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viernes, 23 de agosto de 2013

164.-La riqueza de las naciones de Adam Smith.-a

  


Una investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones (título original en inglés: An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations), o sencillamente La riqueza de las naciones, es la obra más célebre de Adam Smith. Publicado en el 9 de marzo de 1776, es considerado el primer libro moderno de economía.
Smith expone su análisis sobre el origen de la prosperidad de países como Inglaterra o los Países Bajos. Desarrolla teorías económicas sobre la división del trabajo, el mercado, la moneda, la naturaleza de la riqueza, el precio de las mercancías en trabajo, los salarios, los beneficios y la acumulación del capital. Examina diferentes sistemas de economía política, en particular, el mercantilismo y la fisiocracia; asimismo, desarrolla la idea de un orden natural. Este «sistema de libertad natural», como lo llama Smith, es el resultado del libre ejercicio del interés individual que beneficia exitosamente —sin proponérselo— al bien común en la solución de problemas y satisfacción de necesidades por medio de la libre empresa, de la libre competencia y del libre comercio.
La riqueza de las naciones es hoy una de las obras más importantes de la disciplina económica y, para Amartya Sen, «el libro más grande jamás escrito sobre la vida económica». Se trata del documento fundador de la economía clásica y, sin duda, del liberalismo económico.

Importancia

Adam Smith (1723-1790), economista y filósofo originario de Escocia, es reconocido como uno de los más importantes exponentes de la economía clásica con su obra “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” publicada en 1776.
El llamado padre de la Economía formuló su investigación con diversas influencias a lo largo de su carrera académica. Francis Hutcheson fue la primera gran influencia de Smith, siendo su profesor de filosofía social en la Universidad de Glasgow. El “orden natural” como opuesto al inventado por el hombre fue la principal aportación de Hutcheson en los estudios de Smith.
En 1748 Smith comenzó como ayudante de profesor en la Universidad de Edimburgo, durante su estancia entabló relación y amistad con el conocido filósofo escoses David Hume, mismo que tuvo gran influencia en la teoría del valor y análisis del dinero de Smith.
Derivado de sus estudios de filosofía, Adam Smith escribe la “Teoría de los sentimientos morales” publicada en 1759, cuyo desarrollo versa sobre el planteamiento de que la conducta humana se mueve por seis motivaciones: el egoísmo, la conmiseración, el deseo de ser libre, el sentido de la propiedad, el hábito de trabajo y la tendencia al intercambio.

Como economista académico, también tuvo la influencia de la doctrina fisiócrata. Su obra “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” contiene referencias a Quesnay y a Mercier de la Rivière, además, el último capítulo del libro IV hace una crítica a la fisiocracia. Smith sustentó muchas opiniones que guardaban gran relación con las propuestas hechas por los fisiócratas. Entre ellas están su adhesión al naturalismo y su interés por el problema del excedente.
En el “Essai Physique sur l’Économie animale” (Quesnay, 1748), se hace referencia al orden y la libertad natural en términos generales, posteriormente Adam Smith lo retoma como parte de su investigación haciendo mención de la libertad natural en el comercio y en la industria.
Dentro de la investigación de Smith se pueden apreciar elementos coincidentes, pero también visiones divergentes. Para los fisiócratas la riqueza (producto neto) la generaban los agricultores. Adam Smith amplió el concepto de riqueza identificándolo como valor de cambio y a diferencia de los fisiócratas, lo generalizó incluyendo el concepto en todo trabajo que creara un excedente y que pudiera recompensar al propietario del producto. (Gutiérrez, 2011: 115 p.)

Adam Smith inspiró su investigación sobre la riqueza de las naciones en muchos de los filósofos y economistas de la época como el ya mencionado Hume, Locke, Petty Cantillón y Steuart. Entrelazó todos los hilos de ideas que tomó por separado, y en este proceso transformó su significado a través de su propio enfoque, formulando una obra que significó una revolución en el pensamiento económico.
Mejor conocida como “La riqueza de las naciones”, su obra más importante, hace una descripción sobre el progreso económico, argumentando a favor del libre mercado y haciendo una crítica a las doctrinas de la economía política.
 A través de los capítulos de su libro, enuncia los principios que actualmente representan la teoría económica clásica considerando una economía de libre mercado, con mercados competitivos en donde no existe influencia sobre los precios y lo único que varía es la cantidad que se puede intercambiar, originando una interacción de agentes económicos que determinarán un precio de equilibrio.
Uno de los términos más reconocidos hasta la actualidad es la regulación del mercado a través del mecanismo de “la mano invisible”.

En su investigación, Adam Smith describe como opera este mecanismo en la economía de las naciones y la sociedad. Afirma que en lo que respecta al ámbito económico, el ser humano se comporta de forma egoísta, satisfaciendo su interés individual y ese comportamiento es el motor del crecimiento económico, pues promoverá el interés colectivo. Según Adam Smith, el individuo:
“…conducido, como por una mano invisible, a promover un fin que nunca tuvo parte en su intención. …siguiendo cada particular por un camino justo y bien dirigido, las miras de su interés propio promueve el de común con más eficacia, a veces, que cuando de intento piensa fomentarlo directamente.” (Smith, 1983: 15 p.)
De esta manera, la búsqueda de ganancia de cada individuo puede ser llevada a cabo por los caminos señalados por el orden natural de la sociedad. El hombre, como miembro de una sociedad, tiene la necesidad de apoyarse de los otros para lograr sus propios fines, de aquí su siguiente aportación: la división del trabajo.
El intercambio de necesidades individuales hace posible la satisfacción simultanea de dos intereses. Todo individuo, al usar su trabajo para su propio beneficio lo hace con fines de cambio (condiciones que determina el resto de la sociedad), está obligado por el orden natural de la sociedad a conceder un beneficio a cambio de recibir otro.
“Todos los individuos están obligados a poner los resultados de sus esfuerzos en un depósito común, donde cada individuo puede adquirir cualquier parte que necesite del producto del talento de otros hombres”. (Ibíd., p. 17)

A diferencia de las teorías formuladas con anterioridad como los mercantilistas y los fisiócratas, Adam Smith formulo una teoría más universal que tenía como objetivo romper con la estructura mercantilista y aplicar el naturalismo.
A menudo se piensa que Adam Smith representaba los intereses de una sola clase, debido a que hizo fuertes críticas a los miembros improductivos de la comunidad, atacando a los que constituían obstáculos al desarrollo del capitalismo industrial; pero el éxito de la defensa de los intereses particulares se debió a la idea del beneficio común dado por el orden natural.
La creencia en el orden natural llevó a Smith a criticar la intervención estatal en la economía, pero nunca puso en duda la compatibilidad de la propiedad privada con la armonía social. Justificaba el argumento mediante la idea de que el gobierno civil era necesario para proteger la propiedad. (Roll, 1994: 142 p.)
Otra gran aportación de Adam Smith al pensamiento económico radica en la formulación de una teoría del valor. Durante doscientos años, los economistas habían estado buscando el origen de la riqueza y dando diversas explicaciones, sin embargo, la generalización de la teoría de Smith decía que la riqueza dependería de dos condiciones: el grado de productividad del trabajo y la segunda la cantidad de trabajo útil (que produce riqueza). La productividad del trabajo la asocia con la división del trabajo:

“El progreso más importante de la capacidad productiva del trabajo y la mayor parte de la habilidad, con que éste se aplica o dirige, parecen haber sido consecuencia de la división del trabajo” (Óp. Cit., Smith: 82 p.)

El concepto de división del trabajo está enmarcados por la acumulación de capital y el tamaño del mercado. La acumulación de capital permite alcanzar un grado superior de especialización dando lugar al aumento de la productividad que a se reflejará en un aumento de la producción y el poder de compra, es decir, aumento del tamaño del mercado. Ambos conceptos generarán un ciclo en el que el incremento del tamaño del mercado promoverá la división del trabajo, que a su vez aumentará nuevamente la productividad de los factores. (Rodríguez, 2003)
Para Smith existe el trabajo productivo e improductivo.
 “Hay una clase de trabajo que aumenta el valor del objeto al que se incorpora; hay otra que no produce ese efecto” (Óp. Cit., Smith: 335). 
De esta manera define el trabajo productivo como el que crea valor y también crea un excedente o ganancia para el capitalista.
Entonces Smith usa el término de trabajo útil derivado del trabajo productivo. Distingue al “valor de uso” (utilidad del objeto) y el “valor de cambio” (capacidad de un objeto de comprar otros bienes). La medida del valor de cambio se da en trabajo útil incorporado a la obtención del objeto. Un producto comercializable tiene un precio natural determinado por el costo de producción medido en trabajo, y un precio de mercado que en “libre competencia” tenderían a ser los mismos.
Es difícil hacer un resumen de la ambigua y confusa teoría del valor de Adam Smith, los autores que lo siguieron encontraron contradicciones y explicaciones vagas sobre sus planteamientos, no obstante, la teoría planteada por Smith hizo progresos notables en la explicación del valor.

La causa de la confusión de Smith está dada por la pregunta universal de gran parte del estudio de la Economía, ¿qué le da valor a las cosas? 
Por un lado, Smith plantea que “El trabajo fue el primer precio que se pagó por todas las cosas” (Óp. Cit., Smith: 30 p.), pero una vez que se ha realizado la división del trabajo, el trabajo propio deja de ser lo que determina el valor, es entonces la cantidad de trabajo en general que se puede comprar con la cantidad de trabajo contenida el trabajo propio. Entonces determina la teoría del valor como producto del trabajo cuando ya es un factor social resultado de la división del trabajo. 

Sin embargo, en otras partes de su investigación asegura que “el trabajo es el único patrón definitivo y verdadero con que puede medirse y compararse el valor de todas las mercancías en todos los tipos y lugares” (Ibíd., p. 33).

El mismo Adam Smith se dio cuenta de la confusión existente entre el valor y cantidad de trabajo, señala que el valor del trabajo es igual para cada trabajador, pero varía para las personas que lo compran, porque una misma cantidad de trabajo se comprará con mas o menos mercancías; no obstante, eludió el problema argumentando que el trabajo no es lo más o menos costoso, sino que el eje son las mercancías con que se compra.
Desde la teoría del valor de Adam Smith, la teoría clásica ha sido incapaz de explicar la paradoja del valor, pues Smith solamente explicó el valor de cambio, las características y variaciones a través del tiempo.
Entre otras de sus aportaciones estuvo el planteamiento sobre la acumulación y distribución de la riqueza, siendo el primero en exponer el concepto de plusvalía y relacionarlo con la producción capitalista. Definió la ganancia como la parte del valor que se apropia el capitalista después del pago de salarios, reconociendo la dificultad de explicar las ganancias debido a su variación de tiempo, de lugar y de tipo de negocio. Al hablar de ganancias y utilidades comienza a utilizar el término de interés, señalando que las utilidades determinan el tipo de interés. (Óp. Cit., Roll: 152 p.)
En su extensa obra “la riqueza de las naciones” Smith también formula una teoría de la renta, diciendo que “entra en la composición del precio de las mercancías de una manera diferente de los salarios y las utilidades. Los salarios y las utilidades altos o bajos son causa de precios altos o bajos; la renta alta o baja es el efecto de estos”. (Óp. Cit., Smith: 98 p.) 
De esta forma enuncia que la renta no participa en la determinación del precio, se comporta como causa y no como efecto, de forma que, si el precio del producto de la tierra solo basta para satisfacer al capitalista, la tierra no producirá renta.

Una contribución adicional a su obra fue la teoría de la población. A pesar de que Adam Smith no ahondó demasiado en el comportamiento de la población, identificó características importantes que influían en el proceso económico de cambio histórico. Realizó su análisis en base a la situación de Inglaterra en ese entonces, destacando algunos puntos importantes: (Spengler, 1970)
La capacidad de la población de un país, dado un nivel medio de consumo, estaba condicionado por el estado de la tierra, la habilidad con que se cultiva, y el grado en que la división del trabajo se podría aumentar y con ello aumentar la producción para uso doméstico y venta en los mercados externos.
El crecimiento de la población se daba en respuesta al crecimiento de la demanda de mano de obra y servía para aumentar la división del trabajo y con ello la producción.
La distribución de la población de un país respondió a su progreso en la opulencia, con la tasa de este progreso condicionado por el grado en que se evitaron políticas inadecuadas (las mercantilistas).
Adam Smith relacionó su teoría de la renta y de la población afirmando que el progreso de la agricultura y el crecimiento de la población que siguen al aumento de la riqueza de la comunidad, tenderán a aumentar la participación en el producto que va al terrateniente en forma de renta. El aumento de la población incrementará la demanda de productos y elevará el precio de los mismos (Óp. Cit., Roll: 155 p.).

Las aportaciones adicionales de su investigación se relacionaron con la evolución histórica de la economía de Inglaterra en la primera parte del siglo XVII, exponiendo sus ideas sobre las finanzas públicas, haciendo comparaciones y fuertes críticas a la doctrina mercantilista.

Adam Smith fue el principal exponente de la Economía Clásica, su más conocida obra “Investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones” marcaba un paradigma en el conocimiento de la economía de esa época. Bajo el principio de “laissez faire” (dejar hacer, dejar pasar), sentó las bases de una economía basada en el libre mercado.
 La impresión que generó su investigación en la clase política inglesa y los hombres de negocios fue muy significativa; no obstante, tardó en penetrar en el resto de los países debido a las peculiares condiciones de una Inglaterra en vísperas de la Revolución Industrial. Cuando Adam Smith escribió su libro, Inglaterra ya figuraba como el país capitalista más avanzado del mundo, el nuevo paradigma creado por Smith combatía el proteccionismo, los monopolios y las posiciones privilegiadas porque pensaba que estas prácticas solo podían sostenerse con ayuda del Estado. 
Toda la obra de Smith se basaba en la creencia de libertar al Estado de la influencia de los individuos y las clases, sin embargo, todo en lo que creía era una gran contradicción, pues dentro de la “libertad natural” de la que era partidario seguía existiendo la propiedad privada. 
Él pensaba que ninguna sociedad podría florecer si la mayor parte de sus miembros son pobres o están en la miseria; no obstante su obra escrita hace más de 200 años sigue siendo el eje rector de la doctrina económica neoclásica, cuyo resultado ha sido la execrable pobreza y mala distribución de la riqueza, que se refleja en una clara distinción de clases y una “libertad natural” que deriva en un fallido sistema capitalista.

  

Adam Smith.




Adam Smith (Kirkcaldy, 16 de junio [O.S 1​ 5 de junio ] de 1723-Edimburgo, 17 de julio de 1790) fue un economista, filósofo y moralista de la Ilustración escocesa, considerado uno de los mayores exponentes de la economía clásica y de la filosofía de la economía.

Economista escocés. Hijo de un interventor de aduanas, a la edad de catorce años ingresó en la Universidad de Glasgow, donde fue discípulo de Francis Hutcheson, profesor de filosofía moral. Graduado en 1740, ganó una beca en el Balliol College de Universidad de Oxford, en el que adquirió formación en filosofía. Ejerció la docencia en Edimburgo, y a partir de 1751, en Glasgow, como profesor de lógica y filosofía moral.

Ex libris

En 1759 publicó Teoría de los sentimientos morales, obra profundamente influida por el utilitarismo de Jeremy Bentham y John Stuart Mill en la que describía la formación de los juicios morales en el marco de un «orden natural» de ámbito social, y sobre cuyos principios basaría su posterior liberalismo económico.

Smith veía en el comportamiento humano la presencia de una dualidad entre razón e impulsos pasionales. La naturaleza humana, individualista y racional al mismo tiempo, empuja al hombre tanto al enfrentamiento como a la creación de instituciones destinadas a la consecución del bien común. Expuso además la creencia en una «mano invisible» armonizadora de los intereses individuales en el marco de la actividad colectiva.

En 1763 abandonó Glasgow y aceptó (por recomendación de David Hume) un empleo en Francia como preceptor del joven duque de Buccleuch, hijastro del canciller del Exchequer Charles Townshend. En Francia conoció a Anne Robert Jacques Turgot, François Quesnay y a otros economistas fisiócratas y enciclopedistas de la época. Residió principalmente en Toulouse y París, ciudad desde la que tuvo que regresar a Londres debido al asesinato del hermano del duque de Buccleuch. En el curso de una corta estancia en Ginebra conoció a Voltaire.

En Francia inició la redacción de su obra más importante, la Investigación sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones (An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations), dividida en cinco libros, que terminó de escribir durante seis años en su pueblo natal de Kirkcaldy, cerca de Edimburgo, y publicó después de una estancia de tres años en Londres, en 1776.

El pensamiento económico de Adam Smith

La principal aportación teórica de Adam Smith es el análisis del mecanismo mediante el cual el libre juego de mercado (tanto a escala interna como en las relaciones comerciales con otros países) entre los diversos sectores de la economía genera el máximo beneficio económico del conjunto. Como consecuencia, se mostró siempre contrario a cualquier intervención o regulación de la actividad económica, reduciendo el papel del Estado al de garante de las reglas del juego.

Adam Smith se opuso al mercantilismo al considerar la riqueza de una nación como la producción anual de bienes y servicios («las cosas necesarias y útiles para la vida»), en lugar de las reservas de metales preciosos, y a la escuela fisiócrata al descartar la tierra como el origen de toda riqueza y proponer en su lugar el factor trabajo. A este respecto, incidió en la especialización como el determinante de la capacidad de una sociedad para aumentar su productividad, y en consecuencia, su crecimiento económico.

Estableció una teoría del valor de un bien que distinguía entre su valor de cambio (capacidad de ser intercambiado por otros bienes) y su valor de uso (utilidad que aporta). Con respecto al valor de cambio, su medida era el trabajo útil incorporado en su obtención; es decir, que una mercancía tiene un precio natural determinado por el coste de producción medido en trabajo, y un precio de mercado. En situación de libre competencia, este último convergería hacia el primero.

Adam Smith completó su análisis con una teoría sobre la distribución de la renta que distinguía entre tres categorías de rentas (salarios, beneficios del capitalista y rentas de la tierra), para sostener a continuación que los salarios eran fijados por las leyes de la oferta y la demanda, aunque reconoció la existencia de un valor mínimo de subsistencia por debajo del cual ya no podían descender.

Estilo Antiguo (en inglés Old Style, abreviado O.S.) y Estilo Nuevo (New Style, abreviado N.S.) indican sistemas de datación antes y después de un cambio de calendario, respectivamente. Por lo general, este es el cambio del calendario juliano al calendario gregoriano tal como se promulgó en varios países europeos entre 1582 y el siglo xx.



Información personal
Nacimiento5 de junio de 1723
Kirkcaldy, Escocia, Reino de Gran Bretaña
Fallecimiento17 de julio de 1790 (67 años)
Edimburgo, Escocia, Reino de Gran Bretaña
Causa de muerteEnfermedad (desconocida)
SepulturaCanongate Kirkyard 
ResidenciaKirkcaldy, Glasgow (Escocia), Oxford (Inglaterra), Edimburgo (Escocia), Francia, Suiza Londres
NacionalidadBritánico
CiudadaníaEscocesa
ReligiónPresbiterianismo
Familia
PadresAdam Smith y Margaret Douglas
Educación
EducaciónEstudios superiores universitarios. Cátedras de retórica, literatura (Expedidas por la Universidad de Glasgow) y ética (expedida por la Universidad de Oxford)
Educado enprofesor Francis Hutcheson
Universidad de Oxford
Universidad de Glasgow
Supervisor doctoralFrancis Hutcheson 
Información profesional
OcupaciónConferenciante bajo mecenazgo de lord Henry Kames, profesor de retórica y literatura en la universidad de Glasgow, catedrático de ética en la universidad de Oxford, filósofo, economista, tutor del III duque de Buccleuch, director de Aduana de Edimburgo.
Años activoConferenciante: 1748-1751
Tutor del III duque de Buccleuch: 1763-1788
Director de Aduana de Edimburgo: 1778-1790
EmpleadorDuques de Buccleuch
Obras notablesTeoría de los sentimientos moralesLa riqueza de las naciones
PredecesorDavid Hume
Miembro de
  • Sociedad Real de Edimburgo
  • Royal Society (desde 1767) 
Distinciones
  • Miembro de la Royal Society of Arts
  • Miembro de la Royal Society (1767)
  • Miembro de la Sociedad Real de Edimburgo (1783) 




Comentario de prensa.

  


Tres siglos de Adam Smith.

¿Por qué sentimos mayor simpatía por algunas personas que por otras? 
¿Por qué nos causa más empatía el sufrimiento de un niño que el de un asesino? ¿Cómo sostenemos relaciones pacíficas con quienes no conocemos?

 El puzle de la naturaleza y las pasiones humanas, y cómo estas interactúan con las instituciones, fue el desafío de toda la carrera intelectual de Adam Smith. En dicha búsqueda, el pensador escocés trascendió las fronteras de la economía y advirtió acerca de múltiples variables que incluso hoy orientan —o debieran orientar— la manera en la cual vemos la sociedad comercial actual.

Pablo Paniagua y Álvaro Vergara 
30 Octubre 2023

Hace 300 años, frente a las gélidas aguas del Mar del Norte, en Kirkcaldy (Escocia), nació Adam Smith, uno de los pensadores más influyentes en todo el pensamiento político y económico posterior. Este año, en todo el mundo, se celebra este acontecimiento con sendos eventos, por lo que es pertinente que en Chile tengamos una reflexión más profunda sobre su pensamiento.

De forma muy reduccionista se define hoy a Smith como “el padre de la economía moderna”. Se suele además citar La riqueza de las naciones para destacar la importancia de la libertad económica y, al mismo tiempo, se utiliza La teoría de los sentimientos morales para demostrar que el liberalismo da forma a una sofisticada doctrina moral. 
Desde esta perspectiva, se argumenta que el liberalismo conforma una doctrina integral, que se preocupa tanto por nuestras necesidades materiales (homo economicus) como por nuestras altas pretensiones morales (homo moralis). Esto es lo que el Premio Nobel de Economía Vernon Smith llama hoy Humanomics —que es justamente el título de su último libro y que podríamos traducir como “una economía liberal humanista”.
 De esta forma, Smith demostraría, en la práctica, que la acción humana no sería puro egoísmo y que dichas acciones de forma indirecta —y quizás sin siquiera saberlo— contribuyen además al bienestar de la comunidad.

En Chile, salvo contadas excepciones, pocos han leído y reflexionado sobre los postulados que Smith desarrolló en sus diferentes obras. Podríamos decir que su fama precede por lejos a su estudio. Smith, en efecto, desarrolló una teoría sobre la naturaleza y el comportamiento humanos en general. Y si algo alimentó sus inquietudes intelectuales, fue la necesidad de descubrir qué motivaba a las personas a actuar y cómo dichas motivaciones eran alteradas por las instituciones. 

¿Por qué un peatón tomó un determinado camino y no otro? 
¿Por qué sentimos mayor simpatía por algunas personas que por otras? 
¿Por qué nos causa más empatía el sufrimiento de un niño que el de un asesino? 
¿Cómo sostenemos relaciones pacíficas con quienes no conocemos? 

El puzle de la naturaleza y las pasiones humanas, y cómo estas interactúan con las instituciones, fue el desafío de toda su carrera intelectual. En dicha búsqueda, este pensador sistematizó diversas conclusiones clave que podrían orientar la manera en la cual vemos nuestra sociedad comercial actual.

***

A diferencia de lo que se suele difundir en las universidades y en la discusión pública, Smith no sostiene jamás que el humano sea un sujeto calculador que busca maximizar su utilidad a cada momento. El comportamiento humano, comúnmente, excede al pensamiento racional calculador, ya que son otros los motivos y sentimientos que también influyen en nuestras acciones. Como ha quedado confirmado en el campo de la economía del comportamiento, nuestros sentimientos están lejos de ser meros ejercicios calculadores, puesto que estos se ven influenciados constantemente por diversas dimensiones de lo humano, como la moral, la política, la sociedad en que nos desenvolvemos o nuestra propia psicología y nuestras emociones.
 En ese sentido, a diferencia de Bernard Mandeville, Smith no cree que la vida en sociedad se basa solo en la satisfacción de vicios privados que generen beneficios públicos. Esto lo afirma expresamente en la Teoría de los sentimientos morales, en una crítica contundente a Mandeville, que fue el autor de la Fábula de las abejas.

***

A pesar de ser criticado por un supuesto “economicismo”, Smith es un pensador con una profunda formación en las fuentes de los autores clásicos, sobre todo en el pensamiento estoico de Séneca y Marco Aurelio. Pero a diferencia de estos últimos, Smith decidió incorporar como parte fundamental de su reflexión otras dimensiones de la vida social a través de sus estudios multidisciplinarios y empíricos. De ahí su interés por la economía o, más certeramente, por la economía política y por la “mano invisible” que coordina el mercado.
 En relación con el mercado, Smith reconoce que somos animales que buscan el progreso en todas las dimensiones de la vida, tanto a nivel individual como colectivo o familiar. Smith nota que la necesidad de colaborar no proviene de “ninguna sabiduría humana”, sino que es la consecuencia de una propensión de la propia naturaleza: dependemos de los demás a través del intercambio. 
En el pensamiento de Smith, el hombre “está casi permanentemente necesitado de la ayuda de sus semejantes, y le resultará inútil esperarla exclusivamente de su benevolencia”.

A diferencia de lo que se suele difundir en las universidades y en la discusión pública, Smith no sostiene jamás que el humano sea un sujeto calculador que busca maximizar su utilidad a cada momento. El comportamiento humano, comúnmente, excede al pensamiento racional calculador, ya que son otros los motivos y sentimientos que también influyen en nuestras acciones.
Smith reconoce que poseemos un instinto que nos hace ayudar a los demás, pero que lamentablemente es insuficiente para sobrevivir en un mundo amplio en donde no conocemos a todos, y la benevolencia, entonces, posee límites naturales. Por tanto, la conclusión es evidente: una sociedad compleja y productiva no puede sostenerse ni nosotros tampoco podemos vivir de la caridad de otros. El trabajo requiere esfuerzo, y aquellos que pueden colaborar y no decidan hacerlo pueden terminar agotando la simpatía que los demás sienten hacia ellos.
 Esa constatación, por cruda que sea, da paso a una conducta clave y que tiene lugar de la mano de la formación de otros fenómenos sociales, como el lenguaje y la cultura: el intercambio.
Según Smith, el hombre es el único animal capaz de realizar acciones de compra, venta, permuta o donación bajo ciertos rangos de reciprocidad. El autor de La riqueza de las naciones afirma lo siguiente: 
“Todo trato es: dame esto que deseo y obtendrás esto otro que deseas tú; y de esta manera conseguimos mutuamente la mayor parte de los bienes que necesitamos”.

 Es decir, en una sociedad moderna, para poder alcanzar nuestros objetivos, debemos sobre todo apelar y satisfacer los objetivos de los demás de forma pacífica y, en consecuencia, promover el bienestar ajeno en situaciones donde la benevolencia tiene límites.
A nivel moral, Smith era un empírico y un realista, que consideraba la simpatía y la benevolencia como características humanas fundamentales, pero que, en sí mismas, escasean en las personas y, por ende, son difíciles de extender fuera de la familia y los vínculos sanguíneos. Una sociedad moderna, compleja e impersonal no puede ser sostenida a través de la benevolencia ni a través del pillaje y los vicios. Es aquí donde entra una de las ideas más trascendentales de Smith: el poder coordinador e impersonal de la mano invisible del mercado.
Para Adam Smith, es el mercado —con un buen marco de reglas que promuevan la competencia y respeten la propiedad privada— el orden espontáneo que ayuda a sostener una forma de coordinación y de cooperación pacífica a través de la división del trabajo y el intercambio, precisamente ahí donde la benevolencia y la caridad no llegan. 
De esta forma, ayudando a aumentar nuestra productividad (alcanzando rendimientos crecientes de escala) y, al mismo tiempo, empujándonos a que dependamos cada vez más de otros seres humanos para vivir; extendiendo nuestra cooperación hacia personas que ni siquiera conocemos y, más importante aún, apelando al interés de estas en vez de apelar al pillaje, a la violencia o al interés propio.

Este profundo análisis económico, que surge de observaciones antropológicas y morales, dista mucho de aquella visión ingenua y superficial de muchos libertarios que creen que el egoísmo es siempre bueno y conducente al bienestar. 
Como reconociera Hayek, “es un error que Adam Smith haya predicado el egoísmo: su tesis central nada dijo con respecto a cómo debían usar los individuos el aumento de sus entradas… Le preocupaba cómo facilitar a la gente contribuir al producto social en la forma más amplia posible”.
Así, la cooperación a través de la compleja división del trabajo es uno de los principios de organización social trascendentales en una sociedad moderna. Nuestras limitaciones individuales, por un lado, y la escasez de cara a las infinitas necesidades, por el otro, nos obligan a cooperar a través de la mano invisible y la división del trabajo para superar la tensión entre nuestras capacidades limitadas y recursos insuficientes y las abundantes necesidades de la sociedad.
 Como lo evidencia el sociólogo Fernando Uricoechea, “una vez que la división del trabajo esté establecida por completo, solo una pequeña parte de las necesidades materiales de los individuos acaba siendo satisfecha por el producto del trabajo personal”.

***

Smith reconoce que poseemos un instinto que nos hace ayudar a los demás, pero que lamentablemente es insuficiente para sobrevivir en un mundo amplio en donde no conocemos a todos, y la benevolencia, entonces, posee límites naturales. Por tanto, la conclusión es evidente: una sociedad compleja y productiva no puede sostenerse ni nosotros tampoco podemos vivir de la caridad de otros.
Smith además se aleja de la idealización de la vida en común. Para él, la búsqueda de riquezas, gloria o reconocimiento es una “superchería” que “despierta y mantiene en continuo movimiento la laboriosidad de los humanos”, y es, por ende, útil. Lo que de alguna manera logra transmitir cierto sentido: si no lográramos superarnos a cada momento, mejor sería quedarnos de brazos cruzados. Por supuesto, no todos los humanos cuentan con esta disposición vital, pero al menos la mayoría sí la tiene, como se puede constatar en el funcionamiento de las ciudades: si la mayoría dejara de trabajar para convertirse en monjes que viven de la caridad ajena, la sociedad se desintegraría en poco tiempo. La paradoja de la benevolencia en sociedad es esta: si todos abandonáramos los intercambios y nos convirtiéramos en ángeles de la caridad que salen a las calles a ayudar directamente al prójimo, probablemente moriríamos todos de hambre y la civilización dejaría de existir. Es por este motivo que el mercado es una buena extensión social que complementa a la benevolencia y, de forma indirecta, ayuda a generar más bienestar que la caridad directa.

Según Hayek, “la gran realización de Adam Smith es el reconocimiento de que los esfuerzos de un hombre podrán beneficiar a más gente y, en general, satisfacer mayores necesidades, cuando este hombre se deja guiar por las señales abstractas de los precios más que por las necesidades perceptibles, y que por este método podemos superar mejor nuestra ignorancia sistémica acerca de la mayoría de los hechos particulares, y podemos también usar mejor el conocimiento de las circunstancias concretas, tan ampliamente dispersas entre millones de seres individuales”.

En otras palabras, la paradoja —y al mismo tiempo la virtud— de la sociedad comercial es que podemos producir más bienestar general y más riqueza cuando no satisfacemos directamente nuestras necesidades, ni tampoco las necesidades visibles de nuestros amigos o prójimos, sino que generamos más bienestar cuando buscamos satisfacer nuestras necesidades de manera indirecta, al saciar primero las necesidades de personas que ni siquiera conocemos y al cooperar con toda la sociedad en su conjunto, a través de las señales abstractas del mercado. Gracias a Adam Smith, entonces, comprendemos que una de las ventajas de la impersonal mano invisible de los mercados es que minimiza o baipasea la necesidad de tener que resolver directamente problemas de asignación de recursos y coordinación de actividades productivas a través de mecanismos explícitos de elección social (por ejemplo, a través de mecanismos políticos o de acción colectiva) que bien podrían generar grandes conflictos entre las visiones disímiles de las personas.

Lamentablemente, debido a las intensas pasiones que despiertan estos sentimientos, las personas caen en comportamientos como el engaño, la colusión, el abuso y otros, los cuales Adam Smith condena categóricamente. Por ello, él considera fundamental el papel que desempeñan las instituciones formales e informales dentro de la sociedad, en particular el rol del Estado en promover la libre competencia y generar un marco legal propicio para que la mano invisible genere prosperidad. De hecho, algunos economistas argumentan que Smith inició la “economía institucional”, corriente predominante durante las últimas décadas con premios Nobel como Douglas North, Elinor Ostrom y Ronald Coase, entre otros. Son finalmente las buenas instituciones y las virtudes, las normas morales —no los vicios y el egoísmo rampante— las que permiten la coexistencia pacífica y deseable entre los grupos humanos, extendiendo la división del trabajo y la productividad más allá de la familia, los vínculos sanguíneos y las tribus.

Sin duda, la obra de Smith es todavía uno de los puntos más altos del pensamiento de Occidente y trasciende el ámbito económico. Más que el “padre de la economía moderna”, el filósofo escocés fue más bien un pensador multidisciplinario en la intersección entre la filosofía, la política y la economía, dejando así un legado y patrimonio intelectual de valor incalculable. 
A tres siglos de su nacimiento, hoy seguimos sobre los hombros de un gigante, descubriendo nuevos horizontes intelectuales y sentimientos morales.

  

Adam Smith: ¿Librecambista o filósofo moral?

Por Michael Roberts 
 22/07/2023 
 Economía

Este mes se ha celebrado el tercer centenario del nacimiento de Adam Smith. Nadie está muy seguro del día en que nació Smith en junio de 1723, pero los economistas de la Universidad de Glasgow han organizado una serie de eventos y debates sobre las ideas de Smith a lo largo del mes.

Adam Smith se ha convertido en el gurú del «laisser-faire», la economía de libre mercado, el hombre al que los economistas de la Universidad de Chicago como George Stigler y Milton Friedman recurrieron como su mentor teórico para el «libre mercado».
 Fue elogiado por políticos de derecha del librecambistas como Margaret Thatcher por inspirarlos a adoptar políticas para reducir el tamaño del gobierno y el estado y «dejar que el mercado gobierne» en todos los aspectos de la organización social. Y los economistas globales del libre mercado como Friedrich Hayek y la escuela austriaca de economía librecambista buscaron en Smith su enfoque básico. Incluso hay un «grupo de reflexión» con sede en el Reino Unido que afirma desarrollar una política económica basada en principios claros de «libre mercado». 

Su lema es «Usar los mercados libres para crear un mundo más rico, libre y feliz».  

Smith escribió dos grandes libros. El primero fue La teoría de los sentimientos morales en 1759 y su segundo, el más famoso, fue La riqueza de las naciones, publicado en 1776. Gracias a ellos se le conoce como «El Padre de la Economía». Y, sin embargo, cualquiera que lea estos dos libros con atención encontrará que Smith no era un furioso evangelista del libre mercado que negase el papel del gobierno o, para el caso, considerase que el comportamiento humano estaba impulsado por el interés propio material y nada más.

Su declaración más famosa fue sobre la llamada «mano invisible del mercado» de La riqueza de naciones:
 «(Cada individuo) en general, de hecho, no busca promover el interés público, ni sabe cuánto lo está promoviendo… Busca solo su propia seguridad; y al dirigir su actividad de tal manera que su producto pueda ser de mayor valor, solo solo busca su propio beneficio y así, como en otros muchos casos, es conducido por una mano invisible que promueve un objetivo que desconocía».
Smith argumenta aquí que, en la medida que cada individuo persigue su propia actividad económica, el individuo no es consciente de que la combinación de todas estas acciones individuales produce un mercado para la producción y el consumo que no está bajo su control, pero que conduce «invisiblemente» a un mejor resultado para todos. Detrás de esto estaba la gran idea de Smith de que la industria moderna se basa en la división del trabajo: cuando la producción de productos básicos se desglosa en partes discretas donde el trabajo humano se especializa en lugar de que los trabajadores hagan cada parte del proceso, la productividad aumenta y los costes y los precios caen. Marx nos cuenta el lado oscuro de la división del trabajo: la alienación de la humanidad que convierte el trabajo creativo en un trabajo duro y pesado.
Del mismo modo, para Smith, las personas que compiten en el mercado producen un resultado beneficioso para todos. Y de esto surgió la opinión de que «el consumo es el único fin y propósito de toda la producción; y el interés del productor debe ser atendido, solo en la medida en que sea necesario para promover el del consumidor». Esta es la base clásica de la economía neoclásica moderna: basada en el mito de que el consumidor es «soberno».
Smith se oponía firmemente al monopolio, muy abundantes en su tiempo, a menudo controlado por un estado monárquico corrupto. Estos monopolios arruinaban la industria y reducían la iniciativa empresarial y, por lo tanto, la productividad y la prosperidad. En particular, se oponía al mercantilismo, la doctrina del comercio internacional en la que las naciones protegían sus industrias y acumulaban excedentes en lugar de expandir el comercio. Explicó por qué el proteccionismo siempre es contraproducente. 
«Por medio de cristales, semilleros e invernaderos, se pueden criar uvas muy buenas en Escocia, y también se puede hacer muy buen vino de ellas a unas treinta veces el coste de traer vino igualmente bueno de países extranjeros. ¿Sería una ley razonable prohibir la importación de todos los vinos extranjeros, simplemente para fomentar la elaboración de claret y burdeos en Escocia?»

Es un mito creado por los librecambistas actuales que Smith se opusiera al gobierno y que subordinara el comportamiento moral al interés material. Por el contrario. El economista de Chicago Jacob Viner ( en la década de 1920) lo resumió así:

«Adam Smith no era un defensor doctrinario del laissez faire. Preveyó una amplia y elástica gama de actividades para el gobierno, y estaba dispuesto a extenderla aún más si el gobierno, al mejorar sus estándares de competencia, honestidad y espíritu público, se mostraba tentado de asumir responsabilidades más amplias… Se ha dedicado más esfuerzo a exponer su defensa de la libertad individual que a explorar las posibilidades de satisfacción de servicios a través del gobierno. . . . [pero] Smith vio que el interés propio y la competencia a veces traicionaban el interés público  al que se suponía que debían servir, y estaba dispuesto… a confiar en el gobierno en el desempeño de muchas tareas que los individuos como tales no hacían, no podían hacer o hacían peor. No creía que el laissez faire fuera siempre bueno, o siempre malo. Dependía de las circunstancias; y de la mejor forma que pudo, Adam Smith tuvo en cuenta todas las circunstancias que pudo encontrar».

Se oponía firmemente a la esclavitud. 
«No hay un negro de la costa de África que no posea un grado de magnanimidad que el alma de su sórdido amo sea capaz de concebir. La fortuna nunca ejerció más cruelmente su imperio sobre la humanidad, que cuando sometió a esas naciones de héroes al rechazo de las cárceles de Europa».
Marx fue un lector atento de La riqueza de las naciones. Reconoció la contribución de Smith en el intento de desarrollar una teoría del valor basada en el trabajo. Como dijo Smith: 
«El trabajo por sí solo, por lo tanto, nunca varía en su propio valor, es solo el estándar último y real por el cual se puede estimar y comparar el valor de todos los productos básicos en todo momento y lugar. Es su precio real; el dinero es su precio nominal». Pero Marx continuó criticando a Smith por la inconsistencia en su teoría del valor trabajo, ya que Smith volvió a una teoría del valor basada en los «factores de producción», es decir, la renta de los terratenientes, los beneficios de los capitalistas y los salarios del trabajo, en lugar de que todo el valor es creado por el trabajo y luego apropiado por el terrateniente y los capitalista.

Adam Smith tampoco era partidario fanático del libre comercio. Su posición estuvo matizada por el estado de la economía británica en ese momento. Apoyó las Leyes de Navegación, que regulaban el comercio y el transporte marítimo entre Inglaterra, sus colonias y otros países, a pesar del hecho de que exigían que las mercancías se transportaran en barcos británicos, incluso si otras opciones eran más baratas. 
«La seguridad«, escribió en La riqueza de las naciones, «es de mucha más importancia que la opulencia».

Denunciar las políticas de seguridad deseables como «proteccionistas» era y es muy difícil entonces y ahora. Después de todo, la seguridad del estado capitalista era más importante que el libre mercado en el comercio internacional. Y el «libre mercado» solo se elogia siempre y cuando no reduzca la rentabilidad de la empresa.
Michael Roberts, habitual colaborador de Sin Permiso, es un economista marxista británico, que ha trabajado 30 años en la City londinense como analista económico y publica.


  

3 julio, 2023
A 300 años del nacimiento de Adam Smith: un llamado al equilibrio y la razón.


Nicolás Garrido Pérez
Por : Nicolás Garrido Pérez
Director del Departamento de Economía de la Facultad de
 Economía y Administración de la Universidad Andrés Bello

Smith también advierte que entre las consecuencias no previstas del funcionamiento de los mercados se pueden incluir el incremento de la desigualdad, la explotación de los trabajadores por parte de los empresarios, la formación de monopolios y carteles, así como la posibilidad de que se ignore el desarrollo de lo que hoy llamamos bienes públicos, como la infraestructura, la defensa, la seguridad y la educación.


En junio recién pasado se cumplieron 300 años desde el nacimiento de un ilustre pensador que dejó una profunda huella en la teoría económica y la filosofía moral: Adam Smith, autor de dos monumentales obras –La Teoría de los Sentimientos Morales y La Riqueza de las Naciones– que cambiaron la forma en que entendemos la naturaleza humana y los fundamentos económicos.

Aunque Smith realizó contribuciones significativas en ambos campos, es esta última obra la que ha tenido mayor difusión y ha trascendido las fronteras de la academia para convertirse en un pilar del pensamiento económico occidental. ¿Por qué ha tenido tal resonancia? Uno podría argumentar que su relevancia radica en que permite consolidar una posición ideológica, específicamente la del liberalismo. En un mundo en el que las fuerzas del mercado han adquirido una importancia sin precedentes, los argumentos de Smith en favor de la “mano invisible” y la eficiencia del libre mercado han encontrado un terreno fértil. Sin embargo, es crucial señalar que la obra de Smith es mucho más matizada de lo que a menudo se presenta.
En efecto, en su tratado moral y económico se pueden encontrar argumentos que parecen contradecirse, pero que al mismo tiempo pueden ser seleccionados para fundamentar ideas intencionadas. Probablemente uno de los mejores ejemplos de la riqueza de sus planteamientos y el proceso de selección que se hizo sobre ellos para fundamentar algunas ideas sea el concepto de “mano invisible”, que alude a lo que hoy conocemos como consecuencias inesperadas o comportamiento emergente; es decir, resultados que surgen de la interacción social sin ser la intención explícita de los actores involucrados. Estas consecuencias inesperadas pueden ser tanto positivas como negativas, pero las interpretaciones de los escritos de Smith nos han llevado a pensar que los mercados son organizaciones en las que existe un comportamiento emergente que genera la mejor asignación de bienes y bienestar para todos los participantes.
Sin embargo, esto no es del todo cierto. Smith también advierte que entre las consecuencias no previstas del funcionamiento de los mercados se incluyen el incremento de la desigualdad, la explotación de los trabajadores por parte de los empresarios, la formación de monopolios y carteles, así como la posibilidad de que se ignore el desarrollo de lo que hoy llamamos bienes públicos, como la infraestructura, la defensa, la seguridad y la educación.
Por cierto, es interesante notar en el proceso de selección de ideas que se hizo a través del tiempo, que la famosa frase de “la mano invisible” se menciona una sola vez en las 900 páginas que contiene La riqueza de las naciones.
A pesar de ser un defensor del libre mercado, Smith también entendía que la intervención del Estado era necesaria en ciertas circunstancias, que la riqueza debía ser redistribuida para evitar desigualdades extremas y que la educación era un bien público esencial. Este Adam Smith matizado nos recuerda que, lejos de ser un ideólogo radical, era un intelectual pragmático y centrado, cuyas ideas eran revolucionarias para su época. Lejos de encontrar debilidades en estos argumentos aparentemente contradictorios, es notable la profundidad y sutileza de su pensamiento.
En el contexto chileno actual, con el país navegando por las aguas turbulentas de la reforma constitucional, la figura y las ideas de Adam Smith adquieren una relevancia particular. Al revisitar su obra, podemos encontrar valiosas lecciones para construir una mejor sociedad para todos. Smith nos invita a considerar los beneficios de los mercados libres, pero también a tener en cuenta sus limitaciones y fallos. Nos insta a fomentar la competencia, pero también a garantizar que todos tengan acceso a oportunidades y recursos básicos.
En definitiva, nos ofrece una visión equilibrada y matizada de cómo debería funcionar la economía. A medida que celebramos el tercer centenario de su nacimiento, podemos aprender de su enfoque pragmático y centrado y que el progreso de una sociedad no está dado por grandes eslóganes, panfletos o interpretaciones sesgadas, destinadas a justificar posturas extremas. En cada fase de su evolución, las sociedades necesitan perspectivas renovadas que logren sintetizar y mejorar la comprensión de los sistemas que han surgido de las etapas precedentes. En un mundo que a menudo parece dividido entre ideologías extremas, la voz de Smith sigue siendo un llamado al equilibrio y a la razón.

  

300 años teniendo razón
El 300 cumpleaños de Adam Smith debería ser una invitación a reclamar con más insistencia nuestros espacios de libertad.
16/6/2023 -

Demasiada gente finge haber leído La Riqueza de las Naciones y creo que va siendo hora de reivindicar la importancia de fingir que hemos leído La teoría de los sentimientos morales. Hoy cumple trescientos años Adam Smith y ni siquiera en eso logró ponernos de acuerdo. Hay quien sitúa su nacimiento en el 5 de junio, por tener algo que discutir.
 Yo me inclino por el 16 de junio. Asombra la pervivencia no solo de sus ideas económicas sino de toda su filosofía moral. No es que las 1400 páginas de la suma de sus dos grandes obras no sean objetables hoy, sino que la realidad se ha empeñado con ahínco en dar la razón al pensador escocés, con independencia del devenir de las batallas teóricas. 
El mejor antídoto contra la mayoría de los males de una nación sigue siendo la prosperidad que nace de una libertad no exenta de responsabilidad, del individualismo no exento de empatía. La libertad sin responsabilidad, el individualismo sin empatía, ya lo conocemos y se llama Pedro Sánchez. No querrías vivir en una sociedad formada por millones como él. Y no habría impuesto para pagar tanto Falcon.

El conservadurismo se compone de varias corrientes. Edmund Burke recorrió una ruta teórica distinta para llegar al mismo lugar que Adam Smith, quizá por eso están de acuerdo incluso en las diferencias. Dinamitar el mercantilismo, mejorar la vida de cada hombre, construir la sociedad desde la virtud y la excelencia, firmar un pacto con la prosperidad, confiar en la capacidad del individuo para tomar mejor sus decisiones que cualquier institución, el lenguaje del intercambio, comprender la ética de la sympathy, saber escuchar la voz interior del "espectador imparcial".

Son tantas las lecciones certeras y propósitos brillantes que se descuelgan del pensamiento del autor de La riqueza de las naciones que resulta increíble que tenga tan pocos seguidores entre los políticos occidentales, que son más de aprender economía leyendo a Marie Kondo, y la ética con Paulo Coelho, que es algo así como aprenderse los Diez Mandamientos mientras fumas marihuana.
Entre fiesta de la democracia y fiesta de la democracia, hay algo que escribió Adam Smith que deberían grabarse a fuego nuestros políticos, también los de derechas, siempre temerosos a la hora de reducir el Estado: 
"Las grandes naciones nunca se empobrecen por la prodigalidad o la conducta errónea de algunos de sus individuos, pero sí caen en esa situación debido a la prodigalidad y a la disipación de los gobiernos".
 Trato de ponerme en el lugar de aquellos cargos que se entregan a la inacción por temores infundados y no soy capaz. Siguiendo al economista escocés, supongo que rechazo ese sentimiento o, dicho en cristiano: mi espectador imparcial externo está vomitando al imaginar la situación.

Se trata de lo que Smith llama simpatía y nosotros hoy conocemos como empatía. Los humanos somos empáticos, hasta el punto de que podemos meternos en la piel de otros y sentir lo que están sintiendo, incluso aunque se trate de gente que no amamos en absoluto: piensa por ejemplo en el inspector de Hacienda que se acaba de pillar un huevo con la puerta del ascensor de tu casa. No olvidamos nuestra hostilidad hacia él, pero en principio tampoco le deseamos que pierda un huevo.

Esa capacidad de comprehender al otro, al igual que la de negociar, es típicamente humana. Los animales no pueden hacerlo, excepto en las películas de Disney, donde todo es posible menos la verdad: hasta el hada Campanilla se ha vuelto negra. Es célebre la cita de La riqueza de las naciones:
 "Nadie ha visto nunca a un perro hacer un intercambio justo y deliberado de un hueso por otro con otro perro. Nadie ha visto a un animal que, con gestos y sonidos naturales, indique a otro: esto es mío y esto es tuyo; estoy dispuesto a darte esto a cambio de eso", si exceptuamos a los socialistas en Ramsés.
Tal vez por estar creados a imagen y semejanza de Dios, la naturaleza humana es un descubrimiento constante: todo en nosotros tiene una razón. 
"Las agradables pasiones del amor y la alegría pueden satisfacer y sostener el corazón sin ningún placer auxiliar", escribe el autor escocés, "las emociones amargas y dolorosas del dolor y el resentimiento requieren con mayor fuerza el consuelo curativo de la simpatía".
 Y es así: necesitamos ayuda cuando estamos enfermos, cuando hemos perdido la capacidad de afrontar la vida con esperanza, cuando nuestra mala salud –sea física o mental- nos empuja a zonas peligrosas. Es mucho más difícil morir de alegría; en cambio, en tristeza y soledad se han marchado demasiados.

El 300 cumpleaños de Adam Smith debería ser una invitación a reclamar con más insistencia nuestros espacios de libertad, en un tiempo en el que está en claro retroceso. El viejo economista fue claro al respecto en su Teoría de los sentimientos morales: necesitamos ser libres para cuidar de nosotros lo mejor posible, necesitamos la imaginación para ponernos en la piel de los demás y cuidar de ellos, y –añado- necesitamos la Riqueza de las naciones para poder pagarnos una buena mariscada bien regada y celebrar lo mucho que mejoramos todos cuando nos dejan vivir en paz y libertad.

  

ECONOMÍA REVISTA


El inmortal Adam Smith.

Por Marcos Aguinis
1 mayo 2022

Merece los laureles del recuerdo. Adam Smith vivió y creó sus principales obras antes de la Revolución francesa. Es importante reconocer su visión profética en tiempos confusos y ardientes. Su cerebro estaba provisto de un enorme telescopio, que tardó en ser advertido. Sus descubrimientos sobre aspectos decisivos de las conductas humanas tuvieron una repercusión notable en el devenir de los siglos. Sus datos biográficos generan sorpresa porque revelan una personalidad enmarañada, que atrapa informaciones diversas. Y a las que somete a un filtro y análisis cuidadoso, incansable, crítico.
Nació en Escocia y se relacionó con personalidades que también contribuyeron a enriquecer su corajuda visión humanística. Supuso que la moral y la filosofía, a las que investigó y sobre las cuales dejó páginas notables, serían el principal legado que podía construir. Pero, provisto de humildad, no advirtió que rebasaba ese nivel y se convertía en el padre de la moderna economía. Sus observaciones superaron a las utopías caducas de su tiempo y de algunos tiempos que le sucederían. El marxismo y otras teorías de trágicas consecuencias, así como las mentiras del populismo, han generado miseria, odio y decadencia mental. No se atreven siquiera a compararlas con los aportes de Smith. Los dejan a un costado porque relumbran. Solo se limitan a citarlo, como a un clásico viejo, caduco, aburrido.
La obra trascendental de este genio fue La riqueza de las naciones. No se limitó a elaborarla durante años, decidirse a escribirla con la mayor objetividad y editarla, sino que la siguió sometiendo a inclementes ajustes con cada reedición, como si estuviese corrigiendo los papeles de un estudiante mediocre. Durante años, mediante investigaciones adicionales, escribió reflexiones, pruebas y contrapruebas que mantuvieron vivo el interés de sus ideas. Los amigos advertían que su rostro sereno escondía una máquina en permanente actividad. 
A menudo lo encontraban perdido, lejos de su casa, pensando. Se preocupaban por su salud. Lo invitaban a comer, beber, a reuniones sociales. Algunos se burlaban creyéndolo “triste como un perro”. Pero no estaba triste, sino navegando en las aguas de su océano lleno de rutas que debía explorar. Movía el jarro de cerveza, pedía que le repitiesen una pregunta reciente, olvidaba su abrigo, sabía que era un huraño y trataba de saludar con afecto, pero sin recordar con precisión a quién saludaba. Muchas veces lo acompañaban a su casa y lo ayudaban a preparar la comida o lavar la ropa.

Dejando en relativo descanso las múltiples inquietudes humanísticas sobre las que seguía escribiendo y dando clase, perseveraba en los asuntos que le darían originalidad. Y que lo convirtieron en el padre de la economía moderna. Demostró que el mercado libre –que muchos ignoraban o no entendían o reducían a las verdulerías– era el motor del progreso. La palabra “mercado” se asociaba –y muchos aún la asocian– a las ventas y las compras. No es así: incluye hasta la cultura. Nadie en particular lo ha inventado, es producto de las agrupaciones humanas. Por lo tanto, se hunde en la prehistoria y fue creciendo paulatinamente. El motor de su desarrollo es el comercio, que no se limita a los bienes materiales, sino también a los provenientes del espíritu, el arte y todo lo que intercambian los seres humanos. Su funcionamiento produjo la maravillosa división del trabajo.
 Sin saberlo, todos los integrantes de una sociedad –sean vendedores, pensadores, compradores y productores– contribuyen a que esta máquina funcione y haga avanzar al conjunto, con menos o mayor beneficio para cada sector o individuo. Donde esta máquina mejor funciona es donde más enérgico es ese progreso. En cambio, donde esa máquina es bloqueada, el atraso es mayor para todos, excepto para los pocos individuos que se benefician de ese bloqueo. Ojo: siempre hay sujetos que perturban el beneficio general, mienten al proclamar lo contrario.
Otro dato interesante –y que sigue siendo cuestionado hasta ahora– es el de la propiedad privada. Esto haría reír a Smith, al igual que hace reír a todos los que se detienen a reflexionar. Resulta grosero que numerosas sociedades que se denominan cristianas desconozcan su importancia cardinal. Señalo esto porque ya en los Diez Mandamientos el séptimo ordena: 
“No robarás.” 
Si se condena el robo, obviamente está prohibido apropiarse de algo que pertenece a otro. Si “pertenece” a alguien, existe la propiedad. Esto ha sido descubierto desde la antigüedad más remota.
Smith desconcertó con algo más escandaloso aún: demostró que el progreso no se debe a la caridad, sino al egoísmo. Dijo textualmente: 
“No obtenemos los alimentos por la benevolencia del carnicero, del cervecero o el panadero, sino por la preocupación que tienen ellos en su propio interés, sus necesidades, sus ambiciones.” 
No nos dirigimos a sus sentimientos humanitarios, sino a su egoísmo cuando reclamamos esos objetos, porque de lo contrario ellos no producirán ni se ocuparían de exhibir sus productos y venderlos. Ocurre que la palabra egoísmo se ha cargado de color negativo, sin entenderse su funcionalidad. El egoísmo no debe ejercerse contra el prójimo, sino para atenderse a uno mismo sin dañar al otro. Y el otro debe comportarse del mismo modo. El mundo no funciona sobre la base de la clemencia.
Utilizando distintas palabras, puede decirse que siempre se actúa según el deseo o el interés de cada uno. Es propio de la vida en general. Los esfuerzos que se realizan para incrementar la solidaridad y el bien de amplias comunidades oscurecen el motor que trabaja desde el fondo de los inconscientes. Un sabio se esmera en señalar los caminos virtuosos y un delincuente en realizar un exitoso delito. Pero cada uno opera a partir del impulso que le llega desde sus oscuras profundidades. Es horrible lo que suele hacer el delincuente, pero opera siguiendo su deseo, no el del otro.
Agrega Smith que “la propiedad que cada hombre obtiene de su propio trabajo es sagrada y debe ser inviolable, puesto que es la base de los demás beneficios”
Los agricultores florecientes odian la agricultura colectiva porque solo les ofrece apenas una ganancia ínfima por un trabajo adicional. Lo mismo ocurre con los trabajadores más productivos de una fábrica, quienes pierden interés en ser más productivos si no se recompensan sus esfuerzos. En todas partes brota el descontento cuando se intenta obligar a obedecer en todo, incluso en el pensar. Entonces el ser humano baja al sótano de la esclavitud.
La riqueza de las naciones reclama una lectura cuidadosa porque soluciona muchos de los conflictos que nos afectan hasta hoy. Este pensador sería atacado a pedradas debido a las ideas prejuiciosas que atan a muchas personas hasta el presente. Las pedradas serían arrojadas por quienes suponen que responden a la más elevada moral, sin darse cuenta de que esa moral es reaccionaria.
No es casual que el mismo lúcido pensador que limpió de barro las equívocas ideas sobre los secretos de la riqueza haya sido un obsesivo investigador de la ética. Tampoco es casual que talentos nutridos por la fuerza de una cultura iridiscente, como los de Mario Vargas Llosa y Alberto Benegas Lynch (h.), lo hayan homenajeado desde hace mucho, al hacer más comprensibles sus ideas y las de sus sucesores. ~

 

Cómo Adam Smith demostró que podemos hacer el bien mientras nos va bien.


Parafraseando a Smith, la gente disfruta de los beneficios de la carne, la cerveza y el pan como resultado de los esfuerzos de sus respectivos productores por obtener un beneficio.

  9 agosto, 2022 


Entre las ideas de los economistas de los últimos casi 250 años, una de las más agudas es que se puede hacer el bien mientras se hace el bien. La idea se remonta a Adam Smith. Significa que la búsqueda de ganancias por parte de los capitalistas/empresarios puede tener consecuencias favorables para la comunidad en general, y no sólo para los capitalistas y empresarios. Se aplica igualmente a los propietarios de tierras y a los trabajadores que persiguen sus propios intereses.
A continuación se presentan dos afirmaciones de Smith sobre la propuesta de “hacer el bien mientras se hace el bien”. La primera es de La riqueza de las naciones y la segunda de la Teoría de los sentimientos morales de Smith del 1759.

“No es de la benevolencia del carnicero, el cervecero o el panadero que esperamos nuestra cena, sino de la consideración a su propio interés”.
“Todo individuo… no tiene la intención de promover el interés público, ni sabe cuánto lo promueve… sólo tiene la intención de su propia seguridad; y al dirigir la industria de esa manera es lo que permite que su producto pueda ser del mayor valor, sólo tiene la intención de su propia ganancia, y es en esto, como en muchos otros casos, conducido por una mano invisible para promover un fin que no era parte de su intención”.
A menudo se oye hablar de capitalistas/empresarios que hacen importantes donaciones, antes o después de su muerte, a colegios/universidades y otras organizaciones sin fines de lucro. Muchos dicen que es una oportunidad para “devolverle a la comunidad”, lo que sugiere, al menos para mí, que la riqueza que hace posible las donaciones se obtuvo de maneras menos nobles. En cualquier caso, los beneficios que la comunidad en general obtiene de estas donaciones no son de lo que se trata la propuesta de hacer el bien mientras va bien.
Más bien, la proposición se refiere al proceso por el que los capitalistas/empresarios ganan su riqueza. No se trata de lo que hacen con su riqueza acumulada. Es el beneficio que obtiene la comunidad a medida que se acumula esta riqueza. Parafraseando a Smith, la gente disfruta de los beneficios de la carne, la cerveza y el pan como resultado de los esfuerzos de sus respectivos productores por obtener un beneficio. Lo que estos productores hacen con su riqueza es una cuestión diferente.
También hay que señalar que la propuesta de hacer el bien mientras va bien no describe las acciones de los funcionarios del gobierno. Para estos funcionarios, obtener ganancias monetarias personales de su trabajo es ilegal. El resultado cuando los funcionarios gubernamentales buscan sus propios intereses, dada esta ilegalidad, es el tema de la elección pública en Economía. Los resultados no son paralelos a los de Adam Smith.

La llegada del Día de Acción de Gracias y de la Navidad trae consigo que las iglesias y los grupos de beneficencia organicen distribuciones de cestas de alimentos todos los años. Yo he participado en estos esfuerzos, aunque probablemente con menos entusiasmo que otros.
En mi mente siempre estaba la propuesta de hacer el bien mientras se va bien. Es decir, ¿cómo se comparan los efectos de la proposición con las distribuciones de las iglesias y los grupos benéficos? 
Para repetir una advertencia anterior, ¿cómo afecta a la comunidad en general el proceso por el que los capitalistas/empresarios buscan ganancias?

Mi mente se dirigió al caso de Wal-Mart. Nadie negará que Wal-Mart es una entidad que persigue ganancias. Al mismo tiempo, hay pruebas creíbles de que la presencia de Wal-Mart en una comunidad reduce los precios de los alimentos entre un 10 y un 15 %. En términos anuales, esto equivale a que los compradores de alimentos reciban entre 5.2 y 7.8 semanas de compras adicionales al año. De ello se deduce que Wal-Mart difunda mucha más alegría alimentaria en las fiestas que las iglesias y los grupos de servicios públicos.
Las distribuciones de cestas de alimentos responden presumiblemente a intenciones nobles, mientras que el afán de lucro se considera en general innoble. Lo noble supera a lo innoble. Por eso la propuesta de hacer el bien mientras va bien siempre ha sido difícil de vender para los economistas. Para muchos, las cosas buenas sólo ocurren cuando la gente tiene la intención de hacer cosas buenas.
Nada de lo anterior pretende trivializar las cestas de alimentos de las iglesias durante las fiestas de Acción de Gracias y Navidad. Tampoco se pretende menospreciar a quienes hacen contribuciones a colegios/universidades o instituciones sin fines de lucro al final de la vida o después de la vida. Estos actos de caridad han desempeñado durante mucho tiempo un papel vital en la vida estadounidense. Además, son voluntarios y yo sería el último en menospreciarlos.
En cambio, mi propósito es señalar que los estadounidenses están rodeados por un proceso (la mano invisible de Smith) que produce riqueza para todos, lo que hace posible estos actos de caridad las 24 horas del día.

T. Norman Van Cott, profesor de economía, recibió su Ph.D. de la Universidad de Washington en 1969. Antes de unirse a Ball State en 1977, enseñó en la Universidad de Nuevo México (1968-1972) y en el West Georgia College (1972-1977).


  

Adam Smith

La afirmación de que la economía incide en nuestras vidas y en la marcha del mundo parece tan obvia en nuestros días que resulta sorprendente, en cambio, constatar la escasa atención teórica que ha recibido a lo largo de la historia: la ausencia de una reflexión rigurosa caracteriza el pensamiento económico hasta prácticamente la segunda mitad del siglo XVIII. Sólo entonces, de la mano de los fisiócratas, se superaron las simplistas ideas del mercantilismo; y también en esa misma época publicó Adam Smith la obra inaugural de la llamada «escuela clásica» del pensamiento económico: el Ensayo sobre la riqueza de las naciones (1776). Con ella adquirió finalmente la economía el rango de ciencia independiente de la filosofía y la política.

Adam Smith vino al mundo en Kirkcaldy, pequeño pueblo escocés de pescadores, cercano a Edimburgo, en un día primaveral de fecha desconocida del año 1723, y fue bautizado el 5 de junio del mismo año. Hijo único del segundo matrimonio de Adam Smith, inspector de aduanas, quedó huérfano de padre a los tres meses. El pequeño Adam creció bajo la tutela de su madre, Margaret Douglas (hija de un rico propietario de la comarca), a quien siempre permaneció muy unido.
A los cuatro años vivió lo que parece haber sido la única aventura de su vida: fue raptado por unos gitanos. Tras una desesperada búsqueda por parte de la familia, el niño fue hallado en un bosque en el que había sido abandonado por sus raptores. Luego, sin trauma alguno, continuó siendo un niño bueno, aunque débil y enfermizo, de carácter dulce, prodigiosa memoria y amor al estudio, excelente alumno de la escuela elemental de Kirkcaldy.
A los catorce años abandonó su pueblo natal para ingresar en la Universidad de Glasgow. En este centro se apasionó por las matemáticas y recibió la influencia de Francis Autcheson, afamado profesor de filosofía moral y hombre de fuerte personalidad, cuyas ideas económicas y filosóficas fueron decisivas en la formación de Smith, aunque sólo fuese por su posterior y profunda discrepancia respecto de ellas. Tres años después se graduaba, obteniendo una beca para estudiar en el Balliol College de Oxford. A los veintitrés años de edad concluyó brillantemente los estudios haciendo gala de un profundo dominio de la filosofía clásica y de la de la época. A continuación regresó a Kirkcaldy con su madre para empezar a buscar trabajo.
En 1748, gracias a un amigo de su familia, el filósofo y jurista lord Henry Kames, se le presentó la oportunidad de dar una serie de conferencias en Edimburgo. Lejos de desaprovecharla, durante los dos años siguientes disertó sobre diferentes temas, desde la retórica a la economía y la historia, y se dio a conocer con éxito como escritor con la publicación de algún artículo en la Edimburgh Review. En esta época conoció al filósofo David Hume, quien se convertiría en su amigo más íntimo.
Con las conferencias cosechó un éxito tal que en 1751 le ofrecieron un puesto de profesor de lógica en la Universidad de Glasgow. Tras un año en este empleo, cambió las clases de lógica por las de filosofía moral, que además de resultarle más interesantes estaban mejor remuneradas. Para Adam Smith fue de una etapa de gran creatividad, que él mismo definiría luego como el período más feliz de su vida. Parecía decidido a seguir la carrera docente (en 1758 fue nombrado decano de la facultad), se reveló como un profesor excelente cuya fama traspasaba las fronteras, y se decía que Voltaire, desde Francia, le enviaba alumnos deseosos de asistir a sus clases y embeberse en su sabiduría.
En Glasgow formaba parte de un selecto grupo integrado por intelectuales, científicos y, sobre todo, por destacados hombres de negocios dedicados al comercio colonial, que desde 1707 había quedado abierto para Escocia a raíz de su unión con Inglaterra. Las ideas y opiniones sobre el comercio y los negocios de este círculo elitista representaron una información de primera mano para Adam Smith, y, en contacto con dicho círculo, el futuro economista conformó las tesis que cristalizarían más adelante en su obra.

La moral y la economía

El primer libro de Adam Smith, The Theory of Moral Sentiment (Teoría de los sentimientos morales), su obra maestra desde el punto de vista filosófico, se publicó en 1759. En ella exponía los principios de la naturaleza humana que guiaban el comportamiento social del hombre, y hablaba por vez primera de «la mano invisible» que sin saberlo y sin proponérselo orientaba el egoísmo humano hacia el bien de la sociedad.
En 1763 recibió una nueva oferta de trabajo que le había de resultar mucho más lucrativa que cualquiera de las tareas que había realizado hasta el momento: ejercer de preceptor del joven duque de Buccleuch. Renunció a la docencia y en 1764 partió hacia Francia en compañía de su pupilo. En Toulouse pasaron dieciocho meses, en cuyo transcurso Smith combatió el aburrimiento provinciano con la redacción de una nueva obra.
Los viajeros se dirigieron después a Ginebra, ciudad en la que pasaron dos meses; Smith aprovechó dicha estancia para conocer personalmente a Voltaire, por quien siempre sintió una gran admiración. Siguió luego una breve pero provechosa estancia en París; su amigo Hume, secretario de la embajada británica, le introdujo en los más selectos salones de la capital; entre otros, conoció a François Quesnay, médico y economista, fundador de la escuela fisiocrática, que fue la primera que atribuyó de forma coherente a la naturaleza el origen de la riqueza.
Los fisiócratas eran acérrimos seguidores de la máxima de Le Mercier de la Rivière, «Laissez faire, laissez passer, le monde va de lui même», que hicieron suya. Parece que influyeron en Adam Smith lo suficiente como para que pensara dedicar a Quesnay el libro que estaba escribiendo, pero la muerte del francés antes de que fuera publicado le hizo cambiar de idea. En 1767, el repentino fallecimiento del hermano menor del duque de Buccleuch, que se había reunido con ellos en Toulouse, les obligó a un precipitado regreso a Londres.

El Ensayo sobre la riqueza de las naciones

En la primavera de ese mismo año, Smith se instaló en Kirkcaldy, donde, sin perder contacto con sus amigos de Glasgow, se entregó en cuerpo y alma a la redacción de la obra comenzada en Toulouse, An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations (Ensayo sobre la riqueza de las naciones), que lo ocuparía aún seis años y publicó finalmente en Londres en 1776.
La obra, síntesis original de gran número de elementos preexistentes en el pensamiento económico anterior, fue pionera en muchos campos y pronto se convirtió en su trabajo más difundido. Representaba el primer gran trabajo de economía política clásica y liberal. En ella se aplicaban a la economía, por vez primera, los principios de investigación científica, en un intento de construir una ciencia independiente. Continuando el tema iniciado en su obra filosófica y basándose en la misma, Smith mostraba cómo el juego espontáneo del egoísmo humano bastaría para aumentar la riqueza de las naciones, si los gobiernos dejasen hacer y no interviniesen con medidas reflexivas.
El libro alcanzó de inmediato un éxito extraordinario, y a partir de entonces, como si hubiera puesto punto final a una obra casi perfecta, en 1778 se retiró a Edimburgo, de donde apenas salía, salvo para algún viaje ocasional a Londres o a Glasgow, sus únicos contactos con el mundo. Llevaba una vida plácida y tranquila mientras revisaba y corregía sus dos obras capitales.
En 1784 la pérdida de su madre, de noventa años de edad, le resultó un golpe tan duro que su propia salud comenzó a declinar, de tal manera que, cuando en 1787 fue nombrado rector de la Universidad de Glasgow, ni siquiera pudo pronunciar el discurso de apertura. En lo sucesivo su vida transcurrió en una soledad asistida por la enfermedad y, pese a ser objeto de honores y del reconocimiento general, sus últimos años no fueron más que una larga espera del fin inexorable. El 17 de julio de 1790, a los setenta y siete años de edad, fallecía en Edimburgo, en cuyo cementerio de Canongate fue enterrado.

  



An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations
London: Printed for W. Strahan; and T. Cadell, 1784. Third edition, with additions

Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.


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