Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

domingo, 17 de febrero de 2013

135.-Obras completas de Francisco Quevedo Villegas.-a

Obras completas de Francisco Quevedo Villegas

  

  

Obra literaria.




Poesía
La obra poética de Quevedo, que está constituida por unos 875 poemas, presenta ejemplos de casi todos los subgéneros de su época: poesía satírico-burlesca, amorosa, moral e inmoral, una parodia de la poesía heroica (el Poema de las necedades y locuras de Orlando, no concluido), poemas de circunstancias, descriptivos, religiosos (entre los cuales destacan sus impresionantes Salmos) y fúnebres. Pero además incluye poemas metafísicos y filosóficos de carácter neoestoico.
Aproximadamente, un 40 % de sus textos son satíricos; si a ello se le añade el hecho de que muchos de ellos circularon públicamente en vida del autor a través de copias manuscritas, se explica la fama de crítico severo y mordaz de su época con que se conoce, en parte, a Quevedo. La primera impresión de sus poemas tuvo lugar en 1605, en la antología conocida con el nombre de Primera parte de las flores de poetas ilustres de España; incluye diecisiete poemas. Pero el resto fue publicado en forma póstuma en dos obras: El Parnaso español (1648) y Las Tres Musas Últimas Castellanas (1670). También se conservan dos manuscritos que coleccionaron sus obras: el llamado Cancionero antequerano y el Cancionero de 1628. Quevedo intentó dos veces publicar sus obras poéticas. La primera, en 1613, fue consecuencia de una gran crisis espiritual. En la segunda trabajaba cuando le sorprendió la muerte. En 1613 terminó, pero no publicó su Heráclito cristiano, que su autor revisó con el título de Lágrimas de un penitente. Solo apareció en la edición impresa de 1670, veinticinco años después de su fallecimiento; allí se incluye el famoso soneto "Miré los muros de la Patria mía", corregido en la edición póstuma de sus obras. El segundo intento dejó los poemas en manos de su amigo José Antonio González de Salas para hacer una edición póstuma, cuya primera parte salió en Madrid en 1648 con el título de El Parnaso español, monte en dos cumbres dividido, con las nueve Musas. Afirmó en ella que había respetado la ordenación que había dejando Quevedo al morir. Era una clasificación temática en nueve apartados o "Musas".
Clío acogía los poemas encomiásticos y dedicatorios a personas pasadas o presentes, o a ciudades; por ejemplo "Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!", que retrata la decadencia y ruina de la capital del Imperio romano. Polimnia contiene poemas morales, algunos entre los mejores del autor, como el soneto "¡Ah de la vida...! ¿Nadie me responde?" o la imprescindible Epístola satírica y censoria al Conde Duque de Olivares sobre las costumbres de los castellanos:
No he de callar, por más que con el dedo, / ya tocando la boca, ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo. / ¿No ha de haber un espíritu valiente? / ¿Siempre se ha de sentir lo que se dice? / ¿Nunca se ha de decir lo que se siente? / Hoy, sin miedo que libre escandalice / puede hablar el ingenio, asegurado / de que mayor poder le atemorice [...] / Señor excelentísimo, mi llanto / ya no consiente márgenes ni orillas: / inundación será la de mi canto. / Ya sumergirse miro mis mejillas, / la vista por dos urnas derramada, / sobre las aras de las dos Castillas...
Se ataca la corrupción individual y colectiva, el lujo, la vanidad, la superficialidad de las modas femeninas, el culteranismo y en general la decadencia en todos los órdenes de España. Melpómene se dedica a la poesía fúnebre: epicedios de personajes célebres. La cuarta musa, Erato, se divide en dos partes, ambas dedicadas a la poesía amorosa. Partiendo del cancionero petrarquista, Quevedo une el amor y la muerte, los temas de las dos partes del Canzoniere de Francesco Petrarca, en uno solo. La segunda parte de esta sección se titula "Canta sola a Lisi", supuesta amante del poeta, que es en realidad un arquetipo de mujer, y contiene el que acaso sea el mejor soneto de su autor:
"Cerrar podrá mis ojos la postrera / sombra que me llevare el blanco día..." (Amor constante más allá de la muerte). Las Musas quinta y sexta -Terpsícore y Talía- se dedican a poemas satíricos y burlescos, bailes y bromas. González de Salas murió en 1651 sin publicar la segunda parte, así que el sobrino y heredero de Quevedo Pedro Aldrete o Alderete, hijo de su hermana Margarita, publicó Las tres Musas últimas castellanas. Segunda cumbre del Parnaso español... (1670). Fue un editor algo descudidado, porque repitió algunos poemas ya aparecidos en la primera parte e introdujo cierto desorden, pero siguió el plan de las Musas: Euterpe, la séptima, prolonga el ciclo de poesías amorosas que atañe a Lisi. La octava, Calíope, encabeza letrillas satíricas y silvas morales, metro este que había introducido antes que el mismo Góngora. Representan valores típicamente barrocos por su temática sobre el paso del tiempo y la muerte como fin. Destacan las letrillas "Poderoso caballero es don Dinero", "Solamente un dar me agrada, / que es el dar en no dar nada" o "Es amarga la verdad":
Pues amarga la verdad, / quiero echarla de la boca; / y, si al alma su hiel toca, / esconderla es necedad. / Sépase, pues: libertad / ha engendrado en mi pereza / la pobreza....
Se duda si Quevedo pretendió hacer con ellas una colección independiente. Urania, novena Musa, se dedica a poesía religiosa, cerrando este volumen. Destacan los "Salmos", en que aparecen nuevas cumbres poéticas del autor:
Bien te veo correr, tiempo ligero / cual por mar ancho despalmada nave / a más volar, como saeta o ave / que pasa sin dejar rastro o sendero....

Prosa.

Obras satírico-morales

.
Sueños y discursos, compuestos entre 1606 y 1623, circularon abundantemente manuscritos pero no se imprimieron hasta 1627. Se trata de cinco narraciones cortas de inspiración lucianesca donde se pasa revista a diversas costumbres, oficios y personajes populares de su época. Son, por este orden, El Sueño del Juicio Final (llamado a partir de la publicación de Juguetes de la niñez, la versión expurgada de 1631 El sueño de las calaveras), El alguacil endemoniado (renombrado El alguacil alguacilado), El Sueño del Infierno (esto es, Las zahúrdas de Plutón en su versión expurgada), El mundo por de dentro (que mantuvo su nombre siempre) y El Sueño de la Muerte (conocido como La visita de los chistes).
De la estirpe de los Sueños son dos llamadas «fantasías morales», el Discurso de todos los diablos y de La hora de todos. Ambas son también sátiras lucianescas de característico tono jocoserio, aunque en su factura y creatividad superan a los Sueños:
Discurso de todos los diablos o infierno emendado (1628), publicado en algunas versiones como El peor escondrijo de la muerte y, a partir de 1631, en la versión expurgada en la que aparecen también los cinco Sueños con los títulos cambiados que se enumeran más arriba, con el título de El entremetido y la dueña y el soplón. Es un nuevo breviario del desengaño misantrópico:
Para ser rico, habéis de ser ladrón. Para ser valiente, habéis de ser traidor, borracho y blasfemo. Para ser casado, habéis de ser cornudo. Si sois pobre, nadie os conocerá; si sois rico, no conoceréis a nadie. Si uno vive poco, dicen que se malogra; si vive mucho, dicen que no siente. Si se confiesa cada día, dicen que es hipócrita; si no se confiesa, es hereje; si es alegre, dicen que es bufón; si triste, que es enfadoso. Si es cortés, le llaman zalamero; si descortés, desvergonzado.
La hora de todos y la Fortuna con seso, variación sobre el tema del mundo al revés o adynaton en que la diosa Fortuna recobra el juicio y da a cada persona lo que realmente merece, provocando tan gran trastorno y confusión que el padre de los dioses debe volverlo todo a su primitivo desorden, que en realidad era un orden.

La novela picaresca Historia de la vida del Buscón llamado don Pablos; ejemplo de vagamundos y espejo de tacaños, apareció impresa en Zaragoza en 1626, pero existen tres versiones más de la obra con grandes divergencias textuales. El problema es complejo, pues todo parece indicar que Quevedo retocó su obra varias veces.
La versión más antigua es el manuscrito 303 bis (olim Artigas 101) de la Biblioteca de Menéndez Pelayo a causa del cotejo de las variantes y la manera en que unos testimonios se agrupan frente a otros. La impresión de 1626 fue asumida, si no controlada, por Quevedo, según el propio autor declara en su memorial Su espada por Santiago (1628) y la sinceridad de sus palabras es confirmada por otros datos, así que en realidad no puede sostenerse que se hiciera sin permiso del autor.
Pero esta versión no fue la última, pues don Francisco volvió sobre ella para retocar algunos pormenores narrativos, amplificar el retrato satírico de varios personajes secundarios y paliar las expresiones que juzgaron irreverentes o blasfemas los redactores de dos libelos antiquevedianos, el Memorial enviado a la Inquisición contra los escritos de Quevedo (1629) y El Tribunal de la Justa Venganza (1635). De estos retoques dan fe los otros manuscritos.
El Buscón es un divertimento en que el autor se complace en ridiculizar los vanos esfuerzos de ascensión social de un pobre diablo perteneciente al bajo pueblo; para ello exhibe cortesanamente su ingenio por medio de un brillante estilo conceptista que degrada todo lo que toca cosificándolo o animalizándolo, utilizando una estética preexpresionista que se aproxima a Goya, Solana y Valle-Inclán y no retrocediendo ante las gracias más repugnantes.
La caracterización apenas existe: se trata solo de un vehículo para el lucimiento aristocrático del autor.

Obras festivas

  • Gracias y desgracias del ojo del culo. Opúsculo jocoso sobre los placeres y las dolencias relativos a semejante órgano.
  • Premática y aranceles, hechas por el fiel de las putas, Consejos para guardar la mosca y gastar la prosa, Premática del tiempo, Capitulaciones matrimoniales y Capitulaciones de la vida de la Corte son sátiras de los géneros burocráticos habituales en las cancillerías y que se aplican a temas grotescos.
  • Libro de todas las cosas y otras muchas más. Compuesto por el docto y experimentado en todas materias. El único maestro malsabidillo. Dirigido a la curiosidad de los entremetidos, a la turbamulta de los habladores, y a la sonsaca de las viejecitas.
  • Cartas del caballero de la Tenaza (1625), humorística descripción de las epístolas intercambiadas entre un caballero sumamente tacaño y su amante, que quiere sacarle dinero por cualquier medio.

Teatro No existe un catálogo definitivo de la obra teatral atribuible a Quevedo, y no solo por la dificultad de reconocer su autoría sino por las dificultades de considerar a algunos textos como teatrales. En cualquier caso, se consideran como seguras y plenamente teatrales las siguientes obras:

  • Además, se toman también en consideración diversos fragmentos de comedias perdidas, alguna loa y diez bailes.
  • La comedia Cómo ha de ser el privado
  • Los entremeses Bárbara, Diego Moreno, La vieja Muñatones, Los enfadosos, La venta, La destreza, La polilla de Madrid, El marido pantasma, El marión, El caballero de la Tenaza, El niño y Peralvillo de Madrid, La ropavejera y Los refranes del viejo celoso.

  

Obra no literaria.

Obras políticas

  • España defendida, y los tiempos de ahora, de las calumnias de los noveleros y sediciosos, más conocida como España defendida..., que quedó incompleta e inédita, escrita circa 1609 y abandonada definitivamente en 1612, fue editada por primera vez en 1916 en el Boletín de la Real Academia de la Historia por el hispanista Robert Selden Rose. Es una defensa del mérito del humanismo y las letras españolas que se anticipa valientemente a la leyenda negra que ya se empezaba a fraguar, y de la cual cita en especial las obras de Girolamo Benzoni, Gerardus Mercator y Joseph Justus Scaliger.
  • Política de Dios, gobierno de Cristo. Su primera parte fue escrita hacia 1617 (en la dedicatoria a Olivares, de 1626, le dice que «es el libro que yo escribí diez años ha») e impresa en 1626 con el título de Política de Dios, gobierno de Cristo y tiranía de Satanás. La segunda parte, escrita en torno a 1635, se publicó en 1655. Las dos partes juntas se publicaron bajo el epígrafe Política de Dios, gobierno de Cristo, sacada de la Sagrada Escritura para acierto del Rey y del reino en sus acciones. Se trata de un híbrido entre dos disciplinas: Teología y Política.
  • Mundo caduco y desvaríos de la edad (1621, ed. 1852).
  • Grandes anales de quince días (1621, ed. 1788), análisis de la transición entre los reinados de Felipe III y Felipe IV.
  • Memorial por el patronato de Santiago (1627, ed. 1628).
  • Lince de Italia y zahorí español (1628, ed. 1852).
  • El chitón de las tarabillas (1630), impreso muchas veces con el título de Tira la piedra y esconde la mano. Defiende las disposiciones económicas del Conde-Duque de Olivares, de quien luego se distanciaría. Fue denunciado a la Inquisición y recogido ese mismo año.
  • Execración contra los judíos (1633), alegato antisemita que contiene una velada acusación contra don Gaspar de Guzmán, conde-duque de Olivares y valido de Felipe IV.
  • Carta al serenísimo, muy alto y muy poderoso Luis XIII, rey cristianísimo de Francia (1635).
  • Breve compendio de los servicios de Francisco Gómez de Sandoval, duque de Lerma (1636).
  • La rebelión de Barcelona ni es por el güevo ni es por el fuero. 1641, panfleto contra la revuelta catalana de 1640.
  • Vida de Marco Bruto, 1644, glosa de la vida correspondiente al famoso asesino de César escrita por Plutarco, escrita con algebraico rigor y una elevación de estilo conceptista poco menos que inimitable. Así lo declara uno de sus admiradores, Jorge Luis Borges, copiando este párrafo retórico:
Honraron con unas hojas de laurel una frente; dieron satisfacción con una insignia en el escudo a un linaje; pagaron grandes y soberanas vitorias con las aclamaciones de un triunfo; recompensaron vidas casi divinas con una estatua; y para que no descaeciesen de prerrogativas de tesoro los ramos y las yerbas y el mármol y las voces, no las permitieron a la pretensión, sino al mérito.
Obras ascéticas
  • Vida de Santo Tomás de Villanueva, 1620.
  • Providencia de Dios, 1641, tratado contra los ateos que intenta unificar estoicismo y cristianismo.
  • Vida de San Pablo, 1644.
  • La constancia y paciencia del santo Job, publicada póstumamente en 1713.

Obras filosóficas

  • Doctrina moral del conocimiento propio, y del desengaño de las cosas ajenas (Zaragoza, 1630).
  • La cuna y la sepultura para el conocimiento propio y desengaño de las cosas ajenas (Madrid, 1634), que es una reescritura de la obra anterior, publicada sin su autorización, en la que amplificó y mejoró estilísticamente el texto precedente.
  • Epicteto, y Phocílides en español con consonantes, con el Origen de los estoicos, y su defensa contra Plutarco, y la Defensa de Epicuro, contra la común opinión (Madrid, 1635).
  • Las cuatro pestes del mundo y los cuatro fantasmas de la vida (1651).

Crítica literaria

La aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631), satírica embestida contra los poetas que usan el lenguaje gongorino o culterano.
La culta latiniparla. Cathecismo de vocablos, para instruir á las mugeres Cultas y Hembrilatinas. Lleva un disparatario como vocabulario para interpretar y traducir las damas jerigonzas que parlan el Alcorán macarrónico, con el laberinto de las ocho palabras. Compuesto por Aldrobando Anatema Cantacuzano, graduado en tinieblas, docto á obscuras, natural de las Soledades de Abaxo. Dirigido a Doña Escolástica Poliantea de Calepino, Señora de Trilingüe y Babilonia (1624), burlesco y misógino manual para hablar en lenguaje gongorino, a la que corresponde esta graciosa dedicatoria:
Siendo vuestra merced mas conocida por los circunloquios que por los moños de tan lindas sinédoches y cacofonías, y tan ayrosa de hipérboles y tan nebrisense de palabras que tiene mas nominativos que galanes; y, siendo la dama de más Arte (de Antonio) que se ha visto, más merlicocayca que Merlín, obligación le corre al más perito (y no es fruta) de encimarla en los principios inaccesos de otra, si no tan sidérea estimación, aplaudida, si bien de menos trisulca pena (Plauto sea sordo), dirigiéndola este candil para andar por las prosas lúgubres. Es vuestra merced adivinanza perene, y tiene enigma lluvia y pueden, á su menor visita, examminar ordenantes. Es vuestra merced más repetida por su estilo que el susodicho aquel hidalgo que no dexa descansar renglón en los procesos. Son vuestra merced y la algarabía más parecidas que el freír y el llover. Un papel suyo leímos ayer yo y un obispo armenio y dos gitanos, y casi un astrólogo y medio doctor: íbamos por él tan á obscuras como si leyéramos simas, y nos hubimos de matar en un obstáculo y dos naufragantes, que estaban al volver de la hoja. No bastó construirle ni estudiarle: y así le conjuramos, y á poder de exorcismos se descubrieron dos medios renglones que iban en hábito de pacubros, y le lanzamos los obsoletos como espíritus. Mil Tucídides eché á vuestra merced como bendiciones, que discurre tan á matar candelas que la podemos llamar discreta paulina. Si vuestra merced escribiendo tan a porta inferi acaba de logobrecerse, dirá que su lenguaje está como una boca de lobo, con tanta propiedad como una mala noche y que no se puede ir por su conversación de vuestra merced sin linterna. Aurore Dios á vuestra merced, y la saque de Princesa de las tinieblas, que es relativo del demonio, pues es Príncipe de ellas. Vale en culto, no en testado de escribano. Pridie Idus (ya entiende vuestra merced, y si no, haga cuenta que se oye)
La Perinola (1633, ed. en 1788), ataque contra el Para todos de Juan Pérez de Montalbán.
Cuento de cuentos (1626), reducción al absurdo de los coloquialismos más vacíos de significado.

Obra filológica

Memorial de don Francisco de Quevedo Villegas dado a la Inquisición General sobre los libros del Monte Santo de Granada, donde desmonta la impostura de los llamados Plomos del Sacromonte y sugiere que se destruyan para que no se envíen a Roma y quedar en ridículo ante el papa.
Epistolario
Fue editado por Luis Astrana Marín en 1946, apareciendo en dicho epistolario 43 cartas inéditas de los últimos diez años de la vida del autor, que le escribió a su amigo Sancho de Sandoval de Beas (Jaén).

Traducciones

Quevedo frecuentó a humanistas como el distante Justo Lipsio y el más cercano José Antonio González de Salas; ambos le transmitieron su fervor por Propercio. Como helenista, las traducciones de Quevedo del griego dejan bastante que desear; se atrevió, sin embargo, a traducir pésimamente a Anacreonte (traducción que circuló manuscrita y no se imprimió en vida de Quevedo, sino en 1656), al pseudo Focílides y la Vida de Marco Bruto de Plutarco para su Marco Bruto.
 Mayor mérito tienen sus Lamentaciones de Jeremías desde el hebreo, o sus versiones de excelente latinista de los satíricos Marcial, Persio y Juvenal; sus obras están esmaltadas también de reminiscencias de Virgilio, Propercio, Tibulo, Ovidio, Estacio y, especialmente, Séneca, de cuyas Cartas a Lucilio menciona haber traducido noventa en el prólogo al Marco Bruto, aunque solo se han conservado once.
 Son, pues, Séneca y los satíricos los autores que más releía y más han impregnado sus obras; también es grande su erudición en Biblia, aunque prefería indudablemente el Libro de Job, que había traducido uno de sus modelos, fray Luis de León. También hizo excelentes versiones del italiano y el francés; en esta última lengua, conocía la obra de líricos como Joachim du Bellay y leía y admiraba la de Montaigne e incluso es posible que tradujese el primer libro de sus Essais. En su haber se cuentan:

  • Introducción a la vida devota, de San Francisco de Sales.
  • De los remedios de cualquier fortuna (1638), versión libre de Séneca.
  • El Rómulo, 1632, del marqués Virgilio Malvezzi.

  










Obras de Don Francisco De Quevedo Villegas, Caballero Del Habito de Santiago, Secretario de su Magestad, y Señor de la Villa De La Torre de Juan Abad / 3 Tomos.
Madrid; Por Don Antonio Sancha/En La Imprenta de Sancha, 1790-1794. Tomos 5, 6 y 7. Encuadernación en plena piel de época, con títulos ornamentados en lomo, papel marmolado en guardas y grabado en frontispicio. Octavo mayor (20×13.5 cm). 773, 559 y 684 páginas. Estado de conservación: Buen estado en general, algunas marcas de humedad en tomo 6, algunas marcas de óxido, ligero desgaste en las tapas, nombre de anterior propietario en portada del tomo 5.

  


Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos  (Madrid, 1580 - Villanueva de los Infantes, España, 1645) Escritor español. Los padres de Francisco de Quevedo desempeñaban altos cargos en la corte, por lo que desde su infancia estuvo en contacto con el ambiente político y cortesano. Estudió en el colegio imperial de los jesuitas, y, posteriormente, en las Universidades de Alcalá de Henares y de Valladolid, ciudad ésta donde adquirió su fama de gran poeta y se hizo famosa su rivalidad con Góngora.

Señor de Torre de Juan Abad.

Torre de Juan Abad es un municipio y localidad española de la provincia de Ciudad Real, en la comunidad autónoma de Castilla-La Mancha. Cuenta con una población de 970 habitantes (INE 2023).
Torre de Juan Abad va unida al nombre Quevedo, quien fue el señor de la villa, donde vivió retirado de la Corte y, siglos más tarde, es su principal valedor. El escritor del Siglo de Oro, que murió en la vecina Villanueva de los Infantes, vivió en este municipio, cabecera del Campo de Montiel, y hoy se le recuerda en la Casa Museo de Quevedo, el lugar donde escribió buena parte de su obra. 
Es un caserón del siglo XVII en el que se exponen documentos, libros y objetos del escritor como el sillón que utilizaba en su casa o su testamento original. El resto del edificio acoge exposiciones temporales y el Centro de Estudios Quevedianos.

Biografía.

Siguiendo a la corte, en 1606 se instaló en Madrid, donde continuó los estudios de teología e inició su relación con el duque de Osuna, a quien Francisco de Quevedo dedicó sus traducciones de Anacreonte, autor hasta entonces nunca vertido al español.
En 1613 Quevedo acompañó al duque a Sicilia como secretario de Estado, y participó como agente secreto en peligrosas intrigas diplomáticas entre las repúblicas italianas. De regreso en España, en 1616 recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago. Acusado, parece que falsamente, de haber participado en la conjuración de Venecia, sufrió una circunstancial caída en desgracia, a la par, y como consecuencia, de la caída del duque de Osuna (1620); detenido, fue condenado a la pena de destierro en su posesión de Torre de Juan Abad (Ciudad Real).
Sin embargo, pronto recobró la confianza real con la ascensión al poder del conde-duque de Olivares, quien se convirtió en su protector y le distinguió con el título honorífico de secretario real. Pese a ello, Quevedo volvió a poner en peligro su estatus político al mantener su oposición a la elección de Santa Teresa como patrona de España en favor de Santiago Apóstol, a pesar de las recomendaciones del conde-duque de Olivares de que no se manifestara, lo cual le valió, en 1628, un nuevo destierro, esta vez en el convento de San Marcos de León.
Pero no tardó en volver a la corte y continuar con su actividad política, con vistas a la cual se casó, en 1634, con Esperanza de Mendoza, una viuda que era del agrado de la esposa de Olivares y de quien se separó poco tiempo después. Problemas de corrupción en el entorno del conde-duque provocaron que éste empezara a desconfiar de Quevedo, y en 1639, bajo oscuras acusaciones, fue encarcelado en el convento de San Marcos, donde permaneció, en una minúscula celda, hasta 1643. Cuando salió en libertad, ya con la salud muy quebrantada, se retiró definitivamente a Torre de Juan Abad.


Análisis de su obra.

Lo más original de la obra literaria de Quevedo radica en el estilo, vinculado al Conceptismo barroco y por lo tanto muy amigo de la concisión, de la elipsis y del cortesano juego de ingenio con las palabras mediante el abuso de la anfibología. Amante de la retórica, ensayó a veces un estilo oratorio lleno de simetrías, antítesis e isocola que lució más que nunca en su Vida de Marco Bruto.
 De léxico muy abundante, creó además muchos neologismos por derivación, composición y estereotipia y, como apercibió Rafael Lapesa en su Historia de la lengua española (1942), flexibilizó notablemente el mecanismo de la aposición especificativa en castellano («clérigo cerbatana, zapatos galeones...»), mecanismo que los escritores barrocos posteriores imitaron de él. 
En su sátira se acerca a veces a la estética del expresionismo al degradar a las personas mediante la reificación o cosificación, y la animalización. Se ha señalado, además, como un rasgo característico de su verso, la esticomitía, esto es, la tendencia a transformar cada verso en una sentencia de sentido completo, lo cual hace a sus poemas muy densos de significado, como era prioritario en su poética, radicada en los principios de lo que más tarde fue denominado conceptismo barroco.

La mayor parte de la producción poética de Quevedo es satírica, pero como ya apercibió el abate José Marchena sus sátiras están mal dirigidas y, aunque consciente de las causas verdaderas de la decadencia general, es para él más un mero ejercicio de estilo que otra cosa. Se vierte contra el bajo pueblo más que contra la nobleza, en lo cual no tuvo el atrevimiento de, por ejemplo, el otro gran satírico de su época, Juan de Tassis y Peralta, segundo conde de Villamediana. Cultivó también una fina lírica cortesana realizando un cancionero petrarquista en temas, estilo y tópicos, prácticamente perfecto en técnica y fondo, en torno a la figura de Lisi, que no hay que identificar como se ha querido con ninguna dama concreta, sino con un arquetipo quintaesenciado de mujer, al que bautizó también con otros nombres.

Destacan sobre todo sus sonetos metafísicos y sus salmos, donde se expone su más íntimo desconsuelo existencial y su angustia por el paso del tiempo. La visión que da su filosofía es profundamente pesimista y de rasgos preexistencialistas. El cauce preferido para la abundante vena satírica de que hizo gala es sobre todo el romance, pero también la letrilla («Poderoso caballero es Don Dinero»), vehículo de una crítica social a la que no se le esconden los motivos más profundos de la decadencia de España, y el soneto. Abominó de la estética del Culteranismo cuyo principal exponente, Luis de Góngora, fue violentamente atacado por Quevedo en sátiras personales, si bien llegó con el tiempo a tolerar una estética que se había convertido en general e incluso la cultivó él mismo de forma meramente testimonial, como dijo Borges, para indicar "que él también sabía jugar a ese juego".

​ Sin embargo, contra la pedantería y obscuridad que le imputaba se propuso también editar las obras de los poetas renacentistas Francisco de la Torre y fray Luis de León.

La poesía amorosa de Quevedo, considerada la más importante del siglo xvii, es la producción más paradójica del autor: misántropo y misógino,20​ fue, sin embargo, el gran cantor del amor y de la mujer. Escribió numerosos poemas amorosos (se conservan más de doscientos), dedicados a varios nombres de mujer: Flora, Lisi, Jacinta, Filis, Aminta, Dora. Consideró el amor como un ideal inalcanzable, una lucha de contrarios, una paradoja dolorida y dolorosa, en donde el placer queda descartado. Su obra cumbre en este género es, sin duda, su «Amor constante más allá de la muerte».
Como han señalado los estudiosos del antisemitismo en España, Quevedo fue un feroz antijudío y su judeofobia quedó reflejada "en todo tipo de escritos, incluyendo sus poemas satíricos" pero fue "en los años de su lucha contra Olivares cuando escribe sus dos textos antisemitas más importantes": Execración contra los judíos y La Isla de los Monopantos (aunque este último relato satírico no fue impreso hasta 1650, dentro del libro La Fortuna con seso y la hora de todos).
En su obra se demuestra su obsesión por defender la hegemonía de la monarquía hispánica en el mundo, integrándose en «... la tradición del laus Hispaniae, instaurada por San Isidoro y utilizada por el propio Quevedo para tratar de recuperar los valores que él pensaba, hicieron poderosa a la nación... en su España defendida, alabó la grandeza de sus más prestigiosos compatriotas, destacando la superioridad española en el campo de las letras, visible en autores como fray Luis de León, Jorge Manrique o Garcilaso de la Vega, pero también en el arte de la guerra». Javier Martínez-Pinna y Diego Peña.
La obra de Francisco de Quevedo.

Como literato, Quevedo cultivó todos los géneros literarios de su época. Se dedicó a la poesía desde muy joven, y escribió sonetos satíricos y burlescos, a la vez que graves poemas en los que expuso su pensamiento, típico del Barroco. Sus mejores poemas muestran la desilusión y la melancolía frente al tiempo y la muerte, puntos centrales de su reflexión poética y bajo la sombra de los cuales pensó el amor.
A la profundidad de las reflexiones y la complejidad conceptual de sus imágenes, se une una expresión directa, a menudo coloquial, que imprime una gran modernidad a la obra. Adoptó una convencida y agresiva postura de rechazo del gongorismo, que le llevó a publicar agrios escritos en que satirizaba a su rival, como la Aguja de navegar cultos con la receta para hacer Soledades en un día (1631). Su obra poética, publicada póstumamente en dos volúmenes, tuvo un gran éxito ya en vida del autor, especialmente sus letrillas y romances, divulgados entre el pueblo por los juglares y que supuso su inclusión, como poeta anónimo, en la Segunda parte del Romancero general (1605).
En prosa, la producción de Francisco de Quevedo es también variada y extensa, y le reportó importantes éxitos. Escribió desde tratados políticos hasta obras ascéticas y de carácter filosófico y moral, como La cuna y la sepultura (1634), una de sus mejores obras, tratado moral de fuerte influencia estoica, a imitación de Séneca.
Sobresalió con la novela picaresca Historia de la vida del Buscón, llamado don Pablos, obra ingeniosa y de un humor corrosivo, impecable en el aspecto estilístico, escrita durante su juventud y desde entonces publicada clandestinamente hasta su edición definitiva. 
Más que su originalidad como pensador, destaca su total dominio y virtuosismo en el uso de la lengua castellana, en todos sus registros, campo en el que sería difícil encontrarle un competidor.

  

Estatua de Quevedo en Alcalá de Henares.

Francisco Gómez de Quevedo Villegas y Santibáñez Cevallos (Madrid, 14 de septiembre de 15801​-Villanueva de los Infantes, Ciudad Real, 8 de septiembre de 1645) fue un noble, político y escritor español del Siglo de Oro.
Fue caballero de la Orden de Santiago a partir de 1618​ y señor de Torre de Juan Abad a partir de 1620.​ Junto con Luis de Góngora, con quien mantuvo una enemistad durante toda su vida, es reconocido como uno de los más notables poetas de la literatura española.
Además de su poesía, fue un prolífico escritor de narrativa y teatro, así como de textos filosóficos y humanísticos.


Francisco de Quevedo retratado después de ingresar en la Orden de Santiago en 1618 por Francisco Pacheco en su Libro de descripción de verdaderos retratos, ilustres y memorables varones.


Quevedo y Villegas, Francisco de. Madrid, 17.IX.1580 – Villanueva de los Infantes (Ciudad Real), 9.IX.1645. Polígrafo, literato.

Francisco de Quevedo fue el segundo hijo varón de una familia de funcionarios palaciegos, bien asentada en los entresijos de la administración y servicios del Palacio Real, en Madrid, capital y Corte de los Austrias. Su abuela era azafata de la infanta; su madre, viuda pronto, desempeñaba una función similar a su temprana muerte (en 1600), que ocurrió en el mismo Palacio Real; del resto de su parentela, una venerable dama, su tía, bien conocida en la Corte, a la que el escritor envió en 1613 su colección de poemas Heráclito Cristiano. De hecho, Francisco, cuando aún no había iniciado estudios, se convirtió en el primogénito, por la muerte de su hermano mayor Pedro, y debió su formación a una gracia solicitada por su abuela materna de la Reina.
 También le protegió la duquesa de Lerma, cuando el duque había alcanzado la privanza, durante los primeros años del reinado de Felipe III.
Estudió con los jesuitas, en Ocaña, y luego en Alcalá de Henares y Valladolid, en donde residió durante los años de Corte (1600-1606) bajo la tutela de Agustín de Villanueva, un alto cargo, padre de Jerónimo de Villanueva, otro de los personajes encumbrados durante la privanza del conde-duque de Olivares.

De finales de siglo (1599) y sobre todo de los años vallisoletanos son sus primeros escritos: poemas en los preliminares de obras ajenas, papeles festivos (entre los cuales el primer Sueño), probablemente El Buscón... Pedro de Espinosa recoge dieciocho composiciones suyas en las Flores de poetas ilustres (preliminares de 1603, publicación en 1605), en donde ya se produjo algún problema con la censura. A partir de entonces, la biografía de Quevedo se enriquece y complica de modo peculiar, siempre con cierta inclinación hacia la leyenda, lo que indica una personalidad extravagante y compleja.
El autor expresó literariamente los avatares de su vida y sus circunstancias en su compleja obra, como polígrafo. Remitir de la vida a la obra es un ejercicio factible, pero complejo y sinuoso, pues fueron muchas las circunstancias que le llevaron a tomar la pluma y muchos los resortes de su inspiración.
Antes de su viaje a Italia (1613) para servir al duque de Osuna, virrey primero en Sicilia y luego en Nápoles, el joven escritor dedicó sus esfuerzos a la filología, traduciendo y adaptando textos clásicos compatibles con su catolicismo ferviente, aunque también se asomó al ensayo político (Discurso de las Privanzas, c. 1607) y a las polémicas humanísticas (España defendida, 1609) sin atreverse o sin conseguir en ninguno de estos casos completar y difundir este tipo de obras.
Lo que sí siguió circulando fueron sus papeles festivos, que en algún caso están cobrando consistencia, como es la serie de Sueños, iniciada en 1604, que culminará en 1627, después de cinco entregas y varias reelaboraciones.

Pero nada de todo esto se publicará, por ahora.

Su papel en Italia fue paulatinamente más importante como hombre de confianza del duque de Osuna, al que sirvió en misiones diplomáticas delicadas y en asuntos de todo tipo, por ejemplo como embajador ante el papa Pablo V (19 de abril de 1617); como enviado especial para entrevistarse con el Monarca en El Escorial (agosto de 1617); como agente que preparaba (durante 1617) la boda del marqués de Peñafiel, primogénito del duque de Osuna, con la hija del duque de Uceda; como encargado de llevar (1615) las contribuciones del Parlamento de Sicilia, y sobre todo de Nápoles (1617) a la Corona... 
Es una leyenda, sin embargo, todo el episodio de la Conjuración de Venecia (18 de mayo de 1618), pues Quevedo no estaba en aquella república cuando se produjo la revuelta en la que, entre otras cosas, se quemó un muñeco con su efigie, como uno de los enemigos de los venecianos, lo que dice mucho de su cercanía con el duque de Osuna. Si Quevedo viajó a Venecia de incógnito, fue en fecha anterior.

Un rico epistolario, parcialmente conservado, muestra la cercanía del duque y del escritor, los pocos escrúpulos políticos con los que se actuaba en la época cuando se trataba de obtener algo y el entusiasmo con que prendieron en Quevedo los empujes bélicos del virrey para enfrentarse a los venecianos, por ejemplo, metiendo la flota napolitana en el Adriático.
 Ese mismo epistolario, utilizado como prueba, salió a relucir en los procesos que siguieron a la muerte de Felipe III (21 de marzo de 1621) contra el clan de gobernantes anteriores (el padre Aliaga, duques de Uceda y de Lerma, duque de Osuna...). 
Pero para entonces (1621), Quevedo ya había caído en desgracia y, a instancias del duque de Uceda, que le encontraba “desapacible para los negocios”, había abandonado la compañía de su amigo y protector para volver a Madrid, de manera que no padeció directamente las convulsiones del cambio de virreinato en Nápoles, ni se hallaba al servicio del Gobierno cuando Felipe III enfermó, murió y se produjo el ajuste de cuentas con todo el Gobierno anterior: prisiones del duque de Osuna y sus servidores; ajusticiamiento del marqués de Siete Iglesias, destierro del duque de Lerma, enjuiciamiento del duque de Uceda, etc.

Quizá esa circunstancia le salvó de consecuencias mayores, de manera que apenas sufrió un breve destierro, por orden expresa del joven Monarca, a La Torre de Juan Abad, cuando la Junta para la Reformación de las Costumbres se ocupó de su caso, señalando que llevaba vida licenciosa, que vivía con “las Ledesmas”, de las que tenía hijos y que lo mejor sería que se fuera a ese “lugar que tiene”, apostillaba de su puño y letra el joven Monarca.

La Torre de Juan Abad es un lugar pequeño, entre andaluz y manchego, a unos 20 kilómetros al sur de Villanueva de los Infantes. Censos, ventas y deudas del lugar habían ido a parar a comienzos de siglo a la madre de Quevedo; con el tiempo esa deuda hizo posible que el escritor obtuviera, mediante una operación típica de aquellos años, el “señorío” del lugar, de modo que al cabo de su período diplomático en Italia (1613-1619), Quevedo había escalado dificultosamente un grado de la pirámide cortesana: la obtención del hábito de Santiago, solemnemente entregado (el 8 de enero de 1618) por el duque de Uceda en las Bernardas (con ese hábito le retrataron Velázquez — alguien de su taller— y Pacheco); y muy poco después, el “señorío” de La Torre de Juan Abad. Además de regentar la escribanía, el molino, la carnicería, etc., Quevedo nombraba alcaldes y alguaciles, tenía lugar preeminente en la iglesia, y poseía allí unas casas, destruidas hacia 1995 para “levantar una casa de cultura”.

Será su lugar de destierro, pero también su refugio durante largos períodos, en la cercanía de buenos amigos de Beas del Segura y otros lugares colindantes, particularmente cerca de la red nobiliaria andaluza.

El cambio de reinado le inspiró Grandes anales de quince días, que difundió al mismo tiempo que la primera versión de un denso tratado, Política de Dios.

Desde entonces, su tarea como hombre público fue extensa, dispersa y compleja, pues el primer destierro sólo le duró hasta la llegada del príncipe de Gales (1623), que echó por los suelos todos los buenos propósitos de austeridad. Quevedo volvió a la Corte como escritor brillante y personaje público del que se podía valer Olivares.

Realmente entre 1625 y 1628 las relaciones entre Quevedo y el conde-duque fueron más que excelentes: el poeta recibió en su señorío a los cortesanos camino de su viaje a Andalucía (1625), de cuya comitiva también formaba parte; festejó al privado en romances encomiásticos, le aduló en comedias palatinas (Cómo ha de ser el privado), redactó entonces dos soberbios poemas extensos, el Sermón estoico de censura moral y la Epístola satírica y censoria contra las costumbres presentes de los castellanos... (“No he de callar por más que con él dedo...”), que se suelen leer como una sátira contra el conde-duque, cuando en realidad se trata de una defensa poética de sus medidas reformistas. El escritor terminó por vender su pluma para un libelo contra el conocido economista granadino Lisón de Biedma.

Antes de llegar al Chitón (1631), cuando se inicia el declive de su relación con Olivares, Quevedo volvió a acompañar a la comitiva real a las Cortes de Monzón (1626), y ese viaje —por connivencia del autor con los editores o por otras circunstancias— ha dejado un reguero de publicaciones, las primeras publicaciones (aparte el epítome a la Vida de Tomás de Villanueva, de 1620, que le encargaron los agustinos recoletos de Madrid) de sus obras más conocidas (El Buscón, los Sueños, Política de Dios...), aparecidas en Zaragoza, Gerona, Barcelona, Pamplona, Valencia..., al parecer sin su autorización, de manera que cuando volvió a Madrid (abril de 1626) hubo de enfrentarse a todo tipo de censuras y ataques, sobre todo los de un prestigioso jesuita, el padre Pineda (será uno de los redactores del Índice de Libros Prohibidos) contra Política de Dios, lo que le llevó a preparar ediciones expurgadas de algunas obras (precisamente de la Política), a reunir en un volumen sus escritos festivos más conocidos —los Sueños— y publicarlos con el significativo título de Juguetes de la Niñez y Travesuras del Ingenio (preliminares de 1629, aparecidos en 1631), mientras, con una actividad calculada y precisa, se movió en los entresijos de los poderes (la Corte, la Inquisición, etc.) para frenar a sus opositores. 
Por eso se autodelató a la Inquisición, señalando cuáles eran las obras que reconocía por suyas (entre las muchas que faltan en esa lista se encuentra El Buscón); retocó pasajes que podrían parecer alusiones veladas al escándalo de las monjas de San Plácido; retrasó la aparición de sus obras a la espera de que primero se publicase el Índice de Libros Prohibidos... (de 1631); dedicó las obras de fray Luis de León (edición prínceps) a Olivares...

Todo ello en un clima cortesano cada vez más enrarecido y peligroso, en donde la pugna soterrada entre Gobierno e Inquisición se cruzaba con la mucho más evidente entre nobleza y privado, en tanto se agudizaba el problema con los “marranos” portugueses, que habían aumentado su papel como agentes financieros de la Corona. Quevedo tenía además la extraña virtud de opinar ásperamente sobre todo lo que asomaba como asunto público, hasta el punto de que se le puede considerar como modelador de la conciencia colectiva de “lo español”, de modo que al mismo tiempo que se estaba poniendo en entredicho la política del privado, el autor saltaba a defender con pasión el patronazgo de Santiago (1628) en dos escritos enérgicos contra el copatronazgo de santa Teresa; o se empeñaba en contrarrestar la veneración que a la muerte de Góngora (1627) se había desatado en torno a su obra, poniendo en circulación textos poéticos diversos (no sólo las poesías de fray Luis de León; también las de Francisco de la Torre) y opúsculos festivos nuevos (La Culta Latiniparla).Y, sobre todo, abanderó con sus mejores armas de escritor la inquina popular contra los judíos.

No es de extrañar que por esa actitud su figura terminase por molestar a unos y a otros y sufriera nuevos destierros a La Torre, puesto que no era posible que dejase de escribir de todo, lo que “más parece gana de disputar que de buscar la verdad”, como señala otro de los prohombres del gobierno, Antonio de Villegas, pariente suyo. Quizá esa rebeldía de fondo fue empañando sus relaciones con Olivares, cada vez también más suspicaz y necesitado de apoyos incondicionales, que la nobleza le iba negando descaradamente.

Durante el otoño de 1628, desterrado en La Torre, redactó Lince de Italia, un extenso papel en donde se analiza la política española en Europa, y se sugiere que se utilicen sus conocimientos en tareas diplomáticas.

La obra debió surtir efecto, pues volvió a Madrid, llamado por el cardenal Trejo (diciembre de 1628), presidente del Consejo Real, para algún empeño oficial, o para muchos, como insinúa Novoa, entre ellos para encargarle la propaganda a favor de las medidas económicas del conde-duque, sobre todo las que manipulaban el valor de la moneda de vellón. El Chitón de las Tarabillas (1631, con pie de imprenta falso y sin su nombre) es el resultado de esa propaganda; también es el final de la colaboración entre el escritor y el Gobierno de Olivares, que desde entonces no hará más que deteriorarse, hasta terminar en un enfrentamiento.  No es de extrañar que, durante los años sucesivos (1632-1634), el escritor se acogiera nuevamente a un neoestoicismo que le permitiera resolver problemas y amarguras de modo literario y filosófico. Siempre fue en Quevedo —desde su lejana e insignificante correspondencia con Justo Lipsio (1606)— un refugio el acompasar su pensamiento cristiano a la ataraxia de los clásicos estoicos, sobre todo Séneca. 
La Cuna y la Sepultura, una de sus obras neoestoicas mejor acabadas, se dedicó en 1633, casi al tiempo que uno de los ataques más feroces del escritor contra judíos: Execración por la fe católica contra la blasfema obstinación de los judíos que hablan portugués... (firmado el 20 de julio de 1633), que, como el título ya sugiere, ha de contextualizarse y referirse a los marranos portugueses, con oblicuas referencias a los procesos contra judaizantes que habían conmocionado la Corte. De los remedios de cualquier fortuna se terminó en agosto de 1633; la falsa traducción de la Introducción a la vida de devota, de Francisco de Sales, en 1634; la edición de Epicteto y Phocílides (escrita en 1609) se publicó en 1635. Así se llega a la redacción de una de las obras más amargas de Quevedo, Virtud Militante (1635), que coincide, no parece que por casualidad, con las bodas del autor, también de ese año. Así es, el escritor, misógino emblemático, más por su obra (“mujer que dura un mes se vuelve plaga”) que por su vida, más por sus sátiras que por su intenso cancionero amoroso, cedió a las presiones de la mujer del conde-duque y de otros nobles, particularmente del duque de Medinaceli, su protector y mecenas en esos momentos, que le habían buscado una mujer adecuada a sus condiciones, para atemperar su vida: la viuda de Cetina, una cincuentona de la baja nobleza aragonesa.
 En aquella villa aragonesa casó en 1634. La documentación dice que no convivió con ella más de dos semanas, que luego no dejó rastro en el autor y que, a su muerte (1642), el escritor —entonces en la cárcel— no reaccionó de ninguna manera, si es que llegó a enterarse.

Durante el año siguiente, 1635, Quevedo recuperó el vigor de escritor político para añadir su pluma a las de tantos que increparon al serenísimo Luis XIII, cuando declaró la guerra a España. La Carta a [...] Luis XIII se editó más de una docena de veces durante aquel año, alguna de ellas con dinero y reconocimiento oficial, lo que aliviaría al escritor de las censuras y críticas que estaba recibiendo, entre las cuales se encuentra El retraído, de Juan de Jáuregui; y El tribunal de la Justa venganza, un extenso libelo, antipersonal y contra toda su obra, organizado, si no totalmente escrito, por uno de sus viejos enemigos, el maestro de esgrima Luis Pacheco de Narváez. Al mismo tiempo que esta actividad pública, el escritor escribió y probablemente difundió en manuscritos otras muchas cosas más, La anatomía de la cabeza del cardenal Richelieu, La perinola, etc.
 Entre todas ellas, su sátira en prosa más lograda, La hora de todos y la Fortuna con Seso (¿1632-1635?), que sólo se publicará póstuma y que contiene feroces ataques al conde-duque (La isla de los Monopantos), sobre todo por su permisividad con los judíos portugueses, en medio de una visión grotesca y delirante del mundo político.

Entre 1636 y 1639 Quevedo vivió aparentemente apartado de la política, incluso con largas estancias en su señorío manchego, pues le molestaban los festejos del nuevo Palacio del Buen Retiro (a cuya inauguración, en 1633, había acudido con Lope de Vega). La correspondencia (muy importante la que cruzó con Sancho de Sandoval y con Francisco de Oviedo), sin embargo, lo muestra activo, preocupado, alerta, al tanto de todo lo que estaba ocurriendo en la Corte y de las noticias que le llegaban de Europa. Eran los años de redacción, además, de dos extensas obras de pensamiento político, que se publicarán mucho más tarde: la segunda parte de Política de Dios y el Marco Bruto.

El 30 de diciembre de 1638 Quevedo escribió a su amigo y vecino —en Beas de Segura— Sancho de Sandoval, comentándole desastres políticos y anunciándole que viajaba a Madrid, por orden del duque de Medinaceli. El 31 de enero se encontraba en Madrid, después de haber comprobado, durante el viaje, la movilización general. Dos deliciosos romances sobre la pragmática de no taparse las mujeres y sobre los cabellos cortos pueden datarse de esa primavera.

En la carta fechada el 31 de mayo de 1639 se analiza la situación política y se pide al corresponsal que “la rompa luego”. Es la última noticia directa que se tiene del escritor antes de que el 7 de diciembre de 1639 fuera detenido en las casas del duque de Alba, alquiladas por el duque de Medinaceli, que le alojaba, y llevado sigilosamente al Convento de San Marcos de León, como caballero del hábito de Santiago. Los historiadores han comentado prolijamente razones y circunstancias que pudieron motivar la prisión de Quevedo, hasta entonces figura intocable y prestigiosa, con la que hasta la Inquisición usó de salvedades y permisiones a nadie más permitidas (Eugenio Asensio). 
Es indudable que la prisión del escritor tenía una base política, que se adornó con la culpa por sus escritos satíricos; pero hubo de formalizarse, a través de una acusación oficial, que se encomendó al duque del Infantado. Con ese instrumento en la mano se pudo encarcelar al escritor y, probablemente, desterrar al duque de Medinaceli.
Lo que todavía queda por ver es hacia dónde se encaminaban las insidias políticas de Quevedo, azuzado, sin duda, por su prestigio entre la nobleza disidente (“le escuchaban embobados”, dice uno de sus detractores). Si las primeras apariencias señalan a un “entendimiento con franceses”, es decir, a un delito de traición; las mismas apariencias, leídas con mayor refinamiento (el nuncio, el embajador francés...) apuntan hacia una intromisión del escritor y de otros círculos en la política interna de Francia, en un momento en que el conde-duque necesitaba controlar todos los hilos de la actuación de su gobierno, es decir, Quevedo hubiera ido más allá que el propio Gobierno, incluso maquinando traiciones “contra” Francia, al margen de la diplomacia oficial.

En la cárcel pasó casi cuatro años, envejecido y enfermo, mientras redactaba sus últimas obras meditativas y neoestoicas (Providencia de Dios, El Job, La caída para levantarse...), componía romances festivos, escribía patrióticamente contra portugueses y catalanes o releía a los clásicos. Sólo consiguió la libertad en el verano de 1643, meses después de la caída del conde-duque de Olivares, a instancias de un viejo conocido suyo, Juan de Chumacero, el nuevo presidente del Consejo Real.
Volvió a Madrid, en donde pasó un año, “aprendiendo a andar”, arreglando sus asuntos e imprimiendo algunas de sus obras (Marco Bruto, La caída para levantarse), para retirarse nuevamente a La Torre, en donde trascurrió el último año de su vida, esperando recobrar la salud para recoger sus poesías y editar su obra, mientras meditaba sobre la decadencia de España y las miserias de la condición humana, ahora que las padecía tan dolorosamente. 
Un precioso epistolario guía a través de esos meses, cuenta su enfermedad, sus ilusiones, sus esperanzas y, finalmente, su abandono. Trasladado al Convento de dominicos de Villanueva de los Infantes, allí murió en septiembre de 1645. No se sabe con certeza dónde descansan sus restos.


Obras de ~: Sueño del juicio final, c. 1604; El Buscón, c. 1604; El alguacil endemoniado, c. 1607; Discurso de las privanzas, c. 1607; Discurso de la vida y tiempo de Phocílides, c. 1607; Sueño del infierno, 1608; Anacreonte castellano, c. 1609; España defendida, 1609; Lágrimas de Hieremías castellanas, 1609; El mundo por de dentro, 1612; Doctrina estoica, c. 1612 (ed., Madrid, María de Quiñones, 1635); Heráclito cristiano, 1613; La primera y más grande persecución de los judíos, 1619; Política de Dios, Primera parte, 1619 (ed., 1626); Epítome a la vida de fray Tomás de Villanueva, 1620; Carta del rey don Fernando el Católico al primer Virrey de Nápoles, comentada, 1621; Grandes anales de quince días, 1621; Mundo caduco y desvaríos de la edad, 1621; Sueño de la muerte, 1622; Cómo ha de ser el privado, 1624-1628; Carta del viaje a Andalucía, 1625; El cuento de cuentos, 1626; El infierno enmendado o Discurso de todos los diablos, 1627-1628; Memorial en defensa de Santiago, 1628; Su espada por Santiago, 1628; Lince de Italia o zahorí español, 1628; El Chitón de las tarabillas, 1630; El Rómulo del marqués Virgilio Malvezzi, 1631; Carta de las calidades del casamiento, c. 1632; La perinola, 1633; La cuna y la sepultura, 1633; Execración por la fe católica contra la blasfema obstinación de los judíos…, 1633; De los remedios de cualquier Fortuna, 1633 (ed., 1638); Epicteto y Phocílides, 1635; Virtud militante, 1635 (Zaragoza, Herederos de Pedro Lanaja, 1651); Carta al Serenísimo Luis XIII, 1635; Las cuatro fantasmas de la vida, 1635; Visita y anatomía de la cabeza del cardenal Richelieu, 1635; La Hora de todos y la Fortuna con seso, 1636; Las Locuras y necedades de Orlando enamorado, c. 1636; Política de Dios, 2.ª parte, c. 1634-1639 (ed. post.); Marco Bruto, c. 1637-1639 (Primera parte de la vida de Marco Bruto, Madrid, Diego Díaz de la Carrera, 1644); Descífrase el alevoso manifiesto […] duque de Braganza, c. 1641; La rebelión de Barcelona, 1641; La constancia y paciencia del santo Job, 1641 (ed., 1713); Providencia de Dios, 1641 (Zaragoza, Pascual Bueno, 1700); La caída para levantarse, 1644; El Parnaso español, 1648; Las tres últimas musas, 1670.

Entremeses sin cronología exacta: Bárbara, Entremés de Diego Moreno, Entremés de la vieja Muñatones, El Marión, El Marido pantasma, Entremés de la venta, Entremés del niño y Peralvillo de Madrid, Entremés de la destreza, La polilla de Madrid, Entremés de los enfadosos, Entremés de la ropavejera, Los refranes del viejo celoso.

Otros opúsculos festivos sin cronología exacta: Cartas del caballero de la Tenaza, Carta de un cornudo a otro, La Culta Latiniparla, El libro de todas las cosas y otras muchas más, Premáticas y aranceles generales, Premática contra los poetas güeros, Gracias y desgracias del ojo del culo, Capitulaciones de la vida de la corte, Capitulaciones matrimoniales, Indulgencias concedidas a los devotos de monjas, Premática del tiempo, Memorial pidiendo plaza en una Academia, Cosas más corrientes de Madrid y que más se usan.

Ediciones: Epistolario completo de D. Francisco de Quevedo, ed. crít. con anotaciones, apéndices, documentos inéds. y bibl. de L. Astrana Marín, Madrid, Inst. Edit. Reus, 1946; Poesía original completa, ed., introd., bibl. y notas de J. M. Blecua, Barcelona, Planeta, 1968 (2.ª ed.); Poesía moral: (Polimnia), ed. y notas de A. Rey, Madrid, Támesis, 1999 (2.ª ed., rev. y ampl.); Antología poética, ed. de P. Jauralde Pou, Madrid, Espasa Calpe, 2002 (reimprs.) (Colección Austral, 186); Obras completas en prosa, ed. de A. Rey Álvarez, Madrid, Castalia, 2003- (6 vols. y en publicación); Nuevas cartas de la última prisión de Quevedo, est., ed. crít. y anotaciones de J. O. Crosby, Londres, Tamesis, 2005; Clío, musa I; con un’appendice da “Melpómene”, musa III, introd. y trad. de A. Martinengo, ed. y notas de F. Cappelli y B. Garzelli, Napoli, Liguori, 2005; Poesía amorosa: (Erato, sección primera), ed. de A. Rey y M.ª J. Alonso Veloso, Barañáin (Navarra), Eunsa, 2011.

 

Bibl.: A. Mas, La caricature de la femme, du mariage et de l’amour dans l’oeuvre de Quevedo, Paris, Ediciones Hispanoamericanas, 1957; H. Ettinghausen, Francisco de Quevedo and the Neostoic Mouvement, Oxford, University Press, 1972 [trad. esp. con el tít. Quevedo neoestoico, Barañáin (Navarra), Eunsa, 2009]; G. Sobejano (ed.), Francisco de Quevedo, Madrid, Taurus, 1978; R. Lida, Prosas de Quevedo, Barcelona, Crítica, 1981; L. Schwartz, Quevedo, discurso y representación, Pamplona, Eunsa, 1986; J. Riandière La Roche, Nouveaux Documents Quévédiens, Paris, Sorbonne Nouvelle, 1992; A. Rey Álvarez, Quevedo y la poesía moral española, Madrid, Castalia, 1995; L. Schwartz y A. Carreira (eds.), Quevedo a nueva luz: escritura y política, Málaga, Universidad, 1997; P. Jauralde Pou, Francisco de Quevedo (1580-1645), Madrid, Castalia, 1998; M. Chevalier, Quevedo y su tiempo: la agudeza verbal, Barcelona, Crítica, 1999; M. Sánchez Sánchez, Cartas de Francisco de Quevedo a Sancho de Sandoval (1635-1645), Madrid, Calambur, 2005; A. López Ruiz, Tras las huellas de Quevedo (1971-2006), Almería, Universidad, 2006.



Biblioteca Personal.

Tengo un libro en mi colección privada .- 



                                                CENTENARIO DE MUERTE DE LENIN.


  


INTERNACIONAL
Un siglo después de su muerte, Lenin parece un recuerdo marginal en la Rusia moderna.

POR JIM HEINTZ
ASSOCIATED PRESS
ENE. 22, 2024 

No mucho después de la muerte del fundador de la Unión Soviética en 1924, un popular poeta tranquilizó y conmovió al afligido país con estas palabras: “Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá”.

Un siglo después, la alguna vez omnipresente imagen de Vladímir Lenin es en gran medida un recuerdo marginal en la Rusia moderna, a pesar de esas famosas líneas del escritor revolucionario Vladímir Mayakovsky. El mausoleo de la Plaza Roja, donde yace su cadáver embalsamado en un sarcófago abierto, ya no es un lugar de peregrinación casi obligatorio sino un lugar kitsch macabro, abierto sólo 15 horas a la semana. Atrae a muchos menos visitantes que el Zoológico de Moscú.
El rostro con barba de chivo e intenso resplandor que alguna vez pareció inevitable todavía mira fijamente desde las estatuas, pero muchas de ellas han sido el objetivo de bromistas y vándalos. El de la estación Finlandia de San Petersburgo que conmemoraba su regreso del exilio fue alcanzado por una bomba que le dejó un enorme agujero en el trasero. Muchas calles y localidades que llevaban su nombre han sido rebautizadas.

  

¿Ha muerto Lenin?
CENTENARIO DE SU MUERTE

‘La Vanguardia’ reconstruye la recepción de la defunción del dirigente comunista hace un siglo en la prensa española


Joan Esculies
Barcelona
22/01/2024

"¿Ha muerto Lenin?”.
 El 22 de enero de 1924, El Progreso informaba de que la delegación de los sóviets en Barcelona había recibido a última hora de la tarde un telegrama de Rusia anunciando la muerte del líder bolchevique. “Ignórase la veracidad de esta noticia”, añadía la edición de noche del diario de la provincia de Lugo. No se sabía qué creer. A Vladímir Ilích Uliánov ya se le había dado por muerto a raíz de otros atentados.

Ninguno tan grave como el de agosto de 1918 en Moscú. Entonces, uno de los tiros de la activista radical antibolchevique Fanni Kaplan le había perforado el pulmón y alojado en el cuello, y otro, herido en el hombro izquierdo. El episodio marcó el inicio del culto a Lenin. El primer dirigente de la URSS, sin embargo, en adelante sufrió dificultades respiratorias y acabó postrado en una silla de ruedas sin casi articular palabra. La cúpula comunista hizo lo imposible para evitar que su estado de salud trascendiera.
Pero esta vez era cierto. A los 53 años, Lenin había muerto sobre las seis y media de la noche del lunes 21 de un ictus cerebral fruto de una arteriosclerosis en su dacha de Gorki, a una veintena de kilómetros de Moscú. En España, La Veu de Catalunya, el diario de la Lliga Regionalista, fue de los primeros al dar la noticia, en la edición vespertina del día 22 con un retrato y la información recibida de la agencia francesa Havas.

No fue hasta el miércoles 23 cuando una treintena de periódicos, muchos de ámbito provincial, hicieron pública la noticia por todo el Estado. Todos por medio de informaciones de agencia que iban de Moscú a Helsinki y de allí a París, Berlín y Londres. La prensa española no tenía corresponsales en el país de los soviets y los delegados sindicales, como el anarcosindicalista Ángel Pestaña, que habían ido a conocer el experimento marxista, habían vuelto. Andreu Nin estaba en Roma.

En España no suelen preocupar las cuestiones internacionales; sin embargo, han pasado 24 horas y no se habla más que de la muerte del director de Rusia”, sentenciaba La Voz de Castilla. Sí, pero el grueso de noticias sobre Lenin eran anónimas. Hacía cuatro meses que, en septiembre de 1923, el capitán general de Catalunya, Miguel Primo de Rivera, había iniciado su dictadura. La censura prevenía de firmar determinados artículos. La prensa fue unánime al definir al bolchevique como “un dictador”, pero también como la figura histórica más relevante del inicio del siglo XX. La desaparición coincidió con la formación del primer gobierno del Partido Laborista en el parlamento británico. El grueso de la prensa española aprovechó para contraponerlo. El primer ministro, James Ramsay MacDonald, era la cara, el acceso al gobierno de una opción de izquierdas por la vía democrática. Lenin, la cruz, el asalto al poder con una revolución sanguinaria. Así lo sostuvo el pedagogo republicano Luis de Zulueta en el periódico obrerista madrileño La Libertad.

Vestido con chaqueta marrón oscuro y corbata negra, el cuerpo de Lenin llegó a Moscú en tren al mediodía el 23 de enero. A 20 grados bajo cero, una hilera inacabable de soldados delimitaba los seis kilómetros de la estación a la Casa de los Sindicatos. Durante cuatro días quizá un millón de personas desfiló delante del féretro. No está claro si de manera espontánea u orquestada. Durante la semana de duelo, solo abrieron las panaderías y las tiendas de retratos de Lenin. El día 24 aparecieron las primeras valoraciones en profundidad. La Publicitat, el diario de centroizquierda de Acció Catalana, reprodujo un perfil de H.G. Wells tras visitarlo en 1920. Para el escritor de ciencia ficción, socialista declarado, Lenin era un visionario pragmático.
En cambio, en el republicano y anticlerical barcelonés El Diluvi, el abogado y periodista Enric Guardiola Cardellach lo definía como un idealista y antiimperialista que encarnaba “la verdadera protesta de las masas proletarias del mundo contra la guerra”. Solidaridad Obrera, de la CNT, lo describía como “el hombre más puro y honrado del socialismo ruso”, pero le criticaba la animadversión hacia los anarquistas.
En contraposición, el secretario de redacción de El Correo Catalán, Joan Baptista Roca Caball, con el seudónimo Daniel Castells, aseguraba en el diario tradicionalista que Lenin pasaría a la historia sin más aureola que “la sangre de sus innumerables víctimas sacrificadas”. En La Vanguardia, el crítico literario madrileño Eduardo Gómez Baquero, con el seudónimo Andrenio, lo veía como un “Cromwell de la revolución rusa”.
La prensa se planteaba las repercusiones de aquella muerte. El Liberal se mostraba optimista. El republicano madrileño veía probable que en la URSS todo se hundiera dejando paso a “la cristalización de una democracia”. El semanario de orientación católica Catalunya Social se preguntaba a quién sostendría el país. Para el católico madrileño El Debate, la sucesión de Lenin abría una grave crisis en el comunismo por la división de sus seguidores. En efecto, en Moscú incluso antes del traspaso había una lucha de posiciones en el politburó del Partido Comunista entre Grigori Zinóviev, Nikolái Bujarin, Lev Kámenev y Iósif Stalin, y de todos contra Lev Trotski. Movimientos sinuosos, difíciles de seguir. Desde la distancia, todo eran especulaciones.

El órgano del Partido Radical de Alejandro Lerroux, El Progreso, asumía que Trotski sucedería a Lenin. También lo creía el diario conservador El Pueblo Cántabro. Para el reformista moderado valenciano Las Provincias, el candidato era Zinóviev. Para otros, Bujarin o Kàmenev. La Publicitat fue de los pocos diarios del Estado que incluyó Stalin en las quinielas.
La atención, sobre todo, estaba fijada en el otro gran nombre de la revolución rusa, el padre del Ejército Rojo, Trotski. Dadas las divergencias estratégicas con el difunto, su asistencia al funeral alzaba un mar de especulaciones. La Campana de Gràcia aseguraba que Lenin había ordenado hacerlo detener antes de morir. El diario de Oviedo Región añadía que la Checa, la policía política, lo retenía.

No era así. Trotski se había marchado a mediados de mes hacia la región georgiana de Abjasia, en el sur del Cáucaso, para descansar por prescripción médica. En la estación de Tblisi recibió el mensaje de Stalin con la noticia, pero no quiso recular. Victor Sebestyen en su biografía de Lenin (2020) y Robert Service en la de Trostki (2010) no concluyen si Stalin engañó Lev con las fechas, ni si la ausencia de este en Moscú le perjudicó en la carrera sucesoria.
En todo caso, el funeral, organizado por Stalin y Zinóviev, se había previsto para el sábado, pero se pospuso al domingo 27. Por la mañana, a 33 grados bajo cero, miles de personas despidieron Lenin en la plaza Roja. Después de interminables discursos, a primera hora de la tarde el ataúd, con el cuerpo embalsamado, se dispuso en el mausoleo de madera improvisado en el muro este del Kremlin. Por todo el país los cañones dispararon salvas, los trenes se detuvieron y las sirenas de locomotoras y fábricas silbaron. La Prensa, de Santa Cruz de Tenerife fue el único periódico español que dio una imagen del funeral, y en portada.
El 30 de enero La Publicitat publicó un perfil de su corresponsal en Berlín. Para Josep Pla, la revolución rusa era “obra de periodistas” y Lenin uno “de revista de tercer orden”. El director de La Vanguardia, Agustí Calvet, asumía que el bolchevique “ha impreso en su país y en la marca del mundo un cambio trascendental”, pero no lo podía admirar por el halo sangrante que le rodeaba. Los telégrafos soviéticos anunciaban: 
“Lenin ya no existe, pero su obra será eterna”.
Un siglo después, sabemos que se equivocaron.


  

HISTORIA
Lenin y la flama de la posesión.

Algunas reflexiones en torno al líder bolchevique en el centenario de su muerte, tomadas del libro "Spinoza en el Parque México".

Por Enrique Krauze
21 enero 2024

¿Cuál fue el vínculo de Kropotkin con Lenin?

De eso me enteré en otra conversación «anarquista». Zaid me prestó un libro sobre un encuentro entre ambos que ocurrió en mayo de 1919. Después del fraternal abrazo entre revolucionarios, Piotr Alekséyevich (así se llamaba en ruso Kropotkin) comenzó a relatar a Vladímir Ilich Lenin las maravillosas experiencias cooperativas que se estaban organizando en Inglaterra, las federaciones que nacían en España, los sindicatos en Francia… hasta que Lenin, exasperado, lo interrumpió. ¿Cómo podía Kropotkin perder su tiempo (y el suyo) en semejantes pequeñeces que en el fondo no eran sino distracciones de la clase obrera en el cumplimiento de su misión histórica?:
Sin la acción revolucionaria de las masas […] todo lo demás es juego de niños, charla inútil […] una lucha abierta y directa, es lo que necesitamos […] una guerra civil generalizada […] se derramará mucha sangre […] Europa, estoy convencido, vivirá horrores más grandes que los nuestros […] todos los otros métodos –incluidos los anarquistas– han sido superados por la historia […] a nadie le interesan.
Prudentemente, Kropotkin lo reconvino: «si los bolcheviques no se intoxicaban con el poder», la revolución estaba en buenas manos, pero era opinión generalizada «que en su partido hay miembros que no son obreros y este elemento está corrompiendo al obrero. Se necesita lo contrario: que el elemento no obrero esté al servicio educativo del obrero». Lenin cambió de tema. Ahí tienes, perfectamente delineadas, las dos actitudes: el bolchevique fanático e historicista, el anarquista social.

*

Lenin ¿era un poseído?

Bueno, Lenin fue muchas cosas. Pero su hermano, el revolucionario Aleksandr Uliánov, que participó en un atentado contra el zar, fue sin duda alguna un poseído. Y Lenin mantuvo viva la flama de esa posesión. Déjame leerte este documento que tomé de una reseña biográfica. Es una instrucción sobre cómo tratar a los kulaks.

1) Cuélguenlos (y asegúrense de que el ahorcamiento se lleva a cabo a la plena vista de la gente), a no menos de cien kulaks conocidos, ricos, chupasangres.

2) Publiquen sus nombres.

3) Confisquen todo su grano.

4) Tomen rehenes. Háganlo de tal modo que a cientos de kilómetros a la redonda la gente pueda ver, temblar, saber, gritar: están estrangulando y estrangularán a muerte a los kulaks chupasangres.

Lenin no quería a Dostoyevski quizá porque sabía que lo había retratado, a él y a todos ellos. Mesiánicos, milenaristas, marxistas, poseídos de una idea absoluta, dueños de la verdad, la historia, el futuro, y el poder para imponerse. Los cerdos se ahogaron en el Evangelio, los poseídos murieron o se suicidaron en la novela, los endemoniados triunfaron en la Revolución rusa, y –como temía Dostoyevski– transmitieron la posesión a la humanidad. Ahí terminó mi viaje al siglo XIX ruso. Pero la posesión sigue. ~

Fragmentos de Spinoza en el Parque México, Tusquets, 2022, p.p. 650, 673-674.

No hay comentarios:

Publicar un comentario