Bibliotecas y mi colección de libros

Lema

Libro de Proverbios, 8 20, de la Biblia. "Yo camino por la senda de la justicia, por los senderos de la equidad."

viernes, 19 de agosto de 2016

324.-SUPRA LIBRO; Biblioteca de Emilia Pardo Bazán; Biblia.-a

SUPRA LIBRO de la “Escuela Latina”


“Un hombre sin pasiones está tan cerca de la estupidez que sólo le falta abrir la boca para caer en ella”.
Seneca (4 a.C-55 d. C)

Antes de comenzar este post quiero comentar  que esta información me la facilitó un compañero, un crack, cuyo blog de bibliofilia recomiendo que visitéis.

No era fácil encontrar esta información, pero él la consiguió y me la facilitó.

El supralibro que  aparece en la cubierta del libro de Séneca está representado por una Υ (ípsilon). Esta es la llamada Υ pitagórica, los dos brazos superiores representan los dos caminos de la vida,  el camino ancho, que representa el camino sin esfuerzo y el estrecho con un ensachamiento en su parte final, que representa el camino de la virtud y del éxito.
Esta letra era el símbolo de la “Escuela Latina”, escuela situada en la ciudad de Delft (Holanda) y que editó el libro de Séneca ya comentado. El símbolo  iba acompañado del siguiente lema:  Per angusta ad augusta (a las alturas por caminos estrechos).
Esta “Escuela latina” fue la primera escuela dedicada al estudio de los autores latinos de Europa.
El edificio donde estuvo situada la escuela, en la actualidad es el archivo, pero conserva sobre la entrada el símbolo y el lema de la antigua escuela.
Este tipo de libros estaban adaptados para la enseñanza, de ahí probablemente su tamaño, la tipografía grande y las notas a pie de página.
Se entregaban como premio a algún estudiante destacado, a quien estaba dedicado  en el Ex Praemio, en el que figuraban el nombre del agonoteta y del alumno premiado.


La biblioteca de autores catalanes de Emilia Pardo Bazán.


El origen y la formación de la biblioteca

De la que debió ser espléndida biblioteca de la condesa de Pardo Bazán, tras diversos avatares de los que no tenemos una información totalmente fiable, se han conservado unos ocho mil volúmenes, tal como atestigua el recientemente publicado Catálogo da Biblioteca de Emilia Pardo Bazán, elaborado por Mercedes Fernández Couto. 
Este importante legado está actualmente custodiado en la Casa-Museo que lleva el nombre de la ilustre escritora y sede de la Real Academia Galega. No obstante, faltan todavía por recuperar un número no determinado de volúmenes que quedaron junto al epistolario y otros documentos personales de la autora en la Granja de Meirás, su casa de veraneo en Sada, La Coruña. Algunos de esos documentos se dan ya por totalmente perdidos porque fueron destruidos cuando la Granja pasó a ser propiedad del general Franco en 1938, y a llamarse desde entonces Pazo de Meirás.
A esta lamentable desaparición de documentos de incalculable valor para los estudiosos de la coruñesa es necesario también añadir otras posibles mermas y extravíos derivados de los cambios de domicilio de doña Emilia, que residió en el número 11 de la calle Tabernas de la Coruña hasta su matrimonio con don José Quiroga cuando contaba 17 años, en Santiago mientras su marido terminaba la carrera de Derecho; en Madrid durante la mayor parte de su vida y en su habitual casa de veraneo a la que ya antes me referí. Todos estos factores sin duda propiciaron cierta dispersión de una parte de su biblioteca, hecho que dificulta conocer con exactitud no solo la cantidad sino qué libros poseía, dato fundamental para trazar su perfil intelectual. 
El escritor, y doña Emilia no es una excepción, se alimenta de su experiencia vital, de la realidad que le rodea y que puede observar y conocer de primera mano, de su imaginación, pero, sobre todo, también de sus lecturas.

La que debió ser en su infancia una buena biblioteca, propia de una familia aristocrática bastante cultivada y con aficiones librescas sobre todo por línea paterna, poco a poco se fue ampliando gracias a la insaciable afición lectora de la joven Emilia Pardo. Lectora voraz desde la infancia, como algunas de sus mejores heroínas de ficción, de todo tipo de libros tanto en la biblioteca de su casa como en la providencialmente alquilada en Sangenjo durante unas vacaciones estivales, en la que también había una espléndida biblioteca que evoca en sus Apuntes autobiográficos:

Alquilamos una vivienda en Sangenjo, gracioso pueblecillo de pesca [...] El dueño nos dejó los muebles, y entre éstos se contaba una biblioteca que me parece estar viendo, repartida en desorden por viejos estantes pintados de azul y picados de polilla. ¡Qué hallazgo! [...] Declareme pues, en sesión permanente en aquel cuartito, hasta cuyas ventanas que caían a la plaza de Sangenjo subía a veces una desvergonzada riña de sardineras, una canturria melancólica de pescadores al halar sus barcas. Cualquiera me arrancaba de allí. ¡Libros, muchos libros, que yo podía revolver, hojear, quitar, poner otra vez en su estante!

(Pardo Bazán 1886: 15)                
Esta lectora precoz y autodidacta se va a convertir con el paso de los años, pese a los prejuicios morales que pesaban sobre la mujer lectora en su época, en la mejor escritora española del siglo XIX. Subrayo el autodidactismo y la libertad con que se enfrenta al acto de leer, porque no hay que olvidar que su formación, como la de tantas otras mujeres de su tiempo, fue al margen de las instituciones académicas superiores que les estaban injustamente vedadas. Sin embargo, Emilia Pardo dio muestras desde muy joven de una personalidad fuerte, decidida y de ahí que lo que le prohibía la sociedad o las costumbres lo buscara ella por sí misma con verdadero entusiasmo y tesón a fin de dar solidez a su vocación intelectual.
 Desde muy joven no solo lee la Biblia y La Ilíada, sino también los clásicos españoles, singularmente El Quijote de Cervantes, verdadero libro de cabecera, el Arcipreste de Hita, Francisco Delicado, Quevedo, etc., y todos aquellos libros clásicos o modernos que caen en sus manos, con los que va ampliando notablemente su bagaje de lecturas y el legado familiar heredado.

En conjunto se puede afirmar que esta magnífica biblioteca, muy poco frecuente en una mujer de finales del siglo XIX, está claramente influenciada por la cultura francesa. Emilia Pardo se había educado durante algún tiempo en un colegio francés de Madrid, próximo a la casa real, y desde niña se había familiarizado con su lengua y ello explica en primer término la gran cantidad de libro francés presente en los anaqueles, incluso en los más elevados y prohibidos, de su biblioteca. 
Autores como Taine, Michelet, Hugo, George Sand, Sue, Champfleury, Balzac, Flaubert, Stendhal, los Goncourt, Daudet, Zola, Dumas, Bourget, Gautier, Prevost, Merimée, Margueritte, Baudelaire, Remy de Gourmont, Loti, Anatole France, etc. están entre las lecturas preferidas de esta coruñesa cosmopolita y curiosa.
Su afición por la cultura francesa se afianzará también con frecuentes viajes durante los inviernos a París, y, en última instancia, la que podríamos llamar una verdadera admiración por la literatura francesa, no suficientemente valorada, se debe a su buen olfato crítico, pues la mayoría de novedades en movimientos filosóficos o literarios, llegaban a España a través de París, «verdadera universidad de los hombres nuevos», como afirmará un entusiasta y jovencísimo Eugenio D’Ors, desde la atalaya privilegiada de su corresponsalía de La Veu de Catalunya en la primavera de 1906 (D’Ors 2008: 23). 
Afirmación de modernidad y cosmopolitismo a la que se le había adelantado unos años antes Emilia Pardo Bazán desde sus crónicas de Al pie de la torre Eiffel (1889).

Pero, además de la manifiesta afición a la cultura francesa, esta biblioteca pone de relieve el extraordinario interés de la condesa de Pardo Bazán por la vida y la cultura catalana del siglo XIX. Cerca de doscientos libros tienen que ver con dicha cultura, con la organización política, la vida social e incluso fabril de Cataluña, tales como La protección y el libre cambio (Barcelona, Sucesores de Ramírez y Cía., 1880), del profesor de Derecho Mercantil Pedro Estas en, una de las obras de referencia económica de su época; El Derecho civil de Barcelona y su término del jurisconsulto miembro del partido conservador y uno de los impulsores de la Renaixença, Juan Maluquer Viladot, editado por la Imprenta de la Renaixença en 1889; Los Dietarios de la Generalidad de Cataluña (Tipografía de La Vanguardia, 1889), del historiador y artífice del regionalismo catalán, redactor de una de las «Bases de Manresa», José Coroleu. 
Dicho libro se enviaba a los suscriptores del mencionado periódico y curiosamente también lo poseía la autora; las Memòries del Institut d’Estudis Catalans del año 1908; las publicaciones del Jochs Florals de Barcelona, o el libro de Pablo Rodón, Teoría del teixit: tractat elemental de lligaments, (Sabadell, Imprenta de Pepe Tuga, 1895), por citar solo unos cuantos ejemplos muy significativos del abanico de manifestaciones comerciales, jurídicas y culturales de la activa sociedad catalana decimonónica, a la vez que evidencian la curiosidad incombustible de la condesa por todo tipo de asuntos.

  


Los libros de autores catalanes de la Renaixença: El romanticismo.

Del minucioso rastreo que he llevado a cabo en el mencionado catálogo se desprende que en la biblioteca pardobazaniana, bien porque se los mandaron dedicados los propios autores con los que mantuvo frecuentes contactos epistolares e intercambio de obras, o bien porque ella misma los adquirió en algún momento de su fecunda trayectoria literaria para el ejercicio de la crítica literaria, están presentes una importantísima nómina de escritores en lengua catalana del último tercio del siglo XIX principios del XX. Los autores y obras abarcan desde los albores de la Renaixença con el romanticismo y la restauración de los Jocs Florals a partir de 1859, con la intención de recuperar la fiesta medieval como modelo para modernos certámenes poéticos, que iban a desempeñar un importante papel en la recuperación de la lengua y la cultura autóctona, hasta el novecentismo. Abundan sobre todo en la biblioteca libros correspondientes al período del realismo-naturalismo y el modernismo.

Correspondientes al primer período, el romanticismo, caracterizado por un gran conservadurismo estético e ideológico, constan en los anaqueles de la biblioteca pardobazaniana prácticamente todos los volúmenes de las obras completas del político y poeta romántico Víctor Balaguer, un buen número de ellos dedicados de su puño y letra. Fue el primer autor catalán con quien trabó amistad epistolar la autora gracias a la reseña que Ventura Ruiz Aguilera hizo de Pascual López. Autobiografía de un estudiante de medicina, publicada en el diario madrileño La Mañana, dirigido entonces por el político catalán. Lo primero que leyó doña Emilia de Víctor Balaguer fueron los poemas de carácter patriótico y político y desde ellos pasó a la oda a La patria de Aribau. 
Fue también un entusiasta Víctor Balaguer el que le dedica sus Tragedias con estas palabras: 
«Dª Emilia Pardo Bazán, la autora distinguida de "Pascual López", su admirado Víctor Balaguer» 
y La Romería del alma (texto catalán y versión castellana) con estas otras también elogiosas:
 «Homenaje a la ilustre escritora, gloria de las patrias letras, Dª Emilia Pardo Bazán» 
y así prácticamente todas. También fue Balaguer, quien, a comienzos de los años ochenta, le facilitará el trato epistolar con Narcís Oller y a partir de ahí el contacto con los mejores escritores y editores catalanes.

Otro representante del romanticismo, el poeta y catedrático de Literatura General de la Universidad de Barcelona Joaquín Rubió y Ors, por el que doña Emilia sentía una gran admiración, y al que pensaba preguntarle cómo debía estudiar la lengua y documentarse sobre los movimientos literarios catalanes, le correspondió dedicándole con mucho afecto prácticamente todas sus obras. En primer lugar la Breve Reseña del Actual Renacimiento de la Lengua y la Literatura catalanas, Memoria escrita para la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. Leída en las sesiones del 3 y 17 de febrero de 1874, en que aparece la siguiente dedicatoria:
 «A la distinguida escritora y admiradora entusiasta de las literaturas regionales Dª Emilia Pardo Bazán. Respetuoso homenaje de El autor».

 También la monografía Ausias March y su época, premiada en los Juegos Florales de Valencia, 1879, Imprenta de la Vda. e Hijos de J. Subirana, 1882, en la que se lee: 
«A la eminente escritora, maestra en la crítica, Dª Emilia Pardo Bazán. Su admirador apasionado, El autor». 
Textos, a los que el autor, que había conseguido el título de «mestre en gai saber», concedía un significado casi programático de la Renaixença. También Rubió envió a doña Emilia las dos ediciones dedicadas de Lo Gayter del Llobregat. Poesías, editado en la Librería de Joseph Rubió, padre del poeta, en 1858, y Lo Gayter del Llobregat. Poesías Catalanas, Edició Políglota, vol. primer, 1839-1841, en la que figura el poema «Enyorament» traducido por la propia doña Emilia, y editado por Jaume Jepus en 1888. Como último botón de muestra del afecto mutuo transcribo la dedicatoria de esta última obra: 
«A la elegante y castiza escritora, crítica distinguida y famosa novelista, Dª Emilia Pardo Bazán, en testimonio de la más alta consideración, respetuoso homenaje de El autor».
 Son las de Rubió, indudablemente las dedicatorias más elogiosas y afectivas para la autora coruñesa.

Otras tantas son las obras de Teodor Llorente enviadas a la condesa que figuran en su biblioteca. En este caso algunas editadas en Valencia en la Imprenta de Domenech: Cant a la patria (1883), Cartas de soldat pro patria (1885) y Nou llibret de versos, amb preàmbul de Marcelino Menéndez Pelayo, 1909. En cambio, en prestigiosas editoriales barcelonesas editó tanto las Poesías triadas, Biblioteca Popular de «L’Avenç» (1906); Valencia con grabados de Juarizti y Mariezcurrena, Daniel Cortezo y Cía. (1887-1889), 2 vols. Y, por último, Versos de juventud: 1854-66, Madrid, Librería de Fernando Fe [1866]. 
Completaba así doña Emilia su visión del fenómeno de la Renaixença no solo en Cataluña sino también en Valencia, pues Llorente a través «de articles i de l’obra poètica mateixa tingué una influència determinant en la fixació de certes característiques de la cultura literària valenciana del vuit-cents: preconizà un concepte arcaïtzant i limitador del paper de la llengua viva en la configuració de la llengua literària, en oposició al valencià vulgar (que Llorente usaria en poemes com "Cartes de soldat" i "Pro patria", amb el fi de fer més assequible el sentit d’uns interessos polítics i idològics)» (Jorba 1985: 187). 
En realidad, Llorente era poco proclive a unificar los objetivos entre la institución de la Renaixença de Cataluña y los objetivos de los escritores valencianos, y desde la óptica catalana se crítica que utilizase el castellano para sus múltiples traducciones de Goethe, Heine, Lamartine y Víctor Hugo.

Y como era lógico en la biblioteca de la coruñesa no podía faltar la obra del que «pels constrastos de la seva vida i per la magnitud de la seva obra» (Molas 1985: 223) es el poeta más representativo de la Renaixença, Mosén Jacint Verdaguer, al que doña Emilia admiraba, compartía su credo religioso y con el que tuvo trato personal en Madrid, cuando, tras levantársele la prohibición de que fue objeto por parte de la jerarquía eclesiástica, la invitó personalmente a la celebración de la misa que le devolvía de nuevo el poder de consagrar. La relación entre Verdaguer y doña Emilia fue siempre muy cordial y a la muerte del poeta ella le dedicó una emotiva necrológica en la revista barcelonesa La Ilustración Artística, que inicia con estas sentidas palabras:
Ha muerto un gran poeta, al morir Jacinto Verdaguer, no un gran poeta épico -lo digo con mi sinceridad acostumbrada-, pero sí un lírico de exquisito sentimiento, de un misticismo natural y sincero, fruto espontáneo del alma, no resultado del acarreo de ideas sugeridas por el crepúsculo que envuelve los espíritus en horas de duda, ansiedad y sequedad.

(Pardo Bazán 1902: 410)

Del poeta de Folgueroles la biblioteca de Pardo Bazán contiene Cançons de Montserrat, Vich, Estampa de Ramon Anglada, «Biblioteca dels Escons de Catalunya», 1880. Idilis. Cants Mistichs, ab un prolech de D. Manuel. Milà y Fontanals, editorial de Jaume Jepus, 1882, con una afectuosa dedicatoria de homenaje, en la que el sacerdote subraya la vertiente religiosa del pensamiento de la autora: 
«A la cristiana y eminente escritora, gloria de Galicia y orgullo de las letras españolas, Dª Emilia Pardo Bazán, su admirador y afmo Jacinto Verdaguer».

Además, en la contraportada del libro, esmeradamente encuadernado en fina piel clara, figura la siguiente leyenda, que haría las delicias de un fetichista:

 «Esta obra ha sido encuadernada con piel de un guante mío. Emilia P. Bazán»

. También Diario de un peregrino a Tierra Santa, traducido al castellano por Constantino Llombart, Valencia, Pascual Aguilar, editor, s/a. [18...?]. Sin embargo, curiosamente de L’Atlàntida, la obra cumbre de Verdaguer, se conserva un ejemplar traducido al francés por Albert Savine, Paris, Librairie Leopold Cert, 1884. También consta Roser de tot l’any. Dietari de Pensaments religiosos, Libreria Católica, 1894.

La literatura costumbrista catalana, que desempeñará un papel decisivo y semejante al del costumbrismo en lengua castellana en la evolución hacia la gran novela realista de la segunda mitad del siglo, también está muy bien representada en la biblioteca pardobazaniana por el autor con el que culmina el género, Emili Vilanova. El autor supo trasladar al cuadro de costumbres, los personajes, usos y formas características de expresión del mundo menestral en vías de extinción ante el nacimiento de la pujante burguesía de la sociedad industrializada. Plorant y rient, colecció de cuadres de costums i estudis, editado por la Imprenta de la Renaixença en 1891, es el libro que el autor envió a la escritora coruñesa con estas respetuosas palabras: 
«A la genial escriptora Sra. Dª Emilia Pardo Bazán: modest record de son entusiasta admirador. Emilio Vilanova. Noviembre 10/91».

Del autor dramático Frederic Soler, que firmaba con el pseudónimo de Serafí Pitarra, se conserva Dotzena de frares. Colecció de qüentos, Ilustrado por m. Moliné, Librería de Antonio López.

De la labor crítica y erudita constan en el catálogo dos obras de otro de sus admirados maestros, el catedrático de Estética e Historia de la Literatura de la Universidad de Barcelona, don Manuel Milà y Fontanals, del que es preciso subrayar su actividad como historiador de la literatura, dedicando una especial atención a la literatura medieval catalana. La biblioteca de la autora coruñesa contiene los Principios de Literatura general y española y De la poesía popular gallega, ambas editadas en Barcelona en 1877. Milà, fundador de una importante escuela de Estudis Universitaris Catalans, tuvo como discípulo a Menéndez Pelayo, que se encargó de editar póstumamente sus obras completas en 1888-96, aunque olvidó una parte de su producción. 
De ahí que en 1908 se recogieron en un volumen sus Obras catalanes y 1959 el profesor Martín de Riquer inició una nueva edición crítica de sus obras más importantes.

La crisis del romanticismo: Autores y libros.

La poesía catalana entre los años 70 y 80 se presenta como un verdadero abanico de formas y sensibilidades diversas, que en el fondo preludian la crisis del romanticismo. De ahí que figuras como Bartrina, Casas i Amigó, Perés, Alcover, Costa i Llobera, Morera i Galicia, «han quedad, per a la historia, com una mena de paréntesis entre el romanticisme de gran volada de Verdaguer i el realisme intimista i visionari de Maragall» (Molas 1985: 460). De muchos de ellos se conservan libros en la biblioteca de la coruñesa. De Bartrina, Algo, ilustrada por José Luis Pellicer y Verso y prosa, ambas en la Imprenta de Antonio López. De Morera i Galicia tres obras: dos ediciones de Poesías, (Lérida, 1895 y Barcelona, 1901) y De mi vida, poesías, Barcelona Ezelvir-ilustrada, 1901. De Miguel Costa y Llobera, sacerdote mallorquín, Líricas, editadas con licencia eclesiástica, en 1899.

En este momento de paréntesis y transición destaca la figura de Francesc Matheu, que además de un buen poeta, a quien la autora de Los Pazos de Ulloa había leído con atención, como se desprende de la correspondencia con Narcís Oller, fue un importante gestor cultural y buen editor durante la Renaixença. Lo primero que leyó doña Emilia de Matheu fue Lo Reliquiari (Morta-Spleen-Primavera), del que, en carta fechada en la Coruña, el 18 de mayo de 1883, comenta elogiosamente al autor de La Papallona:

No quería contestar a V. Hasta haber leído su libro [se refiere a Croquis del natural] y el Relicario de Matheu. Del libro del poeta sólo puedo decir a V. Que me produjo el efecto que suelen producirme los de los poetas verdaderos, es decir que me hizo llorar [...] Los versos esplénicos6 del libro son de lo mejor. ¡Cuanto me alegro de lo poco que entiendo el catalán! ¡Hay tanto español que no podrá, por muy aficionado que sea a la poesía, leer el libro de Matheu!

(Mayoral 1989: 396)
Las últimas palabras del pasaje transcrito son muy significativas porque evidencian el interés de la autora por conocer bien la lengua catalana. Posteriormente Matheu le enviará La copa. Brindis y Cançons, ambas editadas en la Llibrería d’Àlvar Verdaguer, 1882 y 1883 respectivamente. Conviene también recordar que fue Matheu, el impulsor de un Álbum de autógrafos y grabados titulado Charitas. Cataluya-Andalusia, que inexplicablemente quedó inédito, para ayudar a las víctimas del terremoto que asoló varias provincias andaluzas la navidad de 1885 y que entre las celebridades españolas y europeas invitadas a participar figuraba Emilia Pardo.


Novelistas, dramaturgos y críticos del período realista-naturalista.

Un número importante de libros de la biblioteca pardobazaniana pertenecen a autores del momento culminante del desarrollo en Cataluña de la estética realista-naturalista. No es de extrañar, ya que se corresponde también con el momento más fecundo de la carrera literaria de la autora coruñesa, y es lógico que su curiosidad la llevara a leer todo lo que se escribía en otras lenguas y culturas. Conviene también, aunque sea forzosamente a grandes trazos, contextualizar estas corrientes estéticas para demostrar su desarrollo prácticamente sincrónico. 
El término realismo se convierte hacia mediados del siglo XIX en el marbete apropiado para designar toda una serie de manifestaciones literarias que por oposición al romanticismo aspiran a reproducir la realidad de la sociedad contemporánea de la manera más fidedigna posible. Es un período muy activo y fecundo en toda Europa, dominado por el fervor científico y el positivismo filosófico, que parte de los debates en torno a la revista francesa Realisme (1857), el mismo año del proceso a Flaubert por Madame Bovary, retoma las formulaciones de Balzac en el prefacio a la Comedia Humana (1842), pasa por la teoría del «documento humano» de los Goncourt y desemboca en la doctrina de Émile Zola en Le roman experimental (1880). En literatura española, sin olvidar el caldo propicio del costumbrismo, el punto de partida son las «Observaciones sobre la novela contemporánea» (1870) de Galdós, verdadero manifiesto del realismo español. 
Le seguirán a finales de la década de los setenta los debates sobre el realismo-naturalismo en el Ateneo de Madrid, la reseña de La desheredada (1881) y los artículos de La Diana (1882) de Clarín y los artículos sobre el naturalismo de Emilia Pardo Bazán en La Época (1882-1883). El desarrollo prácticamente sincrónico del movimiento realista-naturalista en la literatura española y en la literatura catalana que vengo trazando en este artículo demuestra, quizás más que en ningún otro momento histórico, cómo fue posible un lúcido diálogo intelectual entre los autores de una y otra lengua y conviene subrayarlo para aquilatar debidamente el enriquecimiento mutuo.

Del primer realismo catalán integrado por Josep Pin i Soler, Carles Bosch de la Trinxeria, Dolors Monserdà y el llamadlo grupo de Olot, formado entre otros por Marià Vayreda y Josep Berga, doña Emilia que sepamos solo tuvo conocimiento y leyó al tarraconense Pin y Soler en su vertiente de autor dramático. En su biblioteca figuran las siguientes comedias: Sogra y nora, Tipo-Litografía de Lluís Tasso, 1890, que lleva la siguiente dedicatoria: 
«Ofert a Dª Emilia Pardo Bazán per consideració personal y simpatía artística».

 También tenía ya sin dedicatoria La Viudeta, Establecimiento y llibrería de L’Avenç, 1891 y Regles morals y de bona criansa, dibuixos de J. L. Pellicer, Estampa de Henrich y Cía., 1892, libro al que se refiere con detenimiento en la crónica derivada de su visita a la colonia Güell, donde le sorprendió gratamente que los obreros catalanes poseyeran en sus casas una pequeña biblioteca de temas relacionados con la lengua, la historia, la literatura y el folklore de su tierra. También los Sonets d’uns y altres, Vilanova y la Geltrú, Estampa de Joan Oliva y Milà, 1904 y la traducción francesa de una obra fundamental Les Garriges, París, Movillot, 1906, obra publicada originalmente en catalán en 1887, que formaba parte de una trilogía con dos títulos más Jaume y Níobe. En palabras de un crítico anónimo de L’Avenç la obra presenta «la decadència i total ruïna d’un casal català, d’una familia nombrosa que es va escapçant fins a sa total extinció» (Tayadella 1985: 515).

Del primer y más representativo de los novelistas naturalistas, su amigo y correligionario estético Narcís Oller, con el que habría de mantener abundante correspondencia en los años ochenta sobre diversos aspectos de poética narrativa (Oller 1962: 94, 95, 97, 122-3), doña Emilia poseía todas sus novelas dedicadas, pero lo más importante es que gracias a la correspondencia con el novelista catalán demuestra haberlas leído con sumo interés y haberle servido para reflexionar sobre la poética narrativa. Así de Vilaniu, escribe:

No necesito decir a usted que de la parte descriptiva, puesta yo a decir, sólo diría bellezas, no le encuentro con el Cisne más que coincidencias puramente formales y exteriores; claro está que tratando de pintar una vila, ya sea de Cataluña o de Orense, no hay remedio sino describir (cada cual a su modo) fiestas patronales, bailes de consistorio, etc... pero es tan de usted todo ello, que estoy segura y la experiencia me lo va probando de que nadie se le ocurrirá recordar una novela leyendo la otra.

(Oller 1962: 96)

Del L’Escanyapobres emite también un juicio muy elogioso en el epistolario a Oller a propósito de uno de los dogmas del naturalismo de escuela: el estudio del natural, con el objetivo de revelar con la máxima autenticidad la verdad:

Es un estudio maravilloso, sobrio, enérgico, dramático del modo que pueden ser hoy los dramas, una cosa muy buena. Es demasiado bueno para la mayoría del público, incapaz de gozar en esta lenta revelación de la verdad humana, incapaz de comprender la fuerza y la ironía de la diada de nuvis, de los avaros, el macho y la hembra.

(Oller 1962: 71-72)                
En el epistolario abundan también breves comentarios sobre La bojería y La Febre d’or, concretamente en esta última doña Emilia sostenía certeramente que Oller había superado el listón de novelista regional para convertirse en un gran novelista europeo. Y en cuanto a La Papallona, además de la edición catalana original, tenía la traducción castellana y la francesa prologada por Zola y con dedicatoria de su traductor Albert Savine, enviada por encargo del novelista catalán, sobre cuya traducción escribe desde París (27-enero 1886):

La Papallona ha gustado aquí mucho traducida. Tengo una satisfacción muy verdadera en que ocupe V. el puesto que merece entre los novelistas peninsulares. Españoles habrá que al verla vertida al francés diga: Ahora llegó la mía, ahora si que voy a enterarme de quien es Oller.

(Mayoral 1989: 406)
          

Doña Emilia irónicamente lamenta que haya que traducir a un autor al francés para que se le valore en su propio país. También constan en la biblioteca un ejemplar de Los croquis del natural y el volumen de Cuentos y novelas. Entre todas las dedicatorias amables pero siempre muy discretas y comedidas que acompañan las obras entresacamos la que figura en una de sus mejores novelas, La febre d’or: 
«A la ilustre novelista y nunca olvidada amiga Sra. Pardo Bazán. Narciso Oller», probablemente el «nunca olvidada» hacía referencia a un cierto distanciamiento entre ambos, después de que doña Emilia supiera que Oller había sido el responsable de que Galdós conociera su fugaz affaire amoroso con Lázaro Galdiano en la visita a la Exposición de Barcelona en 1888.

Otro de los autores con una presencia considerable en la biblioteca pardobazaniana es el dramaturgo Àngel Guimerà, buen amigo de la escritora y del que se había ocupado en las reseñas teatrales en el Nuevo Teatro Crítico. Siete son las obras que contiene su biblioteca, las tragedias: La Filla del rey, (1886); Judith de Welp, 2.ª ed. (1889); Rey y monjo, (1890) y La Boja, esta última estrenada al teatre Catalá el 15 de Noviembre de 1890, tal como consta en el preámbulo, todas ellas editadas en la Imprenta «La Renaixença». También le interesaban las traducciones, de ahí, María-Rosa y Tierra baja, traducidos al castellano por José Echegaray (Madrid, Sucesores de Rodríguez y Odriozola, 1894 y 1896 respectivamente) y El Niño judío, (Madrid, 1913, El Libro Popular, 26). Entre las dedicatorias sobresale «A Emilia Pardo Bazán, su admirador más entusiasta. Àngel Guimerà».

Comentario aparte merece la escasa presencia de obras de Josep Yxart en la biblioteca de la escritora coruñesa. En realidad solo he localizado la biografía de Fortuny y una serie de traducciones de literatura europea como los volúmenes correspondientes a los Dramas de Schiller, lujosamente editados en la Biblioteca de Arte y Letras y espléndidamente conservadas. No tengo por el momento una explicación para este hecho insólito, sobre todo teniendo en cuenta no solo la fluida y cordial relación epistolar entre ambos escritores desde 1883 a 1890, sino también el hecho de que doña Emilia le debiera a él precisamente la publicación de su mejor novela, Los Pazos de Ulloa inaugurando la colección de «Novelistas españoles contemporáneos» en la editorial Cortezo. Además, Doña Emilia aceptó la invitación de Yxart a colaborar en la revista Arte y Letras, porque compartía con él el interés en divulgar la evolución de la literatura contemporánea, según testimonio de la carta del 22 de julio de 1883.

Quizá entre los libros todavía por recuperar aparezca alguno de Yxart o quizás se encontraban entre aquellos otros que desgraciadamente fueron pasto de las llamas en el incendio del Pazo de Meirás. Lo que sí es evidente es que doña Emilia conocía y apreciaba las obras del mejor crítico catalán de la Renaixença, concretamente la colección titulada El año pasado publicada desde 1886 a 1890, tal como se desprende de una carta fechada el 10 de febrero de 1886, en la que le felicita efusivamente por el tercer volumen del que textualmente escribe:
 «El libro está escrito con tal soltura, gracia y amenidad, que no parece de un español; y vaciado en tan primoroso molde de estilo castellano, que no parece de un catalán» (Torres 1977: 401).
 También es evidente que doña había leído con atención El arte escénico en España (1894-1896), que comenta en su correspondencia con Oller y que a menudo utiliza como trasfondo a sus juicios sobre obras dramáticas en el Nuevo Teatro Crítico. En este sentido, el epistolario del autor de La Papallona es un buen testimonio, donde menudean los comentarios sobre «ese primo suyo de mis amores» -como le llama en alguna ocasión- o las «Veinte cartas inéditas de Emilia Pardo Bazán a José Yxart (1883-1890)», exhumadas por David Torres en 1977.

 

Autores y libros del modernismo: Prosa, teatro y crítica literaria. Un autor novecentista

El modernismo catalán presenta características peculiares sobre todo porque no afecta únicamente a las letras sino al arte en general. La arquitectura, la escultura, las artes ornamentales, la orfebrería van a alcanzar notable y merecida fama. Doña Emilia conocía bien esas características por sus viajes a Barcelona, por la agudeza con que exploró la exposición de objetos -sobre todo la orfebrería- procedentes de Cataluña en la Exposición Universal de París, pero sobre todo de nuevo por sus lecturas.

Del eminente crítico modernista Ramón Domingo Perés, director entre 1883-1884 de la revista L’Avenç, subtitulada «Lletres, arts y ciències», precisamente cuando la modernización cultural se alía con un naturalismo un tanto sui generis la biblioteca de Pardo Bazán contaba con Cantos modernos, ilustrado por Apel·les Mestres, y editado en Madrid, Fernando Fe, 1888. Sin embargo, los restantes títulos que se conservan están todos editados por el prestigioso Establecimiento y tipografía de L’Avenç, que «fou la editorial en català més important de la seva época, que publicà set revistes pròpies, més de cin-cents llibres diferents y dotze col·leccions editorials, associada a una imprenta caracteritzada pel seu refinat tractament de la tipografia contemporània, i a una prestigiosa libreria» (Pla 1999: 1-2). 
Se trata de Norte y sur: poema cíclico, también con ilustraciones de Apel·les Mestres, 1893. Bocetos ingleses, 1895 y Musgo, (Libro de poemas) 1903, en este último figuraba la siguiente dedicatoria: 
«A la ilustre escritora Dª Emilia Pardo Bazán, en testimonio de alta consideración, el autor».

De Santiago Rusiñol, pintor, escritor y uno de los personajes más carismáticos del modernismo catalán, con el que doña Emilia compartió una inolvidable velada en el Cau Ferrat de Sitges tenía en su biblioteca dos obras de carácter memorialístico, emparentadas con el simbolismo francés y el influjo de la lectura de Baudelaire, Anant pel món Tipografía de L’Avenç, 1896, y Hojas de la vida, Librería Española de Antonio López, (Col. Diamante). Concretamente Anant pel món presenta la peculiaridad de que algunos fragmentos son verdaderos correlatos de cuadros del autor, tal es el caso del titulado El cementiri d’Hix.

También entre los libros de los modernistas catalanes figuran las obras de una novelista, que supongo envió sus libros dedicados a doña Emilia con el respeto que debía inspirarle a una escritora novel y con una vida difícil el prestigio y la fama de una escritora ya consagrada. Un total de seis obras de Víctor Catalá, pseudónimo de Caterina Albert, enviadas y dedicadas a la autora de La Quimera con la que además mantuvo una breve correspondencia. Por su parte doña Emilia se interesó por sus obras. Hecho poco frecuente, pues si bien habló mucho y bien de Concepción Arenal, Gertrudis Gómez de Avellaneda o Fernán Caballero, fue muy parca en juicios públicos sobre otras escritoras de su tiempo, por ello es doblemente importantes la opinión positiva que le merecen las obras de la novelista catalana recogida en el artículo «La nueva generación de novelistas y cuentistas», publicado en marzo de 1904 en la revista modernista Helios:

El sentido de la fatalidad, la percepción de lo trágico en la realidad más humilde, las encontramos en una escritora que empieza a ser conocida y se oculta bajo el pseudónimo masculino de Víctor Catalá. Ignoro su verdadero nombre, pero sus novelas cortas, escritas en catalán, revelan un vigor nada común en observación y expresión.

(Pardo Bazán 1904: 269)
               
Pues bien, de esta mujer escritora, más joven que doña Emilia y que probablemente esperaba de ella mayor grado de solidaridad que de otros colegas, constan en su biblioteca en catalán cuatro narraciones bajo el título de Ombrívoles con la siguiente dedicatoria: 

«A l’ilustre escriptora Dª Emilia Pardo Bazán, de su devotísim. Víctor Catalá», palabras muy semejantes, muy respetuosas y afectivas se repiten en los demás libros, siempre sin firmar con su verdadera identidad de mujer, tal es el caso de la colección de cuentos Dramas rurals, en la Biblioteca Popular de «L’Avenç» (1904). Solitud (1905) y Cayres Vius (1907), colección de dramas y cuentos, en la Biblioteca «Joventut».
 Y en castellano, Vida trágica. Colección de cuentos, traducción y prólogo por Ángel Guerra, pseudónimo del escritor canario José Betancurt Cabrera, Madrid, Biblioteca Patria, s. a., y Soledad, traducción de Francisco Javier Garriga, Ilustraciones de Arcadio Mas y Fontdevila, Montaner y Simón, editores, 1907.

Del dramaturgo, poeta y pintor Adrià Gual, paradigma del llamado «teatre íntim» y encargado por la Mancomunitat de fundar La Escuela de Arte dramático, constan en la biblioteca las siguientes obras: Silenci, drama de món y Llibre d’Hores, Devocions íntimes, Llibreria d’Àlvar Verdaguer, 1899.

De los autores novecentistas solo figura Eugeni d’Ors, que sentía verdadero aprecio por la doña Emilia, a la que consideraba excepcional periodista, su libro La Muerte de Isidro Nonell; seguida de otras arbitrariedades y de la oración a Madona Blanca María; traducción del crítico Enrique Díez Canedo, figura también en la biblioteca de la coruñesa.

 


Libros de Emilia Pardo Bazán editados en Cataluña

Por la cantidad de libros editados en Cataluña por Emilia Pardo Bazán es fácil observar que la autora confió una buena parte de su obra a editores e ilustradores catalanes. Para no repetir títulos que son de todos conocidos remito directamente a los apéndices donde figuran hasta un total de doce obras que la escritora coruñesa publicó en editoriales barcelonesas así como a mi trabajo «Emilia Pardo Bazán y los autores y editores catalanes», que puede ayudar a completar la importancia del libro catalán escrito o no en catalán en la biblioteca de la autora de Los Pazos de Ulloa.
 La obra que le granjearía fama internacional gracias no solo a las cualidades literarias de la novela sino al prefacio con los Apuntes Autobiográficos, escritos por consejo del mejor crítico de la Renaixença, Josep Yxart, con el que inauguró la Biblioteca de novelistas contemporáneos de la prestigiosa editorial Cortezo. Sobre las ilustraciones de sus obras editadas en Cataluña remito al artículo de Ermitas Penas, «Insolación y Morriña, dos novelas ilustradas de Emilia Pardo Bazán».

Conclusiones.

En conclusión, a fin de no convertir este artículo en una sucesión bibliográfica interminable de la que se da cuenta detallada en los apéndices, solo señalaré que la biblioteca guarda también obras de los siguientes autores, Melchor de Palau, Frederic Mistral, Tasso y Serra, Pons y Samper, De Querol y Bofarull, Pi y Molist, Feliu y Codina, Gayetá Vidal, Estelrich, Borí Fontestá o Pompeyo Gener, entre otros. También las obras más importantes del filósofo Jaime Balmes editadas en la Imprenta de A. Brusi. Quiero decir con ello, que en las páginas precedentes he atendido básicamente a las obras de los autores catalanes escritas en catalán representativas de su historia literaria decimonónica, pero esa nómina es ampliable a todos aquellos libros no escritos en catalán pero editados en Barcelona, que conforman el espléndido panorama editorial catalán de los siglos XIX-XX.

Del estudio forzosamente sintético trazado hasta aquí, en primer lugar, se desprende el interés y la curiosidad de la autora coruñesa por el mundo cultural y editorial catalán, por sus autores y sus producciones, que acabó leyendo en su lengua propia cuando no traduciendo ella misma, como en el caso del poema de Rubió i Ors antes citado, probablemente porque doña Emilia compartía las palabras de Valera referidas a la riqueza lingüística de la península:

Yo creo que a la larga, tal vez pronto, si siguen ustedes escribiendo mucho y bien en catalán, se venderán y leerán en catalán por toda España, sin necesidad de traducciones, como sin duda ustedes nos leen en Cataluña, sin traducciones, y como debemos además leer a los portugueses y ser leídos por los portugueses.

Yo me alegro de que haya, no una, sino tres lenguas literarias en la Península; pero creo que un genio o espíritu solo, exclusivo para otra casta y común a las tres familias ibéricas, debe ser superior y estrecho lazo de amistad.


(Carta de don Juan Valera a Narcís Oller, fechada en Bruselas el 10 de marzo de 1887)   

En segundo lugar, conviene también señalar que poseer esa cantidad tan importante de libros escritos en catalán o de autores catalanes, muchos de ellos editados en prestigiosas editoriales, Imprenta de la Renaixença, Llibreria d’Àlvar Verdaguer, Cortezo, con su «Biblioteca Arte y Letras», L’Avenç, Henrich y Cía., Montaner y Simón, Ezelvir ilustrada, Antonio López, etc., así como ilustrados por los mejores dibujantes del momento, Apel·les Mestres, Pellicer, Obiols Delgado, Baixeras, el enigmático Cabrinety, Cuchy, Arcadio Mas y Fontdevila, Isidre Nonell hizo posible que la autora conociera de primera mano una lengua y una cultura por la que llegó a sentir profunda admiración y aprecio. Además, como resulta muy evidente su biblioteca de autores catalanes era fundamentalmente decimonónica y ello le permitió formarse una idea de la literatura catalana y su evolución en los diferentes períodos históricos de la mencionada centuria.

En tercer lugar, a pesar de las escasas simpatías que sentía hacia el regionalismo político no duda en reconocer la superioridad de la Renaixença catalana frente a otras recuperaciones regionales, así como la valía de sus autores más representativos, con los que mantuvo siempre una extraordinaria relación de respeto, amistad, fecundo intercambio cultural y lúcido diálogo sobre las letras peninsulares y europeas, su biblioteca es sin duda el mejor testimonio de ello porque nos permite conocer con precisión cuales fueron sus lecturas.

En cuarto lugar, todas las dedicatorias, que se reproducen en los apéndices, proceden de la minuciosa consulta de su biblioteca y como se verá están siempre dentro de los límites convencionales en estos casos, expresan el homenaje, la amistad, el respeto, el afecto y la admiración hacia la escritora coruñesa.

Quede para otra ocasión y en otras páginas la otra cara de la moneda, es decir, el inventario de los libros de Emilia Pardo Bazán en las bibliotecas de los escritores catalanes que mantuvieron con ella fluido diálogo humano e intelectual, en ello ando trabajando desde hace algún tiempo.

Y, ya en última instancia, podríamos decir con palabras de campaña publicitaria, a las que es tan aficionada esta ciudad, que doña Emilia era una enamorada de Barcelona, en la que, además de la belleza del paisaje de sus alrededores, admiraba la ciudad en sí misma, su energía y capacidad emprendedora, que se manifestaba por igual en sus gremios de artesanos, en su industria editorial y textil y en el cosmopolitismo y europeísmo que animaba su vida cultural y social en el último tercio del siglo XIX y principios del XX, tal como ella misma afirma en la reseña del espléndido libro de Rubén Darío España contemporánea:

El poeta desembarca en Barcelona y le envuelven múltiples y raudas corrientes de opinión de la gran ciudad industrial. Ve a los anarquistas, a los obreros que en las horas de descanso hablan de la R. S., a los autonomistas, los francesistas, los separatistas, pero ve también el trabajo, la cultura, las chimeneas de las fábricas, los progresos admirables de la tipografía, el desarrollo de la voluntad, toda esa fuerza, ese vigor que, dígase lo que se quiera han puesto a Cataluña a la cabeza de España y de las regiones españolas, haciendo de ella nuestra única Europa.

(Pardo Bazán 1901: 181)

  

Itsukushima Shrine.


Introducción del libro «¿Quién escribió la Biblia?»

Por Richard Elliott Friedman 
 23/06/2013
 Cultura

Ya en 1987 apareció en inglés el libro del profesor Richard Elliott Friedman "Who Wrote the Bible", ¿Quién escribió la Biblia?, que con el tiempo y debido a su excelencia ha sido traducido a diversas lenguas. El lector interesado en estos temas encontrará en su introducción del libro citado, ahora traducida, un resumen del estado de la cuestión.

***
La Biblia se lee desde hace casi 2000 años y se la interpreta en sentido literal, figurado o simbólico. Los unos consideran palabra de Dios, revelada o inspirada por Dios, los otros piensan que es obra de hombres. La Biblia es el libro más extendido del mundo. A menudo se cita como otro libro cualquiera (y se cita erróneamente). Y también se traduce como otro libro cualquiera (y se traduce mal). A la Biblia se califica como una gran obra literaria y también como la primera obra de historia. Conforma el núcleo del judaísmo y del cristianismo. Párrocos, sacerdotes y rabinos predican desde la Biblia. Eruditos han dedicado su vida entera a su estudio y la han convertido en objeto de sus cursos y conferencias en universidades y seminarios. La gente la lee, escribe, discute sobre ella y la ama. Muchos viven de acuerdo con ella y mueren por ella. Y seguimos sin saber quién la ha escrito.
Resulta curioso que nadie sepa con seguridad quién es el autor o autora de un libro que juega un papel tan central en nuestra cultura. Respecto a la pregunta sobre quién ha escrito los distintos libros de la Biblia existen algunas tradiciones: los cinco libros de Moisés se atribuyen a Moisés, el libro de las Lamentaciones al profeta Jeremías, la mitad de los Salmos al rey David. ¿Pero cómo saber si estas atribuciones y supuestos tradicionales son realmente así, si realmente fueron escritos por estos personajes a los que se les atribuyen?

Desde hace casi mil años trabajan investigadores en la solución de este galimatías, pero sobre todo en los doscientos últimos años se han conseguido resultados importantes a este respecto. Algunos de estos conocimientos cuestionan ciertas opiniones transmitidas. De todas formas este libro no quiere ser una controversia entre religión y ciencia ni tampoco entre profanidad y religiosidad. Al contrario. La mayoría de los investigadores y estudiosos se han formado en el marco de tradiciones religiosas y están tan familiarizados con la Biblia como aquellos que sólo quieren hacer valer las respuestas tradicionales. Ocurre realmente que una parte importante de los eruditos críticos de la Biblia -quizá la mayoría- han pertenecido y siguen perteneciendo hasta nuestros días a la profesión religiosa. ¿Y por qué se quiere una y otra vez encontrar una respuesta a la cuestión de quién ha escrito la Biblia? Porque esta respuesta tiene consecuencias importantes para el estudio tanto tradicional o transmitido de la Biblia como para el crítico.
De todos modos se trata de la Biblia. Su influjo en la cultura de occidente -y más tarde también en la del oriente- es tan intenso que resulta difícil reconocer su efecto o aceptar su autoridad sin preguntarse de dónde procede, cuándo surgió, quién es el autor…. Si consideramos que la Biblia es una gran obra literaria surge la pregunta, ¿y quién la escribió? Si la tenemos por una fuente histórica, uno se pregunta ¿de quién procede estos informes y relatos? ¿Quién ha reunido y redactado esta colección de narraciones, escritos y leyes diversas en una obra homogénea y uniforme? En la lectura de un libro, da igual si es de literatura o de documentación, aflora siempre hasta un determinado grado la personalidad del autor, ¿ante quién, con quién nos encontramos cuando leemos la Biblia?

Para la mayoría de los lectores de la Biblia el leerla puede significar muchas cosas, dependiendo de si leen el libro de los libros por interés religioso, moral o histórico. Si en la escuela o en la universidad se presenta, se propone o interpreta un libro en general se conoce también algo sobre la vida del autor y ello ayuda a una mejor comprensión del mismo. Prescindiendo de pretenciosas consideraciones teórico-literarias por regla general los lectores se esfuerzan en restablecer conexiones entre la vida del autor y el mundo desarrollado por él. Así por ejemplo en literatura para la mayoría de lectores resulta importante saber que Dostojewski fue un ruso que vivió en el S. XIX y que era un cristiano ortodoxo de ideas revolucionarias originales; que era epiléptico y que la epilepsia juega un papel importante en sus novelas El idiota y Los hermanos Karamasow; o que Dashiell Hammett Detektiv y George Eliot fue una mujer. Con los libros científicos ocurre parecido. La fascinación, que esparcía Sigmund Freud como hombre, parece ser tan ilimitada como el interés por la cuestión de hasta qué punto sus escritos reflejan experiencias personales. O Nietzsche -en la lectura de sus libros resulta importante todo lo biográfico, desde su enajenación mental, pasando por su relación con Lou Andreas Salome hasta su compenetración a veces misteriosa con Dostojewski.

Cuanto más claras y públicas son estas conexiones más llama la atención el hecho de que en la Biblia se carece en parte o totalmente de esta información comparativa. A menudo resulta incomprensible el texto sin estas informaciones. ¿El autor de un determinado texto vivió en el S. VIII o en el V antes de Cristo? Y si el autor utiliza una determinada expresión ¿cómo entenderla, en el sentido que tenía en el S. VIII o el que poseía en el V? ¿El autor fue testigo de los acontecimientos descritos? Y si no lo fue, cómo llega a la exposición de los sucesos? ¿Qué está basado en fuentes escritas, qué en trasmisiones familiares que vienen de lejos o en otro tipo de fuentes, qué en revelaciones divinas y qué en composiciones propias, en poesía o ficción? ¿En qué medida influyen los hechos acaecidos en la época, en la que vivió el autor, en el modo y manera de transmitir la historia? ¿Escribió el autor la obra con la intención clara de estar creando y produciendo un texto sagrado, obligatorio y de rigurosa observancia?

Los cinco libros de Moisés

Aquí se trata de uno de los enigmas más viejos del mundo. Prácticamente desde el toque último, desde la última redacción de la Biblia los investigadores se han puesto manos a la obra. Al principio no se trató de buscar al autor. La cosa comenzó cuando algunos lectores se preguntaron por cuestiones que surgían desde el mismo texto bíblico. Y surgió y se prolongó a lo largo del tiempo y de los siglos una especie de historia detectivesca, donde los investigadores y analistas fueron desescombrando y descubriendo puntos de apoyo.
Se comenzó con preguntas sobre los cinco primeros libros de la Biblia: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio. A estos cinco libros se les denomina Pentateuco (en griego: «cinco rollos escritos») o (en hebreo: «precepto») Thorá; conocidos también como los cinco libros de Moisés, porque en la mayor parte de estos libros Moisés es el personaje capital y según las tradiciones antiguas judías y cristianas fue el mismo Moisés quien los escribió aun cuando en el texto de los cinco libros de Moisés en ningún sitio aparece o se infiere que él fuera el autor. Diríamos más, la aceptación de la autoría única de Moisés conlleva problemas. Los lectores encontraron contradicciones en el texto. Unas veces los textos se describen y relatan en una determinada sucesión temporal y en otro pasaje los mismos hechos se describen y presentan en una sucesión diferente. Unas veces se dice que de una determinada cosa había dos y otras que había catorce. En un pasaje se habla de una acción de los moabitas y más tarde uno se da cuenta de que esa acción la llevaron a cabo los medianitas. En un capítulo Moisés se dirige al tabernáculo antes de que tal tabernáculo se hubiera fabricado.
Los lectores también se dieron cuenta que en los cincos libros de Moisés aparecían cosas que Moisés o no pudo saberlas o no pudo decirlas. ¡Para colmo, el texto habla de la muerte de Moisés! Se dice que Moisés fue el hombre más modesto y humilde de la faz de la tierra; normalmente uno no espera que el hombre más modesto de la tierra se califique a sí mismo como tal.
Al principio fueron rechazados los argumentos de quienes dudaban de la autoría de Moisés. En el S. III d. de Cr. el dogmático cristiano Orígenes defendió con vehemencia la unidad del Pentateuco. De igual manera los rabinos en los siglos posteriores a la redacción de la Biblia hebrea (el Antiguo Testamento) interpretaban las fracturas, rupturas y contradicciones en los textos dentro del encuadre y marco de la transmisión: las contradicciones serían sólo aparentes; serían explicables y entendibles mediante interpretaciones (a menudo poco razonables) o mediante introducción o admisión de detalles narrativos complementarios, que no aparecerían en los textos bíblicos originarios. Los pasajes en los que Moisés se refiere a cosas de las que no podía saber absolutamente nada se aclaraban aludiendo a que Moisés era un profeta y por tanto…. Y este tipo de respuestas (poco razonables) respecto a la transmisión y tradición predominaron y prevalecieron hasta entrada la Edad Media. Los exegetas judíos de la Biblia de la Edad Media, como Rashi en Francia y Nachmánides en España, se dedicaron en gran manera a encontrar aclaraciones y soluciones a las contradicciones.
Pero también en la Edad Media los científicos comenzaron a buscar nuevas respuestas a las viejas preguntas.

Una investigación de 600 años

Al inicio los investigadores aceptaban todavía la tradición según la cual Moisés habría escrito los cinco libros, aunque, pensaban ellos, aquí y allí se habrían añadido algunas líneas al texto original. En el S. XI Isaac ibn Yashush, médico judío en la corte de un monarca en la España mora, indicaba que en Ge. 36 una lista de monarcas edomitas contenía los nombres de reyes, que habrían vivido bastante después de la muerte de Moisés. Ibn Yashush llegaba a la conclusión que esta lista debía provenir de alguien que tuvo que vivir después de Moisés, comentario que le valió el apodo de «Isaac el torpe».
El hombre que le adjetivó así fue Rabbi Abraham ibn Esra, que en el S. XII vivió en España. Ibn Esra añadió también «que se debía quemar su libro (el de Isaac)».Irónicamente ciertos comentarios ambiguos en los escritos de Esra muestran que él mismo no estaba exento de dudas en este campo, aludía a varios pasajes bíblicos que no podían proceder de Moisés mismo: pasajes que hablan de Moisés en tercera persona; pasajes que emplean expresiones que Moisés no podía conocer; pasajes que describen lugares en los que Moisés nunca estuvo y cuyo lenguaje corresponde a una región distinta y a otra época en la que vivió Moisés. Pues bien, a pesar de todo Eabbi ibn Esra no estaba dispuesto a duda abiertamente de la autoría de Moisés de los cinco libros. Él escribió únicamente:
 «Y si tú eres inteligente conocerás la verdad». 
Y en otro lugar escribe en relación a párrafos discutidos y controvertidos:
 «Y quien es inteligente guardará silencio».
En el S. XIV el erudito Bonfils siguió en Damasco la argumentación de ibn Esra, pero no su consejo de cerrar la boca. Sobre los pasajes controvertidos sostiene Bonfils claramente: 
«Y ésta es la prueba de que este versículo de la Torá fue escrito posteriormente y que no fue escrito por Moisés sino por uno de los profetas posteriores».
 Bonfils no negaba el carácter sobrenatural del texto; pero era de la opinión que los párrafos controvertidos habían sido redactados por «un profeta posterior». Él sólo llegó a la conclusión que estos párrafos no podían provenir de Moisés. Hay que decir que en una reimpresión de su obra 350 años más tarde fueron eliminadas todas las alusiones a este respecto.
En el S. XV Tostatus, obispo de Ávila constató asimismo que determinados pasajes, en especial el relato sobre la muerte de Moisés, no pudo haberlo escrito Moisés mismo. Según una tradición antigua el autor de esta narración debió ser Josué, el sucesor de Moisés. Pero en el S. XVI Carlstadt, un contemporáneo de Lutero, demostró que la narración de la muerte de Moisés fue redactado en el mismo «tipo de lenguaje» que el texto anterior. De ahí que quedara en entredicho y muy debilitada la afirmación de que por lo demás Josué u otro a lo sumo habría añadido un par de líneas a un manuscrito procedente de Moisés. Y él se preguntaba también cuál era en realidad la obra de Moisés y cuál la parte añadida por otro.

En una segunda fase de estas averiguaciones los analistas e investigadores pensaron que Moisés habría escrito los cinco libros pero que estos habrían sido posteriormente retocados añadiéndoseles aquí y allá una palabra o un modismo.

En el S. XVI el católico flamenco Andreas van Maes y los dos jesuitas, Benedicto Pereira y Jacques Bonfrère, determinan y establecen un texto, que procede también de Moisés pero que más tarde otros autores lo amplían. Van Maes creía que un redactor posterior habría añadido determinados giros literarios y algunos nombres de lugares en su modo de escribir actual. La Iglesia católica colocó el libro de Andreas van Maes en el índice de los libros prohibidos.
En un tercer estadio o fase de investigación los analistas llegan a la conclusión que Moisés no habría escrito la mayor parte del Pentateuco. El primero que se manifestó de esta manera fue el filósofo inglés Thomas Hobbes en el S. XVII. Hobbes reunió numerosos hechos y afirmaciones de los cinco libros incompatibles con una autoría de Moisés. Por ejemplo se dice en algunos pasajes que una determinada disposición ejerce su efecto «hasta el día de hoy». Con este modismo «hasta el día de hoy» no se describe una situación del aquí y ahora. Es más bien una muletilla que habría utilizado un autor posterior para describir algo que proviniendo del pasado dura en el presente.
Cuatro años después acentuaba también el calvinista francés Isaac de la Peyrère que Moisés no pudo ser el autor de los cinco primeros libros de la Biblia. También a él le habían llamado la atención discrepancias a lo largo del texto, por ejemplo la formulación «al otro lado del Jordán» en el primer verso del Deuteronomio. Este verso comienza: 
«Éstas son las palabras que dirigió Moisés a todo Israel al otro lado del Jordán…». 
El problema en el uso de este giro «al otro lado del Jordán» está en que el giro hace referencia a alguien que se halla en la otra parte del río Jordán y no en la parte del que escribe. De ahí que el versículo parece transmitir las palabras de alguien en Israel que se encuentra en la parte occidental del Jordán y que hace referencia a lo que Moisés ha hecho en la parte oriental del Jordán. El mismo Moisés jamás en la vida debió estar nunca en Israel. El libro de la Peyrère fue quemado y excomulgado. El autor del mismo encarcelado y se le puso en la tesitura de pasarse al catolicismo y abjurar de sus opiniones, sólo así podría conseguir la liberación. Cosa que también lo hizo.

Por la misma época el filósofo Baruch Spinoza publicó en Holanda un análisis crítico y armonioso del texto demostrando que en los pasajes controvertidos no se trataba de unos pocos casos aislados, que cada uno pudiera resolver a su antojo, sino que más bien era algo presente a lo largo de los cinco libros de Moisés. Allí había narraciones y relatos sobre Moisés en tercera persona, afirmaciones que probablemente Moisés jamás las haría (por ejemplo, «el hombre más modesto de la tierra»), el relato de la muerte de Moisés, el giro «hasta el día de hoy», la calificación de datos geográficos con nombres que sólo surgen tras la muerte de Moisés, la mención de hechos que sólo ocurren tras la vida de Moisés (por ejemplo la lista de los reyes edomitas), así como diversas contradicciones y pasajes problemáticos en el texto, que ya llamaron la atención de anteriores investigadores. Remarcó también que en Deuteronomio 34, 10 se dice:
 «No ha vuelto a surgir en Israel un profeta como Moisés…» 
Estas palabras, comenta Spinoza, suenan como si vinieran de alguien que hubiera vivido bastante después de Moisés y tuviera la oportunidad de haber conocido también a otros profetas. Sólo así cabe una comparación semejante. Spinoza escribió: 
«Es clarísimo que el Pentateuco no fue escrito por Moisés sino por alguien que vivió mucho después de él».
 Spinoza fue excluido del judaísmo y su obra fue condenada también por católicos y protestantes. Su libro fue colocado en el índice de libros prohibidos y en el plazo de seis años se promulgaron 36 edictos en contra y contra él mismo se interpuso una denuncia.
Poco tiempo después el sacerdote católico Richard Simon, un protestante controvertido, presentó en Francia una obra, pensada en realidad como una crítica a Spinoza. Según Simón el núcleo del Pentateuco (es decir las leyes) eran mosaicas, pero se dan algunos añadidos colocados por quienes habrían reunido, elaborado y compilado los textos antiguos. Y estos recopiladores, según Simon, serían profetas, dirigidos por el espíritu santo. Con ello y en su opinión quedaría a salvo la sacralizad del texto bíblico. Pero por lo visto sus contemporáneos no estaban maduros para una escritura según la cual una parte de los cinco libros no debían proceder de Moisés. Clérigos católicos atacaron a Simon y fue desposeído de su cargo. Sus libros acabaron en el índice de libros prohibidos. Del lado protestante hubo 40 réplicas a su obra. De los 1300 ejemplares de su libro impresos todos menos seis fueron quemados. Uno de ellos apareció traducido al inglés por John Hampden, si bien posteriormente Hampden se retractó. 
De ahí que escriba Edward Gray en su informe moderado: Hampden «reprobó las ideas que había compartido con Simón en 1688, probablemente poco antes de su liberación de la Tower».

Las fuentes

La hipótesis de Simón de que los autores de la Biblia habrían recopilado su texto de fuentes antiguas existentes fue un paso importante en la contestación a la pregunta de quién escribió la Biblia. Todo historiador serio sabe lo importante que son las fuentes para la descripción de los hechos. La hipótesis de que los cinco libros de Moisés se basan en una composición de distintas fuentes antiguas de procedencia diversa era de gran importancia porque preparaba el camino para el manejo de una nueva prueba, que en el siglo siguiente fue completada por tres investigadores: lo que se ha llamado el doblete (duplicado).
Se habla de un doblete cuando la misma historia se cuenta dos veces. En la traducción misma llama la atención que determinados episodios de la Biblia aparezcan en dos pasajes distintos con particularidades discrepantes: La creación del mundo; la alianza entre Dios y Abraham; la imposición del nombre de Isaac, el hijo de Abraham; el episodio en el que Abraham califica a su mujer Sara frente a un rey extranjero como su hermana; el viaje del hijo de Isaac, Jacob, a Mesopotamia; la historia de la escalera del cielo; la historia de cómo Dios impuso a Jacob el nombre de Israel y cómo Moisés golpeó agua de la roca…, de todo esto y otros pasajes más hay dos versiones.
Los defensores de la fe transmitida sobre la autoría de Moisés argumentan que los dobletes siempre se complementan y no repiten, y que no se contradicen sino que con las contradicciones «aparentes» debían ser para nosotros una lección. Además se descubrió otro punto de apoyo que socavaba esta refutación tradicional. Los investigadores descubrieron que en la mayoría de los casos en una de las dos versiones se designaba a la divinidad de un doblete de la narración con el santo nombre de Jahvé (antes erróneamente traducido por Jehová) mientras que en la segunda versión a la divinidad se la denomina sencillamente Dios. Por tanto los dobletes se pueden dividir en dos grupos de versiones paralelas. Cada grupo mostraba una consecuencia casi general en la utilización y empleo del nombre de Dios. Además los investigadores constataron que la distinción no solo abarcaba el empleo de la designación divina, sino que además hallaron otras expresiones y características que en un grupo y en el otro se daban de manera constante. Todo ello parecía apoyar la hipótesis de que alguien había tomado dos fuentes documentales antiguas y diferentes, las había descompuesto y luego entretejido e hilvanado entre sí en los cinco libros de Moisés de una forma narrativa ininterrumpida.

Y con ello entrábamos en una nueva fase de investigación, en desenredar la madeja, en desenmarañar las cuerdas e hilos de las dos fuentes documentales. En el S. XVIII tres investigadores llegaron a parecidas conclusiones persiguiendo estas reflexiones y de manera independiente: un eclesiástico alemán (H. B. Witter), un médico francés (Jean Astruc) y un profesor universitario alemán (J.G. Eichhorn).
Al inició se admitió que una de las dos versiones de las historias del Génesis sería un texto antiguo, que Moisés habría utilizado como fuente y que la otra versión de las historias la habría redactado Moisés mismo, que transmitía las cosas con palabras propias. Más tarde se pensó que las dos versiones de las historias serían antiguas fuentes documentales que Moisés habría utilizado en su trabajo. Finalmente se llegó a la conclusión que ambas fuentes tenían que proceder de autores que vivieron después de Moisés. Con cada paso de este proceso la autoria de Moisés se fue comprimiendo, limitando, convirtiéndose en más improbable.
A inicios del S. XIX se expandió la hipótesis de las dos fuentes. Los eruditos descubrieron argumentos y pruebas que nos hablaban no sólo de dos grandes fuentes documentales en el Pentateuco sino de cuatro. Dos científicos demostraron que en los primeros cuatro libros de la Biblia no sólo había dobletes sino incluso varios tripletes. Ello casaba con otras pruebas sobre las características de lenguaje y contenido y se afianzó la convicción de que se había descubierto otra fuente en el Pentateuco. Un joven erudito alemán, W.M.L. de Wette, en su tesis doctoral apuntó que el último de los cinco libros de Moisés, el Deuteronomio, se diferenciaba de los otros cuatro libros desde el punto de vista del lenguaje de una manera asombrosa. En este libro no aparecía existente ninguna de las otras tres fuentes documentales antiguas. De Wette manifestaba la suposición que el Deuteronomio constituiría una cuarta fuente independiente.
Por tanto es de agradecer a la labor de tantos que en parte con gran sacrificio personal nos hayan clarificado el misterio del origen de la Biblia y pudiera crearse una hipótesis de trabajo. Éste fue un grandioso paso en la historia de la Biblia. Ahora los científicos podían abrir el primer libro de Moisés, el Génesis, y en una y la misma página reconocer la letra de incluso tres autores. Y asimismo la mano del redactor, de aquel que descompuso y desarmó las fuentes documentales para unirlas en una única narración. Por tanto intervinieron hasta cuatro personas distintas, cuatro que habrían escrito en una misma página de la Biblia. Los eruditos ahora podían reconocer que estaban ante un puzle y podían profundizar e indagar en la peculiaridad de este puzle. Pero seguían sin saber todavía quiénes fueron los autores de los cuatro textos base antiguos, cuándo vivieron y por qué los escribieron. Y tampoco tenían idea alguna sobre quién fue el redactor que reunió los textos individuales y por qué lo hizo de ese modo tan complicado.

La hipótesis                                                                    

En resumen, el puzle se mostraba de la manera siguiente:

Había pruebas de que los cinco libros de Moisés habían sido juntados de cuatro fuentes documentales diferentes en una historia continua, ininterrumpida.

Por razones de trabajo técnico a estos cuatro documentos se les designó con letras. El documento que iba unido al santo nombre de Jahvé/Jehová se le denomino J. Al documento que calificaba a la divinidad como Dios (en hebreo Elohim), recibió la denominación E. El tercer documento, que con diferencia es el más largo y que sobre todo contiene leyes y que trata asuntos que afectan a sacerdotes se le denominó con la letra P. Y a la fuente que sólo se halló en el libro Deuteronomio se la denominó D.

La pregunta ahora fue cómo se podía aclarar la historia de estos cuatro documentos: quién había escrito los textos; por qué se habían redactado estas cuatro versiones diferentes de la historia; qué relación existía entre ellas; sobre si cada uno de los autores conocía la existencia de los demás textos; cómo se consiguieron y se unieron y otras muchas preguntas más.
Como primer paso se intentó determinar la sucesión relativa en la que surgieron los textos. Se quería determinar si cada versión reflejaba una fase determinada del desarrollo religioso del Israel bíblico. Este punto de partida muestra lo muy influida que se encontraba la Alemania del S. XIX por el pensamiento hegeliano de un desarrollo progresivo de la cultura en la historia. Dos figuras destacaron en el siglo XIX. Abordaron el problema de manera muy diferente, pero llegaron a resultados complementarios entre sí. El uno, Karl Heinrich Graf, partiendo de relaciones y dependencias determinó la sucesión cronológica de los diversos textos bíblicos. El otro investigador, Wilhelm Vatke, profundizó en la historia de la evolución de la antigua religión judía; buscó e indagó referencias y datos sobre si un pasaje determinado correspondía a una fase anterior o posterior de la evolución religiosa.

La conclusión de Graf fue que los documentos J y E presentaban las versiones más antiguas de las narraciones bíblicas, puesto que desatendían y no prestaban atención (al igual que otros escritos bíblicos antiguos)a cosas que sí consideraban y tenían en cuenta los demás documentos. D era posterior a J y a E porque contiene anotaciones de hechos de una época histórica posterior. Y P, la versión sacerdotal era la más tardía de todas, ya que hacía referencia a diversas cosas que en las partes más antiguas de la Biblia, como por ejemplo en los libros de los profetas, eran desconocidas.
Vatke por su parte concluyó que J y E hacían referencia a una fase de desarrollo muy antiguo de la religión judía, a una época en la que la religión era fundamentalmente una religión de la naturaleza y de la fertilidad. D, según Vatke, representaba un estadio medio del desarrollo religioso, la inclinación hacia una fe espiritual-ética, en otras palabras, la época de los grandes profetas de Israel. Y a P la catalogó como el documento del estadio más temprano de la religión judía, posterior a los demás, de la religión de los sacerdotes, que es dirigido por una clase sacerdotal, que se basaba en el sacrificio, en el ritual y en la ley.
El punto de partida de Vatke: reconstruir el desarrollo de la religión judía, y el de Graf: reconstruir el desarrollo de las fuentes del Pentateuco apuntan en la misma y condujeron a la misma conclusión: la mayoría de las leyes y una gran parte de los relatos del Pentateuco no procedían ni de la época de Moisés -y mucho menos manuscritos del mismo Moisés- ni tampoco provenían de la época de los reyes y profetas de Israel, sino que más bien habían sido escritos por alguien que vivió a finales de la era bíblica.

Esta opinión topo con múltiples reacciones, que provenían tanto de eruditos conservadores como de liberales. Al mismo de Wette, que había descubierto la fuente D, no acababa de gustarle la idea de que una parte tan grande de las leyes hubiera que datarlas tan tarde. Bajo estas condiciones y presupuestos el inicio de la historia hebraica, pensaba él, no se fundamentaría en las grandes creaciones de Moisés sino en una nada incomprensible. Y los eruditos conservadores explicaban que según esta interpretación daba la impresión de que el Israel bíblico no habría estado gobernado y regido en los primeros 600 años de su existencia por la ley. A pesar de todo las teorías de Graf y Vatke se impusieron a lo largo de todo un siglo, sobre todo merced al trabajo de un hombre, de Wellhausen.
En la historia de la averiguación de los autores de la Biblia así como también de la ciencia bíblica en general Julius Wellhausen (1844-1918) ocupa un lugar destacado. Resulta difícil calificar a una única persona como «fundador», «padre» o «el primero» en este ramo porque son muchos los que han aportado y contribuido en el camino hacia el desenmarañamiento de la madeja. En el campo de la ciencia bíblica este título honorífico se les concede alternativamente a Hobbes, Spinoza, Simon, Astruc, Eichhorn, Graf o Wellhausen. El mismo Wellhausen nombra a de Wette. Pero lo cierto es que Wellhausen en el marco de nuestra temática ocupa un puesto destacado. Su aportación a la historia bíblica no es tanto inicio cuanto broche de oro y momento culminante de muchos pasos, parte de lo que tuvo que decir Wellhausen provenía de investigaciones de sus antecesores; el mérito de Wellhausen es reunir en una síntesis clara y ordenada todas estas investigaciones, a las que contribuyó en una parte considerable con su propia investigación y demostración.

Wellhausen asumió la visión de Vatke del desarrollo trigradual, trifásico, de la religión judía y el punto de vista de Graf, es decir que los textos habrían sido escritos en tres épocas distintas. Y aunó estas dos tesis entre sí. Analizó las narraciones y las leyes bíblicas que aparecían en J y E y argumentó que ellas transmitían la vida en el peldaño, en el grado, en la fase religiosa de la naturaleza y la fertilidad. Defendía la idea de que las narraciones y leyes del Deuteronomio (D) describían la vida de la fase o escala ético-espiritual y que P correspondía a la fase de los sacerdotes y las leyes. Rastreo con minuciosidad las características de cada fase y época en los respectivos pasajes. Examinó cómo estos pasajes reflejaban aspectos de la religión fundamentales y diferentes: el carácter del clero, las formas del sacrificio, los lugares de la adoración, las fiestas religiosas…. Se apoyó en sus investigaciones sobre los textos leguleyos al igual que sobre las partes narrativas de los cinco libros del Pentateuco y también sobre otros libros históricos y proféticos. Su exposición resultaba sensata, comprensible y tuvo un grandísimo influjo. Su trabajo resultaba tan convincente sobre todo porque superaba la división y clasificación simple de las fuentes según los criterios al uso (de dobletes, contradicciones etc); insertaba y encajaba las fuentes documentales en la historia. 
La historia ofrecía un marco creíble dentro del cual podía llevarse a cabo el desarrollo, con lo que el modelo Wellhausen daba una primera respuesta a la pregunta de por qué había distintas fuentes. Y porque los análisis literarios e históricos habían sido unidos, encajados, insertados entre sí por primera vez con éxito, ahora fue también cuando por primera vez se reconoció realmente este campo de investigación. A este modelo de la combinación de las fuentes documentales se le conoce como «hipótesis documental o documentaria» (Urkundenhypothese), que desde entonces domina la especialidad. Hoy todavía ocurre así: Si se es de otra opinión se contradice a Wellhausen. Y si se quiere presentar un modelo nuevo necesariamente hay que confrontarlo con el de Wellhausen.

La situación actual

La oposición y resistencia religiosa a las nuevas investigaciones perduró a lo largo del S. XIX. El que la hipótesis documental se conociera en los países de habla inglesa se debe en gran parte al trabajo llevado a cabo por William Robertson Smith, un profesor del Antiguo Testamento en la universidad de la Iglesia Libre de Escocia en Aberdeen y editor de la Enciclopedia Británica. Él escribió un artículo en la Enciclopedia y también en ella publicó artículos de Wellhausen. Tuvo que responder ante un tribunal eclesiástico y aunque salió absuelto de la acusación de herejía perdió su cátedra. Asimismo el obispo anglicano John Colenso publicó en el S. XIX en Sudáfrica tesis parecidas contra las que en un periodo de 20 años aparecieron 300 réplicas. A Colenso se le denominó «el obispo ateo».
En el S. XX comenzó a cambiar la situación. Durante muchos siglos se dio en la Iglesia católica una oposición considerable contra esta investigación, la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII en 1943 constituyó un punto de inflexión importante, se la ha denominado la «carta magna del progreso bíblico». 
El papa en ella animaba a los analistas y exegetas a que investigasen sobre los autores de la Biblia, ya que estos autores habrían sido el «instrumento vivo e inteligente del Espíritu Santo…». 
Y concluía:
«Por tanto el exegeta bíblico debe con cuidado y sin desatender la luz que proyecta la investigación moderna aspirar a transmitir el carácter y las circunstancias vitales del autor sagrado, la época en la que vivió, las fuentes escritas u orales que dispuso y las formas de expresión que utilizó».

A la estela de esta exhortación papal en 1968 comenzaba el católico Jerome Biblical Commentary con la explicación siguiente del editor:

«No es ningún misterio que en los últimos 20 años en la ciencia bíblica católica se ha operado algo así como una revolución, una revolución que ha sido sancionada expresamente por la Iglesia puesto que su Carta Magna fue la encíclica Divino Afflante Spiritu del papa Pío XII. Los principios de la ciencia literaria e histórica, que durante tanto tiempo se han visto con desconfianza y recelo, por fin son reconocidos y utilizados por exegetas católicos. Los resultados son múltiples: un interés nuevo y básico por la Biblia en toda la Iglesia; una mayor aportación de la investigación de la Biblia a la teología moderna; un esfuerzo y comprensión común entre eruditos católicos y no católicos».

También entre los protestantes ha aminorado la resistencia contra la investigación crítica de la Biblia. La Biblia hoy se estudia e imparte por especialistas críticos en instituciones protestantes dirigentes de Europa, incluidas las de Gran Bretaña. También en Estados Unidos enseñan eruditos críticos en grandes centros protestantes como en la Harvard Theological Seminary, en la Union Theological Seminary y en muchos otros. El análisis crítico de los textos bíblicos y de sus autores está también reconocido por centros docentes judíos importantes, sobre todo por el Hebrew Ynión College, la escuela reformada rabínica, y por el Jewish Theological Seminary, la escuela conservadora rabínica. También se enseña la Biblia en las grandes universidades del mundo.
Todavía hace una generación había en círculos eruditos cristianos ortodoxos y judíos que rechazaban la hipótesis documental, hoy apenas existe un científico bíblico activo en el mundo que sostenga que los cinco libros de Moisés fueron escritos por Moisés o por alguna otra persona individual. Los eruditos siguen sin estar de acuerdo cuántos autores distintos habrían participado en este o aquel libro, siguen discutiendo cuándo fueron redactados los diferentes documentos o si un determinado versículo hay que adjuntar a éste o a aquel documento. Manifiestan más o menos contento o descontento sobre la utilidad de la hipótesis para la investigación literaria o histórica, pero la hipótesis sigue siendo siempre el punto de partida de su trabajo; ningún investigador serio se puede permitir el lujo de no estudiarla y por ahora ninguna otra interpretación del material probatorio la ha cuestionado.

El análisis crítico de la autoría se ha extendido también más allá de los cinco libros de Moisés y hoy abarca y escudriña cada uno de los libros de la Biblia, por ejemplo el libro de Isaías, que según la tradición se ha atribuido a Isaías y que vivió en el S. VIII a. de Cr. La primera mitad de este libro corresponde en su mayor parte a esta tradición, pero los capítulos 40 al 66 de este libro de Isaías parecen provenir de otro que vivió unos 200 años más tarde. El mismo libro de Abdías, que tan sólo tiene una página, se considera una compilación de textos de dos autores.
En nuestros días se ha conseguido cosas importantes mediante nuevas ayudas y nuevos procedimientos, mediante métodos de análisis lingüísticos que han sido desarrollados sobre todo en los últimos 15 años (se recuerda que este libro fue escrito en 1987) y que han posibilitado establecer una cronología relativa de las partes bíblicas y valorar y describir lingüísticamente las características del hebreo bíblico.
Con otras palabras, desde el punto de vista del lenguaje, tal y como se emplea en la mayor parte de los cinco libros, Moisés estaba tan lejos de él como Shakespeare del inglés usual moderno. También desde los tiempos de Wellhausen se ha llevado a cabo una revolución arqueológica cuyos conocimientos más importantes hoy en día hay que tenerlos muy en cuenta en la búsqueda de los autores de la Biblia. Luego, en otra parte de este libro, incidiré con más precisión en los descubrimientos arqueológicos más importantes.

A pesar de todos estos grandes avances tenemos que decir que en suma todavía el puzle sigue sin ser resuelto, al menos sin ser resuelto del todo, y al no aparecer la solución accesible impide que en nuestro trabajo se haga toda una serie de preguntas sobre la Biblia. Mi experiencia constituye un ejemplo de lo que digo. Cuando yo en la época universitaria entré en contacto con la ciencia bíblica en este campo personalmente no le di gran importancia porque mi interés se centraba en lo que decía el texto y la importancia de él en nuestros días, pero en modo alguno sobre la cuestión de quién lo había escrito. Cuando posteriormente me fui enfrascando más y más en el estudio de los textos tuve que constatar que siempre, una vez y otra, topaba con este problema, daba igual la cuestión que abordara.
Si me ocupaba de una cuestión literaria quería saber por qué el texto transmitía la historia así y no de otra manera; tomemos como ejemplo el relato del becerro de oro. En el libro segundo de Moisés Dios anuncia a los israelitas los diez mandamientos desde el cielo sobre el monte Sinaí. Luego Moisés asciende sólo el monte y recibe los mandamientos cincelados en piedra. Al retrasarse el regreso de Moisés el pueblo fabrica un becerro de oro y le hace ofrendas. Su líder, el hombre que ha fabricado el becerro de oro, es Aarón, el representante de Moisés. Cuando regresa Moisés y ve el becerro arroja de rabia las tablas y se rompen. Destruye el becerro y pregunta a Aarón:
 «Qué te ha hecho este pueblo para que lo cargues con tan grande culpa?» 
Aarón responde que el pueblo le ha exigido construir dioses de modo que él arroja su oro al fuego «y con ese material construye el becerro».

Y surge la pregunta sobre qué le mueve a alguien a escribir esta historia. ¿Qué ocurrió en el mundo del autor que le movió a contar una historia en la que su propio pueblo adora a ídolos tan sólo 40 días después de que hayan oído hablar a Dios desde el cielo? ¿Por qué construyen y labran un becerro de oro y no por ejemplo una oveja de bronce, una culebra de plata u otra cosa? ¿Por qué según la tradición Aaron, el primer sumo sacerdote de Israel, se va a convertir en el incitador de los adoradores de ídolos? ¿Realmente sucedió así y el autor contó la historia tal como la conocía o hubo en el mundo del autor otros acontecimientos y crisis, que le influyeron al escribir la historia?
Me debatí con un cuestionamiento ético, quería saber por qué en un texto se dice: compórtate así y no de otra manera; aparece, por ejemplo, en las leyes de guerra del Deuteronomio de las que se derivan importantes consecuencias morales. Una ley excluye a uno, que tiene miedo, de la obligación del servicio militar, otra prohíbe la violación de una mujer presa; a las mujeres de los vencidos se dice hay que darles tiempo para que lloren a sus familiares caídos, luego se puede tomárselas como esposas de lo contrario hay que dejarlas libres. Aquí me parece importante entender la razón del origen de semejantes leyes. ¿Cómo se llegó a que en el código de comportamiento bíblico se recogieran tales tipos de actuación y prohibiciones de ese tipo? ¿Qué pasó en el mundo bíblico para que se inventaran tales leyes y fueran admitidas por el pueblo?

Si se tratara de un cuestionamiento teológico quisiera saber por qué el texto describía así a la divinidad y no de otra manera; por ejemplo la Biblia muestra a menudo a Dios zarandeado y arrastrado por la justicia y la misericordia divina. A través de la Biblia se percibe una tensión entre las fuerzas que dicen ¡castiga! y otras que dicen ¡perdona! ¿Qué hechos y qué concepciones diferentes del ser divino pudieron influir en las diferentes épocas y en los diferentes lugares del mundo bíblico para que se diera este concepto vigoroso y sorprendente en la relación entre Dios y el hombre?
Todavía resultaban más difíciles los cuestionamientos históricos. Quien se interesa por la historicidad de los relatos bíblicos tiene que averiguar cuándo ha vivido el autor, si el autor fue testigo ocular de lo narrado por él, caso de no serlo debe indagar sobre las fuentes que dispuso, de si el autor era sacerdote o laico, hombre o mujer, si pertenecía a la corte o era una persona normal, quiénes eran sus amigos y quiénes sus enemigos etc.

En la universidad de Harvard mi maestro fue el profesor Frank Moore Cross. Yo me encontraba en mi segundo curso académico cuando el profesor Cross en un seminario sobre lenguas y cultura del Próximo Oriente se remitió lingüísticamente a otro seminario en el que él mismo bastantes años antes había participado. En este seminario primero los participantes decidieron trabajar el texto del Pentateuco desde el inició, sin partir de la validez de la hipótesis documental ni de hipótesis de nadie para mediante un estudio razonable y sin prejuicios del texto ver a qué resultados nos llevaban las pruebas y argumentos. El mismo día, algo después, estaba yo apalabrado con el profesor Cross para una conversación sobre estudios en la que le pedí poder realizar bajo su dirección un trabajo. Y exactamente me propuso llevar a cabo lo que hacía años había hecho su seminario, y así comencé yo a analizar y a confrontarme con el problema omnipresente del origen del texto bíblico. Comenzamos desde el inicio, trabajamos el texto del Pentateuco sin aferrarnos a la autenticidad de la hipótesis documental pero, eso sí, valoramos y sopesamos el material de prueba paso a paso. Desde ese momento no pude ya dejar de lado esa cuestión. Me atrapó totalmente.
Espero que con mis aportaciones en este libro yo pueda impulsar y adelantar la solución. Grosso modo defiendo el modelo que en los doscientos últimos años se ha ido conformando como consenso entre los entendidos. Yo presentaré nuevas pruebas, que, como creo, fortificarán y consolidarán este modelo. Donde me distancio y difiero de anteriores eruditos, a veces también de mis maestros, lo diré claramente y presentaré el material de prueba. En este libro nuevo es sobre todo lo siguiente:

a.- Yo creo poder decir algo más preciso sobre los autores de la Biblia: cuándo vivieron, dónde vivieron, a qué grupo social pertenecían, qué relaciones tenían con las personalidades importantes y con los hechos de su tiempo, quiénes fueron sus amigos y quiénes sus enemigos y qué objetivos políticos y religiosos perseguían con su obra, con sus escritos.

b.- Yo creo poder iluminar con mayor nitidez las relaciones de los diversos autores entre sí. ¿Conocía el uno o el otro los escritos de los demás? Aparentemente éste fue el caso. Y esto influyó de manera inesperada en la configuración definitiva de la Biblia.

c.- Yo creo poder alumbrar mejor la sucesión de hechos, que condujeron a que todos los documentos se unieran en una única obra. Esto también debía ayudarnos a entender de qué manera esta obra pudo ser reconocida finalmente como la Biblia.

d.- Creo yo poder contradecir, por lo menos en un caso, la opinión reinante sobre uno de los autores de la Biblia, y también datar cuándo vivió y por qué escribió lo que escribió.

e.- Por lo que respecta a las historias bíblicas creo yo poder mostrar por qué cada historia fue escrita en la forma en la que ha llegado hasta nosotros y su relación respecto a la historia de la época en la que fue escrita. Naturalmente resulta imposible analizar con detalle en este libro todos los libros de la Biblia. Yo me adentraré en aquellos 11 libros en los que se narra el núcleo de la historia y del que se deriva la Biblia restante, de los demás tan sólo haré alguna referencia. Y discutiré los efectos de estos conocimientos sobre la Biblia en general.

Al inicio quisiera intentar presentar y establecer, en base al material probatorio arqueológico y al detallado estudio de la Biblia como fuente histórica, una reconstrucción lo más exacta posible del mundo bíblico, qué partes del relato bíblico son creíbles históricamente para la época respectiva. El paso siguiente consistiría en ubicar a los autores bíblicos en su respectiva época y examinar en qué medida las personas y sucesos influyeron la configuración definitiva de la Biblia en aquel momento histórico.
Al final volveremos de nuevo al punto que a mí desde el inicio tanto me preocupa: los efectos que estos conocimientos tienen sobre el modo y la manera cómo los hombres de hoy entienden, valoran y utilizan la Biblia.


Richard Elliott Friedman.


Richard Elliott Friedman (nacido 5 de mayo de 1946)1​ es un erudito bíblico y el Ann y Profesor Ann y Jay Davis de Estudios judíos en la Universidad de Georgia.

Friedman nació en Rochester, Nueva York.​ Atendió a la Universidad de Miami (BA, 1968), el Seminario Teológico Judío de América (MHL, 1971), y Universidad de Harvard (Th.M. En Biblia hebrea, 1974; Th.D. En Biblia hebrea y Lenguas Orientales Cercanas y Civilizaciones, 1978).
 Fue el Profesor Katzin de Civilización judía: Biblia hebrea; Lenguas Orientales Cercanas y Literatura en la Universidad de California, San Diego, de 1994 hasta que 2006, ​cuando se unió a la facultad del Departamento de Religión de la Universidad de Georgia, donde es actualmente el Profesor Ann y Jay Davis de Estudios judíos.​ Friedman enseña cursos de hebreo, Biblia, y Estudios judíos.​

Ha sido ganador de numerosos honores y premios, incluyendo el de Socio del American Council of Learned Societies.6​ Fue un Socio Visitante en la Universidad de Cambridge y la Universidad de Oxford; y un Socio Sénior del American Schools of Oriental Research en Jerusalén. Participó en el Proyecto de excavaciones arqueológicas en la Ciudad de David de la Jerusalén bíblica. En su trabajo ¿Quién escribió la Biblia?, proporciona un análisis actualizado de la hipótesis documentaria.

Origen de la fuente P y D

Friedman sostiene que la fuente sacerdotal (P) del Pentateuco fue compuesta durante el reinado de Ezequías. P, por ejemplo, “enfatiza la centralización de la religión: un centro, un altar, un Tabernáculo, un sitio de sacrificio. ¿Quién era el rey quién empezó centralización? El rey Ezequías."
Según Friedman, y otros que también siguen las teorías de Julius Wellhausen con respecto a la formación de la religión de Israel, P es el trabajo del sacerdocio aarónico. Son las autoridades sacerdotales en el altar central – no Moisés, ni Corá, ni cualquiera otro levita. Sólo aquellos descendientes de Aarón pueden ser sacerdotes. Friedman continúa diciendo que “P siempre habla de dos grupos distintos, los sacerdotes y los levitas. ¿Quién era el rey que formalizó las divisiones entre sacerdotes y levitas? El rey Ezequías." El Libro de Crónicas informa explícitamente:

“Ezequías asignó (hebreo יעמד) a los sacerdotes y levitas en divisiones — cada de ellos según sus deberes como sacerdotes o levitas. (2 Crónicas 31:2)”
Friedman escribe que el “sacerdocio aarónico que produjo P tuvo adversarios, levitas que veían a Moisés y no a Aaron como su modelo. ¿Qué era el recordatorio más descarado del poder de Moisés que era visible en Judá? La serpiente de bronce 'Nehushtan'. Según tradición, declarada explícitamente en E, Moisés la había hecho. Tenía el poder de salvar personas de la mordedura de serpiente. ¿Quién era el rey que rompió la Nehushtan? Ezequías.”

Friedman también ha propuesto que el profeta Jeremías, trabajando junto con su escribano Baruc, fue también la persona que es el fuente D, el Deuteronomista, quién escribió/reescribió los libros de Deuteronomio, Josué, Jueces, Samuel y Reyes. En su libro ¿Quién escribió la Biblia? da la evidencia de apoyo que favorece esta identificación y también nota que ya en el Talmud Jeremías era visto como el autor de los Libros de Reyes. En su opinión esta parte de la Biblia tiene que ser vista como una historia teológica importante, la cual se centra en la alianza entre los judíos y Yahweh prometiendo prosperidad eterna para Israel pero reclamando que tienen que rendir adoración única Yahweh. 
En un ciclo largo de infidelidad-derrota-arrepentimiento-perdón la historia judía queda escrita. Según él, la primera historia acabada con rey Josías como el último rey temeroso de Dios, y fue más tarde reescrita después de la caída del reino en el 586 a. C., poniendo la culpa en el mal acaecido bajo Manasés, escribiendo "Ningún rey nunca surgió como Josías. Pero Yahweh no se echó atrás de su furia grande qué quemó en contra Judá por sobre todas las cosas en qué Manasés le había enfadado" (2 Reyes 23:25-26).

Sobre el Éxodo

En su libro The Exodus: How It Happened and Why It Matters (2017), Friedman argumenta que existió un Éxodo histórico aunque implicó sólo unos pocos millares de personas, que dejaron Egipto durante el reinado del Faraón Ramsés II o de su hijo, Merenptah.
Este grupo más tarde se fusionó con los israelitas, introduciendo el culto de Yahweh en Canaán, junto con la idea de monoteísmo/monolatría, posiblemente inspirado en las reformas religiosas del Faraón Akenatón. Una vez en Israel, Yahweh suplantó el culto del dios cananeo El, y los dos dioses devinieron en uno y el mismo en la mentalidad religiosa israelita. Este grupo de nómadas sería el que más tarde formaría la Tribu de Leví.
El nombre Yahweh, según Friedman, estaba probablemente inspirado en la deidad Shasu Yhw, cuya presencia está atestiguada por dos textos egipcios del tiempo del Faraón Amennofis III (siglo XIV aC) y Ramsés II (siglo XIII aC)
Friedman también rechaza la idea que el monoteísmo judío nació durante la cautividad babilónica (ve Deutero-Isaías) y argumenta que el concepto de monoteísmo/monolatría estaba ya presente en el pueblo israelita desde el siglo XII a. C., a pesar de que durante muchos siglos recibió una fuerte resistencia desde los sectores politeístas de Israel.
El libro recibió revisiones positivas de varios eruditos bíblicos y arqueólogos como Thomas Römer, Carol Meyers y Thomas E. Levy y de publicaciones como Publishers Weekly, The Christian Century y The Jewish Journal.

Escritos

Richard Elliot Friedman, ¿Quién escribió la Biblia?, Harper San Francisco, 1987 (edición de segundo 1997).
Richard Elliot Friedman, The Disappearance of God: A Divine Mystery, Little, Brown and Company, 1995.
Richard Elliot Friedman, The Hidden Face of God, Harper San Francisco, 1996.
Richard Elliot Friedman, The Hidden Book in the Bible, Harper San Francisco, 1999.
Richard Elliot Friedman, Commentary on the Torah, Harper San Francisco, 2003.
Richard Elliot Friedman, The Bible with Sources Revealed, HarperOne, 2009.
Richard Elliot Friedman and Shawna Dolansky, The Bible Now, Oxford University Press, 2011.
Richard Elliot Friedman, The Exodus, HarperOne, 2017.


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