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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

domingo, 9 de junio de 2013

146.-La araucana. edición del centenario de José Toribio Medina. Alonso de Ercilla y Zúñiga.-a


Luis Alberto Bustamante Robin; Jose Guillermo Gonzalez Cornejo; Jennifer Angelica Ponce Ponce; Francia Carolina Vera Valdes;  Carolina Ivonne Reyes Candia; Mario Alberto  Correa Manríquez; Enrique Alejandro Valenzuela Erazo; Gardo Francisco Valencia Avaria; Alvaro Gonzalo  Andaur Medina; Carla Veronica Barrientos Melendez;  Luis Alberto Cortes Aguilera; Ricardo Adolfo  Price Toro;  Julio César  Gil Saladrina; Ivette Renee Mourguet Besoain; Marcelo Andres Oyarse Reyes; Franco Gonzalez Fortunatti; Patricio Ernesto Hernández Jara;  Demetrio Protopsaltis Palma;  Katherine Alejandra Del Carmen  Lafoy Guzmán;


  


Francia vera valdes


«Chile, fértil provincia y señalada
en la región antártica famosa
de remotas naciones respetada
por fuerte, principal y poderosa;
la gente que produce es tan granada
tan soberbia, gallarda y belicosa,
que no ha sido por rey jamás regida
ni a extranjero dominio sometida».
Obra editada en el Centenario de 1910 publicada por José Toribio Medina de la obra "La Araucana" de D. Alonso de Ercilla y Zúñiga. Contiene grabados, documentos, notas historicas, bibliográficas y una biografía del autor. Encuadernada en papel satinado marmolado y cuero, nervios y letras en dorado, guardas con impresion de motivos floreados. 603 pp. 39 x 27 cms. N° de ref. del artículo 5078







Imprenta elzeviriana, Santiago de chile, 1910-1918. edición del centenario, ilustrada con grabados, documentos, notas históricas y bibliográficas y una biografía del autor. la publica José Toribio Medina. 

tomo 1: texto, 607pp. 
tomo 2: documentos, 552pp.
 tomo 3: vida de ercilla, 347pp. 
tomo 4: ilustraciones, 512pp. 
tomo 5: ilustraciones ii, 559pp.




Alonso De Ercilla por Greco.

Ancestros de Ercilla.

El primitivo solar de este esclarecido linaje estuvo en la llamada Torre de Ercilla, sita a orilla del mar y en las inmediaciones de la villa de Bermeo (Vizcaya). Poseyeron los de esta casa enterramiento en la capilla mayor de la iglesia de Santa María, al lado del Evangelio y junto a la sepultura de Nuño de Lara. Pasó el apellido a Guipúzcoa, pues en la villa de Anzuola y en el concejo de Olaberría, de la Alcaldía de Arería, florecieron caballeros Ercilla.
También tuvo casas solares en la villa de Ochandiano, su dueño Juan de Hercilla; en la villa de Elorrio, su dueña Mari Pérez de Hercilla; en la villa de Durango, su dueño Sancho Pérez de Hercilla, Sancho Pérez de Ercilla, Sancho de Ercilla, Juan Pérez de Ercilla, Juan Pérez de Hercilla y Ozana de Hercilla, y en la villa de Bermeo, sus dueños el Bachiller de Ercilla, clérigo, y Gracia de Hercilla, viuda, documentadas en la Fogueración vizcaína de 1514; y en la anteiglesia de Múgica, de la Merindad de Busturia (todo en Vizcaya).
Otras dos casas hubo, según Miguel de Salazar, en el concejo de Lazcano. Otras casas radicaron en las villas de Alzaga, Anzuola, Ataun, Cegama, Cerain, Elgueta, Legazpia, Oñate, San Sebastián y Villafranca de Ordicia (todo en Guipúzcoa). Pasaron a Chile, Estados Unidos, Filipinas y Perú.

Los Ercilla, una historia de Bizkaia.

Los Ercilla formaron en los siglos XV y XVI una saga familiar que de algún modo podría servir para explicar la historia no ya solo de su pueblo, Bermeo, sino de todo el territorio de Bizkaia e incluso del conjunto de nuestro país.

La estirpe de los Ercilla funciona como modelo para explicar algunos de los cambios sociales y políticos que en aquellos años transformaron su mundo y su época. El primer Ercilla que se instala en Bermeo llega, por lo que sabemos, en la primera mitad del siglo XV. Pertenecía a una familia de exitosos comerciantes guipuzcoanos que hicieron seguramente su riqueza a partir de las ferrerías y que luego buscaron su expansión por los puertos más importantes de la zona: “hasta estos tiempos –decía Garibay ya en el siglo XVI– solía estar la contratación principal de las gentes septentrionales en la villa de Bermeo”.

Al llegar a Bermeo, este primer Ercilla emparenta con una de las familias de mayor peso político de la zona: los Arteaga. De hecho, la torre que hoy conocemos como Torre Ercilla fue previamente la torre de los Arteaga. Esa familia había jugado un papel muy activo en las luchas banderizas, había gozado por muchos años de los mayores cargos de representación de la zona y había participado de las Juntas de Gernika. Por poner dos ejemplos, un Arteaga firma como testigo en el Fuero Viejo; y otro Arteaga fue el primer superior del convento que los franciscanos fundaron en la isla de Izaro. Ya bien entrado el siglo XV, Martín Ruiz de Ercilla, el segundo Ercilla del que tenemos noticia en Bermeo, representa aún la Bizkaia de la baja Edad Media, de la que Bermeo era Caput Vizcaiae.
Pronto, Martín y el territorio en su conjunto se alían con Isabel en la disputa dinástica que la llevaría a ser reina de Castilla. Juan, el mayor de la siguiente generación de los Ercilla, heredaría la torre, los barcos y los negocios; y el menor, Fortún, el sutil cántabro, se convierte en un jurista y político de sabor e identidad ya plenamente renacentistas.

Fortún, que no por casualidad emplearía hasta bien entrada la madurez el apellido de su abuela, Arteaga, fue profesor en la Universidad de Bolonia y, más tarde, de la mano del primero príncipe, luego rey y finalmente emperador Carlos, fue regente de Navarra, negociador junto a Iñigo de Loiola ante la hermandad de las villas guipuzcoanas, miembro del Consejo de Castilla, miembro del Consejo de Órdenes y miembro de la más reducida Cámara del Emperador.
Su hijo menor, Alonso, quien también emplea con asiduidad el apellido materno, Zuñiga, es heredero de todas esas fuentes siendo al tiempo un hombre de un mundo nuevo. Ya no es un hombre medieval, como su abuelo Martín, ya no es un puro ejemplo del ideal renacentista, como su padre Fortún, sino que es un personaje del naciente Siglo de Oro.
Así como su abuelo sirvió a Isabel y su padre a Carlos, Alonso vivirá en su infancia muy cercano a Felipe II, siendo compañero de pupitre –si esa expresión se pudiera emplear en aquel contexto– y luego compañero de viajes juveniles. Pero Alonso no se contentaría con ser un cortesano a la sombra del rey, en una posición obtenida no por méritos propios sino por posición familiar. Ese modelo no tenía nada que ver con el concepto de nobleza que su padre primero y luego él mismo defenderían por escrito. Ellos creían que la nobleza era la que se construye uno mismo con su vida.
Decidió salir a la primera oportunidad a Perú y de ahí a Chile, donde luchó contra el pueblo que él llamaba araucano con la ferocidad del militar y con una lealtad a su rey sin fisuras, pero al tiempo con una capacidad prácticamente única para reconocer las razones y las causas de su enemigo, para defender por escrito la legitimidad de su resistencia, para alabar la dignidad de su lucha, para transmitir su respeto por su identidad y sus formas políticas, para contarnos una historia con nombres propios que son los que nos han llegado como gigantes y como héroes que hoy lo son de un país cuya identidad está marcada por el relato de Alonso, como entre otros muchos defendía Neruda.

Esta historia de 200 años nos cuenta una saga familiar digna de la mejor novela histórica o de la mejor serie de Netflix. Nos cuenta el paso de la Edad Media y sus valores al Renacimiento y al nacimiento del Siglo de Oro español. Pero también nos cuenta la construcción política de nuestro propio territorio, la historia de un Señorío que se aferra a su identidad distintiva, un Señorío capaz de apoyar a Isabel aún en vida del rey Enrique por considerar a éste poco leal al Señorío, lo cual muestra una personalidad que hoy podríamos calificar empleando términos relacionados con el concepto de soberanía.
Esta historia nos habla de una reina que tendría que responder jurando repetidamente los fueros; y nos habla de un regente de Navarra, Fortún, al que las dos facciones enfrentadas de navarros consideraron justo y que, por primera vez en la historia, abogó por instituciones distintivas y comunes para los cuatro territorios que compartían una lengua y cierta identidad común.
Grabado de Alonso de Ercilla, tercera generación en Bermeo.

La Torre Ercilla (en euskera: Ertzila dorretxea) es una casa torre del siglo xv que se ubica en el municipio vizcaíno de Bermeo en el País Vasco en España. 
Esta casa-torre está situada en la zona alta del puerto viejo. La fachada mantiene elementos de defensa debido a la función que desempeñó durante años, albergando la seguridad de la villa. Perteneció a la familia del poeta Alonso de Ercilla, autor de La Araucana. A principios del siglo xx se hallaba en malas condiciones, si bien se mantuvo en pie gracias a que albergaba las viviendas de varias familias en régimen de alquiler; entre los inquilinos se contaban el pintor Benito Barrueta y sus padres. 
Y todo ello contextualizado en un Bermeo convertido en motor económico del Señorío y con un patrimonio cultural de indudable valor. Desde la imponente y desaparecida iglesia de Santa María de la Atalaya, pasando por la juradera de Santa Eufemia o finalizando en el convento de San Francisco con su claustro gótico; y una no menos espectacular arquitectura civil, entre la que podemos destacar la Torre Ercilla, casa solar de la familia Ercilla

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La Torre Ercilla está situada sobre puerto viejo de Bermeo. De las 30 torres que había en la villa es la única que queda en pie. Pertenecía a la familia Ercilla. Fue construida a finales del siglo XV y aunque en su estructura tiene algunos elementos defensivos, su carácter era más bien residencial. La torre tiene una planta irregular de seis lados y cubierta a seis aguas. Sus muros laterales de carga denotan el carácter fortificado del edificio. La fachada principal es de sillería arenisca muy apurada, al igual que otro de los lados, aunque este es más irregular. Las demás están realizadas en mampostería. En 1944 fue declarado monumento, y tres años más tarde lo adquirió la Diputación Foral de Bizkaia. Después de restaurarla, desde 1948, es sede del Museo del Pescador.


Esta historia nos habla también del papel invisibilizado pero fundamental de la mujer para entender la evolución de estos actores masculinos cuyos nombres son los que pasaron a la historia pero que estuvieron tan marcados por su madres y abuelas (prefiriendo sus apellidos en ocasiones) como por sus mujeres, que determinaron en numerosos casos la suerte y la dirección que tomara la familia.
Bizkaia necesita conocerse mejor a sí misma, su historia compleja y rica, que no debe reducirse a unos pocos lugares comunes de fácil explicación y transmisión que puedan ser utilizados con propósitos presentistas por unos o por otros. Es una historia que nos explica en el presente como país con identidad política propia, con voluntad de diálogo leal bilateral con el Estado y de participación en Europa y en el mundo. Para comprender quiénes somos y para mejor definir hacia dónde queremos caminar es necesario conocer nuestro pasado.
Hace cincuenta años escribió Julio Caro Baroja que “hoy, ante una conciencia colectiva, hipersensible para los asuntos del día pero desdeñosa para todo lo anterior, que se ha formado de un modo tan deliberado como torpe, acaso sea más necesario que nunca afinar en la empresa de estudiar los nexos de nuestra vida social y de nuestras ideas con la vida de los hombres de otras épocas y con lo que pensaron”.
Esta tarea parece hoy ineludible. La saga de los Ercilla nos ofrece una oportunidad inmejorable para hacer ese ejercicio, para mirarnos en el pasado, conocernos y así explicarnos.



Diego de Soto y Aguilar recoge otra casa en Asturias, habiendo sido de este linaje Alonso de Ercilla.
En campo de gules, una banda de oro engolada en cabezas de dragones del mismo metal. Bordura de sinople con ocho aspas de oro.


Padre de Alonso de  Ercilla.

Alonso de Ercilla y Zúñiga nació el 7 de agosto de 1533 en Madrid, hijo de padres originarios de Bermeo (País Vasco): Fortún García de Ercilla, doctor en ambos derechos, miembro del Consejo de Órdenes antes de ser ascendido por su valía al Consejo Real, y Leonor de Zúñiga. Tuvo cinco hermanos, dos varones y tres féminas; él era el menor. El mayorazgo murió pronto, el varón mediano ingresó en un seminario. Al año de nacido quedó huérfano de padre.

Estatua de Ercilla en Santiago de Chile, obra de Antonio Coll y Pi.

Biografía de Real Academia de Historia.
Ercilla y Zúñiga, Alonso de. Madrid, 1533 – 27.XI.1594. Poeta, militar y diplomático.

Sus padres, Fortún o Fortuño García de Ercilla, jurista del Consejo Real, y Leonor de Zúñiga, eran oriundos de Bermeo (Vizcaya). Sexto y menor de los hijos, cuando tiene apenas un año, murió su padre. Leonor trató de sacar adelante a su familia y se desplazó a los distintos señoríos en los que podía recibir rentas (Bermeo, Nájera, Bobadilla). La situación económica se agravó al ser despojada por un pleito de su patrimonio (1545), al tiempo que su hijo mayor murió en Madrid. 
Casi en la pobreza, destinó a su segundo hijo a la Iglesia y solicitó el favor de Carlos V. El Emperador la asignó al servicio de la infanta doña María (su hija recién casada con el rey de Hungría y Bohemia, Maximiliano II) y a su hijo Alonso, como paje al servicio del príncipe Felipe en su viaje por otros estados del imperio. Desde Valladolid (1548), recorrió Barcelona, Génova, Milán, Trento, Innsbruck, Múnich, Ulm, Luxemburgo, Bruselas y Augsburgo (I. Lerner). 
Regresó a España en 1551 y residió en Valladolid, estancia decisiva, de acuerdo con la crítica, para la redacción de La Araucana, pues le permitió ser testigo presencial de las apasionadas confrontaciones entre Sepúlveda y Las Casas sobre el conflictivo tema de la guerra justa. Viajó a Viena para acompañar a su madre y hermanas en el séquito de doña María y regresó al cabo de tres años como paje del príncipe, a quien acompañó a Inglaterra con motivo de su matrimonio con la reina María. Algunos autores (J. Toribio Medina) señalan que estuvo en Flandes, si bien habría llegado a Londres con el séquito del príncipe cuando se recibió la noticia del levantamiento de Hernández Girón en Perú y la terrible muerte de Valdivia en Chile a manos de los araucanos.

Su educación sufrió los contratiempos de estos viajes. Se redujo a las lecturas de Virgilio y Lucano, la historia romana, la Ilíada, la Biblia y los poetas contemporáneos, sobre todo Ariosto, pero también Dante, Petrarca, Bocaccio o Sannazaro, junto a Garcilaso, gracias a las clases impartidas por el humanista Calvete de Estrella, quien fue cronista real.
El príncipe Felipe, durante su estancia en Inglaterra, nombró a Andrés Hurtado de Mendoza virrey de Perú y a Jerónimo de Alderete, gobernador de Chile. Su objetivo principal era someter la insurrección de Hernández Girón. Ercilla, con licencia del príncipe, se enroló en las filas que partían desde Cádiz (1555) rumbo a las Indias. Alderete murió de fiebres en la isla de Taboga y Ercilla continuó el viaje hasta Perú, donde llegó en 1556. Se hospedó en el palacio virreinal cuya sede fue ocupada por el virrey Andrés Hurtado de Mendoza. Según J. Toribio Medina, decidió, tras la derrota de Hernández Girón, enrolarse en la expedición de castigo contra los araucanos al mando del hijo del gobernador de Chile, García (febrero de
 1557). Tras pasar por La Serena, llegaron a Concepción el 28 de junio, después de haber sufrido una tempestad (I. Lerner). A partir de este momento, la biografía de Ercilla se completa con los datos que él mismo refiere en La Araucana.

El poema consta de tres partes (divididas a su vez en treinta y siete cantos), publicadas en 1569, 1578 y 1589 e introducidas cada una por su correspondiente “exordio” (C. Goic). Redactado en octavas reales, refiere la conquista del Arauco tras la muerte de Valdivia. Ercilla es consciente de su valor como testigo presencial de los hechos y destaca reiteradamente el componente autobiográfico del poema ("podré ya discurrir como testigo / que fui presente a toda la jornada /.../ va la verdad desnuda de artificio / para que más segura pasar pueda”).
El poema refiere su desembarco en Coquimbo, la visita a La Serena y su llegada a la isla de Quiriquina. La hostilidad de los indios desaparece al considerar como señal divina la caída de un meteoro. No escatima esfuerzos en el relato del detalle e incluso refiere la construcción de toldos, pabellones o fuertes o bien refiere acciones heroicas, como la de Mencía de Nidos que defendió la Ciudad de Concepción (La Araucana, I, 109). El 25 de agosto tuvo lugar el primer asalto araucano (de acuerdo con J. Toribio Medina, pero, según Góngora Marmolejo, sería el 15). Ercilla, por su parte, lo retrasa al 10 de agosto, de modo que coincida con el día de la victoria de San Quintín.
 Tras el asalto, y la estrategia araucana de adentrarse en su tierra para obtener la victoria, los españoles cruzan el Bio, Bío donde son nuevamente atacados. Es el primer encuentro con Tucapel y Galvarino que se encuentra entre los prisioneros y a quien se le infringe el castigo de quebrarle las manos. Acampa en la cuesta de Andalicán y envían emisarios de paz que no regresan. Decide García continuar el camino y se interna en tierra enemiga donde Caupolicán reta al jefe de la expedición a un combate que es aceptado. 
Sin embargo, es una emboscada y no luchará en solitario el jefe araucano, sino acompañado de ocho o diez mil araucanos (Barros Arana). El poema refiere con especial insistencia el combate entre los distintos jefes de ambos bandos. Tucapel, Caupolicán, Rengo, Galvarino, Lincoya, luchan como héroes homéricos (I. Lerner). El propio Ercilla, junto al genovés Andrea, colabora en la victoria, deslucida por el comportamiento sanguinario de los españoles, que llegan —de acuerdo con el poema— a exigir de él una mayor agresividad. La humanidad del poeta destaca en su actuación con Galvarino, de quien solicita el indulto, sin éxito, debido a la actitud del jefe araucano que pide ser ejecutado al igual que el resto de los caciques (“me opuse contra algunos, procurando / dar la vida a quien ya la aborrecía”). De este modo se materializa “el insulto y castigo injusto”.

Las peripecias de Ercilla corren parejas al relato épico. El gobernador trata de pacificar la tierra y para ello se hace preciso emprender un viaje a La Imperial en busca de avituallamiento. A su regreso, los indios les tienden una emboscada que tendrá un final feliz para los españoles, gracias a diversas estratagemas y a la actuación valiente de Ercilla, quien, al mando de su compañía, logra alcanzar la cima de una sierra desde donde atacar a los indios. Finalmente llegan al campamento y tras diversas escaramuzas fundan la población de Cañete que queda al mando de Reinoso. A principios de 1558, regresan a La Imperial, donde reciben la noticia de un nuevo ataque araucano a la población recién fundada. De acuerdo con el relato lírico, Caupolicán en este nuevo enfrentamiento será definitivamente vencido, y trece de sus caciques ejecutados de un modo bárbaro. Varias partidas marchan en busca del huido jefe araucano a mediados de febrero. 
El engaño de los guías y la fragosidad de la tierra desaniman a los expedicionarios, que nuevamente serán engañados por un indio viejo y astuto que les indica un camino falso. Sin embargo, tras varios días en los que hace estragos el hambre y el cansancio y cuando perdían toda esperanza de salvación, encuentran una verdadera visión paradisíaca de un lago surcado por canoas de indios pacíficos. El cambio de situación anima a los descubridores a continuar, lo que les permite llegar hasta la “isla” de Chiloé. Ercilla en solitario avanzará media milla más y dejará grabado en un árbol su testimonio, el 28 de febrero de 1558 a las 2 de la tarde. Guiados por un indio baquiano regresan a La Imperial.

Durante su estancia en la población, tiene lugar uno de los sucesos más destacados de su biografía. Con ocasión de celebrar el advenimiento de Felipe II al trono de España, se convocan justas y desafíos. Recuerda su contemporáneo Góngora de Marmolejo que, estando Ercilla y Pedro Olmos de Aguilera juntos, un tercero se quiso meter entre ambos. Ercilla echó mano a la espada y Pineda hizo otro tanto. García, que acudió al festejo cubierto con una máscara, arremetió contra Ercilla con una maza que llevaba colgando del arzón de la silla. Otro contemporáneo, el fraile agustino Bernardo Torres, señala como motivo una discusión sobre la precedencia en los lugares que le correspondían en la iglesia y Pedro Mariño Lobera refiere que el altercado tuvo como origen, asimismo, el lugar que les correspondía en el festejo y que, don García recelando no fuera una traición, arremetió con la maza y le derribó del caballo, al parecer con ánimo de matarle.
 Por su parte, Suárez de Figueroa ofrece como motivo una discusión sobre quién había herido mejor en el estafermo (J. Toribio Medina). Ambos se refugiaron en la iglesia, pero García ordenó que se les ahorcase al día siguiente. La injusticia de la decisión hizo que varios caballeros intercedieran por Ercilla a fin de que García cambiara la sentencia, lo que al parecer se consiguió finalmente gracias a que intercedió por él una joven india, amiga del jefe español. Medina refiere que el gobernador, encerrado en su despacho, no permitió que nadie se le acercase y las mujeres tuvieron que escalar hasta la habitación para implorar el perdón. 

Ercilla fue finalmente encarcelado y desterrado a Perú, lo que aún se retrasó por las exigencias de la guerra e incluso participó en algunas escaramuzas (...después del asalto y gran batalla / de la albarrada de Quipeo, temida / donde fue destrozada tanta malla, / y tanta sangre bárbara vertida / fortificado el sitio y la muralla / aceleré mi súbita partida /.../ salí de aquella tierra y reino ingrato, / que tanto afán y sangre me costaba”).

Dos meses más tarde, llega a Callao (1558). Participa en algunas escaramuzas, pero poco se sabe de su estancia en Perú. Trata de incorporarse a la batalla con Lope de Aguirre, pero enterado de la muerte de éste, apresura su partida y embarca en Panamá, como él mismo refiere en el poema, a finales de septiembre de 1561.
En Panamá tuvo lugar otro altercado. En conversación con Fernando de Santillán, éste se quejó de ciertos comentarios, proferidos por Ercilla sobre él, que implicaban una ofensa y de los que había tenido noticia a través de Ramírez de Cartagena. Ercilla se hizo el encontradizo a la salida de la iglesia y en compañía de Bartolomé Pineda, que actuó como testigo, le pidió explicaciones. El caso se solucionó y, en el expediente del proceso que se instruyó en España, quedó de manifiesto la actitud caballerosa del poeta.
Seguramente desde Panamá marchó a Nombre de Dios, de donde partían las naves hacia la Península. Una extraña enfermedad que padeció, según refiere en el poema, detuvo su regreso cerca de dieciocho meses. A mediados de 1563 llega a Sevilla y se encamina hacia Madrid con la noticia de la muerte de su madre (ocurrida en 1559). Tras dar cuenta de su viaje al Rey, emprende viaje a Viena en busca de su hermana Magdalena, quien tenía tratado matrimonio con Fadrique de Portugal y aún servía como dama a doña María, mujer de Maximiliano. Con tal motivo, recorre Francia, Italia, Alemania, Silesia y Moravia. Su llegada a la Corte fue recibida con satisfacción y el Monarca le nombró gentilhombre de la Boca de los Príncipes de Hungría. La reina doña María escribió una carta de recomendación a su hermano Felipe II.

Acompañando a su hermana, María Magdalena, llegó a Madrid en agosto de 1564. El matrimonio se celebró en abril de 1565, y fue muy breve, pues su hermana falleció meses más tarde, el 18 de octubre del mismo año. Ercilla fue su heredero principal y con Fadrique de Portugal firmó una transacción relativa a la dote. Vendidos los bienes en almoneda tuvo que ajustar con su hermano Juan de Zúñiga, provisor y capellán del Hospital Real de Villafranca de Montes de Oca. Su precaria situación anterior mejoró con la herencia, si bien aún se le ve solicitar los cuatro años de sueldo que le debían las cajas reales de Lima.
Fruto de su relación con una mujer de origen muy humilde, Rafaela de Esquinas, nació su hijo Juan (1568) y compró para ambos una casa en la calle de los Jardines.
En 1569, y a su costa, publicó la primera parte del poema, dedicado a Felipe II. Su éxito lo confirma la edición de la segunda parte nueve años más tarde, seguida en 1589 de la tercera. La obra completa apareció publicada en 1590. Las variantes del poema estudiadas por J. Toribio Medina revelan que Ercilla corrigió y pulió. En vida de Ercilla el éxito fue tal que se hicieron más de diez ediciones. Aparece citado en el “Canto a Calíope” de La Galatea cervantina y en El Quijote es alabado por el cura quien califica el poema de “los mejores que en verso heroico en lengua castellana están escritos”. Por su matrimonio en 1570 con María de Bazán —pariente de Álvaro Bazán, el vencedor de Lepanto—, logró acceder a la nobleza de mayor alcurnia. Así lo revela el hecho de que sus padrinos fueron doña Ana de Austria y el emperador Rodolfo. Su encuentro queda inmortalizado en el poema: 
“Era de tierna edad, pero mostraba / en su sosiego discreción madura, / y a mirarme parece la inclinaba / su estrella, su destino y mi ventura; / yo, que saber su nombre deseaba, / rendido y entregado a su hermosura, / vi a sus pies una letra que decía: / del tronco de bazán doña maría” (Canto XVIII). 
La madurez y confianza en su mujer quedará puesta de manifiesto al encomendarle incluso cuestiones jurídicas y económicas. 
Pese a ciertas dificultades iniciales, debidas a la desconfianza de sus suegros, el matrimonió se realizó, aunque no tuvo descendencia. Sin embargo, sí consta el reconocimiento de dos hijos naturales. Juan, ya citado, que murió en el naufragio de la nave San Marcos que formaba parte de la Armada Invencible, y una hija que ingresó en un convento. Por estas fechas, fue nombrado gentilhombre de Cámara del Emperador y caballero de la Orden de Santiago, tras la información precisa de limpieza de sangre (29 de noviembre de 1571). Para cumplir con los preceptos de la Orden y bajo el mandato de Su Majestad, se embarcó en Cartagena y meses más tarde partió con la expedición de socorro de La Goleta en África, sitiada por los turcos, que se perdió antes de ver llegar el socorro. 
No siendo necesaria su presencia en Nápoles y habiendo cumplido con lo prescrito por los estatutos de la orden, se dirigió a Roma, donde fue presentado ante el papa Gregorio XIII, quien había sido compañero en Bolonia de su padre. Continuó su viaje por el norte de Italia, visitando Siena, Florencia, Bolonia, Ferrara, Mantua, Cremona, Piacenza, Milán y Pavía, como recuerda en La Araucana. Pasó a Venecia, donde trabó amistad con el embajador español Guzmán de Silva. El 9 de septiembre de 1575 se encuentra en Praga asistiendo a la coronación del rey Rodolfo como rey de Bohemia. Se recluyó en Uclés para conocer la regla y ceremonias por las que se rige la Orden de Santiago, de donde salió tres meses más tarde para reintegrarse a su casa.
Allí preparó la segunda parte de La Araucana, cuyo éxito corroboran las cuatro ediciones que ya se habían hecho en ese momento de la primera. Cabe reseñar que esta segunda parte incluye un soneto laudatorio de su compañero y capitán García Hurtado de Mendoza, lo que indica que el altercado y sus consecuencias habían sido olvidados por ambos.
Su fama, la dedicatoria de esta segunda parte y su conocimiento del idioma, hicieron que fuera comisionado para entrevistarse con el duque de Brunswick, casado con una prima de Felipe II, con objeto de llevarles cartas de bienvenida del Rey, y la expresa advertencia de que, por todos los medios, procurase que no pasaran de Zaragoza. El carácter del duque y sus pretensiones de un puesto en el alto gobierno, no permitieron el éxito total de tal empresa y Ercilla no volvió a recibir ninguna otra encomienda personal del gobernante.

En Madrid ha de atender a la enfermedad y muerte de su hermano que tiene lugar en Almaraz el 26 de agosto de 1580.
En 1582 viajó a Lisboa. El motivo, según J. Toribio Medina, fue la conquista de las Azores, encomendada a su pariente Álvaro de Bazán. Lo confirma el hecho del romance debido a su pluma y dedicado a la batalla. En Portugal o en las Azores habría conocido entre otros escritores a Cervantes y a Cristóbal Mosquera de Figueroa, quien escribió un poema laudatorio incluido en la tercera parte de La Araucana. Regresó a Madrid a principios de 1583.
El Consejo de Castilla le comisionó como censor de libros, desde 1580, tarea que le permitió ponerse en contacto con los escritores de su tiempo, y participar en tertulias particulares, como la del marqués del Valle, donde concurrían Fernando de Herrera, Pedro de Padilla, López Maldonado, Gabriel de Mata, Vicente Espinel, Cristóbal de Mesa, Sánchez de Lima, Gabriel Lasso de la Vega o el cronista Garibay. Entre otras ocupaciones, figura su dedicación a la lucrativa tarea de un comercio de valor, e incluso llegó a ser prestamista, como indica De Amezúa (Opúsculos III, pág. 288).
Su último viaje tuvo como objeto el cobro de la dote de su hermana y cierto dinero que había prestado, para lo que se dirige a Alemania. A su regreso, tuvo noticias de la muerte de su hermana María y de su hijo natural Juan de Ercilla, desgracias que minaron su ánimo, como se trasluce en el poema, en el que asoma cierto tono melancólico.

Durante sus últimos años residió en Madrid, donde revisó y completó la tercera parte de La Araucana (1589). La erudición y las digresiones se amplían. El poema en su conjunto mezcla realidad y ficción, combinación que justifica el que se ponga en entredicho la importancia de Caupolicán como jefe araucano y su participación en la muerte y emboscada de Valdivia. De hecho, es Lautaro quien derrota y da muerte a Valdivia. Pese a estas desviaciones históricas, como recuerda Lerner, la gran influencia del relato épico de Ercilla incluye a sus contemporáneos que refieren hechos y nombres de los jefes araucanos. Dos elementos resaltan en la obra: la referencia al imperialismo español como dominio de los mares mediante la referencia a la batalla de Lepanto y San Quintín (lograda a través de la intervención del mago Fitón), la defensa de los derechos de Felipe II al trono de Portugal y la introducción de historias ficticias o mitológicas, como las de Elisa y Dido, o los relatos de amor entre los indígenas (Caupolicán y Fresia, Guacolda y Lautaro o Glaura y Cariolán), todos ellos orientados, como indica J. Toribio Medina, a la defensa del amor conyugal. De este modo, los nativos inducen la imaginación poética de Ercilla mientras que los españoles reflejan la realidad histórica. En cualquier caso, el autor respeta y admira el deseo de libertad y la defensa de su propia tierra que llevan a cabo los nativos.

Entre las valoraciones de la crítica, desde tiempos cercanos a la redacción del poema, se encuentra un extenso repertorio de ediciones, dieciséis tan sólo durante el siglo que vio a luz el poema a lo que se unen didácticas poéticas que proponen a La Araucana como modelo retórico (Miguel Sánchez Lima, Arte poética en romance castellano, 1580; Díaz Rengifo, Arte poética española, 1592; Luis Alfonso de Carvallo, Cisne de Apolo, 1602; Bartolomé Jiménez Patón, Elocuencia española, 1604; Francisco Cascales, Tablas poéticas, 1617) o referencias, como El Laurel de Apolo (1631) de Lope de Vega, o su auto sacramental basado en el poema, como también lo hace el romance incluido en el Ramillete de Flores de Pedro Flores (1593) y los seis romances incluidos en el Romancero de 1604, o críticas como la de Pedro de Oña, quien le acusa de deformar la realidad o autores que basan sus obras en el poema de Ercilla, como Góngora de Marmolejo o Ricardo de Turia (La belígera española), Luis Belmonte Bermúdez (Algunas hazañas de las muchas de D. García Hurtado de Mendoza), o, Francisco de Bustos (Los españoles en Chile) o Gaspar de Ávila (El Gobernante prudente) y Juan de Ariza (don Alonso de Ercilla). Otros como Diego Santisteban Osorio tratan de continuar el poema con la Cuarta y Quinta parte de la Araucana (Salamanca, 1597). 
La investigación sobre la vida de Ercilla cobra un nuevo impulso a través de los estudios de José Toribio Medina (1852-1930), quien aportó nuevos documentos y reseñó cerca de treinta ediciones. La contribución de Medina al estudio de La Araucana recoge las variantes que reflejan el interés de Ercilla por pulir el poema.
Salvo por lo derivado de su oficio como censor, apenas se añade algo nuevo a su biografía. Residió en su casa, donde puso en orden su cuantioso patrimonio y donde murió el 27 de noviembre de 1594.
Su testamento refleja cómo llegó a estar relacionado con la Corte, puesto que figuran como testigos y albaceas gentiles hombres de corte y embajadores.

Obras de ~: La Araucana de Don Alonso de Erzilla y Cuñiga. Gentil Hombre de su Magestad y de la boca de los Sereníssimos principes de Vngria. Dirigida a la S.C.R.M. del Rey Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1569; Primera y segunda parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Phelippe nuestro Señor, Madrid, Pierres Cossin, 1578; Tercera parte de la Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga cauallero de la orden de Santiago, gentil hombre de la camara de la Magestad del emperador, Dirigida ala del Rey don Felippe nuestro Señor, Madrid, Pedro Madrigal, 1589 (Primera, segunda y tercera partes de La Araucana de don Alonso de Ercilla y Cuñiga, Madrid, Licenciado Castro, 1597; La Araucana de D. Alonso de Ercilla y Zúñiga: edición del centenario ilustrada con grabados, documentos, notas históricas y bibliográficas y una biografía del autor, ed. de J. Toribio Medina, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1927; La Araucana pról. de A. de Undurraga Madrid, Espasa Calpe, 1969; La Araucana, pról. de A. Cornejo Polar, Lima, Universo, 1975; La Araucana, ed., intr. y notas de M. A. Morínigo e I. Lerner, Madrid, Castalia, 1979; La Araucana, selec., pról. y notas de G. Araya, Santiago de Chile, Editorial Universitaria, 1988 (9.ª ed.); La Araucana, selec., pról. y notas de C. García Alvarez, Santiago de Chile, Zig-Zag, 1989 (2.ª ed.); La Araucana, ed. y pról. de J. L. de la Fuente, Dueñas (Palencia), Simancas, 2003, 5 vols.; La Araucana, adaptación cinematográfica de la obra de Alonso de Ercilla, Guión: E. Llovet. Enrique Campos. Julio Coll, Madrid, Paraguas Films, 1971).

Bibl.: A. Bello, “La Araucana de Alonso de Ercilla”, en El araucano, Santiago, 5 de febrero de 1841; J. de Ariza, Don Alonso de Ercilla, drama original en cuatro actos y en verso, Madrid, Imp Repullés, 1848; J. Toribio Medina, Vida de Ercilla, Santiago de Chile, Imprenta Elzeviriana, 1917; A. Aragon, Ercilla-Ocaña (IV Centenario del nacimiento de don Alonso de Ercilla), Toledo, Tall. Gráficos de Rafael Gómez-Menor, ¿1934?; A. González de Amezúa y Mayo, Opúsculos histórico-literarios, Madrid, Estades, 1951-1953; L. Morales Oliver, Raíz vascongada en la vida y en la obra del poeta Ercilla: conferencia pronunciada en el Teatro Arriaga el día 24 de abril de 1955, Bilbao, Junta de Cultura de Vizcaya, 1955; H. Montes, “El héroe de La Araucana”, en Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), vol. 60 (1964), págs. 258-268; J. Caillet Bois, Análisis de la Araucana, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1967; E. Florit, “Los momentos líricos de La Araucana”, en Revista Iberoamericana. Pittsburgh, vol. 33 (1967), págs. 45-54; M. Santa María Campos, Ensayo biobibliográfico de la Araucana al través de la edición ilustrada de Sancha y su símil con La Iliada, Santiago de Chile, Carabela, 1968; J. M.ª Cossío Martínez Fortún, C. Martínez de Campos y Serrano, Ercilla en su poema y el sentido histórico de “La Araucana”, Madrid, Altamira-Rotopress, 1969; J. Caillet Bois, Ercilla y “La Araucana”, Santiago de Chile, Nascimento, 1969; L. Muñoz et al., Homenaje a Ercilla, Concepción, 1969; G. Sepúlveda, “Retablo épico de La Araucana”, en Cuadernos Hispanoamericanos (Madrid), 3, vol. 233 (1969), págs. 440-453; A. Rodríguez Moñino, Nueva cronología de los romances sobre la Araucana, London, William Cloves and Sons, 1970; L. Morales Oliver, Sentido histórico de La Araucana. Discurso leído en ocasión del cuarto centenario de La Araucana en el Instituto de España el 7 de diciembre de 1969, Madrid, Instituto de España, 1970; P. Neruda et al., Don Alonso de Ercilla, inventor de Chile: homenaje de la Universidad Católica de Chile en el IV Centenario de “La Araucana”, Santiago de Chile, Pomaire, 1971; L. Schwartz, “Tradición literaria y heroínas indias en La Araucana”, en Revista Iberoamericana, vol. 38 (1972), págs. 615-625; C. Albarracín-Sarmiento, “Arquitectura del narrador en La Araucana”, en Studia Hispanica in Honorem R. Lapesa, II, Madrid, Gredos, 1974, págs. 7-19; A. Aquila, Alonso de Ercilla y Zúñiga, a basic bibliography, London, Grant & Cutler, 1975; H. Montes, Estudios sobre “La araucana”, Valparaíso, Ediciones Universitarias-Universidad Católica de Valparaíso, 1975; M. Hernández Sánchez Barba, Alonso de Ercilla, Un madrileño en América. Madrid, Ayuntamiento, Delegación de Educación, Instituto de Estudios Madrileños del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1976; P. Lerzundi, Romances basados en La Araucana, Madrid, Playor, 1978; A. Chapman, “Ercilla y el ‘furor de Marte’”, en Cuadernos Americanos, vol. 221 (1978), págs. 87-97; J. Durand, “Caupolican, clave historial y épica de La Araucana”, en Revue de Literature comparée (Tours-Cedex, Francia), vol. 52 (1978), págs. 367-89; J. M. Corominas, Castiglione y “La Araucana”: estudio de una influencia, Madrid, Ediciones José Porrúa Turanzas, 1980; B. Pastor, “Alonso de Ercilla y la emergencia de una conciencia americana”, en Discurso narrativo de la conquista de América, La Habana, Casa de las Américas, 1983, págs. 451-470; F. Pierce, Alonso de Ercilla y Zúñiga, Amsterdam, Rodopi, 1984; R. J. Baker, Structures and sense in Ercilla’s Araucana. Ann Arbor, Michigan, University Microfilms Intenational, 1985; M. Goldfarb, Conquista y redefinición de América: “La Araucana” y el “Canto general”, Ann Arbor, Michigan, University Microfilms International, 1986; R. Perelmulter Pérez, “El paisaje idealizado en La Araucana”, en Hispanic Review, v. 54, n.º 2 (Spring 1986), págs. 129-146; C. Alverio, “La metaficción en La Araucana de Alonso de Ercilla”, en Revista/Review Interamericana, vol. 19, n.os 3-4 (Fall 1989), págs. 10-18; F. J. Cevallos, “Don Alonso de Ercilla and the American Indian: History and Myth”, en Revista de Estudios Hispánicos, vol. 23, n.º 3 (Fall 1989), págs. 1-20; W. Mejías, “El Fitón de Alonso de Ercilla ¿shamán araucano?”, en Atenea (Universidad de Concepción), vol. 462 (Summer 1990), págs. 97-117; Las ideas de la guerra justa en Ercilla, Ann Arbor, Michigan, University Microfilms Intenational, 1991; I. Delogu, “Sobre una posible presencia de Calibán en La Araucana de don Alonso de Ercilla y Zúñiga”, en Nuevo Texto Crítico, vol. 5, n.os 9-10 (Winter 1992), págs. 73-84; L. Vargas Saavedra, “Gabriela Mistral, los Indios y Ercilla: Prólogo inédito de Gabriela Mistral a La Araucana de Don Alonso de Ercilla”, en Taller de Letras, vol. 20 (1992), págs. 25-42; W. Mejías, “Testimonio jurídico de Alonso de Ercilla: Desafíos, poder temporal regio y estado araucano”, en Revista de Estudios Hispánicos, vol. 21 (1994), págs. 149-169; G. San Juan, Alonso de Ercilla. Cuarto centenario, Bilbao, BBK, 1994; F. Gascó Pedraza, Ocaña. Relicario de Ercilla, Ocaña, Carmelitas Descalzas de San José, 1994; I. Lerner, “Felipe II y Alonso de Ercilla”, en Edad de Oro, vol. 18 (primavera 1999), págs. 87-101; J. Nicolopulos, The poetics of empire in the Indies: prophecy and imitation in La araucana and Os Lusíadas, University Park (Pennsylvania), The Pennsylvania State University Press, 2000; S. Macías, El legado poético de “La Araucana”, Bilbao, Asociación Vasco-Chilena “Alonso de Ercilla”, Centro Cultural Chileno Pablo Neruda, 2002; C. Kallendorf, “Representing the other: Ercilla’s La Araucana, Virgil’s Aeneid and the new world encounter”, en Comparative literature studies, 40, 4 (2003), págs. 394-414; R. Marrero Fente, “El lamento de Tegualda: Duelo, fantasma y comunidad en La Araucana”, en Atenea (Universidad de Concepción), n.º 490 (2004), págs. 99-114.

  

El convento de San José es un edificio de la localidad española de Ocaña, en la provincia de Toledo, que cuenta con el estatus de Bien de Interés Cultural.



Convento de San José (Ocaña)

Los Restos de Alonso de Ercilla  reposan en el Convento de San José situado en la ciudad de Ocaña en Toledo. El convento se halla habitado por carmelitas descalzas. Sus restos estuvieron varios siglos bajo el altar en una cripta donde se enterraban las propias monjas, pero fueron trasladados a la iglesia anexa al monasterio para que pudiesen ser visitados con más facilidad.

  

Ercilla.


Ercilla es una comuna de la zona sur de Chile, de la Provincia de Malleco en la Región de la Araucanía. Debe su nombre al español Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor de La Araucana. Historia
Antes del proceso de colonización europea de la Araucanía, hacia el año 1884 aproximadamente, Ercilla era conocida como «Cerro Nilontraro». Estaba escasamente poblada, pero ya habían llegado las primeras familias de comerciantes, producto del afán del gobierno chileno por traer al país colonos europeos (suizos, alemanes, franceses, ingleses, etc.) con el propósito de poblar "La Frontera», como se le llamaba a los territorios que están al sur del río Biobío. Ercilla fue tierra fértil, permitiendo el auge fundamentalmente en áreas como el comercio, la agricultura y la pequeña industria.
El desembarco de nuevos colonos se produjo en los puertos de Valparaíso y Talcahuano, respectivamente, siendo inmediatamente trasladados a Angol (hoy capital de la Provincia de Malleco) donde se les recibió oficialmente.

El 6 de febrero de 1885, el general Gregorio Urrutia levantó el Acta de Fundación de la comuna, recibiendo el nombre de Ercilla en recuerdo del soldado poeta español Alonso de Ercilla y Zúñiga.
Urrutia participó en la campaña de La Araucanía de los años 1862 a 1869; luchó en la Guerra del Pacífico contra Perú y Bolivia. Posteriormente fue comandante general de Armas y jefe del Estado Mayor del Ejército del Sur.
Ercilla fue fundada en el año 1890. Período desde que comenzó la explotación del bosque nativo en aras de procurar tierras para la agricultura.
La actividad agrícola de fines del siglo xx se basaba fundamentalmente en la producción triguera que alcanzaba niveles anuales cercanos a los 40 000 quintales; le seguían en importancia la avena y otros cereales en menor escala.

La base de la economía de Ercilla era la actividad agrícola junto a la pecuaria. Por otro lado, explotación del bosque nativo era destinada a la elaboración de durmientes que se encontraban en rumas junto a las bodegas ferroviarias que almacenaban los cereales en tránsito o lugares del país.
Un número significativo de inmigrantes suizos, franceses y alemanes se asentaron en la comuna, proveyendo de importantes medios de trabajo que albergaron también un alto porcentaje de indígenas, medieros y agricultores propietarios que marcaban la estructura social de la zona.
Con posterioridad a la década de los 40, el crecimiento económico se estancó y después en los años 50 entró en una fase de retroceso productivo.
Todo lo cual tiene potencialidad en la medida que se responda de manera estructurada y clara a sus demandas económicas y sociales fundamentales. Por otra parte es clave la cooperación del sector privado de la economía en particular de la gran empresa forestal y sus derivados como por ejemplo el sistema de contratistas al objeto de distencionar su impacto el área y procurar su contribución al desarrollo rural.


  

Damiselas en apuros: las mujeres en La Araucana.

“Su valor historiográfico hizo que fuera leída como un testimonio verídico; ahí se contraponen personajes femeninos que protagonizan las historias pastoriles entre batallas: Glaura, Lauca y Tegualda, ‘princesas mapuche’ de acuerdo a José Toribio Medina en su lectura de 1928, que representan pasajes puramente ficcionales dentro del poema. La idea de una ‘princesa mapuche’ me parece ridícula y preocupante. Más aún, sufro pensando en cuántos siglos llevamos siendo en la literatura damiselas en apuros”.
Romina Reyes A.
25 Abril 2023

Releí La Araucana para un seminario de literaturas nacionales, o más bien la leí, pues la tenía por libro aburrido, machista e incomprensible. Tuvo que pasar mucho barroco hispanoamericano para adecuar la mirada al español castizo, a la apreciación de la forma de la literatura y a la historia literaria misma. “Chile recta provincia señalada / de la región Antártica famosa”: reconocí el verso que recitaba mi madre en recuerdo de las enseñanzas de sus años escolares; fue como si recién pudiera subir el volumen, escuchar la referencia a la épica de Alonso de Ercilla.
Publicada en 1598, La Araucana funda nuestro canon. Es decir, la literatura chilena arranca con un poema épico, el de los vencedores sobre los vencidos.

¿Cómo calificar este dato? 
A mí me parece increíble. Y sí, lamentablemente es “repetido”, como sentir que se habla una y otra vez de lo mismo. Sin embargo, el feminismo nos llama a buscar en la obra las figuraciones de lo femenino que han sido poco y mal leídas, amplificar las miradas “repetidas” que mantiene el canon, pues cuando hablamos las mujeres tenemos harto que decir sobre cómo se nos ha figurado. Por eso vuelvo al texto.
La Guerra de Arauco, cantada como una gloriosa batalla, muestra el valor del ejército español para derrotar a los feroces y sanguinarios “araucanos”. Ercilla relata que incluso las mujeres gestantes acudían a la batalla. Y que Fresia, al conocer la derrota de su compañero Lautaro, asesinó a sus hijos para librarlos de la deshonra, lanzándolos por un barranco.
Su valor historiográfico hizo que fuera leída como un testimonio verídico; ahí se contraponen personajes femeninos que protagonizan las historias pastoriles entre batallas: Glaura, Lauca y Tegualda, “princesas mapuche” de acuerdo a José Toribio Medina en su lectura de 1928, que representan pasajes puramente ficcionales dentro del poema. La idea de una “princesa mapuche” me parece ridícula y preocupante. Más aún, sufro pensando en cuántos siglos llevamos siendo en la literatura damiselas en apuros.

Quienes nos interesamos en la relación entre literatura y género tenemos mucho que leer y construir a partir de la forma en que hemos sido representadas y omitidas. A la idealización castiza de lo femenino, podemos oponer lo que nos dice la historia: que los secuestros y violaciones de mujeres fueron armas comunes a ambos bandos, lo que tampoco debe ser interpretado como una forma de jugar al empate.
La escena es: ha terminado la batalla, y Alonso de Ercilla camina entre los cadáveres y pueblos conquistados, y en cada uno encuentra a una “princesa mapuche”, hijas de caciques, quienes le cuentan su historia, a pedido del soldado: Glaura, hija de Quilicura, sufre los acosos de un familiar. Es salvada de la violación por una bala española que mata a su atacante, pero también a su padre; luego Cariolán la salva de dos esclavos que la desnudan, y ella lo desposa en agradecimiento. En un nuevo ataque, Cariolán oculta a Glaura en el bosque mientras él acude a la batalla, quedando ella nuevamente a la deriva. Así la encuentra Ercilla, que al reconocer en uno de sus esclavos a Cariolán lo libera para que vuelva con ella.

Lauca, hija de Millalauco, aparece con ropajes y actitud noble sobre la hierba con una herida letal en la cabeza, que aumenta su hermosura adolescente. Lauca ruega a Ercilla que le quite la vida para liberarla del sufrimiento que vive por ver a su marido morir, y recibir ella solo una herida, pero él “viendo que era / más cruel el amor que la herida”, decide rescatarla. Tegualda aparece tras la batalla de Tucapel, buscando el cuerpo de Crepino, su marido. Tegualda también ruega por ser asesinada, pero el soldado la conduce “donde en honesta guarda y compañía / de mujeres casadas quedó”. El designio trágico de las “princesas” eleva la honra de Ercilla, quien personifica el hombre de armas y de letras.

Las “princesas mapuche” se ubican en la frontera entre realidad y ficción, y están despojadas de sus historias y destinos. Quienes nos interesamos en la relación entre literatura y género tenemos mucho que leer y construir a partir de la forma en que hemos sido representadas y omitidas. A la idealización castiza de lo femenino, podemos oponer lo que nos dice la historia: que los secuestros y violaciones de mujeres fueron armas comunes a ambos bandos, lo que tampoco debe ser interpretado como una forma de jugar al empate. Los destinos de Tegualda y Lauca podrían haber sido en verdad los de una esclavitud romantizada, con la imposición de la castidad como forma de colonizar los cuerpos; y el peligro constante de violación que vive Glaura, una sugerencia de que la violencia de género goza de longevidad en Abya Yala.

HASTA EL ULTIMO HOMBRE
¿Qué nos dice La Araucana?

Los fundamentos de esta obra literaria asombran y asustan por la detallada descripción sin tapujos de la más dura verdad que existe en la humanidad; la guerra

Un grabado del pueblo mapuche.

 Á. Van den Brule A.
06/05/2023 

Mientras haya un ser humano amable en la tierra, habrá esperanza. Mi hija. Chile, sus hijos e hijas, siempre estuvieron rendidos a la épica del que probablemente sea su hito fundacional mas potente y vibrante reflejo simbólico, representado en el poema contenido en La Araucana. Los fundamentos de esta obra literaria asombran y asustan por la detallada descripción sin tapujos de la más dura verdad que existe en la humanidad; la guerra. Las explicitas formas de barbarie contenidas en el horror manifestado en las audaces líneas que el poeta y soldado Alonso Ercilla de Zuñiga (1533-1594), un renacentista tardío e inmortal, son el reflejo de una historia veraz acontecida durante los prolegómenos del virreinato de La Plata, aunque en puridad en aquel tiempo sería conocido como la Capitanía General de Chile. 
Llama la atención poderosamente, que los protagonistas de la resistencia a ultranza contra los españoles, los Mapuches, están hoy arrinconados, reprimidos y ninguneados dentro del propio país
 Este poema de poemas, una epopeya en sí mismo, tardó cerca de veinte años en confeccionarse y en esencia, está dedicado al adusto monarca monocolor Felipe II como un compendio de los acontecimientos acaecidos en la larga y durísima conquista de lo que hoy ocuparía el espacio geográfico de la gran nación chilena. Llama la atención poderosamente, que los protagonistas de la resistencia a ultranza contra los españoles, los Mapuches, están hoy arrinconados, reprimidos y ninguneados dentro del propio país y sin defensores de valía que reivindiquen la grandeza y valor con el que defendieron la tierra hoy habitada por complacientes habitantes indiferentes al ataque que sufren los cimientos de su historia. 

Los treinta y siete cantos que componen esta "Ilíada española" y también chilena, comienzan con el relato del desembarco de las tropas peninsulares en el momento del liderazgo del malogrado Pedro de Valdivia 

Los treinta y siete cantos que componen esta Ilíada española y, por qué no, también chilena, comienzan con el relato del desembarco de las tropas peninsulares en el momento del liderazgo del malogrado Pedro de Valdivia, apresado por el héroe Lautaro, padeciendo una agonía que mejor no detallar. 
El relato dentro de los cánones de la narrativa y la poesía de aquellos momentos aporta unas peculiares características no vistas antes en la literatura universal. El uso prolífico de exordios en el contexto de las estrofas introductorias con ese mensaje moralizante que dotaba de cierto misticismo a los cantos y estos, sumados al dominio incontestable de las octavas reales con rima alterna, solventando con estilo incomparable uno de los retos mas complicados para un poeta. Otra de las licencias que se toma este increíble relator de aquellos tremendos sucesos, es la ruptura en unidad de acción, habida cuenta que entre los versos se relatan hechos que suceden muy alejados del lugar y relato central que alude a la lucha araucana, tal y como sucede con la mención a la famosa batalla de Lepanto. 

Algo que es notorio en la narración de los sucesos históricos, es la ausencia de un héroe definido, un protagonista indiscutible.

Asimismo, incluye en el relato episodios amorosos protagonizados por heroínas de rompe y rasga.  Algo que es notorio en la narración de los sucesos históricos, es la ausencia de un héroe definido, un protagonista indiscutible, espacio este que puede estar ocupado por el objetivo del relato que no es otro que poner en valor la valentía del pueblo araucano y el sistema de valores cristiano con los de los códigos de caballería tales como el honor y el valor en un contexto muy parecido al de una cruzada. 
Cabe decir que no es un libro fácil de leer y que destaca por ser más accesible para lectores virtuosos, filólogos o apasionados de la literatura. La belleza del relato impacta, pero su complejidad requiere paciencia. La riqueza de los recursos estilísticos introduce alusiones cuya referencia a los mitos griegos y latinos y una sintaxis en ocasiones endiablada, da la medida de la grandiosidad de lo que se vierte en estos treinta siete cantos de impecable confección. El propio desenlace es impresionante, pues en el último canto se recrea en la famosa batalla (basada en hechos reales) en la que cayeron en combate todos los araucanos, sin manifestar interés alguno por la rendición. Es quizás la parte mas heroica y brutal y también la forma en que el relato describe el infierno humano.
 En otro episodio, el de Tegualda, el relato del estremecedor lamento de la mujer indígena (Canto XX de La Araucana), en él, Ercilla habla con un dramatismo casi espectral, sobre lo acontecido entre ambos, Tegualda y Crepino. El poeta-soldado está de guardia en la gélida noche andina y da el alto a una mujer que deambula desesperada para encontrar el cadáver del hombre amado, Crepino, para darle digna sepultura. El entendimiento y disección del militar ante esta situación, obligación -compasión es digno de elogio por su inmensa humanidad (sic)… "lleno de cuerpos muertos blanqueando, / que nuestros arcabuces aquel día / habían hecho gran riza y batería"… 
En ese espacio que hay entre el amor y la muerte, entre Eros y Tánatos, hay un enigma insondable tras una frontera infranqueable a la voluntad humana, un adversario brutal 
El airado lamento contra la guerra, la impotencia ante la devastación inevitable, el grito inhumano contra la atroz violencia, el alma reventada ante la desolación de la muerte de tantos inocentes y el papel de la ambición disfrazada de gloria cuyo cinismo revela con maestría Ercilla, nos permite meditar sobre la inestimable aportación de la literatura para poner en valor las tragedias de este animal imperfecto que somos. La literatura nació para cubrir los espacios de la confesión y camuflar o evidenciar aspectos íntimos que no era posible manifestar de otra manera que no fuera como verdades reveladoras para un buen impulso de la reflexión, más allá, de esconderlos entre los personajes de una obra. 

En ese espacio que hay entre el amor y la muerte entre Eros y Tánatos, hay un enigma insondable tras una frontera infranqueable a la voluntad humana, un adversario brutal que habita estático y en silencio en el preciso territorio de la muerte. La figura acusatoria de esta mujer rasgada en canal por la extracción de un órgano superior, el amor, encarna al lamento femenino, siempre tan visceral, tan autentico, siempre tan humano ante las ligeras y banales decisiones de algunos hombres insensibles que con falsas promesas invitan a visitar paraísos increíbles eso sí, pagando peaje. 
La rebelión del pueblo mapuche hasta su derrota, fue un quebradero de cabeza para los españoles ante la inquebrantable actitud de resistencia 

A la postre, la rebelión del pueblo mapuche hasta su derrota, fue un quebradero de cabeza para los españoles ante la inquebrantable actitud de resistencia y heroísmo hoy invisibilizado por la administración chilena. 

Al igual que Valdivia cruzó el infierno de Atacama, atravesando caminos llenos de fosfóreas osamentas, finalmente, el virrey García Hurtado de Mendoza puso la puntilla a aquel drama que parecía no querer perecer nunca.

 P.D. Dedicado al pueblo Mapuche cuya huella compone una parte fundamental del actual pueblo chileno.

  

HISTORIA Y LITERATURA

Ríos de sangre en Chile: el poeta soldado español que conquistó a los mapuches y fue comparado con Homero
Por Daniel Arjona
20/12/2021 

Octubre de 1555. Un joven paje real de 21 años, bisoño en las artes militares —y tal vez víctima de un desengaño amoroso— emprende viaje a las Indias en compañía de Andrés Hurtado de Mendoza, nuevo virrey del Perú tras la muerte en Chile a manos de los araucanos del gobernador Pedro de Valdivia.
 ¿Su misión? 
Sofocar la doble sublevación del intrigante Francisco Hernández de Girón y de los rebeldes mapuches. ¿Su nombre? Alonso de Ercilla y Zúñiga, un poeta madrileño destinado a convertirse a su poema épico 'La Araucana' en uno de los grandes cantores de la conquista por los españoles de la más austral, lejana e ignota provincia del Imperio y a caer, después, injustamente en el olvido. 

Explica el historiador Luis Íñigo-Madrigal, autor de la nueva y definitiva edición de 'La Araucana' (Biblioteca Castro): 
"Por las páginas de 'La Araucana' corre un río de sangre. Ese río de sangre ajena y propia, más abundante en sangre bárbara que en la 'baptizada' y 'codiciosa' sangre española, fulgura en un paisaje casi desprovisto de colores y parece teñirlo todo. Pero Ercilla es capaz también de delicadas y certeras descripciones y de emotivos cuadros. Y, por otro lado, no inventa los excesos sanguinarios de lo que narra: las Guerras de Arauco, que se prolongaron durante siglos, provocaron miles de muertos entre los españoles, decenas, quizás centenas, de miles entre los llamados 'indios amigos' y una cantidad enorme entre los araucanos".
En 1569, casi 20 años después de su sanguinaria aventura chilena, Alonso de Ercilla publicaba la primera de las tres partes y 27 cantos de un extenso poema épico en octavas realas —la estrofa de moda para estos menesteres en aquellos tiempos— que cifran su llegada a aquellas tierras y las batallas que se sucedieron, en muchas de las cuales participó su autor. Aunque es verdad que trufada de elementos míticos, 'La Araucana' se considera uno de los grandes textos para la historiografía de la conquista de América a la altura de los 'Naufragios' de Álvar Núñez Cabeza de Vaca o la 'Historia verdadera de la conquista de la Nueva España' de Bernal Díaz del Castillo. 'La Araucana' muestra, sin embargo, una ambición literaria muy superior a las mencionadas y, aunque ensalza, por supuesto, el valor de los soldados españoles, otorga un papel no menor al enemigo mapuche, en muchas ocasiones elogiado, hasta el punto de que quizás su más memorable personaje es el gran Caupolicán.

A la altura de Homero

Recuerda Íñigo-Madrigal que uno de los más antiguos reparos que se le opuso a 'La Araucana' para cuestionar su carácter literario fue el de calificarla como 'crónica rimada'. Pero aunque es cierto que el autor del poema enfatiza la veracidad de lo narrado y que los historiadores así la han valorado, esto es perfectamente compatible con la altura poética que alcanza la obra y que fue señala, entre otros, por Marcelino Menéndez Pelayo, que la puso —quizás en un exceso retórico— a la altura del genio de la 'Ilíada'.
"Tres cosas hay, capitales todas", escribe Menéndez Pelayo, "en que Ercilla no cede a ningún narrador poético de los tiempos modernos: la creación de caracteres (entendiendo por tales los de los indios); las descripciones de batallas y encuentros personales, en que probablemente no ha tenido rival después de Homero, las cuales se admiran una tras otra y no son idénticas nunca, a pesar de su extraordinario número; las comparaciones tan felices, tan expresivas, tan varias y ricas, tomadas con predilección del orden zoológico, como en la epopeya primitiva, que tan hondamente tenía sus raíces en la madre naturaleza". "Ercilla no cede a ningún narrador poético de los tiempos modernos
Lautaro, Colocolo, Tucapel o el citado Caupolicán son algunos de los principales caciques indígenas cuya figura y carácter adquiere relieve y evoluciona a medida que se suceden los versos, entre vívidas y atroces descripciones de batallas —que, con razón dieron fama a Chile como "sepoltura de españoles"—, y todo ello con un lenguaje riquísimo y popular que cautivó a los lectores de finales del XVI en numerosas ediciones e imitaciones. 
Las llamadas Guerras del Arauco se prolongaron nada menos que 236 años —entre 1536 y 1772— y enfrentaron a las tropas españolas y a sus aliados indígenas con las facciones mapuches y sus partidarios de los pueblos cunco, huiliche, picunche y pehuenche.

  


Antonio de Sancha (Torija, Guadalajara, 11 de julio de 1720-Cádiz, 30 de noviembre de 1790). Fue un importante editor, encuadernador e impresor español.


2 volúmenes encuadernados en un tomo. 8º mayor (17 x 11,5 cm). LII, 298 p. y 413 p. Contiene retrato grabado del autor por Juan Moreno Tejada, mapa plegado de una parte de Chile y 3 grabados, dibujados por Antonio Carnicero. Bella encuadernación en plena piel de color verde, con estampación dorada en ambos planos y corona estampada, en dorado, en el plano superior. Lomo cuajado. Cortes dorados. Ejemplar corto del margen superior. Firma de época anterior propietario.




Edición de 1776 (Antonio Sancha, Madrid).

Se formó en el taller de Antonio Sanz, quien más tarde sería su cuñado. Su primer oficio fue el de encuadernador, y en 1751 ya era encuadernador de la Real Academia de la Historia.​ En 1754, lo era de la Real Academia Española y en 1760, se convierte en encuadernador de la Real Biblioteca.1​ Entre 1768 y 1778 tenía su taller en la plazuela de la Paz de Madrid.
A partir de su temprano éxito se estableció como editor, y encargó a Ibarra imprimir los primeros tomos del Parnaso Español,2​ colección de poesía que pretendía reeditar a los clásicos castellanos. A partir del sexto volumen del Parnaso ya lo pudo imprimir en su propia imprenta, que abrió en el edificio de lo que había sido la Aduana Vieja de Madrid (en la actual plaza de Jacinto Benavente), entonces ya trasladada a su actual sede de la calle Alcalá. Mantuvo su librería allí entre 1779-1790.
En 1771 editó la Gramática griega filosófica aún impresa por Antonio Pérez de Soto. Siguieron entre otras Las Eróticas, de Esteban Manuel de Villegas, de 1774, en dos tomos, La Araucana de Alonso de Ercilla en 1776, el Quijote de 1777 en cuatro tomos, con láminas de José Camarón grabadas por Manuel Monfort.
En 1783, imprimió las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes Saavedra, y en 1789, los Trabajos de Persiles y Sigismunda. Una historia setentrional, del mismo autor. Continuó editando los clásicos del siglo de oro con grandes ediciones de Lope de Vega y Francisco de Quevedo.
Además de su trabajo como editor, impresor y encuadernador, Sancha reunió en la trastienda de su negocio una influyente tertulia ilustrada con asistentes como Eugenio Llaguno y Amirola, Juan José López de Sedano, Juan Antonio Pellicer,​ Vicente García de la Huerta, Francisco Cerdá y Rico, Pedro Rodríguez de Campomanes, el conde de Aranda, Manuel Salvador Carmona, Antonio Carnicero, Vicente de los Ríos​ o Luis Paret.

Tras haber editado el Quijote ya en 1777, una copia de la edición de 1771 de Joaquín Ibarra, decidió encargar una nueva versión a Juan Antonio Pellicer, el bibliotecario del rey. Su obra no sería terminada hasta 1798, ocho años después de la muerte de Sancha. Fue publicado, en ocho tomos, por su hijo Gabriel de Sancha.


Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 


Itsukushima Shrine.


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