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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

martes, 5 de enero de 2016

286.-Ex libris de don quijote de la mancha II a


Exlibris o ex libris (locución latina que significa, literalmente, «de entre los libros») es una marca de propiedad que normalmente consiste en una estampa (grabado), una etiqueta o un sello que suele colocarse en el reverso de la cubierta o tapa de un libro o en su primera hoja en blanco (por ejemplo, en la página del título), y que contiene el nombre del dueño del ejemplar o de la biblioteca propietaria. 
El nombre del poseedor va precedido usualmente de la expresión latina ex libris (o también, frecuentemente, ex bibliotheca o e-libris), aunque se pueden encontrar variantes (por ejemplo, «soy de...» o similares).

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Don Quijote y Sancho Panza representan en la inmortal obra de Miguel de Cervantes una forma de entender la vida, que se traduce en humildes viandas al raso o en ventas, a fastuosos banquetes en las Bodas de Camacho.
Eva Celada.


  

Las referencias culinarias del Quijote.

Especialistas en la obra de Cervantes han identificado más de 150 referencias culinarias en Don Quijote de la Mancha. Pero hoy nos referiremos solamente a algunas de ellas. 
25 de agosto de 2022.

Cuando oímos algo de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha resulta imposible no imaginar la triste figura de un hombre flaco en armazón, montado en un caballo, acompañado de un hombre robusto y montado en un burro, en torno a un paisaje campirano con molinos de viento. Sin embargo, pocos relacionan a estos personajes con una historia plagada de referencias culinarias de la España de los siglos XVI y XVII. Esta obra maestra de la literatura universal relata las aventuras que vivieron don Quijote y Sancho Panza durante su recorrido por tierras de Castilla-La Mancha, Aragón y Barcelona. Su autor, don Miguel de Cervantes Saavedra, realizó una extraordinaria descripción del ambiente y la vida cotidiana en la campiña española, incluyendo información acerca de los recursos alimentarios de la época.

Especialistas en la obra de Cervantes han identificado más de 150 referencias culinarias en el libro. En esta entrega de Larousse Cocina nos referiremos solamente a algunas de ellas.

Don Quijote y sus duelos y quebrantos 

Una olla de algo más vaca que carnero, salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados, lentejas los viernes, algún palomino de añadidura los domingos, consumían las tres partes de su hacienda… 

En la segunda frase del párrafo inicial de la novela, el autor nos informa lo que acostumbraba comer don Quijote. Llama la atención el término de “duelos y quebrantos” que, de acuerdo con los especialistas cervantinos, se trata de un guiso que se torna polémico al explicar la razón de semejante nombre y sus ingredientes. Y es que entre los ingredientes de los duelos y quebrantos no pueden faltar los derivados del cerdo. Algunos afirman que ese nombre es resultado del duelo emocional y el quebranto económico del ganadero ante la muerte de una de sus ovejas. Otros relacionan ese término con una burla antisemita, ya que en esa época los judíos conversos al cristianismo se dolían por quebrantar la prohibición de cerdo que los regía.

Se trata, finalmente de un sencillo guiso de huevos revueltos con chorizo, torreznos (tiras de tocino), jamón y en ocasiones sesos de carnero. Combinaciones hay muchas, pero en su versión básica es tal como la describió otro grande de la literatura, Calderón de la Barca (1600-1681): Huevos con torreznos, duelos y quebrantos son. 

Bacalao, caviar y olla podrida 

Es en el Quijote de la Mancha donde el bacalao es mencionado por primera vez en la literatura española. Cervantes utilizó el término portugués de bacallao, pues fueron los lusos quienes introdujeron en España el comercio a gran escala del bacalao seco. También menciona al cabial (caviar) cuando narra la historia de Ricote, vecino de Sancho, un morisco expulsado de España y que regresó clandestinamente. El personaje afirma que su expulsión es injusta porque ya no es musulmán, y saca de su bolsa vino, jamón y “cabial”, producto derivado del esturión, un pez impuro para los musulmanes. El amor platónico de don Quijote, la princesa Dulcinea del Toboso, era en realidad una sencilla joven llamada Aldonza Lorenzo, de quien “dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda La Mancha».

La olla podrida, mencionada en el capítulo alusivo a las bodas de Camacho el rico, es un guiso excéntrico, considerado el antecedente de los actuales potajes, pucheros, cocidos y escudellas. Por su exagerada cantidad de ingredientes, algunos especialistas afirman que su nombre proviene del término “poderida”, de poder, pues sólo la gente rica podía comerla.

 Frases sabrosas en la obra de Cervantes

Algunas de las siguientes frases, incluidas en El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha,  todavía se emplean en las naciones de habla hispana:
 “Que con su pan se lo coma”; “Muera Martha y muera harta”; “Miel sobre hojuelas”; “En casa llena, presto se guisa la cena”; “Las penas con pan son menos”; “La mejor salsa del mundo es el hambre”.
 Si todavía no has leído el Quijote, esperamos haberte antojado iniciar esta lectura, y si ya lo hiciste, te invitamos a identificar algunas recetas, prepararlas en casa y disfrutar los sabores del Siglo de Oro español.


En la obra de Cervantes la comida ocupa un lugar predominante, siempre adscrito a Sancho Panza, que es quien se ocupa de lo terrenal; mientras que para don Quijote es un simple trámite, aunque a medida que avanza la historia, cada uno de los dos adquiere matices del otro, y se va viendo que don Quijote admite de buen grado que su escudero provea de alimento adecuado sus andanzas, como se cita en uno de sus pasajes:

«- Ya te he dicho, Sancho, que no te dé eso cuidado alguno, que, cuando faltare ínsula, ahí está el reino de Dinamarca, o el de Sobradisa, que te vendrán como anillo al dedo, y más que, por ser en tierra firme, te debes más alegrar. Pero dejemos esto para su tiempo,  y mira si traes algo de esas alforjas que comamos, porque vamos luego en busca de algún castillo donde alojemos esta noche y hagamos el bálsamo que te he dicho, porque yo te voto a Dios que me va doliendo mucho la oreja.
-Aquí trayo una cebolla y un poco de queso, y no sé cuántos mendrugos de pan –dijo Sancho-, pero no son manjares que pertenecen a tan valiente caballero como vuestra merced.
-Hágote saber, Sancho que es honra de los caballeros andantes no comer en un mes, y, ya que coman, sea de aquello que hallaren más a mano; y esto se te hiciera cierto si hubieras leído tantas historias como yo, que aunque han sido muchas, en todas ellas no he hallado hecha relación de los caballeros andantes comiesen, si no era acaso (ocasionalmente) y en algunos suntuosos banquetes que les hacían, y los demás días se los pasaban en flores (en cosas sin sustancia, en ayunas). Y aunque se deja entender que no podían pasar sin comer y sin hacer todos los otros menesteres naturales, porque en efecto eran hombres como nosotros, hace de entender también que andando lo más del tiempo de su vida por las florestas y despoblados, y sin cocinero, que su más ordinaria comida sería de viandas rústicas, tales como las que tú ahora me ofreces. Así que, Sancho amigo, no te congoje lo que a mí me da gusto: ni quieras tú hacer mundo nuevo (variar las costumbres), ni sacar la caballería andante de sus quicios.
-Perdóneme vuestra merced –dijo Sancho-, que como yo no sé leer ni escribir, como otra vez he dicho, no sé ni he caído en las reglas de la profesión caballeresca; y de aquí adelante yo proveeré las alforjas de todo género de fruta seca (refiriéndose a frutos secos y fruta desecada) para vuestra merced, que es caballero, y para mí las proveeré, pues no lo soy, de otras cosas volátiles (doble sentido de volátiles: cosas inasible y aves) y de más sustancia.
-No digo yo, Sancho –replicó don Quijote-, que sea forzoso a los caballeros andantes no comer otra cosa sino esas frutas que dices, sino que su más ordinario sustento debía de ser de ellas y de algunas yerbas que hallaban por los campos, que ellos conocían y yo también conozco.
-Virtud es –respondió Sancho- conocer esas yerbas, que, según yo me voy imaginando, algún día será menester usar de ese conocimiento”.  (Primera Parte, capítulo X De lo que más le avino a don Quijote con el vizcaíno y del peligro en que se vio con una caterva de yangüeses».
El Quijote no se detiene en exceso en los detalles de lo que se come, por eso se utilizan a la hora de comer palabras generales como alimento, vianda, comida: palabra que se menciona más de 300 veces, y no qué están comiendo realmente, algo que en su primera página no puede adivinarse, ya que el autor casi comienza el libro hablando de comida:

«…Una olla de algo más vaca que carnero (porque la carne de vaca era más barata), salpicón las más noches, duelos y quebrantos los sábados (quizá huevos con tocino y chorizo), lentejas los viernes, algún palomino de añadidura (como plato especial) los domingos, consumían las tres partes de su hacienda».

Ni siquiera da la impresión Cervantes de ser un gran amante de la comida, que utiliza durante todo el libro de forma escenográfica, para perfilar personajes o ambientar escenas.

En las Ventas y bajo el cielo roso por los campos.

Las citas más frecuentes relativas al alimento se relatan en las ventas, en las que Cervantes ofrece algunas pinceladas de lo que era la cocina de la época. Sin embargo, son escasas las descripciones, de productos o recetas, salvo en contadas ocasiones, como en la escena que sucede en el Capítulo II de la Primera Parte:

«- Cualquier cosa yantaría yo –respondió don Quijote-, porque, a lo que entiendo, me haría mucho al caso.
– A dicha, acertó a ser viernes (día de abstinencia en que estaba vetada la carne) aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacalao, y en otras partes curadillo y en otras truchuela (se trata siempre de pescado en salazón)»

No siempre a don Quijote y a Sancho les era posible comer en las Ventas, muchas veces descansaban almorzando en el campo, como en el capítulo XI con los cabreros, quienes les ofrecieron, tendiendo sobre unas zaleas (pieles de ovejas curtidas sin quitarles la lana) una gran cantidad de bellotas avellanadas (dulces) y juntamente pusieron medio queso. En otra ocasión pudieron hacerse con las provisiones de una mula de carga.

Sancho sigue al pie de la letra las instrucciones de su amo, sobre todo en lo relacionado con la comida, aunque se observa en él una cierta ironía, muy consciente de que si su amo tiene como meta la aventura, la suya es la supervivencia:

«…yo a aquel arroyo me voy con esta empanada, donde pienso hartarme por tres días; porque he oído decir a mi señor don Quijote que el escudero de caballero andante ha de comer cuando se le ofreciere, hasta no poder más…»

Las bodas de Camacho: Un despliegue fastuoso

Cervantes hace, en el capítulo XX de la Segunda Parte del Quijote, una buena referencia a la cocina más rica y abundante de la época a través de la descripción de los ricos manjares que se ofrecían en las Bodas de Camacho. En este suntuoso festín, que describe un sorprendido Sancho, se mezclan realidades y posiblemente fantasías de banquetes reales, incluso retrotraídos de otro tiempo, como sucede con los trampantojos de animales. En cualquier caso, Cervantes ofrece un despliegue descriptivo inusitado:

«Lo primero que se le ofreció a la vista de Sancho fue, espetado en un asador de un olmo entero, un entero novillo; y en el fuego donde se había de asar ardía un mediano monte de leña, y seis ollas que alrededor de la hoguera estaban no se habían hecho en la común turquesa (en el molde corriente) de las demás ollas, porque eran seis medias tinajas, que cada una cabía un rastro (un matadero entero) de carne: así embebían y encerraban en sí carneros enteros, sin echarse de ver, como si fueran palominos; las liebres ya sin pellejo y las gallinas sin pluma, que estaban colgadas por los árboles para sepultarlas en las ollas no tenían número; los pájaros y caza, de diversos géneros, eran infinitos, colgados de los árboles para que el aire los enfriase».

Continúa el narrador ofreciendo una exhaustiva relación de manjares, en un intento de provocar el éxtasis del escudero: 

«Contó Sancho más de sesenta zaques (odres de vino de más de dos arrobas cada uno), y todos llenos, según después pareció, de generosos vinos, así había rimeros (montones) de pan blanquísimo como los suele haber de montones de trigo en las eras; los quesos, puestos como ladrillos enrejados (entrecruzados), formaban una muralla, y dos calderas de aceite mayores que las de un tinte servían de freír cosas de masa, que con dos valientes palas las sacaban fritas y las zambullían en otra caldera de preparada miel que allí junto estaba».


En las Bodas de Camacho Cervantes, a través del narrador, hace mención a más de cincuenta cocineros, todos limpios, contentos y diligentes, y hace también mención aún tipo de comida muy frecuente en los grandes banquetes de épocas anteriores, animales metidos en otros animales: 
«en el dilatado vientre del novillo estaban doce tiernos y pequeños lechones que, cosidos por encima, servían de darle sabor y enternecerle». 
Otra exageración del autor tiene que ver con las especias, carísimas en la época y que muy pocos podían utilizar, y que describe compradas por arrobas y puestas en una gran arca.

Ante tal bacanal don Quijote impasible y Sancho Panza admirado:

 «Todo lo contemplaba y de todo se aficionaba. Primero le cautivaron y rindieron el deseo de las ollas, de quien él tomara de bonísima gana un mediano puchero; luego le aficionaron la voluntad de los zaques, y últimamente las frutas de sartén (pastas de harina fritas y endulzadas con azúcar o miel), si es que se podían llamar sartenes las tan orondas calderas; y así, sin poderlo sufrir ni ser en su mano hace otra cosa, se llegó a uno de los solícitos cocineros, y con corteses y hambrientas razones le rojo le dejase mojar un mendrugo de pan en una de aquellas ollas».

La espuma, de la que se habla mucho en este capítulo, lejos de quitarse como se hace en la actualidad en los cocidos, era consumida y apreciada como una forma de saber si un guiso tenía o no mucha carne: cuanta más espuma tuviera, más carne y, en consecuencia, la olla era más importante y cara, lo que se desprende de la afirmación de Sancho tras la observación de don Quijote:


«-En fin –dijo don Quijote-, bien se parece, Sancho, que eres villano y de aquellos que dicen: “Viva quien vence!
-No sé de los que soy –respondió Sancho-, pero bien sé que nunca de ollas de Basilio sacaré yo tan elegante espuma como es esta que he sacado de las de Camacho».

Tampoco podía comer a placer Sancho cuando consiguió su ansiada ínsula.

El autor juega con Sancho y su hiperrealismo a través de la comida, y cuando finalmente consigue su ansiada ínsula y se presenta en su suntuoso palacio como gobernador, tampoco puede dar rienda suelta a su apetito. Es cierto que hay  una mesa llena de ricos alimentos, pero cuando va a dar cuenta de ellos, el médico contratado para cuidar de la salud del gobernador, ahora Sancho, le impide comer lo que él quiere:

«…y lo principal que hago es asistir a sus comidas y cenas, y a dejarle comer de lo que me parece que le conviene, y a quitarle lo que imagino que le ha de hacer daño y ser nocivo al estómago; y así, mandé quitar el plato de la fruta, por ser demasiadamente húmeda, y el plato del otro manjar también le mandé quitar, por ser demasiadamente caliente y tener muchas especies, que acrecientan la sed; y el que mucho bebe, mata y consume el húmedo radical, donde consiste la vida.

-Desa manera, aquel plato de perdices que están allí asadas y, a mi parecer, bien sazonadas, no me harán algún daño.

A lo que el médico respondió:

-Esas no comerá el señor gobernador en tanto que yo tuviere vida.
-Pues ¿por qué? —dijo Sancho.

Y el médico respondió:

-Porque nuestro maestro Hipócrates, norte y luz de la medicina, en un aforismo suyo, dice: Omnis saturatio mala, perdices autem pessima. Quiere decir: «Toda hartazga es mala; pero la de las perdices, malísima.»

Si eso es así —dijo Sancho—, vea el señor doctor— de cuantos manjares hay en esta mesa cuál me hará más provecho y cuál menos daño, y déjeme comer dél sin que me le apalee; porque por vida del gobernador, y así Dios me le deje gozar, que me muero de hambre, y el negarme la comida, aunque le pese al señor doctor y él más me diga, antes será quitarme la vida que aumentármela.

—Vuestra merced tiene razón, señor gobernador —respondió el médico—, y así, es mi parecer que vuestra merced no coma de aquellos conejos guisados que allí están, porque es manjar peliagudo. De aquella ternera, si no fuera asada y en adobo, aún se pudiera probar; pero no hay para qué.

Y Sancho dijo:

—Aquel platonazo, que está más adelante vahando me parece que es olla podrida, que por la diversidad de cosas que en las tales ollas podridas hay, no podré dejar de topar con alguna que me sea de gusto y de provecho.

—Absit! —dijo el médico—. Vaya lejos de nosotros tan mal pensamiento: no hay cosa en el mundo de peor mantenimiento que una olla podrida. Allá las ollas podridas para los canónigos o para los retores de colegios, o para las bodas labradorescas, y déjennos libres las mesas de los gobernadores…mas lo que yo sé que ha de comer el señor gobernador ahora para conservar su salud y corroborarla, es un ciento de cañutillos de suplicaciones y unas tajadicas subtiles de carne de membrillo, que te asienten el estómago y le ayuden a la digestión Yo, señor gobernador, me llamo el doctor Pedro Recio de Agüero, y soy natural de un lugar llamado Tirteafuera, que está entre Caracuel y Almodóvar del Campo, a la mano derecha, y tengo el grado de doctor por la universidad de Osuna.

A lo que respondió Sancho, todo encendido de cólera:

—Pues señor doctor Pedro Recio de Mal Agüero, natural de Tirteafuera, lugar que está a la derecha mano como vamos de Caracuel a Almodóvar del Campo, graduado en Osuna, quíteseme luego de delante, si no, voto al sol que tome un garrote…Y denme de comer, o si no, tómense su gobierno, que oficio que no da de comer a su dueño no vale dos habas».

Jarra de vino
Jarra de vino
De beber: siempre vino

Salvo el agua fresca de los ríos y manantiales que pudiera haber cerca de algunos caminos, la bebida habitual era el vino, que siempre se tomaba aguado, a veces más de la cuenta, como se referencia ocasionalmente en el libro. El vino servía para calmar la sed, para calentar e incluso para curar, desde heridas hasta dolores, incluso los relacionados con peleas, afrentas y manteos. Con vino hace el Caballero de la Triste Figura su famoso bálsamo Fierabrás. Un bálsamo al que el propio Hidalgo atribuía poderes mágicos, y que a su escudero, por no estar armado caballero, no le hacía tanto efecto como a él. 

La fórmula completa del bálsamo se relata en el Capítulo VII del Primer Libro con este singular diálogo:

«Levántate, Sancho, si puedes, y llama al alcaide desta fortaleza, y procura que se me dé un poco de aceite, vino, sal y romero, para hacer el salutífero bálsamo, que en verdad que creo que lo he bien menester ahora, porque se me va mucha sangre de la herida que esta fantasma me ha dado…El ventero le proveyó de cuanto quiso, y Sancho se lo llevó a don Quijote, que estaba con las manos en la cabeza quejándose…En resolución, él tomó sus simples, de los cuales hizo un compuesto, mezclándolos todos y cociéndolos un buen espacio, hasta que le pareció que estaban en su punto. Pidió luego alguna redoma para echallo, y como no la hubo en la venta, se resolvió de ponello en una alcuza o aceitera de hoja de lata, de quien el ventero le hizo grata donación; y luego dijo sobre la alcuza más de ochenta paternostres y otras tantas avemarías, salves y credos, y a cada palabra acompañaba una cruz a modo de bendición…».


Utiliza Cervantes la comida y los alimentos para describir la visión de los protagonistas de la historia sobre Ducinea del Toboso, quien para don Quijote era una dama sin igual mientras para Sancho era más bien una mujer bruta y poco delicada. Una doble visión de Dulcinea que queda muy clara en este diálogo:

«…Llegaste, ¿Y qué hacía aquella reina de la hermosura? A buen seguro que la hallaste ensartando perlas o bordando alguna empresa con oro de cañutillo para este su cautivo caballero.
-No la hallé –respondió Sancho- sino ahechando dos fanegas de trigo en un corral de su casa.
-Pues haz cuenta –dijo don Quijote- que los granos de aquel trigo eran granos de perlas, tocados de sus manos. Y si miraste, amigo, el trigo ¿era candeal o trechel?
-No era sino rubión (de los tres, el rubión es el trigo de peor calidad) –respondió Sancho.
-Pues yo te aseguro –dijo don Quijote- que, ahechado por sus manos, hizo pan candeal, sin duda alguna».

Contando Sancho la despedida de Dulcinea (Primera Parte, Capítulo XXXI) ante la pregunta de don Quijote sobre si su amada le había dado algún obsequio para él, Sancho insiste en las pocas virtudes de Dulcinea:

«..eso debe ser en los tiempos pasados, que ahora sólo se debe de acostumbrar a dar un pedazo de pan y queso, que esto fue lo que me dio mi señora Dulcinea, por las bardas de un corral cuando de ella me despedí; y aun, por más señas, era el queso ovejuno…».

Es esta una obra que, aunque de lectura obligada para los estudiantes, El Quijote debe releerse en la madurez para disfrutar plenamente de todos sus recovecos, saborear los juegos dialécticos de don Quijote y Sancho, para poder reflexionar sobre la condición humana en cualquier época, incluso la presente, para entender que la vida es una comedia con tintes de tragedia en la que nada es monocolor, que todos somos Sancho, y que todos somos don Quijote y que como él, un día quizá al final de la vida, de cada uno de nosotros se podrá decir lo que dijo Sansón Carrasco del hidalgo:

«Tuvo a todo el mundo en poco, / fue el espantajo y el coco / del mundo, en tal coyuntura, / que acreditó su ventura / morir cuerdo y vivir loco”.


https://laroussecocina.mx/blog/las-referencias-culinarias-del-quijote/

Itsukushima Shrine.


  

El Ingenioso Hildalgo Don Quijote de la Mancha', hizo su primera aparición pública en el año 1605. La historia se centra en las aventuras y desventuras de Alfonso Quijano, quien a causa de leer novelas de caballería en exceso, se convence de que es un caballero andante y que debe emprender un viaje para salvaguardar lo nobles ideales a los que suscribe tal investidura.  

“Él se enfrascó tanto en su lectura, que se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y así, del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro, de manera que vino a perder el juicio. Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos, como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles, y asentósele de tal modo en la imaginación que era verdad toda aquella máquina de aquellas soñadas invenciones que leía, que para él no había otra historia más cierta en el mundo”, narra Miguel de Cervantes.

Novela polifónica

“El Quijote” es considerada la obra literaria  que da inicio a la novela moderna. En ésta, diversos géneros fluyen y dialogan. La épica, la tragicomedia, el cuento, se entrelazan con el personaje y su mundo.  Además- agrega el Dr. Reyes- “la voz es autorreflexiva, hay metaficción y autoconsciencia, varias voces y puntos de vista, entre otros elementos”.   

Otra prueba de su genialidad radica en que el autor, mediante el narrador omnisciente, da muestra de un dominio extraordinario sobre la literatura de su época, a través del largo escrutinio que realizan el cura, el bachiller y el barbero, en el capítulo VI de la primera parte. Asimismo, hace gala de un gran sentido del humor, por ejemplo, cuando redime de caer en las llamas de una hoguera a La Galatea, novela del mismo Cervantes.

“Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en desdichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada; es menester esperar la segunda parte que promete: quizá con la enmienda alcanzará del todo la misericordia que ahora se le niega; y entre tanto que esto se ve, tenedle recluso en vuestra posada, señor compadre”, son las razones de los censores, para liberar del extermino al libro del escritor español.

Cree el Dr. Reyes que “es importante leer El Quijote por su riqueza cultural. Es una obra que refleja nuestra herencia hispánica”. A juicio del especialista, el barroco presente en El Quijote, con la parodia, el humor y la constante tensión entre realidad y ficción, “nos permiten pensar sobre algunas características constitutivas de nuestra  identidad”, sentencia.

La obra aborda los grandes temas que atañen a la humanidad. El amor, la justicia, la familia y la amistad. Sin embargo el Dr. Reyes destaca uno, que  se puede aplicar al contexto actual que vive Chile: la corrupción. El académico, cita unas palabras que Don Quijote le dedica a  Sancho Panza. "Tú, que para mí sin duda alguna eres un porro, sin madrugar ni trasnochar y sin hacer diligencia alguna, con solo el aliento que te ha tocado de la andante caballería, sin más ni más te ves gobernador de una ínsula, como quien no dice nada” .

“Se trata de una obra que nos enseña cómo es nuestra modernidad, una época que nace de la crisis social y cultural en España”, concluye el académico.


Ediciones en castellano

Desde la primera edición de la Primera Parte por Juan de la Cuesta en 1605, las ediciones en castellano de Don Quijote de la Mancha están ampliamente representadas en la colección cervantina de la Biblioteca Nacional de España. La institución posee uno de los veintiocho ejemplares de la prínceps conservados en todo el mundo y, de las ediciones posteriores, un ejemplar al menos de cada una de ellas, lo que da lugar a una de las colecciones cervantinas más importantes en la actualidad.

En ella se encuentran la segunda edición del mismo año por el mismo impresor, las impresas también en 1605 en Lisboa y Valencia, las que vieron la luz en Bruselas (1607 y 1611) y Milán (1610), la tercera de Juan de la Cuesta en Madrid (1608)… Y la Segunda Parte de 1615, junto a las ediciones de nuevo de Valencia, Lisboa y Bruselas, hasta la publicación conjunta por vez primera de las dos partes en Barcelona en 1617.

Estas y las posteriores, hasta la actualidad, permiten reconstruir a través de nuestro catálogo el éxito de una obra que ha continuado hasta hoy día. Podemos hacer un recorrido por las que supusieron un hito en la historia editorial del Quijote: en el siglo XVIII, la edición castellana de Tonson de 1738, acompañada de la Vida de Cervantes de Mayans i Siscar; la edición de la Real Academia Española de 1780, de Joaquín Ibarra, con otra Vida de Cervantes, esta vez de Vicente de los Ríos, que añadió además un Análisis del Quijote; la de la Imprenta Real de 1797-1798; y las dos de Gabriel de Sancha (1797-1798 y 1798-1800), a cargo de Juan Antonio Pellicer.

En el siglo XIX asistimos a la publicación de importantes ediciones, a cargo de Clemencín y Navarrete (1819), Clemencín (1833-1839) y Hartzenbusch (1863), así como a la primera edición facsímil de la obra (1871-1879) como consecuencia de la introducción de la foto-tipografía en España a cargo del coronel Francisco López Fabra, cuyo entusiasmo contagió a un amplio número de seguidores que convirtieron el acontecimiento en un capítulo importante del cervantismo español.

Ingresadas por Depósito Legal a partir de 1958 están presentes las ediciones españolas de los siglos XX y XXI que, reeditadas numerosas veces, constituyen referencia obligada para el lector o investigador que quiera acercarse a una edición cuidada de la obra, como las de Florencio Sevilla y Antonio Rey, publicada por el Centro de Estudios Cervantinos en 1993, o la de Francisco Rico, por el Instituto Cervantes de 2004, por poner dos de los ejemplos más relevantes. De las anteriores a la fecha de implantación del Depósito Legal, no faltan las anotadas por Cortejón, Rodríguez Marín, Schevill y Bonilla, Justo García Morales, Martín de Riquer, Vicente Gaos…

Junto a todas estas obras, la Biblioteca Nacional de España alberga también una importante muestra de ediciones ilustradas desde el comienzo de la aventura editorial del Quijote, pasando por la magistral edición de la Real Academia Española de 1780, impresa por Joaquín Ibarra e ilustrada por los principales dibujantes y grabadores de la época, como José del Castillo, Antonio Carnicero, Jerónimo Gil o Manuel Salvador Carmona; la de Gabriel Sancha de 1797-1798, con ilustraciones de José Ximeno, Agustín Navarro, José Camarón o Luis Paret y Alcántara; las ilustradas del siglo XIX, españolas o extranjeras, con los dibujos de Tony Johanot, Celestin Nanteuil, Luis Madrazo, Gustave Doré, Ricardo Balaca, Apeles Mestres, Moreno Carbonero, Laureano Barrau… ; y las más modernas, desde Urrabieta Vierge a Paul Rerst, Teodoro Miciano, José Narro, Gregorio Prieto o Salvador Dalí, entre otros muchos.

Doctor en Literatura y docente de nuestra Universidad de Santiago de Chile, Sebastián Reyes.


La filosofía política del Quijote (III): España, unidad y pluralidad
José Antonio López Calle

Las interpretaciones filosóficas del Quijote (66)


España y las Españas

La idea de España es omnipresente en toda la obra cervantina. En particular son numerosas las veces que en el Quijote se mienta a España, sesenta veces{1}. En algún caso incluso en un tono impregnado de cierta carga emotiva y, quizás, de implicación personal, como cuando el propio narrador en vez de referirse a España en abstracto, omitiendo toda consideración personal, habla de ella en el prólogo a la primera parte como «nuestra España» (9), que es la manera adoptada también en alguna ocasión por el cautivo Ruy Pérez de Viedma (I, 39, 400).

Casi siempre se alude a España en singular y sólo tres veces en plural. La primera de ellas entra en la cuenta del propio narrador, quien en el prólogo habla de «un rey de las Españas» (12); la segunda se debe a Dorotea, quien, fingiendo ser ante don Quijote la princesa Micomicona, nos dice que se puso en camino de las Españas en busca de un famoso caballero andante, no otro que don Quijote, que la defendiese del gigante usurpador de su reino africano. La tercera vez corresponde de nuevo al narrador, cuando en el capítulo de las imágenes de santos caballeros, se refiere a una imagen de Santiago como «la imagen del Patrón de las Españas» (II, 58, 986). Pero esta forma de nombrar a España no es obviamente una negación de su unidad interna y la afirmación de una pluralidad de Españas, sino una forma, consagrada entonces por el uso, de aludir a su diversidad o pluralidad, sin perjuicio de su unidad, aunque tal uso era minoritario y generalmente se nombraba a España en singular{2}.

Que el nombrar a España en plural no va en menoscabo de la afirmación de su unidad, sino una referencia a su pluralidad, seguramente en recuerdo de que se había constituido en unidad a partir de los reinos independientes en que se hallaba dividida en la Edad Media o por estar compuesta de territorios que seguían llamándose reinos, como el reino de Castilla, de Aragón o de Navarra, es algo que nos testimonia la propia Dorotea, pues ella, a renglón seguido de su mención de las Españas, se refiere a éstas como un único reino, como una única entidad política unitaria al mentarlas en singular como «todo este reino»:

«Dijo también mi padre que después que él fuese muerto y viese yo que Pandafilando comenzaba a pasar sobre mi reino, que no aguardase a ponerme en defensa, porque sería destruirme […], porque no había de ser posible defenderme de la endiablada fuerza del gigante; sino que luego  […] me pusiese en camino de las Españas, donde hallaría el remedio de mis males hallando a un caballero andante cuya fama en este tiempo se extendería por todo este reino, el cual se había de llamar, si mal no me acuerdo, don Azote o don Gigote». I, 30, 303

En cualquier caso, Cervantes tiene preferencia por el uso más difundido de España en singular y sólo en estas tres raras ocasiones la menciona en plural, de acuerdo con un uso que empezaba a convertirse en una reliquia del pasado.

En general, dejando aparte las menciones frecuentes en que España es simplemente el marco o escenario en que suceden ciertas cosas, en la obra de Cervantes se hallan alusiones dispersas a las principales ideas de relevancia filosófico-política sobre España, tales como las de España como reino, incluyendo su estructura compositiva, como patria, como realidad nacional e imperial. Naturalmente, en el Quijote, verdadero compendio del pensamiento cervantino en todos los órdenes, no falta ninguna, sino que es fiel exponente de todas ellas.

España como reino

Empecemos con la idea de España como reino o, si se quiere, como Estado monárquico, que es como entonces se concebía a España y así se halla espejada en el Quijote y demás obras cervantinas no pocas veces. La afirmación de la idea de España como un reino unificado adopta dos formulaciones diferentes en Cervantes: desde el punto de vista del sujeto de la soberanía y desde el punto de vista del objeto de la soberanía o del territorio sobre el que se ejerce el poder político. Cuando se adopta éste último, se afirma la unidad de España resaltando precisamente el hecho de constituir ésta un solo reino. Son tres los pasajes del Quijote en que se recoge esta formulación: el primero de ellos es el ya citado en que Dorotea se refiere a las Españas como «este reino»; el segundo es aquel en que el barbero maese Nicolás censura a los arbitristas porque sus arbitrios o propuestas dirigidos al rey para remediar los males de orden económico y político de la España de entonces, además de soler ser imposibles o disparatados, todos o la mayor parte de ellos van «o en daño del rey o del reino» (II, 1, 551). En realidad, la frase del barbero tiene la virtud de expresar a la vez las dos formas de formular la unidad de España, pues se hace referencia a la vez a los dos polos de España como entidad política monárquica, el objetivo, en que España aparece como reino, y el subjetivo, que recae sobre el rey como rey de España. En un contexto similar de crítica, ahora de cariz burlesco o satírico, de los arbitristas y en términos parecidos se alude también en El coloquio de los perros a España como reino:

«He dado a Su Majestad […] muchos y diferentes arbitrios –dice un arbitrista cuyas palabras nos transmite Berganza–, todos en provecho y sin daño del reino» {3}.

El tercer pasaje es aquel en que el morisco Ricote habla de España como un reino del que los peregrinos católicos alemanes sacan dineros en oro y los pasan a sus tierras:

«Y al cabo de su viaje salen con más de cien escudos de sobra, que, trocados en oro […] los sacan del reino y los pasan a sus tierras». II, 54, 964

Pero son mucho más frecuentes las formulaciones realizadas desde el primer punto de vista, según el cual se afirma la unidad de España como reino unitario poniendo el énfasis en la figura del soberano como rey de España. Tal es el caso del propio narrador cuando en el ejemplo ya citado del prólogo de la primera parte del Quijote, en que, a pesar de referirse a España en plural, se postula la unicidad del reino al presentar al rey como rey de las Españas y por tanto se afirma a la vez la unidad de España y la unicidad de su rey, en tanto éste es rey único de toda España o de las Españas, que pasan a conformar un reino único o unitario por cuanto su soberano es uno solo. Esta misma idea se expresa, ya dentro del texto narrativo, en el episodio de la aventura de la cueva de Montesinos, en la declaración de don Quijote de que «las siete [lagunas de Ruidera] son de los reyes de España»; o más adelante, cuando maese Pedro, en realidad Ginés de Pasamonte, al comparar su desdicha con la del rey don Rodrigo, recita los versos del romance de Rodrigo y la pérdida de España en que se habla de él como «señor de España», pero, en este caso, a diferencia de los precedentes, la España de referencia no es la del presente histórico, sino la del pasado ya lejano de la España visigótica (cf. II, 26, 756).

Mayor interés, por lo que respecta a la afirmación de España, y no la del pasado remoto sino la del presente histórico, como reino único poniendo el foco de la atención en su soberano o rey, son los diversos pasajes vinculados al episodio de los galeotes o de la aventura de los leones, en que se menciona al rey, que, sin duda, en virtud del contexto, no es otro que el de España. Igualmente interesantes son los pasajes del primer capítulo de la segunda parte en los que varias veces se hace referencia tácita al rey de España de entonces, Felipe III, al comentar sus medidas políticas para afrontar la amenaza de los turcos en el Mediterráneo central y oriental, particularmente de las costas del reino de Nápoles, de Sicilia y de Malta; varias veces los personajes del coloquio hablan de él con sumo respeto usando la fórmula de «Su Majestad», que no es otro que el rey Felipe III, lo que presupone la concepción de España como un reino unitario en tanto hay un único soberano de toda ella. Ese mismo tratamiento de «Su Majestad» reaparece en el episodio del fin de la historia de Ana Félix para referirse al rey de España, al que además se nombra directamente cuando Ricote elogia el decreto de expulsión de los moriscos como «heroica resolución del gran Filipo Tercero» (II, 65, 1053).

La referencia de Cervantes al rey como rey de España y no como rey de las partes integrantes de España es la fórmula habitual consagrada por el uso en la época entre todo tipo de autores, tanto españoles como extranjeros. Entre éstos últimos, también se veía a los reyes españoles como reyes de España y no, por ejemplo, como reyes de Castilla y Aragón. Así Guicciardini, en sus menciones a los Reyes Católicos en su Informe sobre España (1514), aunque en alguna ocasión se refiere a Isabel como reina de Castilla y a Fernando como rey de Aragón, suele tratarlos como reyes de España y a ésta la presenta siempre como un reino unificado «por haberse unido en un solo reino y gobierno Aragón y Castilla»{4}. Lo mismo cabe decir de su compatriota Maquiavelo, quien, en sus referencias ensalzadoras en el Príncipe al monarca español Fernando el Católico como modelo acabado del príncipe ideal, ciertamente alguna rara vez escribe «Fernando de Aragón», lo que parece aludir más bien a su origen, pues no dice que sea rey de Aragón, pero aunque lo dijera, sería irrelevante, pues lo que importa es que es «actual rey de España»{5}; lo mismo sucede en sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio, donde, amén de referirse siempre a España como una entidad política unitaria, menciona al soberano español bien, sin nombrarlo, como «el rey de España»{6} o bien nominalmente, en referencia a Fernando el Católico, como «el rey Fernando de España»{7}, al que en una única ocasión lo designa como «rey de Aragón»{8}, pero porque el contexto histórico lo propicia al hablar de la guerra contra Francia por el dominio del reino de Nápoles, que desde que lo conquistara en 1442 Alfonso V de Aragón, tío de Fernando el Católico,  pertenecía a la corona de Aragón, pero los franceses, que habían sido sus dueños anteriormente, desde fines del siglo XIII, por medio de los Anjou, quienes habían legado sus derechos a la corona de Francia, reclamaban su posesión.

Muy valioso al respecto es el testimonio de Castiglione, quien en sus elogiosas menciones a Isabel la Católica en El Cortesano la presenta como «La reina doña Isabel de España»{9} y al futuro rey de España Carlos I lo cita como «don Carlos, príncipe de España»{10}, seguramente porque El Cortesano se redactó entre 1513 y 1518 y en cualquier caso esta parte del libro antes de que fuese coronado rey de España y no modificó ese dato cuando lo publicó en 1528; pero lo relevante es que lo presenta como príncipe de España y no como príncipe de Castilla, Aragón, etc.

El reinado de los Reyes Católicos marca un antes y un después en la percepción de sus contemporáneos de España como un reino unificado; antes de éste los autores extranjeros, cuyo marco referencia era una España fragmentada en reinos, cuando mencionan a un rey español se trata del soberano de alguno de estos reinos, sobre todo del de los dos principales reinos, el rey de Castilla o de Aragón.  Tal es el caso de Dante en sus varias citas de reyes o de reinos españoles en su Divina comedia, la mayor parte de las cuales dedicadas a monarcas de la corona de Aragón, seguramente por la relación histórica más estrecha de Aragón con Italia, particularmente con Sicilia, desde su incorporación a la corona de Aragón, y con Nápoles, a causa de las ya mentadas rivalidades históricas por la posesión de este reino entre la casa francesa de los Anjou y los reyes de Aragón. Dante alude a Pedro III el Grande de Aragón y primer rey de Sicilia, a su hijo Federico II de Sicilia, más conocido en España como Fadrique, a Jaime, rey de Mallorca, a Jaime II de Aragón, al reino de Navarra y al de Castilla{11}. De las dos menciones de Castilla, la primera a su escudo de armas bajo cuya protección nació santo Domingo de Guzmán en Caleruega, en Burgos{12}, al que consagra un gran panegírico, la más relevante es la segunda, porque no meramente alude al rey de Castilla, sin nombrarlo, pero, por las pistas que da, se cree que se trata de Fernando IV el Emplazado, sino que lo presenta como rey de España{13} y no de Castilla, lo que revela quizás la percepción de Dante del reino de Castilla como el hegemónico en el conjunto de España.

Muy similar es lo que sucede en la obra de Boccaccio, quien cita también varias veces en su Decamerón a reyes de la corona de Aragón, a Federico II de Aragón o Fadrique, rey de Sicilia, y especialmente a Pedro III el Grande. Pero es éste último el más citado, incluso lo convierte en protagonista de una de sus novelas, en la que se le retrata como un gran rey, dechado de caballerosidad y de liberalidad{14}. También dedica una de sus novelas a un rey de Castilla, al que llama Alfonso y que pinta como un modelo de generosidad{15}; suele creerse que se trata de Alfonso VIII, aunque también podría ser Alfonso X el Sabio. Pero lo más sobresaliente del caso es que, al igual que Dante con Fernando IV de Castilla, Boccaccio se refiere al rey de Castilla, no como tal, sino como rey de España, lo que permite pensar que tenía la misma percepción que Dante de Castilla como potencia hegemónica de España y de sus soberanos como si realmente fueran reyes de toda España. De hecho, había una tradición en Castilla, que provenía del primitivo reino asturleonés, en virtud de la cual los reyes castellanos se tenían por monarcas hegemónicos sobre los otros reyes españoles y reclamaban para sí el título de emperadores o reyes de España. Alfonso VI adoptó en 1077 el título de «emperador de toda España» (imperator totius Hispaniae), Alfonso VII, en 1135 se coronó emperador de toda España, Alfonso VIII fue tenido por tal y los reyes Fernando III el Santo y Alfonso X el Sabio también pretendieron proclamarse emperadores de España, si bien tales pretensiones no llegaron a realizarse{16}. Es posible que Dante y Boccaccio supieran algo de esta tradición castellana que reclamaba la supremacía de los reyes castellanos sobre los demás reyes españoles y de ahí su referencia a reyes de Castilla como reyes de España.   

Otro tanto hay que decir de los autores que escriben durante o después del reinado de los Reyes Católicos cuando mencionan a un rey español anterior a éstos, como es el caso del propio Maquiavelo cuando alude al «rey de Aragón» en referencia a Alfonso V{17}  o de Castiglione cuando al mentar a ese mismo rey lo cita como «rey don Alfonso de Aragón{18}. 

Sin embargo, aunque tanto en el interior de España como en el exterior, dada la percepción de ésta como un reino unificado a partir del reinado de los Reyes Católicos, se habla de los sucesivos monarcas españoles como reyes de España, no era ése siempre el criterio oficial. Durante el reinado de la dinastía de los Austrias, aunque éstos y los miembros de la corte se referían a ellos como reyes de España, estaba muy extendida la costumbre en el seno de  la propia casa real de que el rey se presentase no como rey de España, sino como rey de sus múltiples partes integrantes, de las que unas, la gran mayoría, tenían el rango de reinos y otras, las menos, la de señorío, una costumbre que también tiene su registro en la obra de Cervantes, aun cuando no en el Quijote, sino en las Novelas ejemplares, no en el cuerpo narrativo, sino en el apartado titulado «Privilegio de Aragón», en el que la concesión a Cervantes de la licencia de impresión y venta del libro en los reinos de la corona de Aragón, viene precedida por una larga lista de los reinos y señoríos de los que el rey Felipe III era titular, tanto en la España peninsular e islas adyacentes como fuera o más allá de estos ámbitos, en todos los dominios exteriores de la Monarquía española.

España como república de reinos y señoríos

Esto último nos lleva a plantear otra cuestión relacionada con la articulación de España como reino: la de su estructura u organización territorial, una cuestión que tampoco escapa a la atención de Cervantes. En el Quijote, además de afirmarse y reflejarse la concepción de España como reino, tanto visto el asunto desde el polo subjetivo del rey en tanto soberano de España como desde el polo objetivo de la existencia de España como reino unificado, se alude a su configuración como un reino compuesto de reinos y señoríos o, como suele decirse, como una monarquía compuesta. Tras la abdicación imperial de Carlos I y la cesión a su hermano de la corona imperial de Alemania en 1555-1556, España se configura con Felipe II como la Monarquía Hispánica, entendida como una unión de reinos y señoríos, que, como ha escrito José Alcalá-Zamora, «era algo más que una simple confederación y algo menos que una federación de Estados»{19}; desde luego era algo más que una confederación porque  ninguna de las partes, reino o señorío, tenía reconocido el derecho a segregarse de la Monarquía Española. Y si alguno lo intentaba, como en el caso de la rebelión de Flandes en el tiempo de Cervantes, la corona no dudaba en recurrir al uso de la fuerza para impedir la secesión.

En el Quijote se alude varias veces a la organización de España como unión de reinos, de las cuales tres en su corpus narrativo: la primera al final de la primera parte cuando el canónigo pregunta a sus interlocutores si no se acuerdan de que ha pocos años se representaron en España tres tragedias compuestas «por un famoso poeta [una velada referencia a Lope de Vega] de estos reinos» (I, 48, 494); la segunda, más adelante, cuando el cura, de nuevo en referencia velada a Lope de Vega, lo ensalza llamándole «un felicísimo ingenio de estos reinos» (I, 48, 497); y la tercera, en el último párrafo del Quijote, momento en que es la propia pluma del narrador la que decreta que no habrá una nueva salida de don Quijote, pues está muerto y enterrado, y que, para hacer burla de las aventuras caballerescas, con las dos salidas que hizo es suficiente para dar gusto y beneplácito a la gente a la que llegaron noticias de ellas «así en éstos [reinos] como en los extraños reinos» (II, 74, 1106). También se alude a ella en otras obras de Cervantes, como, por ejemplo, en el Persiles, donde en un interesante pasaje se habla a la vez de España como una unión de reinos y, sin embargo, como siendo un reino, por tanto, un reino compuesto. En ese pasaje la maga Cenotia, después de informarnos de ser natural de España y concretamente de una ciudad, Alhama, del «reino de Granada», dice ser conocida por su nombre «en todos los [reinos] de España»; pero, apenas unas líneas abajo, sus palabras revelan que considera a España como un reino:

«Salí de mi patria habrá cuatro años, huyendo de la vigilancia que tienen los mastines veladores que en aquel reino tienen del católico rebaño».{20}

Las demás veces es en los textos preliminares oficiales y preceptivos que preceden a los prólogos de la primera y segunda parte de la novela escritos por otros autores, lo que también se encuentra igualmente repetido en los similares textos preliminares de todos los libros publicados por Cervantes. En el privilegio real de impresión y venta del libro firmado por un secretario de Felipe III, Juan de Amézqueta, se habla de España como de «estos nuestros reinos»; en la segunda parte el secretario firmante del privilegio, Pedro Contreras, utiliza esa misma fórmula, sin duda consagrada por el uso, dos veces: «Nuestros reinos»; y en una tercera vez utiliza una fórmula más completa: «Nuestros reinos y señoríos». En cambio, el firmante de una de las aprobaciones, José de Valdivielso, al igual que el canónigo, dice más sobriamente «estos reinos».

Se imponen dos observaciones. La primera es que el modo de hablar de los secretarios nos revela no sólo la concepción, por los propios funcionarios de la Monarquía española de la época, de España como una unión de reinos, sino también, al escribir en nombre del rey «nuestros …», que esos reinos de que está formada son propiedad del rey, lo que remite de nuevo a la concepción patrimonialista de la soberanía, que ya examinamos en la anterior entrega. La segunda es que, como se ve, la mayoría de las veces, salvo una, basta con hablar de los reinos que componen España, sin mentar a los señoríos. La razón es obvia: los reinos eran la parte principal de la Monarquía española, esto es, constituían la mayor parte del territorio y población en la España europea y con mayor razón en América y Asia, donde las Indias Occidentales y Orientales (Filipinas) respectivamente se clasificaban como reinos y de ahí que España se viese por casi todo el mundo principalmente como una unión de reinos{21}.

En realidad, los reinos integrantes de España ya no eran propiamente reinos, pues carecían de la soberanía, la cual pertenecía al reino de España o, más precisamente, a su soberano real. Sin embargo, tanto por razones políticas, principalmente la conservación de las instituciones políticas características de los que habían sido reinos, como por el motivo histórico de haberlo sido en algún tiempo pasado, incluso siendo parte de Al-Ándalus, se mantuvo la costumbre de seguir llamándolos reinos. Así en la lista de reinos del monarca español suministrada en el texto preliminar ya citado de las Novelas ejemplares aparecen los reinos clásicos de la fragmentada España medieval, como los de Castilla, Aragón, León, Navarra y Portugal, pero también otros que lo habían sido bajo dominio de los árabes, como los de Toledo, Valencia, Mallorca, Sevilla, Córdoba, Murcia, Jaén y Granada; de acuerdo con esta lista todo el territorio español peninsular e insular adyacente pertenece a algún reino, más o menos antiguo, excepto unos pocos señoríos, como los condados de Barcelona, de Rosellón y Cerdaña. Es curioso que en la mentada lista no se mienten los señoríos de Vizcaya y de Molina, quizás porque, siendo partes de Castilla, se considera que con citar a ésta es suficiente y no es menester nombrarlos expresamente.

Esa costumbre se conserva también en la obra de Cervantes, aunque no de forma sistemática, pues no siempre estima oportuno referirse al carácter de reino de los territorios de España que lo habían sido antes de los Reyes Católicos. En el Quijote hay menciones de los principales reinos españoles de los que había dependido la unidad política de España, Castilla y Aragón: a Castilla se la nombra varias veces, aunque sin mentar su condición de reino, pero todas las citas, si bien relevantes literariamente, no lo son desde el punto de vista de nuestro estudio, pues se ciñen a afirmar que en Castilla llaman al bacalao abadejo (I, 2, 240), que el reino de Micomicón es tan grande como Castilla y Portugal juntos (I, 31, 314) y que es el lugar al que vuelve doña Rodríguez (II, 66, 1058), aunque en la segunda quizá pueda verse una referencia tácita al carácter de reinos de Castilla y Portugal, pues el adjetivo «juntos» usado en masculino parece concordar con la palabra sobreentendida de «reinos», un adjetivo que el autor de la frase, Sancho, se ve obligado a emplear en masculino al haber empezado la frase con la palabra «reino» para comparar, en cuanto a tamaño, el reino de Micomicón con los de Castilla y Portugal.

En cualquier caso, cuando se alude a Castilla claramente como reino, se hace sin nombrarla, a pesar de que toda la primera parte de la novela es un peregrinaje por tierras de Castilla, pero se sobreentiende claramente por el contexto: en el episodio de maese Pedro y el mono adivino, que tiene lugar en la Mancha de Aragón, situada entre Cuenca y Albacete, un ventero informa a don Quijote de que un famoso titiritero está recorriendo esta parte de la Mancha representando el retablo de Melisendra, del que dice que es una de las mejores historias representadas en muchos años «en este reino» (II, 25, 745). Si dijera «en el reino», podría alegarse que podría referirse con no menos razón a España, pero, al decir «en este reino», parece más probable que esté hablando del de Castilla, al que pertenecía la Mancha de Aragón.

En otros escritos de Cervantes hay también menciones a Castilla, pero sólo dos de ellas son relevantes desde un punto de vista político y lo son en muy alto grado, pues en ambas se presenta a Castilla de un modo que sugiere que Cervantes debía de pensar que este reino había tenido un papel esencial en la formación de España como entidad política y que, por tanto, gozaba de una posición preeminente en el conjunto de los reinos españoles. En la primera de ellas, procedente de la comedia La casa de los celos, aparece Castilla como personaje alegórico claramente alusivo a su estatuto de reino, pues al personaje, representado por una doncella, se le caracteriza portando los símbolos del blasón de Castilla, un león en una mano y un castillo en la otra. Además, se alude también a los orígenes godos del reino de Castilla que se remontan a la figura de Pelayo, fundador del reino astur, del que, a su vez, con el tiempo surgiría Castilla, la cual, según las palabras de la doncella que la simboliza, dirigidas a Bernardo del Carpio (sobrino de Alfonso II el Casto), ha heredado de Pelayo las virtudes de su antepasado godo, su espíritu animoso, valiente e infatigable{22}.

Pero es en la segunda mención, en La Numancia, en la que el mensaje de Castilla como reino preeminente entre los reinos españoles es muy explícito, aunque quizás con alguna reserva. Tal es el mensaje que se desprende del hecho de que Cervantes representa a España, como personaje alegórico, con un símbolo del blasón de Castilla, sin incluir símbolos de los demás reinos españoles. Cervantes adopta el punto de vista de que la mejor manera de presentar a España es con algún símbolo del escudo de Castilla, si bien prescindiendo de uno de los dos. También ahora es una doncella la que representa a España, pero, a diferencia de lo que sucedía con la doncella que simbolizaba a Castilla, aparece coronada con unas torres e igual que ésta trae un castillo en una mano, pero desaparece el león. La introducción del símbolo de las torres, que no se corresponde, sin embargo, con el de escudo alguno de ningún reino español, quizá contenga la reserva mentada a la identificación de España con Castilla; puede ser una forma de decir que, si bien Castilla es esencial y preeminente en la constitución de España como realidad política, España no es sólo Castilla, sino mucho más que Castilla. Las torres que coronan a la doncella-España podrían ser una forma de representar e incorporar a los demás reinos de España, que Cervantes con este propósito ha considerado oportuno introducir por su cuenta como símbolos de España. Por otro lado, la consideración de los reyes de España  -Cervantes está pensando en los Reyes Católicos, Carlos I y Felipe II (recuérdese que La Numancia se compuso en 1585, es decir, en el reinado de Felipe II y de ahí que no se mencione a Felipe III)- como dignos sucesores de los «fuertes godos» de nuevo conecta a España con Castilla, pero ahora por la vía dinástica de la sucesión real, pues los reyes de Castilla se consideraban descendientes de los godos y ya hemos visto cómo Cervantes se hace eco de esta tradición al presentar a Castilla como heredera del reino de los godos o reino visigótico.

En cambio, mejor suerte corre el reino de Aragón, al que se menciona expresamente como tal en el curso de la narración, incluso es uno de los principales escenarios de la historia de don Quijote, pues muchas de sus aventuras de la segunda parte discurren en territorio del antiguo reino de Aragón.

La primera mención es en la primera parte, para describir el origen de don Luis, enamorado de doña Clara: «hijo de un caballero natural del reino de Aragón» (I, 43, 449). Las demás citas pertenecen a la segunda parte: la primera de ellas es la más interesante, pues forma parte de un pasaje en que el narrador nos informa de la intención de Ginés de Pasamonte, prófugo de la justicia de Castilla, que le buscaba para castigarle por sus muchos delitos, de «pasarse al reino de Aragón» (II, 27, 760). Decimos que es interesante, en relación con nuestro asunto de la composición de España de múltiples reinos y señoríos con sus propias instituciones y costumbres dentro de la unidad común de España, porque contiene una encubierta alusión precisamente a esas diferentes instituciones y usanzas, en este caso en relación con la justicia, de Aragón y Castilla, la cual de nuevo está presente de forma latente, pues sin ella es imposible entender este lance de la historia de este prófugo de la justicia. Sin duda, Ginés de Pasamonte debía de pensar que, habida cuenta de que Aragón conservaba sus propios procedimientos judiciales, diferentes de los de Castilla, pasándose a Aragón quizá podía evitar el castigo que temía se le diese en Castilla. Las otras dos menciones del reino de Aragón son irrelevantes (cf. II, 48, 912 y 914); y en una ocasión se menciona a Aragón sin aludir a su condición de reino (cf. II, 48, 910). 

Es menester dedicar unas palabras a Cataluña, a cuyo estatus político, a pesar de que varios episodios acontecen en la provincia de Barcelona, no se alude nunca, ni en los capítulos dedicados a esos episodios ni en ningún otro lugar del Quijote. En cambio, en una de las novelas ejemplares, Las dos doncellas, una parte de cuya acción se sitúa en Barcelona, se declara sorprendentemente que Cataluña es un reino. Se dice que el linaje Granolleques de una señora principal, esposa de un caballero catalán de la ilustre familia noble de los Cardonas, es «famoso y antiguo en aquel reino».{23} Podría pensarse que se dice reino no en referencia a Cataluña en sí misma, sino en relación con su pertenencia a la corona de Aragón, pero no parece verosímil atendiendo a que se está hablando de una particularidad, la del linaje Granolleques, de Cataluña dentro de un episodio que sucede en Barcelona. Parece más sensato pensar que se está hablando del reino de Cataluña y esto no es fácil explicarlo. La explicación más verosímil, supuesto que no se trate de un descuido de Cervantes, es que ello puede obedecer al hecho de que había una tradición, que se remontaba al siglo XIV, de llamar a Cataluña principado de Cataluña y esto podría alimentar la idea de llamarla reino, bien es cierto que en la época se distinguía claramente entre principado y reino, como bien puede advertirse en estas contundentes palabras de Guicciardini: «Cataluña es un Principado y no un Reino».{24} Por otro lado, puede ser que al hablar de reino en relación con Cataluña se haga de un modo informal, que no haya que tomarlo en sentido literal, al igual que en el tiempo de Cervantes se seguía hablando, y él mismo también lo hace, del reino de Granada, de Murcia, de Valencia, etc., aunque ya no lo eran en sentido estricto.

Asimismo, se nombra a Navarra, uno de los más antiguos reinos de España, incorporado tardíamente a la corona de España en 1512, pero sin mentar que sea un reino, cuando el Caballero del Bosque, para provocar a don Quijote, le dice que ha obligado a todos los caballeros de Navarra, entre otros de otras partes de España, a confesar que su dama Casildea de Vandalia es la más hermosa del mundo (I, 12, 635).

Y, por supuesto, Cervantes también mantiene la costumbre, como en la lista citada del secretario de Felipe III, que no sigue escrupulosamente en todos los casos, de llamar reino a los territorios españoles que lo habían sido en algún momento de su historia medieval dentro de la España cristiana o bien bajo dominio árabe. En el primer caso tenemos a León, al que se nombra, pero sin referirse a su antigua condición de reino, finalmente unido a Castilla en 1230, tras unos dos siglos de existencia como reino independiente. El cautivo comienza relatando su historia remontándose al principio de su linaje en un lugar de las montañas de León (I, 39, 399; cf. también I, 42, 441). En el segundo tenemos a Toledo, Valencia, Mallorca o las islas de Mallorca, Murcia, Córdoba, Sevilla o Granada, nombradas en el Quijote, pero sin aludir a su pasado de reinos. Pero en otras obras de Cervantes, sí se alude a ello en algunos casos. Ya hemos visto más arriba que en el Persiles se habla del reino de Granada; en este mismo libro también se habla de Valencia como reino: cuando el escuadrón de peregrinos llega a un lugar cercano a la costa del territorio valenciano el narrador se refiere a éste como «el reino de Valencia»{25}; y en La gitanilla Murcia aparece como reino de Murcia.{26} Y, en fin, se miente o no su carácter de reinos, lo hayan sido o no, en el Quijote hay referencias a casi todas las regiones de España: amén de las ya citadas, a Andalucía, Extremadura, Asturias y, de forma tácita, a las Vascongadas y Galicia, lo que se colige de las alusiones a la señora y al escudero vizcaínos en un caso (I, 8, 79 y 81) y, en el otro, a las jacas galicianas o gallegas (I,15, 130).

Nos resta, para terminar este asunto, tratar un caso especial: el de Portugal, al que no faltan referencias en el Quijote, pero algunas son irrelevantes desde el punto de vista político, bien que no lo sean literariamente. Nada se saca de afirmaciones como de la que nos dice que Portugal es uno de los países donde se ha impreso la primera parte del Quijote. Pero hay varias referencias que nos transmiten una valiosa información sobre el estatuto político de Portugal, en aquel entonces parte integrante de España desde que en 1581 Felipe II fuera proclamado rey de Portugal en las cortes de Thomar, un hecho del que Cervantes fue testigo y al que reconocía una enorme trascendencia política porque significaba el logro de la anhelada completa unidad de España, rota por la invasión y conquista árabes.

En el Quijote hay tres tipos de alusiones a Portugal de relevancia política: las que aluden a Portugal como reino, la que alude a Portugal como entidad compuesta y una que alude al hecho de ser parte integrante de España. En cuanto a las primeras, en el episodio del escrutinio de la biblioteca de don Quijote se nos ofrece una alusión expresa a Portugal como reino, cuando el cura atribuye, según una difundida opinión, la composición del Palmerín de Inglaterra a «un discreto rey de Portugal», al que no nombra, aunque se creía que era obra del rey Juan II (1455-1495) o de su hijo Juan III; en realidad, su verdadero autor es ciertamente portugués, pero no un rey, sino Francisco de Moraes. La segunda, menos expresa pero inequívoca, en la aventura de la cueva de Montesinos, en la que, al final de la misma, don Quijote se refiere a las andanzas por todo el mundo de un miembro de la casa real portuguesa, el infante don Pedro (1392-1449), hijo del rey Juan I y duque de Coímbra, al que se atribuía El libro del infante don Pedro de Portugal, un brevísimo relato de viajes imaginarios, publicado a inicios del siglo XVI, en el que se narran las andanzas por las, según don Quijote, siete partidas del mundo, o por las cuatro partidas (o partes) del mundo según otras versiones del relato, conforme a la división de la Tierra en partes en los libros medievales de geografía, unas andanzas que don Quijote está dispuesto a emular para desencantar a Dulcinea (II, 23, 733).

En lo que concierne a la segunda, en el Quijote se halla una curiosa referencia a Portugal como si fuese una entidad política compuesta, al igual que España por una pluralidad de reinos. Esta sorpresiva afirmación aparece en el cuento de la pastora Torralba, relatado por Sancho, quien cuenta que un cabrero, enamorado de la pastora, pero determinado a huir de ella por los celos que le había dado, se pasó, cruzando los campos de Extremadura, a «los reinos de Portugal» (I, 20, 179). En realidad, no se trata de una pluralidad de reinos, sino sólo de dos reinos en el seno de Portugal. Cervantes alude al hecho histórico de que Portugal se consideraba formado por dos reinos, el de Portugal propiamente dicho, y el del Algarve o, a partir de 1471, de los Algarves, un cambio en el nombre debido a la anexión a este reino de los territorios norteafricanos que los portugueses habían conquistado a lo largo del siglo XV y que se consideraron como una prolongación natural del reino del Algarve. Se trata de un reino cuyo origen se remonta a la conquista de Silves, la capital del Algarve, por Sancho I de Portugal en 1189, y el resto de la región por su nieto Alfonso III de Portugal y, a partir de entonces, los reyes portugueses portaron el título de reyes de Portugal y del Algarve y luego de los Algarves.

Pero, aunque jurídicamente se reconocía el Algarve como un reino, en la práctica no lo era, pues carecía de instituciones políticas diferenciadas, fueros o privilegios especiales o de algún género de autonomía; en realidad, el Algarve no se diferenciaba en nada del resto de las regiones o provincias portuguesas, por lo que su reconocimiento como reino era meramente honorífico, debido a su origen histórico como la última tierra conquistada, durante la reconquista portuguesa, de las que habían sido las taifas de Silves y del Algarve bajo la dominación musulmana, que ocupaban respectivamente las zonas occidental y oriental del territorio de lo que pasó a llamarse conjuntamente el Algarve (Véase Wikipedia, s.v.  «Reino de Algarve», «Algarve», «Taifa de Silves» y «Taifa del Algarve»). Por tanto, el significado de la expresión «los reinos de Portugal» tiene muy poco que ver con las referencias cervantinas a la pluralidad de reinos distinguidos en el seno de España.

En lo tocante a la consideración del reino de Portugal como parte integrante de España, el mejor documento al respecto nos lo aporta la disertación de don Quijote sobre los linajes más ilustres de España, donde el ingenioso hidalgo, habida cuenta de que en aquel entonces Portugal era parte de España, de forma natural cierra su lista de los apellidos de ilustres linajes de diversas regiones españolas, como Cataluña, Valencia, Aragón y Castilla, enumerando los de Portugal, como los Alencastros, Pallas y Meneses (I, 13, 115-6). Puede asegurarse que la incorporación de Portugal a España conformando así la completa unidad de ésta satisfacía uno de los anhelos más profundos de Cervantes. La prueba de ello hemos de buscarla esta vez no en el Quijote, sino en La Numancia, donde en un pasaje memorable de la famosa profecía del Duero sobre la España futura, materializada por fin en la España del presente histórico de Cervantes, su autor, después de celebrar la unión de los reinos, en que la España medieval había estado dividida, bajo una misma corona, la del rey Felipe II, con quien de esa forma viene a culminar el ideal de la Reconquista de la restauración de España, se congratula especialmente de que a ese proceso de unificación de los reinos y señoríos de la fragmentada España medieval bajo una corona común se sume Portugal, «el jirón lusitano», que había nacido como una escisión de Castilla, a su verdadero ser y primigenio que es el de formar parte de una misma España junto con los demás reinos en que ésta, por culpa de la invasión y posterior dominio islámicos, había quedado dividida:

«El jirón lusitano tan famoso,
que un tiempo se cortó de los vestidos
de la ilustre Castilla, ha de zurcirse
de nuevo y a su estado antiguo unirse»{27}

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{1} Sorprende el erróneo cómputo de Carlos Fernández Gómez en su Vocabulario de Cervantes, que sólo ha contado dos en el Quijote.

{2} Un buen ejemplo, entre otros muchos, de este proceder es el de Juan Luis Vives, quien en la dedicatoria de Sobre la concordia y la discordia en el género humano (1529) al emperador Carlos V se dirige a él como «rey de las Españas», pero en las menciones de España en esta obra y demás suyas, especialmente las de índole política, que es donde más abundan las menciones a su patria natal, se refiere a ella por su nombre en singular.

{3} Novelas ejemplares, II, pág. 356.

{4} Informe sobre España, en Francesco Guicciardini, Un embajador florentino en la España de los Reyes Católicos, Tecnos, 2017, pág. 133.

{5} El príncipe, pág. 91.

{6} Cf. op. cit., II, 22, pág. 265; III, 31, pág. 407.

{7} Op. cit., III, 6, pág. 321.

{8} Op. cit., I, 29, págs. 109-110.

{9} Op. cit., II, cap. 7, pág. 212; III, cap. 3, pág. 256 y cap. 4, pág. 261.

{10} Op. cit., IV, cap. 4, pág. 327.

{11} Paraíso, 19, vv. 125-144; véase otra alusión a Pedro III el Grande, al que ensalza como un gran rey, una a su primogénito Alfonso III, que sólo reinó seis años, y otra a sus otros dos hijos, Jaime II y Fadrique, en Purgatorio, 7, vv.112-120.

{12} Paraíso, 12, vv. 49-57.

{13} Paraíso, 19, vv. 124-5.

{14} Decamerón, X, 7.

{15} Véase op. cit., X, 1

{16} Sobre la tradición política castellana de reclamación del imperio o la realeza sobre toda España, véase Gustavo Bueno, España frente a Europa, págs. 294-307 y 312; y del medievalista Manuel González Jiménez, «La idea de imperio antes y después de Alfonso VI», en Fernando Suárez y Andrés Gambra (coord..), Alfonso VI Imperator totius orbis Hispanie, Sanz y Torres, 2011; sobre las aspiraciones de Fernando III el Santo y de su hijo Alfonso X a proclamarse emperadores de España, véase de este mismo autor, «Alfonso X, emperador de España», Revista  del Centro de Estudios Históricos de Granada y su Reino, nº 29, 2017, págs. 3-10, accesible en Dialnet.

{17} Cf. El príncipe, pág. 50.

{18} El Cortesano, II, cap. 7, pág. 212.

{19} Cf. su «Idea y realidad de España en los siglos XVI y XVII», en España como nación, Real Academia de la Historia-Planeta, 2000, pág. 98.

{20} II, 8, pág. 330.

{21} Así, por ejemplo, Sancho de Moncada define a España como república de reinos: «España es República de Reinos muy diferenciados en cualidades», en su Restauración política de España, pág. 238.

{22} Véase op. cit., III, en Cervantes, Teatro completo, pág. 178.

{23} Novelas ejemplares, II, pág. 233.

{24} Diario del viaje a España (1512), en Guicciardini, Un embajador en la España de los Reyes Católicos, pág. 37.

{25} Op. cit., III, 11, pág. 544.

{26} Novelas ejemplares, I, dos veces en la pág. 117.

{27} La Numancia, I, vv. 517-520, pág. 935.