o bien significan el colapso y desintegración de la civilización occidental. Lo que sí es claro es que, si Occidente ha entrado en desintegración, ha cubierto sólo la fase del tiempo de angustias, sin haber alcanzado aún la fase de estado universal.

La inspiración de los historiadores

Muchos historiadores han encontrado inspiración en distintos acontecimientos históricos que, de alguna manera, le revelan el presente y sus regularidades. Edward Gibbon se inspiró en los cánticos gregorianos que escuchó accidentalmente para escribir su Decadencia y caída del Imperio romano. El propio Toynbee tuvo un chispazo capital cuando descubrió que su experiencia de la Primera Guerra Mundial, era análoga a la Guerra del Peloponeso, tal y como la había descrito Tucídides.

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