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Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

sábado, 24 de junio de 2017

450.-Primera traducción de Orlando el furioso.-a




Ludovico Ariosto.




(Reggio Emilia, actual Italia, 1474 - Ferrara, id., 1533) Poeta italiano. Con la figura de Ariosto llegó el Renacimiento italiano a su cenit. Miembro de una familia aristocrática, ya desde joven recibió el apoyo de la casa de Este, una familia de mecenas renacentista en cuya corte permanecería de 1503 a 1517.

Bajo la guía de su padre, que fue funcionario en la corte estense y desarrolló importantes funciones administrativas y militares, Ludovico Ariosto estudió con distintos preceptores y, por voluntad paterna, emprendió la carrera jurídica. Sin embargo, no tardó mucho en abandonarla para seguir su vocación, que le llevó a relacionarse con los principales representantes de la cultura del Humanismo. En esos primeros años de su juventud, época en la que, libre de obligaciones gracias a la acomodada posición de su familia, pudo frecuentar las fiestas y representaciones teatrales de la corte, empezó a cultivar la poesía, dedicándose en un primer momento a componer versos en latín.
Entre 1494 y 1503 escribió los Carmina, en los que retoma sobre todo los modelos de Tibulio y Horacio, pero desde 1503 versificó casi exclusivamente en lengua vulgar, y cuando Bembo le invitó a perseverar en el uso del latín, rechazó el consejo diciendo que más prefería "ser uno de los primeros escritores toscanos, que, con dificultad, un segundón entre los latinos". En las Rimas, casi todas compuestas también en ese período, experimentó con las reiteradamente imitadas formas de Petrarca en busca de una voz propia. En 1500, la muerte de su padre puso fin a esa vida despreocupada, ya que como primogénito tuvo que ocuparse de la administración de los bienes familiares y de la educación de sus hermanos. Las necesidades le obligaron a trabajar para el Estado de Ferrara y, entre 1501 y 1503, fue destinado como capitán al castillo de Canossa, lugar en el que nació su primer hijo.
De regreso a Ferrara, Ludovico Ariosto pasó a formar parte del servicio del cardenal Ippolito d'Este y, a pesar de que siempre lamentó que sus ocupaciones le robaran mucho tiempo, este cargo le permitió alcanzar una buena estabilidad económica para su familia y le dio la oportunidad de participar en las actividades políticas y diplomáticas de las cortes del siglo XVI. Como embajador estuvo en Mantua, Florencia o Roma, ciudad en la que en distintas ocasiones tuvo que entrevistarse con el papa Julio II, que no mantenía muy buenas relaciones con la familia d'Este.

Tuvo tiempo, no obstante, de componer sus primeras comedias, de imitación clásica y destinadas a las representaciones de corte: La Cassaria (1508) y Los supuestos (1509). También se dedicó pacientemente a la composición de la primera edición del Orlando furioso (1516), obra a la que está ligado su nombre y que lo convirtió en una de las principales figuras literarias del cinquecento italiano. En 1517 rechazó la invitación del cardenal Ippolito de acompañarle en su viaje a Hungría y, ante la agria reacción de éste, decidió dejar su cargo. Pocos meses después entró al servicio del duque Alfonso I, del que obtuvo un sueldo para que pudiese continuar sus estudios, pero también encargos y misiones no exentos de responsabilidad, como el de gobernar la turbulenta provincia de la Garfagnana entre 1522 y 1525.
Durante los años de colaboración con el duque, Ariosto escribió las comedias I Studenti (1518) e Il Nigromante (1520), así como las Sátiras (1517-1525), siete episodios de su vida, entre ellos el de su negativa a marchar a Hungría y su agitada estancia en la Garfagnana, con los que conformó un retrato del espíritu cortesano de su tiempo enriquecido con intensas y perspicaces observaciones morales. También consumó la segunda versión del Orlando furioso (1521), cuyo éxito fue tal que entre ese año y 1531 se llegaron a publicar 17 ediciones más, algunas de ellas sin su autorización.
De regreso a Ferrara decidió repartir el patrimonio familiar entre sus hermanos y se construyó su propia casa, la Parva Domus, donde pudo dedicarse casi exclusivamente a las letras. Además de reescribir sus viejas comedias, compuso una nueva, La Lena (1528), considerada la mejor de su producción y que fue representada por primera vez, un año después de su publicación, en un teatro del palacio ducal construido para la ocasión. También preparó y publicó una tercera edición del Orlando furioso (1532), que por los numerosos añadidos y correcciones apareció casi reescrito. En el momento de su muerte, cuando su fama se había extendido ya por toda Europa y había recibido numerosos reconocimientos, incluso por parte del emperador Carlos V, seguía trabajando para mejorar y modificar su poema.

Orlando furioso

De hecho, las tres ediciones del Orlando demuestran (más teniendo en cuenta que la primera la inició hacia el 1504) que se dedicó a él con total abnegación durante toda su vida. El Orlando furioso de Ariosto constituye una continuación del poema épico inacabado Orlando enamorado, del poeta italiano Matteo Maria Boiardo, y trata, en su parte más famosa, del amor del paladín Orlando por Angélica en el marco de las leyendas sobre Carlomagno y de la guerra de los caballeros cristianos contra los sarracenos.

Obra maestra del Renacimiento, se estructura en 46 cantos compuestos en ágiles octavas, y en él Ariosto hace gala de profundo lirismo, de extraordinaria imaginación y habilidad narrativas y de un finísimo sentido del humor. A pesar de la compleja estructura de la narración, humanísticamente medida y armoniosa, la obra se suele dividir en tres argumentos o episodios fundamentales: el primero situado en la guerra entre Carlomagno y los sarracenos, el segundo dedicado a las aventuras amorosas de Ruggero y Bradamante y el tercero destinado al amor y la locura de Orlando por Angélica, sin duda el más intensamente lírico.

Pero bajo esta trama épica, fabulosa y legendaria, la obra ofrece una consciente y aguda descripción de la civilización del renacimiento italiano, y todos los motivos poéticos, las aspiraciones literarias, los ideales humanos y las situaciones históricas de esa época se sintetizan en ella. Además, el poema, del que Maquiavelo dijo que era "hermoso en todo y en muchos lugares admirable", consiguió otorgarle a un género originariamente pobre y popular la medida y la calidad lírica de las obras clásicas.

Considerado por muchos críticos como uno de los mejores poemas de todos los tiempos por su vigor y dominio técnico del estilo, toda la obra pretende rendir tributo a la familia de Este, protectora del poeta, encarnada en la figura de su ilustre fundador Ruggero, cuya vida aparece transmutada y enaltecida en la figura del héroe, Orlando. Popular de inmediato en toda Europa a partir de su publicación en 1516, el poema influyó decisivamente en los poetas renacentistas; su huella se percibe especialmente en el portugués Luis de Camoens y en algunas obras de Lope de Vega.


 Libros de caballerías.



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 Estas palabras tienen en nuestra cultura, al menos desde la Navidad de 1604, un significado especial. Poco importa que casi nadie los lea, todo el mundo sabe lo que son, aunque el tiempo los haya arrinconado en las bibliotecas de especialistas y bibliófilos. En otro tiempo, sin embargo, sus héroes legendarios, sus míticas geografías, sus castillos inaccesibles, sus mágicos prodigios fueron lectura entretenida del público letrado y aún, en lecturas colectivas, del iletrado.
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 Como más tarde pasaría en el folletín decimonónico, el relato de sus muchos episodios y la presunción de su desenlace prevalecen sobre el desenlace mismo. Unos autores continúan la obra de otros, se hacen sagas, y continuaciones, y continuaciones de las continuaciones. Y bien mirado tampoco debería ser tan anacrónico ese mundo fantástico cuando hoy en día modernos libros de caballerías como El señor de los anillos siguen siendo fenómenos de masas. Quizás lo anacrónico es únicamente el lenguaje, y deja de serlo cuando historias ancladas en aquellas se trasladan al cine o a los videojuegos. En la actualidad, salvo unos pocos casos, no es fácil encontrar los viejos libros de caballerías en las librerías, aunque un proyecto institucional, Libros de Rocinante, viene reeditándolos desde hace unos años.

 
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Tampoco en el mercado del libro antiguo se ven las viejas ediciones con la frecuencia de épocas pasadas que conocemos por viejos catálogos, pero de vez en cuando, cada vez más raramente, todavía aparece alguno de estos libros, vestigio de aquel esplendor renacentista. El de hoy es uno de ellos, y aunque originalmente no pertenece a la tradición hispánica, fue asimilado con naturalidad entre los más populares relatos autóctonos por los lectores españoles de la segunda mitad del siglo XVI.
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Ariosto, Lodovico


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Orlando fvrioso, dirigido al príncipe don Philipe nuestro Señor, traduzido en Romance Castellano por don Ieronymo de Vrrea. Amberes, 1549. 
(En colofón: Imprimiose en la muy noble y leal villa de Anuers en casa de Martin Nucio y acabose a XXV días de Agosto. De. M.D.XLIX. años)
260, [2] h.


Ariosto, Orlando, edición Giolito, Venecia, 1549, en cuarto, y edición Nucio, 1549, de la traducción de Urrea. El número del canto varía por la supresión de uno en la versión de Urrea, que une el 2 y el 3 al eliminar más de 40 octavas dedicadas a la casa de Este. En las primeras octavas del canto XXXIII, Ariosto hace un parangón entre los artistas de la antigüedad y sus propios contemporáneos.

Cuarto (212 x 150 mms.) Encuadernación en pergamino de época. En la parte superior del lomo, a tinta, en pequeño formato: Orlando Furioso. Sobre el corte inferior, caligrafiado en mayúsculas: ORLANDO FVR. SPAGNOL. Portada arquitectónica en xilografía con las armas de Felipe II,  corta de margen, con pequeña mancha de cera. Retrato del traductor en el que se ha pintado en rojo la cruz de Santiago. El papel de los dos primeros pliegos con alguna linea de antigua humedad.


La primera versión de Orlando furioso se publicó en 1516, en la bella ciudad de Ferrara, gobernada por la casa de Este, a la que se destina. Hay artistas que jamás se acuerdan de una obra acabada, pero otros vuelven obsesivamente una y otra vez sobre lo que han hecho. Como Velázquez, de quien se sabe que corregía algunas de sus pinturas bastante tiempo después de haberlas terminado. O como Ariosto, que tras diez años de trabajo hasta la publicación del Orlando, seguiría corrigiéndolo durante casi veinte años, hasta su muerte. La primera edición modificada salió en 1521. La segunda, en 1532. En pocos años se editaría docenas de veces. Entre ellas, la publicada en 1542 por Gabriel Giolito de Ferrari en Venecia llegaría a ser paradigmática: una portada llamativa, un retrato del autor, un texto de Lodovico Dolce introduciendo cada uno de los 46 cantos, que se disponen a dos columnas, individualizando las octavas, precedidos, por vez primera, de una serie de ilustraciones xilográficas que sintetizan el relato en imágenes. El modelo se convirtió en un éxito inmediato, y durante cerca de dos décadas Giolito lo reimprimió sin descanso casi cada año. Probablemente muchos españoles de los miles que entonces paraban en Italia lo leyeron en su idioma original, pero pronto se impondría la tentación de traducirlo. La traducción de Jerónimo de Urrea fue la primera y se publicó en 1549 en la imprenta de Martín Nucio, en Amberes, ya con el anuncio de que habría de ser corregida. La edición de Nucio no sólo se concibió al modo de las exitosas de Giolito, sino que probablemente utilizó parte de los materiales xilográficos empleados en aquellas: letras capitulares, frisos y, muy especialmente, la serie de ilustraciones que preceden a cada uno de los cantos. 

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En algunas referencias bibliográficas se atribuyen las ilustraciones de esta edición al grabador Arnold Nicolai, que en esos años trabajaba principalmente para Plantino, y también para otros impresores de Amberes como Steelsio y Nucio. La razón de la atribución parece estar en que ilustraciones de esta serie se reutilizaron posteriormente en otras ediciones de Nucio, no sólo en el Orlando sino también en el Amadís de 1561, y que en alguna de estas ediciones podría haberse identificado la marca de Nicolai, una A muy característica que se puede apreciar, por ejemplo, en la portada heráldica del Felícisimo viaje, de Calvete de Estrella, editado también por Nucio en 1552.


El felicíssimo viaje..., detalle de la portada. Biblioteca Digital de Castilla y León.
El signo de Arnold Nicolai se aprecia al pie del escudo, sobre el escalón, a la izquierda.








 Ocurre sin embargo que revisadas al detalle todas las ilustraciones de esta edición de 1549 no aparece ese monograma por ninguna parte, por lo que más fácil parece pensar, como afirma una reciente editora de la obra, que hayan sido “recabadas de la edición Giolito, 1542 y siguientes”. Hay sin embargo un detalle que ha pasado desapercibido a quienes se han ocupado de este libro, y es que las ediciones del Orlando de Giolito son normalmente en cuarto, pero también en octavo, y pese a la extrema semejanza formal y técnica, que revela un mismo origen, el taller veneciano maneja al menos dos series de ilustraciones. Apenas alguna descripción bibliográfica aporta las medidas, pero si se contrastan se observa que los tacos xilográficos son más pequeños en algunas ediciones: 48 x 88 mms. para la edición en octavo de 1547, frente a 65 x 120 mms. de la edición de 1542 en cuarto. La serie que incorpora Nucio se ajusta a la primera medida, y ha de proceder, por tanto, directamente del material empleado en las ediciones venecianas en octavo, o en su defecto de una copia tan extremadamente fiel del mismo que no parece posible, por más que un examen minucioso de alguno de los tacos revele leves diferencias en algunas lineas que más bien parecen repasadas por grabador experto que copia.
 Solo en un caso, -la ilustración del canto segundo-, se observa una discordancia clara, y la diferencia de autoría (y de calidad también) respecto a las otras es tan obvia que más bien reafirma la procedencia italiana de todas las demás. Desgraciadamente se desconoce el nombre del autor de estas ilustraciones, pero el dibujo es de gran calidad y el grabador lo ha llevado a la madera con destreza. Hay en el Orlando cruentos combates, criaturas salidas de atávicos bestiarios, héroes atrapados en un destino fatal, heroínas que bajo una armadura igualan la destreza de los más arrojados caballeros, hermanos que no saben que lo son, árboles que son personas, escudos cuyo fulgor ofusca el entendimiento del adversario, anillos de mágicas cualidades, grutas escondidas, lugares de nombres míticos. Estas xilografías trasladan a imágenes todo este mundo.



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La traducción de Urrea ha perdurado en el tiempo de forma asombrosa, hasta el punto de que se puede encontrar hoy en día en cualquier librería. Hubo otras. La siguiente, de Hernando Alcocer, se publicó tan sólo un año después. Pero más de diez ediciones en la segunda mitad del siglo XVI confirman la popularidad de la primera. Sobre ella existe en la red un interesante proyecto que, además de analizarla con detalle, permite cotejar los primeros cantos en diversas ediciones. Todo lo que pudiera añadir a lo que ahí se dice resultaría redundante. 
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La primera traducción verdaderamente moderna de la obra de Ariosto al español data del año 2005, ha obtenido diversos premios, y se ha reeditado recientemente. Cualquier lector actual la encontrará mucho más diáfana y exacta que la antigua traducción de Jerónimo de Urrea. Aún así, ésta tiene el valor de poder conocer la versión que se leyó en la España del siglo XVI, y no está exenta de interés en sí misma. 
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El encomiable empeño de Urrea por adaptar su texto a la métrica de Ariosto hace que la lectura avance al ritmo de las octavas de forma casi hipnótica, más aún cuando por la oscuridad de algunos pasajes se acaba leyendo en voz alta. He seleccionado el episodio de la locura de Orlando, no sólo porque da título al libro (pese a no tener en el relato una importancia que lo justifique) sino por haber sido objeto de inspiración para algunos célebres escritores.


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Un ejemplo ha acabado asomando ahí abajo. Para quienes puedan sentir curiosidad por cotejarla, he puesto en paralelo el texto italiano de la edición Giolito a partir de un ejemplar de 1549 digitalizado en la Biblioteca de la Universidad de Valencia. Varias muestras de la moderna traducción de Micó, una de ellas de este mismo pasaje, se pueden leer en la red en una revista cultural. Una nueva traducción, que he podido conocer por los comentarios a esta entrada y que mantiene la métrica original, se puede leer libremente en esta dirección por voluntad de su autor. 


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 Este ejemplar procede de una librería italiana, y en Italia debió estar desde antiguo, a juzgar por el texto rotulado en el corte inferior. Sólo he localizado otros dos ejemplares en España. Uno en la Biblioteca Nacional, falto de una hoja, carencia que en algún caso ha confundido a los especialistas. Otro, con probable encuadernación de Plantino, que perteneció a Felipe II por obsequio de Urrea durante su estancia en Flandes, en la Biblioteca del Escorial. También hay otro en la British Library y al menos siete en diversas bibliotecas italianas. Pese a esta rareza, es un libro que está en el mercado.




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En los últimos años lo he visto en el catálogo reciente de un librero español, y he tenido noticia de que se ha vendido otro. Se reproducen a continuación las dos caras de la hoja que falta en el ejemplar de la B.N.E, con el retrato de Jerónimo de Urrea y la carta al lector y licencias, para que en el dudoso caso de que alguien lo necesite pueda hacer uso de ellas, y como recuerdo de quien probablemente no soñó que su traducción estaría viva 450 años después.


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Itsukushima Shrine.

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