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jueves, 11 de agosto de 2016

320.-Libros antiguos; Diego Sarmiento de Acuña.-a



Diego Sarmiento de Acuña.




Sarmiento de Acuña, Diego. Conde de Gondomar (I). Astorga (León), 1.XI.1567 – Casalarreina (La Rioja), 2.X.1626. Corregidor, consejero de Estado y de Hacienda, diplomático, embajador y bibliófilo, gobernador y capitán general del reino de Galicia.

Diego Sarmiento de Acuña fue primogénito de García Sarmiento de Sotomayor, señor de Gondomar y Vincios, y de Juana de Acuña. Nació el 1.º de noviembre de 1567 en el palacio episcopal de Astorga, residencia de su tío paterno Diego Sarmiento de Sotomayor, obispo de esa diócesis (1555-1571), que asistió a la tercera etapa del Concilio de Trento. Sus padres huyeron con el recién nacido de la peste de esa ciudad y se refugiaron en Salas de los Barrios (Ponferrada-León). García Sarmiento de Sotomayor fue segundogénito del señor de Salvatierra, también llamado García Sarmiento de Sotomayor, soldado, culto y amante de los libros, que logró de la reina Juana el mayorazgo de Salvatierra, Sobroso y otros lugares. Su hijo García recibió en herencia unos pequeños lugares del valle del Miñor, Peitieiros y Morgadáns (Pontevedra) y, después de dejar los estudios en la Universidad de Salamanca, ante la posibilidad de suceder a su hermano mayor Juan en el señorío, prestó servicios a Carlos V y Felipe II, fue corregidor de Loja (Granada) y visitador de la Real Audiencia de Canarias. La familia de Juana de Acuña disfrutaba del condado de Valencia de Don Juan y residía en Toro y Valladolid. Los hijos Diego y García pasaron su infancia en Gondomar, Astorga y Toro. Se formaron con los capellanes y frailes de las cercanías de Gondomar y tuvieron una enseñanza humanística tutelada por el obispo de Astorga, el señor de Salvatierra y los Acuña para seguir la carrera de las armas y de las letras.

En la ciudad de Toro, su padre García fundó el mayorazgo de Vincios y Gondomar (24 de mayo de 1579), y falleció ese mismo año. La viuda y los hijos trasladaron su residencia a Gondomar bajo la protección de los Sarmiento, titulares del linaje de Sobroso y Salvatierra.

El 27 de diciembre de 1581, por acuerdo de su primo García Sarmiento y de su madre, Diego contrajo matrimonio con su sobrina Beatriz, la primogénita de García, para asegurar la sucesión de su casa en la línea legítima y masculina de los Sarmiento. Pero ella falleció el 20 de julio de 1586, sin dejar descendencia, cuando él estaba sirviendo en el Ejército en Italia. Desde Villamagna de Nápoles, Diego pidió poderes para casarse en segundas nupcias con Constanza de Acuña, hija de Lope de Acuña, militar al servicio del duque de Alba en Flandes, y de Isabel de Lompré, flamenca de conocido linaje. El matrimonio se celebró en Valladolid el 1.º de noviembre de 1588. Pedro de Acuña, tío y tutor de Constanza, cumplió el deseo de su hermano de casarla con un miembro de linaje Acuña como condición para poder disfrutar la herencia paterna. Entre las capitulaciones matrimoniales figuraba su obligación de residir en Valladolid, pudiendo ausentarse hasta dos meses al año, salvo que tuviese que servir al Rey. De este matrimonio nacerían ocho hijos. La rica correspondencia epistolar revela una buena relación entre ambos esposos y la capacidad y formación cultural de la esposa —poco habitual en su época— para atender a la educación de los hijos y velar por la carrera política de su marido y la administración de la hacienda familiar. Su hermano García, que siguió la carrera eclesiástica, se preocupó de la formación cultural de su familia.

No se sabe con certeza que Diego Sarmiento de Acuña haya actuado, en junio de 1589, en la defensa del ataque de la escuadra inglesa al mando de Drake a la ría de Vigo junto al señor de Salvatierra, Diego Sarmiento de Sotomayor, primogénito de García. Es extraño que el señor de Gondomar no lo mencione en un memorial a Felipe II solicitando empleo (c. 1592), en el que expresa no haber hecho “grandes servicios”. Al año siguiente recibe el hábito de Calatrava y la encomienda de Almagro.

El 18 de diciembre de 1594 desempeña “el oficio de cabo de la gente de guerra del obispado de Tuy” para defender la costa sur de Galicia del ataque de piratas ingleses. Diego Sarmiento se traslada entonces al pazo de Gondomar para cumplir sus obligaciones militares.

En 1596 asciende al cargo de gobernador de la gente de guerra de Bayona y del castillo de Monte Real. Continúa la defensa de la costa sur gallega y ese año prepara la movilización de fuerzas ante un posible desembarco de la armada inglesa que regresaba de Cádiz.

En 1597 es nombrado corregidor de Toro. Allí nació su hijo Antonio, el único varón que le sobrevivió. Hasta 1601 asumió el cargo con intensa dedicación y logró terminar las obras del puente mayor y de la calzada, se preocupó por el abastecimiento de trigo y logró que la ciudad fuese la primera en conceder al Monarca el servicio de los dieciocho millones. Su vida social fue intensa; mantuvo correspondencia epistolar con amigos y confidentes, que le ponían al corriente de todo lo que acontecía, y dedicó muchas horas a la lectura y compra de libros. En 1599 adquirió la Casa del Sol de Valladolid y la iglesia de San Benito el Viejo para incorporarlas a su mayorazgo de Gondomar.

El corregimiento de Toro le dio experiencia para asumir el de Valladolid en 1602, cuando la Corte se trasladó desde Madrid a la ciudad del Pisuerga. Diego Sarmiento supo acondicionar la ciudad a las necesidades de la nueva capital de la Monarquía con sentido práctico y funcional: limpieza y empedrado de las calles, adecentamiento de parques y jardines, abastecimiento de aguas, fábrica de puentes, reforma de edificios, accesos a la ciudad y organización de fiestas cortesanas. En sus escritos, Góngora y Cervantes dejaron huella de su labor como corregidor. Quevedo hizo mención de su biblioteca de la Casa del Sol al apoyar su precoz defensa de la ciencia española, indicando que la mayoría de sus fondos estaban escritos en esa lengua.
 En 1600 es nombrado visitador general de la Orden de Calatrava y en 1603 recibe la encomienda de Guadalerza en Granada y tiene que desplazarse a Bayona para supervisar la descarga de unas naos portuguesas que arribaron a la villa desde la India. Pese a la eficacia de su gestión, el duque de Lerma le relevó de su cargo (12de noviembre de 1604) para dárselo a su hijo, el conde de Saldaña, pero esperó a la celebración de las fiestas por el nacimiento del Príncipe (8 de mayo de 1605), futuro Felipe IV, para hacerlo efectivo, porque conocía las habilidades del corregidor para organizar este tipo de eventos.

Diego Sarmiento traslada su residencia a Madrid y comienza una larga etapa de pretendiente en Corte (1605-1613), que es cuando empieza a recibir, por mediación de sus parientes y amigos, algunos títulos y cargos —contador mayor del Consejo de Hacienda (1604), comendador de Monroyo (1608), notario mayor del reino de Toledo (1609) y regidor perpetuo y alférez mayor de Valladolid (1612)—, que apenas le ayudaron a sobrellevar las elevadas cargas económicas que venía padeciendo.

Por esta razón solicitó al duque de Lerma el corregimiento de Madrid. Parece que el comentario que le hizo sobre que esperaba “merecer mayores mercedes y lo que vale este oficio será ayuda de pasar”, alertó al valido, pues el cargo más relevante después de este corregimiento era el de la presidencia de Castilla que ostentaba Juan de Acuña, su primo. El duque lo nombró entonces embajador en Londres (1613-1618).

Cuando Gondomar llegó a Inglaterra se esperaba que la ruptura con España, tras la paz firmada en Londres en 1604, se produjera en unos meses. Sin embargo, el embajador cumplió con eficacia su misión diplomática y pudo mantener la paz durante más de diez años. Sin duda, el conflicto diplomático que protagonizó en el puerto de Portsmouth reforzó su posición. Ante el galeón que era nave capitana de Inglaterra, el embajador se negó a arriar las banderas de su flota, según era costumbre en aquel reino como reconocimiento de su soberanía y así también lo había hecho Felipe II cuando fue a casarse con María Tudor. El embajador escribió una carta a Jacobo I narrando con respeto, halago, energía e ironía el incidente y amenazando con regresar a España. Así asumió el riesgo de que sus navíos fuesen hundidos, actuando conforme al lema de su escudo de armas: “Osar morir da la vida”. 
El rey inglés aceptó sus pretensiones. A partir de entonces nació entre ellos una amistad sincera y prodigiosa, pese a que cada uno era consciente de su misión: el Rey era el valedor de los protestantes europeos y el embajador representaba a la Casa de Austria, baluarte católico de Europa. Esta relación cordial facilitó la misión diplomática: consiguió mejorar las condiciones de vida de los católicos ingleses y liberar a algunos sacerdotes de la cárcel y reducir la piratería inglesa en las costas españolas y de ultramar. Los resultados demostraban que las actitudes firmes en las negociaciones reforzaban la posición española. En recompensa por los valiosos servicios prestados por el embajador, Felipe III elevó a condado el señorío de Gondomar (12 de junio de 1617). Al año siguiente le concede la licencia para regresar a España.

Jacobo I le devuelve la artillería española capturada por Drake y otros piratas, libera de la cárcel a ochenta sacerdotes católicos, que viajan con Gondomar, y le concede el privilegio, a él y a sus sucesores, de poder sacar de Inglaterra perros de caza y halcones. En el viaje le comunican el fallecimiento de su primogénito Lope. Poco después llegó a la Corte la noticia de la ejecución del pirata Raleigh, que tantos daños había causado en los puertos españoles de América. Era otro triunfo de Gondomar ante Jacobo I. España quería la paz, pero no a costa de perjuicios como los que venía causando la piratería. Es nombrado mayordomo mayor del Príncipe de Asturias.

Pese a su precario estado de salud y a su lamentable situación económica por los gastos producidos en la primera embajada, Gondomar, por más que insistió ante el Monarca de sentirse incapacitado para servir en otra misión diplomática, fue nombrado nuevamente embajador en Londres (1620-1622). Esta misión sería aún más complicada por la reciente guerra en el Imperio, que afectaba a los dominios del elector palatino Federico, que era yerno de Jacobo I. El ejército hispano-imperial había logrado la victoria de la Montaña Blanca, cerca de Praga, y así se privaba al Elector del reino de Bohemia, que éste le había usurpado al emperador.

Pese a todo, Gondomar consiguió apaciguar al rey inglés.

Además de la devolución del Palatinado, hubo de ocuparse también de la negociación del casamiento de la infanta María con el Príncipe de Gales para asegurar la neutralidad de Inglaterra en la guerra y el distanciamiento de Francia. El rey inglés deseaba la paz en Europa y establecer una alianza sólida con la Casa de Austria por medio del matrimonio, siendo tolerante en el problema que planteaba la unión de una católica con un protestante. El embajador quería la amistad con Inglaterra, ante la amenaza de un conflicto entre los Habsburgo y sus súbditos de la Europa central. Precisamente cuando Gondomar se encontraba en Madrid con el embajador inglés lord Bristol para la difícil negociación del matrimonio, fue sorprendido por la llegada inesperada del Príncipe de Gales y el duque de Buckingham en 1623. Olivares no confiaba mucho en las recomendaciones de Gondomar sobre el poderío inglés y le consideraba muy anglófilo. 
El Consejo de Estado exigía la conversión al catolicismo del Príncipe de Gales. Gondomar ingresó entonces (8 de abril de 1623) como consejero de ese organismo. Olivares y Buckingham encaminaron las negociaciones. Se exige tolerancia para los católicos en Inglaterra a cambio de la dispensa pontificia, pero cuando se dice que una vez concertado el matrimonio la infanta ha de permanecer un año en Madrid hasta que se aplicase la tolerancia, el Príncipe y Buckingham rompen las negociaciones y regresan a Inglaterra colmados de regalos para suavizar la tensión. Había llegado a Madrid “enamorado como Amadís” y regresaba a Inglaterra con un espíritu antiespañol.

Antes de dos años declararía la guerra a Felipe IV. Los embajadores Gondomar y lord Bristol quedaron ante sus respectivos países como los derrotados del proyecto matrimonial.

El 4 de noviembre de 1624 Gondomar fue nombrado por tercera vez embajador de Inglaterra, pero consigue aplazar el viaje argumentando precariedad en su salud y el frío del invierno. En Londres se hacen preparativos navales contra España y el 18 de febrero de 1625 se acuerda que Gondomar vaya a negociar con el Monarca para evitar el enfrentamiento bélico. Tres días antes había sido nombrado gobernador y capitán general del reino de Galicia, pero no llegó a tomar posesión del cargo. En abril inicia el viaje, antes de tenerse noticia de la agonía de Jacobo I, que se conoce a primeros de mayo. A Gondomar le tocó ir de embajador a dar la enhorabuena a las dos Coronas por la boda anglofrancesa, que tanto había querido evitar. Durante su estancia en Bruselas (octubre de 1625 a junio de 1626), el conde de Gondomar se sintió enfermo y redactó su testamento (3 de febrero de 1626). Allí tuvo noticia del ataque inglés a Cádiz el 1.º de noviembre de 1625, antes de la declaración oficial de guerra, y de la derrota británica. Su último informe como diplomático Relación del estado de las cosas de Inglaterra, que sería su testamento político, fue escrito en Flandes el 12 de junio de 1626; seis días después obtuvo de Olivares la licencia para poder regresar a España. Durante el viaje se sintió enfermo y murió en el palacio del condestable de Castilla en Casalarreina (La Rioja) el 2 de octubre de 1626. Transcurridos tres días, su hijo Antonio depositó su cuerpo en la cripta de San Benito el Viejo de Valladolid, junto a los restos de su familia. Le sucedió su nieto Diego Sarmiento de Acuña, segundo conde de Gondomar.

Consciente de su hidalguía, el conde de Gondomar se apoyó en la casa de Sarmiento de Sotomayor, señores y condes de Salvatierra, y en los Acuña, condes de Valencia de Don Juan, casándose con mujeres de ambos linajes. Pero al mismo tiempo quiso acrecentar su propio mayorazgo fortificando y reformando el pazo de Gondomar y dignificando la Casa del Sol en Valladolid con el patronazgo de la iglesia de San Benito el Viejo y formando en ella una rica biblioteca, que habrían de heredar los sucesivos condes de Gondomar.

A la relevante vida política de Gondomar hay que sumar su vida literaria, que brilló con la misma intensidad, como lo revelan los estudios que se han hecho en los últimos años. Su reconocida erudición, su conocimiento de la Historia de España y su deseo de depurarla de los falsos cronicones, su afición a la genealogía y su carácter abierto y ameno están íntimamente vinculados al éxito de sus misiones diplomáticas. Estas cualidades se reseñan en la cartela del retrato que le hizo Manuel Salvador Carmona para la serie Retratos de Españoles Ilustres (1791):
“célebre por su erudición, por su habilidad política y por la franqueza festiva de su carácter”. 
Su posición política le permitió ejercer una labor de patronazgo fomentando la publicación de determinados libros sobre historia, genealogía y literatura.

Es destacable su acercamiento personal a los escritores, poco frecuente, pero justificado por sus conocimientos históricos y literarios, que le permitieron asesorarles y revisar sus propios textos. Muchos historiadores y literatos trabajaron en el “estudio” de su biblioteca, le dejaron revisar sus manuscritos y le regalaron sus publicaciones. Es también conocida su afición a la poesía, que cultivó como los demás cortesanos, y su facilidad para coplear en reuniones sociales. En su epistolario figuran algunos poemas que intercambiaba con los amigos y políticos en pequeñas competiciones literarias. También hay indicios de su afición al teatro que se vincula con su carácter: su gusto por contar fábulas, su capacidad de improvisación y su tendencia a la exhibición gestual. Escribió algunos ensayos sobre historia de España y algunos informes oficiales en los que se adivina un gran dominio de la lengua castellana usada con soltura y elegancia.

Imagen 7: RB, vii/2415. Quarta decada de Asia (Madrid: Anibal Falorsi, 1615), de João de Barros, uno de los autores portugueses mejor representados en la librería del conde de Gondomar.



El conde de Gondomar fue un reconocido bibliófilo, que reunió una rica y variada colección de libros manuscritos e impresos. Su pasión por los libros y su reconocida erudición lo llevaron a buscar y seleccionar los más variados ejemplares para su biblioteca, que llegó a ser una de las más célebres de su época. En comparación con otras bibliotecas de los siglos XVI y XVII, la suya era principesca. En la Biblioteca Nacional se conserva el inventario que hizo uno de sus bibliotecarios en 1623 (ed. Manso, 1996). Entonces la biblioteca contaba con unos seis mil quinientos cuerpos o volúmenes. El recuento es aproximado según los criterios que se empleen. Así, Michel y Ahijado estimaron unos siete mil trescientos volúmenes. En esa fecha había más fondos en Gondomar y Madrid. En 1775 la biblioteca de los condes de Gondomar ascendía a 8174 volúmenes. Las cifras son elevadas en relación con las de otras grandes bibliotecas nobiliarias de la época. La del conde-duque de Olivares, una de las más famosas por la calidad y el valor de sus obras, tenía dos mil setecientos impresos y mil cuatrocientos manuscritos. 
La biblioteca del conde de Gondomar fue comprada a finales de 1805 por Carlos IV y, al año siguiente, pasó a engrosar los fondos de la llamada biblioteca particular de Su Majestad, que contaba con excelentes joyas literarias. La mayor parte de los fondos manuscritos e impresos hoy se custodian en la Real Biblioteca, en la Biblioteca Nacional, en la Real Academia de la Historia, en el Archivo Histórico Nacional, en el Archivo del Reino de Galicia, en el Archivo Provincial de Valladolid y en algunas bibliotecas y archivos privados como el de Malpica y el de la Casa de Alba.

Gondomar coleccionó documentos relativos a su vida y a su casa, alcanzando fama entre los genealogistas de su tiempo, figurando su genealogía y su biografía en nobiliarios e historias. Su condición de erudito y bibliófilo le llevó a reunir su correspondencia y encuadernarla formando libros por orden cronológico para guardarla en las estanterías de su biblioteca de la Casa del Sol (sólo la Real Biblioteca conserva unas treinta mil cartas).

Su personalidad es una de las mejor documentadas de su tiempo por la riqueza de correspondencia privada y oficial y por los papeles de los Consejos en los que quedaron reflejadas sus actuaciones. Sus valiosos manuscritos preservan la memoria de la Monarquía: los epistolarios de los Acuña y Londoño, de Luis de Requesens, del cardenal Granvela, etc.

Diego Sarmiento de Acuña fue uno de los mejores diplomáticos de las Cortes de Felipe III y Felipe IV.

La primera etapa de su vida como corregidor y pretendiente en Corte fue larga y dura. Pese a sus contactos y valedores consiguió pocos puestos en los consejos y organismos de la Monarquía. El título de embajador fue el que realmente coronó su carrera política y le convirtió en uno de los mejores de su época y de la historia de España. Nadie mejor que él estaba capacitado para asumir la difícil embajada en Inglaterra.

Sus buenas cualidades respondían a la imagen del embajador perfecto: agudeza en los discernimientos, destreza en las negociaciones y clarividencia a la hora de sugerir soluciones, astuto a la hora de captar oportunidades, tenaz en conseguir sus objetivos, firme y seguro en sus planteamientos y propósitos y hombre animoso y de buen humor. Se ha destacado su especial sensibilidad para cautivar el pensamiento ajeno sin descubrir el suyo propio, rasgo típico del carácter gallego y muy conveniente para ejercer la diplomacia.

De la misma fama gozaron los otros dos embajadores gallegos: Baltasar de Zúñiga en Alemania y Francisco de Castro en Roma. Supo ganarse la confianza y simpatía de Jacobo I, con el que debatía asuntos teológicos y políticos que podían ser beneficiosos para ambas coronas y compartía esparcimientos. Sus enemigos lo consideraban un ser maquiavélico capaz de ejercer una influencia maligna sobre su rey con poderes diabólicos.

Pero lo cierto es que el Monarca y el embajador disfrutaban intercambiando erudición e ingenio.

Se entendían en latín. Al primero se le llamaba “Salomón inglés” y al segundo “Maquiavelo español”. El propio monarca inglés elogió la misión diplomática de Gondomar:
“Ha gobernado con tanta prudencia, tanta destreza e igualdad de ánimo que, aunque ha hecho fielmente el oficio de embajador, nunca ha perdido de vista el proceder de hombre de bien”.

Pese a todos los desvelos de Gondomar por mantener la paz, siguiendo el dicho de Carlos V: “guerra con toda la tierra y paz con Inglaterra”, las dos Coronas volvían a enfrentarse en el conflicto europeo.

En el informe sobre el “estado de las cosas de Inglaterra”, Gondomar censuraba las nuevas rutas de la monarquía en Europa —Palatinado y la Valtelina— e insistía en el buen entendimiento con Inglaterra y en el alejamiento de Francia. Olivares, veinte años más joven que Gondomar, no confiaba mucho en su experiencia, le consideraba anglófilo y pensaba que exageraba sobre el poderío militar inglés. Gondomar decía a Olivares la famosa frase “se va todo a fondo” refiriéndose a la nave de la Monarquía, pero Olivares lo situaba en el gremio “de cuantos viejos y malcontentos ha habido en el mundo después que Dios le crió”. Así quería aferrarse al remo de la referida nave e intentar nadar contra corriente para ser finalmente vencido. 
El informe de Gondomar auguraba alguno de los desastres que iba a padecer la Monarquía. Olivares y Gondomar discrepaban en muchas cuestiones de política exterior. Gondomar ya no tenía muchas fuerzas para defender sus ideas. Después de su muerte, ante la imposibilidad de conseguir la sumisión de Holanda, la orientación de la Monarquía habría de proseguir en la línea de acuerdos con Inglaterra.

 
Imagen 9: RB, ix/7770. Ex libris manuscrito de Juan Benito Guardiola (O.S.B.) en un ejemplar de los Dialogos de Amador Arrais, obispo de Portalegre.


Obras de ~: Continuación de la Historia de las Órdenes Militares iniciada por F. de Rades y Andrada [encargo en las Cortes de 9 y 14 de junio de 1603. Proc. desconocida]; Ensayos en defensa de la Historia: Carta a Andrés de Prada sobre los varones insignes gallegos y sus proezas contra lo que escribió fray Bernardo Brito 27.1.1614 (Biblioteca Nacional, Ms. 2348; ed. de C. Manso Porto, 1996, págs. 184-188); Carta a Felipe III sobre la necesidad de reescribir la Historia de España (original perdido, extracto en Vargas y Ponce, vol. 10, sign. 9/4183; ed. de C. Manso Porto, 1996, págs. 180-182); Informe sobre la renta de la seda del reino de Granada, Biblioteca Nacional, Ms. 9409.

 
Imagen 10: RB, ii/3088, fol. 1r. Livro do amante. En la cabecera, antigua marca topográfica correspondiente a la biblioteca de don Luis de Castilla.


Fuentes y bibl.: Archivo General de Simancas, Correspondencia oficial del conde de Gondomar, Estado, libros 365-381 (libro 366 ed. en DIHE, III-IV), 844, 845, 1514, 1515, 1516, 1881; legs. 699, 844-845, 2513-1516, 2836, 7023-7025, 7027-7028, 7030-7031, 7034-7035, 7038; Archivo Histórico Nacional de Madrid, Consejos, libros 725, 737-740, 2755, legs. 30448, n.º 1, 4423, n.º 50, 4433, n.º 246; Estado, leg. 3149 (6), libros 737, 739-740; Archivo Histórico Provincial y Universitario de Valladolid, Protocolos, leg. 1134, fols. 1531-1564 (ed. facsímil, Junta de Castilla y León, 1991); Archivo de Malpica, Registro, leg. 2, docs. 54, 56; leg. 3, doc. 63, leg. 4, docs. 77, 79, 82; E-1-8, E-1-11, E-5-2, E-6-8 (descripción en E. Fernández de Córdoba, Pontevedra, 2002); Biblioteca Nacional de Madrid, Ms. 2348, 2366, 6186, 6395, 6575, 6949, 8968, 9408-9409, 13593-13594, 18419-18430 (colección Gayangos, documentos sobre Gondomar en especial, 18419, 18422, 18423, 18430 Descripción en Catálogo de los manuscritos que pertenecieron a don Pascual de Gayangos, existentes hoy en la Biblioteca Nacional, redactado por D. Pedro Roca, Madrid, 1904, págs. 60-63, ed. de Manso Porto, Madrid, Xunta de Galicia, 1996, págs. 348-412); 13593-13594 (Inventario de la librería ed. de Manso Porto, cit., págs. 415-636), 20067; Real Academia de la Historia, Colección Salazar y Castro, “Cartas y documentos relativos a don Diego Sarmiento de Acuña, I conde de Gondomar (1551-1619)”: A 70-A 84, A 86, B 45, E 61, K 8, L 24, M 23, N 26, N 28, N 34-35, N 51, leg. 18, carp. 10, n.º 7 (Descripción de los documentos en B. Cuarteto y Huerta y A. de Vargas Zúñiga y Montero de Espinosa, marqués de Siete Iglesias, Índice de la Colección de don Luis de Salazar y Castro, t. VI-VII, Madrid, 1952; t. X, Madrid, 1954; t. XXV, XXVII, Madrid, 1960; t. XXIV, Madrid, 1969; t. XXXI, Madrid, 1962; t. XXXVIIIXXXIX, Madrid, 1967; t. XLVIII, Madrid, 1979); Colección Muñoz, t. 75, fols. 28-38; Colección Vargas y Ponce, vol. 10, ms. 9/4183; Real Biblioteca (Madrid), Correspondencia oficial del conde de Gondomar, Ms. II/551, 870, 2185 (ed. DIHE, I-II, 1936, 1942), 562, 1705, 1817, 1829, 1850, 2421, 2444, 2540, 2541; Correspondencia del conde de Gondomar, Ms. II/2106-2239 (descripción de más de 18.000 cartas privadas en M.ª L. López-Vidriero, dir., Correspondencia del conde de Gondomar, en Catálogo de la Real Biblioteca, Madrid, Patrimonio Nacional, 1999-2003, t. XIII, vols. I-IV); Papeles varios del conde de Gondomar. Historia, Ms. II/2218, II/2222, 2223, 2224, 2225, 2226, 2227, 2240, 2241, 2242, 2243, 2244, 2245, 2246, 2247, 2258, 2259, 2260, 2301, 2308 (Descripción de 652 documentos en M.ª L. López-Vidriero, dir., Papeles varios del conde de Gondomar. Historia, en Catálogo de la Real Biblioteca, Madrid, Editorial Patrimonio Nacional, 2003, t. XIII); Papeles varios del conde de Gondomar. Derecho, 2404 documentos manuscritos e impresos (Descripción en M.ª L. López-Vidriero, dir., Papeles varios del conde de Gondomar. Derecho, en Catálogo de la Real Biblioteca, Madrid, Editorial Patrimonio Nacional, 2004, t. XIII); Alegaciones en Derecho del conde de Gondomar, 694 documentos impresos y manuscritos (Descripción en M.ª L. López-Vidriero, dir., Alegaciones en Derecho del conde de Gondomar, en Catálogo de la Real Biblioteca, Madrid, Editorial Patrimonio Nacional, 2002, t. XIII). Primera parte de los sermones de don fray Cornelio Muso, obispo de la ciudad de Bitonto, traducidos de lengua toscana en castellano por D. de Zamora, Salamanca, Andrés Renaut, 1602; A. López de Haro, Nobiliario genealógico de los Reyes y Títulos de España, t. I, Madrid, 1622, pág. 235; P. de Gayangos, Cinco cartas político-literarias de D. Diego Sarmiento de Acuña, primer conde de Gondomar, embajador a la Corte de Inglaterra. 1613-1622, publícalas la Sociedad de Bibliófilos, Madrid, Imp. y Estereotipia de M. Rivadeneyra, 1869; J. de Rújula y del Escobal, “Cartas escogidas de las escritas a D. Diego o reunidas por éste (col. de la Biblioteca Nacional), en Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos (RABM), V, 3.ª época (1901), págs. 160, 252, 493, 656, 742 y 812; Actas de las Cortes de Castilla, Segunda parte de las Actas de las Cortes de 1603 y 1604, t. 21, Madrid, Congreso de los Diputados, 1902, págs. 426-427, 433; M. Hume, “Un gran diplomático español. 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Noticias de la Real Biblioteca [desde 1997, en el apartado “Ex Bibliotheca Gondomarensi”, se publican estudios sobre la correspondencia de Gondomar y los libros de su biblioteca, ilustrados con transcripciones de documentos o con repertorios bibliográficos]; J. García Oro, Don Diego Sarmiento de Acuña, Conde de Gondomar y Embajador de España (1567-1626): estudio biográfico, Santiago, Xunta de Galicia, 1997; J. García Oro y M. J. Portela Silva, “El Ferrol y la defensa de Galicia (1520-1603)”, en Estudios Mindonienses, 13 (1997), págs. 89-186; P. Andrés Escapa y J. L. Rodríguez Montederramo, “Manuscritos y saberes en la librería del conde de Gondomar”, en M.ª L. López-Vidriero y P. M. Cátedra (dirs.) y M.ª I. Hernández González (ed.), El Libro Antiguo Español IV. Coleccionismo y Bibliotecas (siglos XV-XVIII), Salamanca, Universidad, Patrimonio Nacional, Sociedad Española de Historia del Libro, 1998, págs. 13-81; E. Fernández de Córdoba y J. Cortijo Medina, “Noticias sobre la venta de la librería del conde de Gondomar al rey Carlos IV y su traslado al Palacio Nuevo de Madrid”, en Cuadernos para la Investigación de la Literatura Hispánica, 24 (1999), págs. 309-328; Miguel-Ángel Ochoa Brun, Historia de la Diplomacia española, Madrid, Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, 2000-2006, Biblioteca Diplomática Española, Sección estudios, 6, vol. VI, 2000, págs. 212, 277, 377; vol. VII, 2006, págs. 23, 55, 60, 78, 81-101, 115, 117, 172, 177, 178, 207, 212, 214, 237, 238, 261, 262, 264, 266, 268, 270-272, 275, 280, 283-294, 312, 335, 342, 345, 346, 348, 408; vol. VIII, 2006, págs. 178, 204, 212, 214, 216, 228, 231, 234, 235, 248, 252, 255, 262, 270, 274, 278, 279, 281, 290, 297, 299, 306-308, 312, 316, 317, 332, 333, 345, 354, 372, 398, apéndice I, p. 143, 181, 197; P. Andrés Escapa, A. Domingo Malvadi y J. L. Rodríguez, “La descripción automatizada de la correspondencia del conde de Gondomar”, en Cuadernos de Historia Moderna, 26 (2001), págs. 187-210; J. Brown y J. Elliott, La Almoneda del siglo. Relaciones artísticas entre España y Gran Bretaña, Madrid, Museo Nacional del Prado, 2002, págs. 161-164, 184-187; R. Álvarez y X. L. Rodríguez Montederramo, “O Diálogo de Alberte e Bieito. Dramaturxia, élites letradas e escrita en galego a fins do século XVI”, en Boletín da Real Academia Galega (BRAG), 363 (2002), págs. 241-311; A. Feros, El duque de Lerma, Madrid, Marcial Pons, 2002; M. A. Ochoa Brun, Embajadas y embajadores en la Historia de España, Madrid, Santillana Ediciones Generales, 2002, págs. 263-268; P. Andrés Escapa, “Historia de unos papeles: el legado manuscrito de Guardiola en la librería del conde de Gondomar. Nuevas aportaciones a su biografía y a la escritura de la Historia de San Benito el Real de Sahagún”, en P. M. Cátedra y M.ª L. López-Vidriero (dirs.) y P. Andrés Escapa (ed.), El Libro Antiguo Español VI. De Libros, Librerías, Imprentas y Lectores, Salamanca, Universidad, Seminario de Estudios Medievales y Renacentistas, 2002, págs. 13-36; P. M. Cátedra, Nobleza y lectura en tiempos de Felipe II: La biblioteca de don Alonso de Osorio, marqués de Astorga, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2002; E. Fernández de Córdoba Calleja, El Pazo de Gondomar. Cinco siglos de una familia, Diputación Provincial de Pontevedra, 2002; J. L. Rodríguez Montederramo, “Gondomar y la Historia del reino de Galicia: Estudio y edición del borrador de la crónica grande del reino de Galicia de Atanasio de Lobera”, en El Libro Antiguo Español VI, cit., págs. 321-363; R. Álvarez e X. L. Rodríguez Montederramo, “Escrita poética en galego: a fins do século XVI: a ‘Canción galega en loor de don Diego das Mariñas Parragués”’, en BRAG, 364 (2003), págs. 249-305; J. García Oro y C. Manso Porto, “Gondomar, conde de”, en Gran Enciclopedia Galega Silverio Cañada, D. L. 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Imagen 11: RB, ii/2151, carta 274. Listado de obras portuguesas encargadas en Lisboa para Antonio López de Calatayud. La mayoría ya estaban en la biblioteca de Gondomar.



Gondomar y las artes y las letras

Su extraordinaria biblioteca fue cedida por su descendiente, el Marqués de Malpica, a Carlos III en 1785, y actualmente se encuentra en la Real Biblioteca de Madrid. Se conserva un epistolario de cerca de 15.000 cartas.

1 Las consideraciones que haré aquí sobre los fondos portugueses de la biblioteca de don Diego Sarmiento de Acuña, I conde de Gondomar, en el contexto de la circulación literaria en la península, proceden tanto del cotejo de los diversos índices conservados de su librería como de la selección de noticias dispersas en su copiosa correspondencia. Leer ambas fuentes sin prescindir del examen material de algunos de los ejemplares que le pertenecieron, permite identificar determinadas procedencias y reconstruir no pocos avatares de libros y manuscritos concretos que formaron parte de la colección de don Diego. Al margen de algunas observaciones sustentadas en el estudio material de los ejemplares, las páginas que siguen procuran discurrir también sobre dos aspectos culturales reflejados en la bibliofilia de Gondomar: la biblioteca nobiliaria como representación de un determinado ideario político compartido por un determinado grupo social, y la librería como lugar específico de recreo en el que alimentar ciertos gustos reconocibles en algunos títulos con menos vocación de publicidad que de disfrute privado. Los libros portugueses que reunió Gondomar ilustran bien esta doble vocación.

2 Vayamos a los orígenes. El testimonio más antiguo que conservamos de la librería de don Diego Sarmiento de Acuña es una memoria manuscrita que reúne setenta y siete títulos1. Puede fecharse poco después de 1593, en torno a los veintiséis años de edad de su propietario. El propio don Diego ejerció de redactor de una memoria que relaciona, según su título, «los libros ympresos y de mano que ay en mi estudio». Siendo corregidor en Toro, es decir, con posterioridad a 1597, hizo una nueva memoria de su biblioteca, también redactada en primera persona, y seguramente sugerida, bien por la conveniencia de llevar cuenta de sus libros a su llegada a Toro, bien ante la posibilidad de un nuevo traslado de residencia que lo llevaría de vuelta a Valladolid, esta vez a la Casa del Sol2. El crecimiento de la librería en poco más de un lustro es significativo. La primera memoria deja noticia de cuarenta y siete impresos y veinticinco manuscritos, la mitad de los cuales procedían de la biblioteca de Alonso de Osorio, VII marqués de Astorga3. Cinco años después la cifra de títulos anotados es de quinientos cuarenta, más de un centenar correspondientes a manuscritos.

3 El incremento de los fondos en lengua portuguesa, dentro de un catálogo donde el predominio del castellano es casi absoluto, resulta particularmente revelador de un interés temprano en don Diego por ciertas materias y ciertos géneros producidos en el país vecino. En esencia, coinciden con sus inclinaciones bibliófilas en las demás lenguas –libros de historia, códices poéticos, manuscritos de linajes, prosa de entretenimiento y cierta literatura de devoción–, pero el aumento de los fondos en portugués es el más notable entre todas las lenguas representadas en la colección a finales del siglo XVI. Solo el italiano puede equipararse en número de títulos en un momento en el que la librería de don Diego no ofrece ejemplar alguno, ni impreso ni manuscrito, en lengua francesa o en inglés.

4 En la memoria de 1593 no hay más que una referencia que pueda relacionarse no tanto con Portugal como con el portugués, que es el rasgo discriminatorio de un manuscrito que se asienta con estas palabras: «otro cartapacio de mano de poesía de diversos authores que tiene los letreros portugueses, 6 [ducados]»4. Frente a esta única representación, en la en la segunda memoria de la librería (ca. 1597‑1599) las letras de Portugal se reparten por treinta y cuatro impresos. No hay mención alguna al cartapacio de los «letreros portugueses» que pocos años antes parecía destacarse de al menos otros seis cancioneros solo por su distinta lengua de redacción o de encabezamiento5. Pero si hay un género sujeto a vicisitudes de orden material es el de los cuadernillos poéticos en manos de sus compiladores, de modo que no es descartable que aquel cartapacio independiente en 1593 se hubiera integrado en alguno de los que se mencionan en la segunda memoria (ca. 1597‑1599) con señas demasiado exiguas como para aventurar una identificación razonable.

5 Lo dicho hasta aquí ya permite hacer algunas reflexiones –si no es más apropiado decir que plantea algunas preguntas–, que pueden orientar sobre el destino de obras concretas dentro de la librería de Gondomar en los primeros años de su formación y el desarrollo posterior de fondos específicos, diferenciados por su lengua de redacción, que sería el criterio mayor seguido para organizar la librería en un tercer catálogo fechado en 1623, el más cercano a la muerte del dueño de la colección.

6 El acrecentamiento de los libros en portugués frente al de otras lenguas en los momentos iniciales de la librería halla una explicación en el propio entorno familiar de don Diego. La correspondencia fechada en los años finales del xvi nos deja saber que este servidor de la corona, afincado en Toro como corregidor entre 1597 y 1601 y, por tanto, lejos de las principales sedes de circulación del libro, se valió de su hermano don García, colegial en el San Bartolomé de Salamanca, para aumentar la biblioteca6. A partir de 1593 ya hay noticias que vinculan a don García con la ciudad universitaria. Su estancia en una sede marcada por su condición de centro de estudios y lectura lo convirtió en un agente librario de valor excepcional para las inclinaciones bibliófilas de su hermano.

7 La presencia de bachilleres portugueses y el tránsito de libros producidos al otro lado de la frontera, especialmente en Lisboa y Coimbra, hacían de Salamanca un mercado librario bien asentado que se nutría de sus propias imprentas y de las importaciones vinculadas a satisfacer las demandas derivadas del estudio7. A partir de las cartas de don García es posible reconstruir todo un entramado de actividad poética en el entorno universitario salmantino que acabaría teniendo su repercusión en la librería de su hermano. La dependencia de Salamanca fue tanta a la hora de nutrir cartapacios poéticos en los primeros años de coleccionismo de don Diego, que en el actual cancionero ii/973 de la Real Biblioteca se conserva una relación de títulos y temas que se echan en falta para completar los contenidos del manuscrito. El apunte se cierra con esta significativa advertencia: «Ytem falta henchir los blancos que sobraren en medio deste cartapacio. Todas estas cosas se han de procurar por vía de Salamanca» (ii/973, fol. 128bisr)8.

8 Entre los manuscritos recopilados por don García en sus años de colegial para enviar a su hermano en Toro, conservamos al menos una muestra de lírica en portugués. La firma Manuel Barbosa, «lusitano brigantino», un compañero de estudios de don García y del que acaso no quede otra memoria que la de estas composiciones. Barbosa no parece haber sido sino un poeta ocasional, como tantos bachilleres, porque lo único que perdura de él es un soneto y unas octavas a la muerte de Felipe II promovidas por el colegio de San Bartolomé en 1598 como parte de los actos en memoria del rey. A los dos ejercicios citados añadió unas cuantas redondillas de tema diverso y un soneto dedicado al rector del colegio, todo lo cual, por mediación del bachiller don García, acabó en la librería de don Diego y hoy forma parte del cancionero de la Real Biblioteca con signatura ii/1578 (fols. 244r‑248v).

9 El juicio más temprano que tenemos de la colección de libros de Gondomar procede, igualmente, de una carta de su hermano fechada el 30 de octubre de 1593. Recién llegado a Salamanca, deseoso de buscar novedades y rarezas para la biblioteca de don Diego, le advierte de la dificultad de dar con libros «que no tenga v. m.». Como excepción, menciona el hallazgo de un «romancero de romances de Liñán y de otros, que dizen es nuebo»9. La noticia resulta particularmente valiosa en este contexto porque romances de Pedro Liñán de Riaza se reparten hoy por varios cancioneros conservados en la Real Biblioteca y todos procedentes de la librería de Gondomar (RB ii/996, ii/1587 y, especialmente, ii/973 y ii/1581). Trescientos años después de su compilación, estos cartapacios volvieron a trastocarse, cuando ya formaban parte de la colección real y Menéndez Pidal los describió y «compaginó», por decirlo con el verbo que él mismo emplea para describir la labor de reencuadernación y reparto de composiciones poéticas en distintos volúmenes que llevó a cabo hacia 190610. Pero si alguna traza conservan de su antiguo orden, como es de suponer, resulta tentador señalar ahora en uno de los cancioneros de la Real Biblioteca, el ii/1581, un rastro que se remonta a la memoria que el corregidor de Toro hizo de sus libros en los años finales del siglo XVI. Tal como está hoy, aún le conviene esta descripción que se le puso entonces: «Un cartapaçio de cossas curiossas de pohessía que comienza con un soneto y acaba con un romançe de Liñán y con la tabla de todo lo que contiene» (RB, ii/2222, fol. 121v). Los folios finales de este cancionero, probablemente tras la intervención de Menéndez Pidal, consienten ahora un cuadernillo que lleva el título de «cosas portuguesas» (fols. 303v-307r).

Una biblioteca al servicio de una idea

10Lo que era excepcional en 1593, «un cartapacio que tiene los letreros portugueses», consolida en 1623 el rango de categoría lingüística en el conjunto de una biblioteca de más de seis mil quinientos cuerpos. Las lenguas de redacción de impresos y manuscritos inspiran el principio organizador más genérico de la librería del conde de Gondomar en vida de su dueño. En la aplicación de este criterio lingüístico, aun es perceptible una disparidad de orden jerárquico entre el hebreo, el griego y el latín por un lado, frente a las lenguas vernáculas por otro. Pero es precisamente en la consideración del caudal de libros repartidos entre las distintas lenguas modernas donde pueden apreciarse indicios de una organización temática menos deudora de la epistemología tradicional –letras divinas por delante de letras profanas– y más dependiente del ideario político del dueño de la colección. La historia civil, que fue siempre materia del mayor interés para don Diego, se antepone a las historias sagradas en el elenco de las materias comprendidas bajo las distintas lenguas vernáculas. Solo el latín –que acoge también a los autores griegos traducidos– permanece como lengua en la que las historias sagradas preceden a las seglares.

11 Seguidor de los principios de una monarquía compuesta cuyos intereses representó con especial convicción como embajador en Londres, el conde de Gondomar reflejó en el orden de su biblioteca una conciencia de sentido de estado compartida por la sociedad nobiliaria española del periodo. Coherente con ese ideario, la valoración de la historiografía nacional, y en concreto la que podía vincularse con la constitución de los reinos de España, se realizaba a partir de una integración de fuentes primarias nacionales. La lengua catalana no suponía un hecho diferencial en un orden semejante, si bien la peculiar estructura compuesta de la monarquía hispana hallaba su espacio en secciones temáticas concretas, como la dedicada a «leyes y ordenanças de los reynos d’España», un apartado que reunía libros sobre la diversa legislación y su práctica11. En el caso de la organización temática de los manuscritos castellanos es aún más notable la deuda con esa idea de monarquía compuesta que se traslada a la disposición de los libros. Las tres primeras categorías son para [1] «Historias de los Reynos de España», [2] «Libros de linajes» y [3] «Historias de Portugal».

12 Del mismo modo que las distintas historias nacionales preceden a las sagradas en el orden de materias de los libros en vernácula, también la jerarquía de las lenguas en el catálogo de 1623 ofrece elementos para una reflexión más política que filológica. Los fondos pertenecientes a lenguas peninsulares –castellano, portugués y catalán, en ese orden–, se organizan por delante de los libros publicados en italiano, francés e inglés a pesar de que el número de impresos y manuscritos italianos y franceses era muy superior para entonces al de portugueses y catalanes en la librería. Pero haríamos mal en considerar que es un criterio de preeminencia lingüística el que da prioridad a las lenguas ibéricas sobre el resto de las hablas europeas en la organización de los libros. En las inclinaciones culturales del conde de Gondomar, la indiferencia ante el debate renacentista europeo en torno a la cuestión de la lengua12 contrasta con su empeño por reunir textos desde muy temprana edad en apoyo de la precedencia de España sobre otras monarquías. La península, sus reinos y la nobleza que los puebla –de la que él se sentía parte– se perciben como categorías de prestigio histórico, no lingüístico, frente a las demás naciones. A este respecto hay un ejemplo significativo dentro de los libros en portugués. En la Casa del Sol, uno de los autores procedentes de Portugal mejor representados es João de Barros, cuya obra parece fruto de un interés temprano por parte de don Diego. Ya figura un ejemplar de su Tercera década de Asia en el segundo inventario de la librería (ca. 1597‑1599). Se incorporarían años después la Segunda y la Cuarta, y hubo sitio también para un texto moralizante, el Dialogo da viciosa vergonha (1540). Pero Gondomar, sensible especialmente a la producción historiográfica de Barros, no pareció echar en falta la apología que el mismo autor hiciera de la lengua portuguesa en el Dialogo en louvor de nossa linguagem (1540), que es la primera defensa de una lengua vernácula en Europa después de la publicación del De vulgari eloquentia de Dante (1529) y nunca figuró en los índices de su biblioteca.

13 El catálogo de la librería de Diego Sarmiento de Acuña, como cualquier inventario de una biblioteca particular nobiliaria durante la Edad Moderna, nos da una idea tan fidedigna de los gustos literarios de su propietario como de la imagen pública que quiere exhibir. El acopio de genealogías, muy evidente desde los inicios de su bibliofilia, ilustra antes que nada una voluntad de representación en quien es un cortesano que aspira a hacerse también un hueco entre la nobleza. El abolengo pretendido se ratificó con el ingreso de algunas piezas que pertenecieron al marqués de Astorga, cuya biblioteca sirvió de modelo a don Diego en sus inicios de coleccionista, y con la anexión por vía conyugal del patrimonio bibliográfico de los Acuña. En las pretensiones de prestigio cortesano de Gondomar la tendencia a servirse de los libros como expresión de un determinado status aflora periódicamente y es la que debemos concederle a un portulano que en la construcción de la imagen pública del embajador de Su Majestad en Londres hubo de tener más autoridad por su procedencia y factura que por su contenido. Se trata del Atlas del portugués Fernão Vaz Dourado, una pieza lujosamente encuadernada en terciopelo carmesí y con abundante plata, dirigida en 1568 al virrey de la India Portuguesa, don Luis de Ataide. A la librería de la Casa del Sol llegó de manos del conde de Salinas hacia 161813. El Atlas pertenece hoy a la casa de Alba y, acaso por su valor material y su magnífico aspecto, no llegó a figurar nunca en los inventarios de la librería de don Diego porque pudo mantenerse en un lugar ajeno a los libros y más afín al de las armas, los trofeos y los objetos suntuarios reunidos para mayor gloria pública de su dueño.

14 Con el Atlas de Vaz Dourado rivalizaba otro manuscrito de la Casa del Sol vinculado también a Portugal: el De aetatibus mundi (1545‑1573) de Francisco de Holanda, actualmente en la Biblioteca Nacional, DIB, 14/2614. A manos de don Diego llegó procedente de la casa de los Velada gracias a los oficios del tercer marqués, don Antonio Sancho Dávila y Colonna15. A diferencia del Atlas, esta obra –cuya encuadernación era menos suntuosa– sí se reconoce en el Índice de 1623: formaba parte de la sección dedicada a «Libros de ritratos, imágines y de otras differentes figuras en latín» (BNE, ms. 13593, fol. 182v: «De aetatibus mundi imagines sive historia Veteris ac Novi Testamenti. Fº. Eborae, 1545»)16.

15 Al lado de lo que podríamos considerar una biblioteca de representación a la que, según acabamos de ver, no le fueron ajenos los títulos en portugués, existen evidencias de un coleccionismo, también precoz, que se decantó por ciertos géneros que con los años llegaron a conformar categorías estables en todas las lenguas representadas en la librería. Materias reiteradas en castellano, portugués, italiano, francés e inglés asoman por encabezamientos dedicados, por ejemplo, a las diversas historias nacionales. Y en una elocuente especialización que nos sirve de guía sobre la percepción de los géneros literarios en todas las lenguas a principios del xvii, hay tres categorías recurrentes que se reparten la literatura de entretenimiento en el catálogo: los «Libros de poesía», las «Comedias» y las «Historias fabulosas». 
La prosperidad de esta literatura de recreo en el caso del portugués es especialmente llamativa si tenemos en cuenta que de un exclusivo cartapacio manuscrito de poesía «con los letreros portugueses», asentado en la memoria de la biblioteca de 1593, se había pasado a una cuarentena de títulos de esparcimiento en 1623. En francés son veinte los «libros de cavallería y poesía» y en inglés no llegan a seis los textos poéticos, tan pocos que no merecieron una consideración específica y hubieron de resignarse al rango, difícilmente lírico, de «Estatutos de Ynglaterra y otros libros de varias materias». Por otra parte, la muestra de literatura de Portugal en la Casa del Sol aún resulta más abrumadora cuando se la compara con la presencia de imprenta portuguesa –del género que sea– en cualquiera de las librerías particulares españolas de su tiempo17.

Querencias portuguesas en las cartas del conde de Gondomar.

Imagen 12: RB, i/c/88. El Palmerín de Inglaterra (Lisboa: Antonio Alvarez, 1592), uno de los primeros impresos portugueses en sumarse a la librería del conde de Gondomar.



16La simpatía por las letras portuguesas que llega a apreciarse en la bibliofilia de don Diego se refrenda con algunos apoyos documentales que no han sido demasiado alegados hasta ahora, quizá porque tiende a imponerse el carácter anecdótico de lo referido por encima de su valor como testimonio para ilustrar una tendencia. Lo cierto es que en el caso de las inclinaciones coleccionistas de Gondomar resulta posible reconocer diversas connotaciones afectivas con el portugués que no concurren en las demás lenguas representadas en su librería. Hoy podemos reconstruir esas trazas de familiaridad con lo portugués no solo a partir de deducciones de lo que debieron ser sus labores militares y administrativas en Tuy y en Bayona, es decir, en la frontera, sino con el apoyo explícito de diversos testimonios epistolares. De manera complementaria, pero no menos valiosa, las noticias sobre libros portugueses y el habla de Portugal dispersas por la correspondencia ofrecen informaciones de primera mano, llenas de espontaneidad, para documentar la percepción que en la España de las primeras décadas del xvii se tenía del país vecino.

17 De entre los corresponsales que Gondomar conserva en Lisboa, Melchor de Teves, tío de Gaspar de Teves, conde de Benezuza y autor de unas coplas que acabaron en la librería de don Diego (RB, ii/1581, fols. 163v-164v), es la persona más atenta a dejar constancia de las particularidades del carácter portugués en su carteo con Gondomar. «Buenos exemplos pongo a v. m. para que sepa el estilo de Portugal», le advertía desde Lisboa un 7 de julio de 1607. A medio camino entre la ilustración de la impaciencia y de la dignidad que gastaba la hidalguía portuguesa, le remitió una anécdota en la que el escrúpulo de un caballero de Lisboa en materia de protocolo se enfrenta con lo que le correspondía hacer a un castellano y a un gallego en caso semejante. En realidad, el cuento estaba traído para reforzar aspectos idealizados de carácter que se presentan como exclusivos de la nobleza criada en Galicia frente a los demás reinos, Castilla incluida, pero la anécdota halla su principal valor en el hecho de estar narrada en portugués a sabiendas de que su destinatario sabría reconocer que la gracia del suceso residía precisamente en la elección de la lengua.

Ayer trató aquí un caballero al arçovispo de Lisboa […] venía de allá de visitarle y entró a verme […] y venía furioso porque el arçovispo no le avía aconpañado más que asta la mitad de la sala. Y deçía con grandíssima cólera y graçia: «¡O, fillo da puta!, es miña medida a metade da sua sala, ¡don fillo da puta!, un paso avía de dejar de tuda a sala. Polos santos evangelios que si allá vuelbo, que le e de tirar de los cavejones asta que chege á escaleira». Esto, señor, es ser portugés. Y así estoy por consultar quál es la medida de mi casa, que tienen talle de hazerme salir asta la plaça. Porque si un arçovispo sale a la escalera, un castellano tiene obligaçión de salir asta mojarse los pies en la mar, y si fuere gallego, no cumple sin nadar y pasar de la vanda de alén. (RB, II/2155, carta 83).

 18  En abril de 1604, cumplidos siete meses de estancia en Bayona atendiendo a la descarga y buen reparto de las especias que transportaban dos naos portuguesas que habían encallado, don Diego reconocía que «iba perdiendo el hablar castellano» (RB, ii/2115, carta 235). Y podemos estar seguros de que no fue solo por recurrir al gallego sino también al portugués para tratar con muchos de los oficiales y administradores de la carga embarrancada. La familiaridad de Gondomar con la lengua portuguesa le permitió reproducir de memoria una canción de trabajo que había oído entonar a unos negros ocupados en la descarga de las naos. Se la envió a Francisco de Contreras y le ofreció también la traducción del término canseira, sobre el que descansaba la agudeza de una letra en la que, a golpe de bomba para achicar agua, se lamentaba el tedio de ser virrey en la India y «fidalgo» en Goa tanto como el de reinar en España o llegar a Papa en Roma. Con sorna, advertía don Diego al destinatario: «por aquí verá v. m. qué aprovechado estoy en el arte de la lengua negra y india» (cfr. RB, ii/2115, carta 235 y ii/2239, carta 64).

19 Al margen de estas anécdotas, hay una prueba particularmente evocadora de las simpatías de Diego Sarmiento por la lengua portuguesa que ilustra el arraigo de esta querencia en el propio entorno familiar del conde. A lo largo de 1605, un pariente, Diego Sarmiento de Sotomayor, señor de las Achas, le escribió varias veces en portugués, o, por decirlo con más exactitud, en una variedad dialectal gallega con fuerte influencia, cuando menos gráfica, del portugués. El remitente nunca dudó de que la suya era una elección lingüística que el destinatario apreciaba. Al gusto de recibir noticias familiares en la corte, se añadía el hecho de que llegaran escritas «nesta lingoaje, pois é de v. m. tan estimada»18. De tal confidencia cabe concluir sin excesivo riesgo que era justamente el recurso a la lengua usada en confianza y en un entorno familiar el vínculo afectivo que servía para traer a don Diego a sus orígenes y despertarlo, según sugiere con algo de malicia su pariente, «do sono de correxidor»

 RB, ii/1519, h. 1r. Copia manuscrita de la Aulegrafia de Jorge Ferreira de Vasconcelos. El manuscrito llegó a manos de Gondomar procedente del conde de Salinas.



Maneras de acrecentar una librería portuguesa

20La biblioteca lusitana reunida por el conde de Gondomar supone la mayor colección privada de letras portuguesas en suelo español de su tiempo. Por lo que sabemos, ni siquiera el conde de Salinas, estrechamente vinculado al país vecino por ascendencia paterna y por el desempeño de cargos en la administración que le obligaron a fijar su residencia en Lisboa durante casi dos décadas, llegó a reunir una colección comparable19.

21 La vía de ingreso habitual de estos libros en la biblioteca del embajador fue la compra. La procedencia de los libros es variada y no se localizan ex libris coincidentes entre la media docena de nombres anotados en los ejemplares como recuerdo de una propiedad más antigua que la de don Diego. Al menos sabemos que uno de esos seis libros portugueses con marca de procedencia conservados en la Casa del Sol no llegó por adquisición ni fue un regalo, sino fruto del azar, por más que funesto. Se trata de los Dialogos de dom frei Amador de Portalegre (Coimbra: Antonio de Mariz, 1589), un ejemplar que en febrero de 1600 estaba manejando en la ciudad de Toro su propietario, el benedictino Juan Benito Guardiola, mientras residía como huésped en la casa de don Diego. Al fraile, que tenía permiso de la orden para documentarse en la librería del corregidor, le sorprendió la muerte el 21 de febrero mientras trabajaba en la redacción de su historia del monasterio de San Benito de Sahagún. Tanto sus papeles y borradores de trabajo como su librería portátil, traída desde Belver y de la que formaba parte este ejemplar de los Diálogos de Portalegre, acabarían incorporándose a la biblioteca de Gondomar20.

22 Un ejemplo documentado de adquisición por medio de compra nos lo proporciona una versión manuscrita en portugués de la Confessio amantis de John Gower, el Livro do amante21. Se trata de un códice copiado en el siglo XV que hacia 1525 pertenecía a don Luis de Castilla, arcediano de Cuenca y protector de El Greco. Una compleja operación comercial en la que intervino el librero de Valladolid Martín de Córdoba, dejó en manos de Gondomar, en enero de 1620, una partida de más de un centenar de libros, entre ellos, al menos ocho impresos y un manuscrito, el mencionado Livro do amante, que habían pertenecido a don Luis de Castilla. Este códice contrarió el destino común de los demás, que sería el de servir de aumento a la biblioteca del Conde-Duque de Olivares22.

23 A Gondomar no le faltaron consejeros que le recomendasen títulos salidos de imprentas portuguesas ni amigos que le enviaran, fundamentalmente desde Lisboa, obras concretas para mejora de su librería. Otras veces fue don Diego el que regaló títulos en portugués, como hizo con un ejemplar de Menina e Moça que en 1614 remitió al conde de Lemos en Nápoles (RB, ii/2168, carta 197). «Tiene boníssimas cosas y no se alla ya ninguno», le advertía. El juicio con el que Gondomar acompañó el envío abunda en su condición de lector de obras de entretenimiento, un gusto, cabe suponer, compartido por el destinatario. Si bien no sabemos de qué edición se trataba, la advertencia da a entender que en 1614 ya no era fácil hacerse con un ejemplar de una novela que había pasado del medio siglo de edad desde su primera edición. A estorbar su tráfico contribuyó sin duda la condena que la Inquisición de Portugal hizo caer sobre ella en 1581. La que previsiblemente leyó don Diego corresponde a la edición lisboeta de Francisco Grafeo del año de 1559. En el catálogo de la librería fechado en 1623, comparte con un ejemplar del Palmerín de Inglaterra, también impreso en Lisboa (1592), el marbete común de «Historias fabulosas» (BNE, ms. 13594, fol. 99v).

24 Del interés de Gondomar por lo que podía hallarse de bueno en Portugal en materia de libros, y concretamente en los de historia, sirve de ilustración una carta de Melchor de Teves, el mismo que desde Lisboa le remitía anécdotas reveladoras del carácter portugués. Con el atrevimiento que daba la amistad, el remitente llegó incluso a la provocación cuando anunció a don Diego el hallazgo de «algunos papeles muy buenos» relacionados con las crónicas de los reyes de Portugal. «A esto no puede v. m. dejar de tener envidia», presumía. «E allado todas las chrónicas de los reyes, de mano, desde el rey don Alonso Enrriques asta don Sevastián, y anme dejado pobre, pero ya en mí es mal de que he de morir»23.

25 Un ejemplo relevante de las implicaciones de Gondomar con el comercio librario en Portugal reside en una memoria de libros que un tal Gabriel Gómez debía encargar a Lisboa para satisfacer una demanda de Antonio López de Calatayud. La memoria, fechada hacia 1597‑1599, y conservada entre los papeles de don Diego sin ser él quien los solicitaba, nos habla, una vez más, de su temprano interés por la bibliografía portuguesa24. En la operación participaba también el librero Martín de Córdoba, el mismo que dos décadas después negociaría con Gondomar la compra de un lote de libros procedentes de la biblioteca de don Luis de Castilla. El encargo de Calatayud coincidía en el tiempo con sus ocupaciones como editor de las Relaciones universales del mundo, de Botero (Valladolid, herederos de Diego Fernández de Córdoba, 1600, pero con colofón fechado en 1599). Por designación suya, Diego de Aguiar se había encargado de traducir las dos primeras partes del texto italiano y él atendía a resolver la tercera. Durante el proceso de preparación del texto, había delegado en don Diego para que le hiciese algunas compras precisas de libros en Madrid25 y había recurrido a su biblioteca en busca de textos impresos, en concreto un Orlando y un Vocabolario delle lingue toscana e castigliana que devolvería a su dueño un 29 de agosto de 1597 (RB, ii/2147, carta 16).

26 Por tanto, es muy posible que la demanda bibliográfica que Calatayud remitió a Lisboa el mismo año tuviese que ver con su trabajo de edición y derivara de la necesidad de consultar ciertos títulos que, según advirtió en el mismo papel donde había anotado el pedido, no estaban entre los que él tenía. Dada su familiaridad con la librería de don Diego, a la que ya había recurrido otras veces, cabe suponer que también faltaran en aquella casa. Y lo cierto es que la lista de los títulos que solicitó y la de los que declaró tener para evitar que le enviasen de Lisboa lo que no necesitaba, coincide con lo que falta y con lo que hay entre los libros de don Diego consignados en el inventario que refleja el estado de su biblioteca en Toro (ca. 1597‑1599), el más próximo a la fecha del encargo.

27Tal vez sea excesivo calcular que López de Calatayud pedía en función de lo que faltaba en la biblioteca de su amigo porque se servía de ella y conocía sus límites, pero el hecho de que don Diego guardara esa lista sugiere que abrigase el propósito de solventar las carencias adquiriendo lo mismo o parte del lote26. En este contexto de libros compartidos, resulta verdaderamente singular que en el enunciado de los que López de Calatayud declara tener ya, cite títulos en el mismo orden en el que aparecen asentados en la memoria de la librería de don Diego que corresponde a las postrimerías del siglo XVI27. Aunque no sea posible asegurarlo, da la impresión de que anotara guiándose por un listado de los libros en materia de historia en portugués hecho a expensas de la colección que tenía don Diego.

Imagen 6: RB, i/c/20. Historia de Juan II, una obra que también interesó a Antonio López de Calatayud y a Melchor de Teves, ambos conocedores y usuarios de la librería de Gondomar.



28A partir de coincidencias como estas, cabe plantearse la posibilidad de que existiera un canon bibliográfico en el que los amantes de las letras portuguesas en España coincidieran esencialmente. Un censo de fondos portugueses en bibliotecas españolas sería de gran ayuda al respecto y podría revelar afinidades bibliográficas, quizá más notables cuanto más especializada fuese la librería. Por lo demás, en un contexto de lecturas compartidas y de notificación de adquisiciones, es fácil concluir que la bibliofilia ejercida entre amigos y conocidos pudiese fomentar la emulación, esa envidia ilustrada que invocaba Melchor de Teves para comunicarle a don Diego el hallazgo de crónicas portuguesas que no tenía él. Lo cierto es que de los tres libros que en 1597 pidió López de Calatayud a Lisboa y que faltan en el inventario que don Diego tenía hacia esas mismas fechas, dos acabaron ingresando en la Casa del Sol, tal como consta en el Índice de 1623: se trata de la Cuarta década de Asia de João de Barros –cuya aparición se retrasó hasta 1615– y de la Historia do descobrimiento da India pelos portuguezes (Coimbra, 1552) de Fernão Lopes de Castanheda. Ambos comparten el mismo folio en el Índice de 1623 (BNE, ms. 13594, fol. 91v) y seguían cerca en 1775, separados por un solo cajón, como puede comprobarse en el último catálogo de la librería antes de su ingreso en la Real Biblioteca28.

Libros y amistades: la Aulegrafia de Jorge Ferreira de Vasconcellos

29Para terminar, regreso al conde de Salinas, de cuya amistad y gustos compartidos con don Diego Sarmiento hay sobrados testimonios en la correspondencia del embajador. El nombramiento de Salinas como virrey de Portugal le dejó en posición favorable tanto para adquirir libros como para regalarlos entre sus deudos y amistades. Tan conocido debía resultar el buen entendimiento entre el virrey y el embajador que si se descuidaba Salinas en ofrecer, uno de sus criados, Santiago Monzón, reparaba la negligencia. «El marqués mi señor –escribía a don Diego en enero de 1619– le[e] en un libro que se llama Palmerín de Yngalaterra. Gusta mucho dél. Si v. s. lo quiere en portugés, abíseme. Ay tres cuerpos desde segunda hasta sétima parte…» (RB, ii/2134, carta 59). El aviso llegaba tarde porque Gondomar ya tenía su Palmerín portugués a finales del XVI, tal como consta en la antigua memoria de su librería (RB, ii/2222, fol. 116r). Gayangos asegura que el libro, correspondiente a la edición lisboeta de 1592, lo había adquirido su hermano don García en noviembre de 1598 en la testamentaría de un canónigo de Toledo. Añade que seleccionó una decena más de impresos, todos apreciables «por su mérito y antigüedad»29. Entre ellos, un cartapacio que se remataba con doce sonetos del «Jardín de Venus» y al que debían añadirse otra serie de composiciones.

30A diferencia del «Jardín de Venus», que sí llegó de Salamanca a Toro, no sabemos si el Palmerín de Salinas se ahorró el viaje a Londres desde Lisboa. Si el embajador no avisó de que ya lo tenía o quiso regalarlo en Inglaterra, pudiera ser otro ejemplar del Palmerín cierto libro «bien viejo» que Monzón acabó remitiendo a Gondomar en marzo de 1619 con el encarecimiento reiterado de que su señor «gusta[ba] de leer en él» (RAH, Salazar A 86, fol. 237r-v). En 1619 destacar la condición antigua de este libro le conviene particularmente al Palmerín, que para entonces solo contaba con dos ediciones, la de Évora (André de Burgos, 1564-1567) y la de Lisboa (Antonio Alvares, 1592). El origen del envío se suma a otras procedencias seguras del entorno de Salinas, como el Atlas de Vaz Dourado al que me referí más arriba. Y es el momento de añadir ahora otra pieza relevante de la colección, uno de los manuscritos teatrales más singulares que llegaron a la Casa del Sol gracias a los probables oficios de Diego de Silva y Mendoza. Se trata de la Aulegrafia de Jorge Ferreira de Vasconcelos (RB, ii/1519).

31El manuscrito, copiado con esmero en una elegante cursiva, está dedicado «ao conde de Salinas, duque de Francavilla e Ribadeu do Conselho do Estado de sua Magestade e presidente do Conselho de Portugal» por don Antonio de Noronha, yerno del autor30. Se trata de una copia de presentación cuya dedicatoria firmada indujo a Etienne Eussem, el bibliotecario del conde que inventarió sus libros en 1619, a atribuirla erróneamente a quien solo ejercía de introductor. En 1623, Henry Taylor, otro bibliotecario de Gondomar, dio por buena la atribución y bajo la categoría de «libros de poesía, comedias y historias fabulosas», asentó el manuscrito como «Comedia de don Antonio de Noronha en portugués» (BNE, ms. 13594, fol. 183v). Con esta copia, Gondomar completaba la trilogía teatral de Vasconcelos, representada por la Comedia de Ulysipo (Lisboa, 1618) y la Comedia eufrosina de nuevo revista (Évora, 1566), ambas en su librería (BNE, ms. 13594, fol. 99r). A juzgar por los índices, las tres obras ingresaron en su colección en algún momento entre 1599 y 1623. A la trilogía de Vasconcelos deben añadirse otros dos textos teatrales portugueses que llegaron más tempranamente a la biblioteca de Gondomar, donde ya figuran en la segunda memoria de la librería (ca. 1597‑1599): un volumen de «Comedias portuguessas por Luis de Camones (sic) y por otros autores portugueses» (ii/2222, fol. 126v) y la Comedia dos bilhalpandos de Francisco de Sá Miranda publicada en Coimbra el año de 1560 (RB, ii/2222, fol. 131r).

32La Aulegrafia manuscrita de don Diego es un testimonio imprescindible para documentar los avatares textuales que habitualmente sufrió el teatro de Vasconcelos en la imprenta. La Eufrosina ya había sido objeto de castigo en la edición que Rodrigues Lobo envió a las prensas en 1616, una versión más severa que la traducción al castellano que del mismo texto publicaría en 1631 Fernando de Ballesteros31. Idéntica tendencia al expurgo puede comprobarse en la edición lisboeta de la Aulegrafia impresa por Pedro Crasbeek en 1619. La conservación del manuscrito que perteneció a Gondomar permite hacer esa paciente verificación, un trabajo que ha llevado a cabo con buen criterio Silvina Pereira.

33La posibilidad de reconstruir tanto lo suprimido como lo alterado con la ayuda del manuscrito de don Diego, ofrece una vía para reflexionar sobre los mecanismos de la censura en Portugal, que en algunos casos fue más celosa que la española en el castigo de su propia literatura. Lo eliminado en la edición lisboeta coincide con episodios, juicios y simples palabras comprometedoras especialmente con cierta percepción peyorativa de lo castellano en Portugal. Pero tampoco sobrevivieron al celo del censor algunas alusiones eróticas, palabras juzgadas obscenas y referencias que debieron parecer sospechosas por su posible vínculo con los augurios y las escrituras de materia judiciaria32. El manuscrito de Gondomar se convierte así en el único testimonio conocido de una Aulegrafia sin censuras y es, por tanto, la versión textual más cercana a la voluntad del autor que hoy se conserva.

34Ocurre lo mismo con buena parte del teatro manuscrito en castellano que reunió, una colección en la que no faltan los ejemplares únicos en lo que se refiere a transmisión manuscrita. Sospecho que, al menos para el caso de una serie de autores que llevan a sus obras cuestiones tanto históricas como políticas del momento con el disimulo de una ambientación más o menos fabulosa y legendaria, podría ser revelador el cotejo de la versión impresa con el testimonio manuscrito a la hora de comprobar determinadas rectificaciones en la imprenta. Son precisamente escritores de la periferia peninsular, de los reinos que rodean a Castilla, los más propensos a admitir en sus obras cuestiones como el abuso del poder y a condenarlo representando en escena a reyes tiranos y figuras de comportamiento público poco cabal33. Entre ellos, los Argensola o Cristóbal de Virués, autores con obras en la librería de Gondomar, y con los que mantuvo correspondencia (cfr. RB, ii/2152, carta 27; ii/2168, carta 198; ii/2189, cartas 9 y 16).

35Una nueva edición de la última comedia de Vasconcelos que rescatara el texto que llegó a manos de don Diego, presumiblemente por los oficios de su amigo el conde de Salinas, haría justicia tanto con la memoria del autor portugués como con la del bibliófilo español que supo conservarla en compañía de un nutrido grupo de manuscritos teatrales peninsulares.

36El catálogo de libros en portugués de la biblioteca de Gondomar ha sido publicado por Pablo Andrés Escapa en «Ex Bibliotheca Gondomariensi. Fondos portugueses en la librería de Gondomar (I-II)», en: Avisos Digital, año XXIII, n. 81‑82, 2017. Véase la publicación de la primera parte de este catálogo en el número 81: http://avisos.realbiblioteca.es/​?p=article&aviso=89&art=1143 [En línea. Consulado el 19/6/2017]

Notas

Imagen 3: RB, ii/973, fol. 128bisr. Cancionero manuscrito (finales del s. XVI). En la última línea del fol. 128 se indica la conveniencia de completar los contenidos recurriendo a textos producidos en Salamanca.


1 Pedro CÁTEDRA, Nobleza y lectura en tiempos de Felipe II. La biblioteca de don Alonso Osorio, marqués de Astorga, [Salamanca]: Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 2002, p. 77‑79

2 Gondomar firmó una «scritura de asiento» por la compra de la Casa del Sol, un palacio asociado a la iglesia de san Benito el Viejo de Valladolid, el 22 de diciembre de 1599 pero en su correspondencia abundan las noticias que aluden a la adquisición varios meses antes: cfr. RB, ii/2184, carta 68; ii/2138, carta 84 y ii/2135, carta 61, fechada un madrugador 23 de mayo de 1598.

3 P. CÁTEDRA, loc. cit.

4 P. CÁTEDRA, op. cit., p. 81 [núm. 44].

5 P. CÁTEDRA, loc. cit., [núm. 42‑43, 45‑47].

6 Pablo ANDRÉS ESCAPA, «García Sarmiento de Acuña, agente librario de Gondomar en Salamanca», Avisos, Noticias de la Real Biblioteca, 79, 2016 [sección: Ex biblioteca Gondomariensi].

7 Valentín MORENO GALLEGO, «Aspectos de la vida libraria en la Salamanca clásica», Pliegos de Bibliofilia, 5, 1999, p. 45‑54; y Ángel WERUAGA PRIETO, Lectores y bibliotecas en la Salamanca moderna (1600‑1789), [Salamanca]: Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, 2008.

8 José Luis RODRÍGUEZ MONTEDERRAMO, «Comunicación literaria y cancioneros», Reales Sitios, 121, 1994, p. 35. Buena parte de los contenidos del ii/973 están directamente relacionados con actividades poéticas surgidas en un ambiente académico vinculado a las universidades de Alcalá y Salamanca. Cito unos ejemplos: fol. 242r‑244r: «Esta oda que se sigue traduxeron don Juan de Almeyda, el maestro Sánchez y el licenciado Espinosa, collegial de Oviedo, y las embiaron sin dezir los autores al maestro Fr. Luis de León para que las juzgase, con esta carta»; fols. 292ra‑293vb: «Carta del doctor Cámara en un examen que dio en Alcalá»; fols. 303r‑306r: «Diálogo entre Arnedo y Abarca, estudiantes en Salamanca, alias sátyra contra pretendientes y collegiales»; fols. 336ra‑341r: «Declaraçión de los travajos, vida y oçiosidad de los estudiantes que se puso en el certamen de la insigne universidad de Alcalá. Año de 1584»; fols. 342r‑343v: «Sátyra de Liñán contra la Nenguiar, en Salamanca 1586»; fol. 344r‑v: «Salmanticae anno 1586, por un estudiante capigorista».

9 RAH, Salazar A 70, fol. 72r‑v. Editada por Carmen MANSO PORTO, Don Diego Sarmiento de Acuña, conde de Gondomar (1567‑1626). Erudito, mecenas y bibliófilo, [Santiago]: Xunta de Galicia, 1996, p. 299‑300, con indicación de referencias y ediciones parciales previas de esta misma carta.

10 Ramón MENÉNDEZ PIDAL, «Cartapacios literarios salmantinos del siglo XVI», Boletín de la Real Academia Española, I, 1914, p. 43‑55, 151‑170, 298‑320.

11 Una oportuna reflexión sobre este reflejo de la teoría política en la concepción de una librería nobiliaria puede leerse en M. L. LÓPEZ‑VIDRIERO, «Asiento de coronas y distinción de reinos: librerías y aprendizaje nobiliario», in: Oliver NOBLE WOOD, Jeremy ROE y Jeremy LAWRENCE (dirs.), Poder y saber. Bibliotecas y bibliofilia en la época del Conde‑Duque de Olivares, Madrid: CEEH, 2011, p. 227‑232, donde se refieren además equivalencias organizativas entre la librería de Gondomar en la Casa del Sol y la biblioteca de Felipe IV en la Torre Alta del Alcázar: «La librería de la Casa del Sol muestra, catorce años antes que la de la Torre Alta del Alcázar, que las provincias periféricas, las comunidades, son conjuntos compatibles dentro del sistema regido por un soberano; el conocimiento de lo local, lo regional o lo nacional se articula armónicamente en un sistema bibliográfico ordenado que contiene leyes, formas de gobierno, corografía, prosopografía y cualquier otra materia que permita reconstruir el conjunto de los sucesos o de los hechos políticos, sociales, económicos, culturales de un pueblo o de la nación», p. 227. Para conocer la librería de Felipe IV es imprescindible la obra de Fernando BOUZA, El libro y el cetro. La Biblioteca de Felipe IV en la Torre Alta del Alcázar de Madrid, Salamanca: IHLL, 2005.

12 Peter BURKE, Lenguas y comunidades en la Europa moderna, Madrid: Akal, 2006, p. 73‑84.

13 Catálogo de las colecciones expuestas en las vitrinas del Palacio de Liria. Le publica la Duquesa de Berwick y de Alba, Madrid: Sucesores de Rivadeneyra, 1898, p. 150‑167, núm. 171. En el Índice de la librería de 1623 figura un ejemplar de la «Historia da India no tempo do visorey dom Luys de Ataide, fº, Coimbra, 1617» (BNE, ms. 13594, vol. 2, fol. 91v). Véase http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000137643 [En línea. Consultado el 28/04/2017].

14 http://bdh-rd.bne.es/viewer.vm?id=0000137315 [En línea. Consultado el 28/04/2017].

15 Santiago MARTÍNEZ HERNÁNDEZ, «Pedagogía en Palacio: el marqués de Velada y la educación del príncipe Felipe (III), 1587‑1598», Reales Sitios, 142, 1999, p. 45.

16 En 1775, en el último índice de la librería hecho antes de su adquisición por parte de Carlos IV, la identificación de este ejemplar es menos obvia; se describe como «Biblia figurada excellentemente», encuadernada en terciopelo, y se indica su lugar en la librería de Valladolid: «sala 3, estante 2, caxón 6», (RB, ii/2618, fol. 34v), una marca que aún conserva –ahora tachada– el ejemplar de la Biblioteca Nacional.

17 María Isabel HERNÁNDEZ GONZÁLEZ, «Suma de inventarios de bibliotecas del siglo XVI (1501‑1560)», in: María Luisa LÓPEZ‑VIDRIERO y Pedro CÁTEDRA (dirs.), El Libro Antiguo Español, IV. Coleccionismo y bibliotecas (siglos XV‑XVIII), Salamanca: Universidad de Salamanca, Patrimonio Nacional y Sociedad Española del Libro, 1998, p. 375‑446.

18 Rosario ÁLVAREZ y Xosé Luís RODRÍGUEZ MONTEDERRAMO, «Escrita epistolar en galego: a correspondencia de don Diego Sarmiento de Acuña, I Conde de Gondomar (1567‑1626) (I‑II)», Boletín da Real Academia Galega, 365, 2004, p. 260; y 2005, p. 255.

19 Trevor J. DADSON, «La biblioteca del poeta y político Diego de Silva y Mendoza, conde de Salinas (1564‑1630)», Journal of Hispanic Research, 3, 1994‑1995, p. 181‑216.

20 Pablo ANDRÉS ESCAPA, «Historia de unos papeles: el legado manuscrito de Guardiola en la librería del conde de Gondomar. Nuevas aportaciones a su biografía y a la escritura de la Historia de San Benito el Real de Sahagún», in: P. CÁTEDRA y M. L. LÓPEZ‑VIDRIERO (dirs.), El libro Antiguo Español, VI. De libros, librerías, imprentas y lectores, Salamanca: Ediciones Universidad, SEMYR, 2002, p. 13‑36. El ejemplar de los Diálogos lleva anotado en la portada: «Ad usum fratris Joannis Benedicti Guardiola Barchinonensis», (RB, ix/7770). Sobre el recurso a la librería de Gondomar en la elaboración de obras históricas, véase José Luis RODRÍGUEZ MONTEDRRAMO, «Gondomar y la historia del reino de Galicia», in: P. CÁTEDRA y M. L. LÓPEZ‑VIDRIERO (dirs.), op. cit., p. 321‑364.

21 María Luisa LÓPEZ‑VIDRIERO, «Provenance Interlacing in Spanish Royal Book-Collecting and the Case of the Confessio Amantis (RB, ms. ii-3088)», in: Ana SÁEZ‑HIDALGO y R. F. YEAGER (eds.), John Gower in England and Iberia. Manuscripts, Influences, Reception, Cambridge: Boydell & Brewer, 2014, p. 33‑49.

22 El listado de lo cedido por Gondomar se incluye en una memoria que Antonio Lorenzo de Araújo remitió a don Diego en enero de 1620 (BNE, ms. 18422, núm. 104, fol. 138r‑v). Sobre la librería de don Luis de Castilla, véase Gregorio DE ANDRÉS, «El arcediano de Cuenca D. Luis de Castilla († 1618) protector del Greco y su biblioteca manuscrita», Hispania Sacra, XXXV, 71, 1983, p. 87‑141. El proceso de identificación de ejemplares de Castilla en la biblioteca de Gondomar se describe in: Pablo ANDRÉS ESCAPA, «Libros de Luis de Castilla (ca. 1540‑1618) en la Casa del Sol», Avisos. Noticias de la Real Biblioteca, 70, 2013 [sección: Ex bibliotheca Gondomariensi].

23 RAH, Salazar A 80, fol. 84r. Cito según la transcripción de C. MANSO PORTO, op. cit., p. 103.

24 El documento se conserva en RB, ii/2151, carta 274 con este título: «Memoria de los libros en portugués [rotura] que a de enviar [s. l., por otra mano: el sr. Graviel Gómez] a Lisboa para [s. l., por otra mano: hazer merced] a don Antonio López de Calatayud» y ha sido publicada por María Luisa LÓPEZ‑VIDRIERO, «Gondomar y la edición de la Relaciones universales del mundo de Botero, Valladolid, 1603», Avisos. Noticias de la Real Biblioteca, 59, 2009 [sección: Ex bibliotheca Gondomariensi]; véase además, de la misma autora, «Asiento de coronas…», art. cit., p. 235.

25 El 15 de marzo de 1597 escribía: «Suplico se acuerde de buscar las obras de Juan Botero Benes y abisarme las que ay, y mande v. m. comprarme el libro que Garibay de Zamalloa a sacado agora [Illustraciones genealógicas de los Catholicos Reyes de las Españas…, Madrid: Luis Sánchez, 1596], RB, ii/2151, carta 89. Sobre la implicación de Gondomar en esta edición de las Relaciones universales de Botero, véase M. L. LÓPEZ‑VIDRIERO, «Gondomar y la edición de la Relaciones universales del mundo…», art. cit., y «Asiento de coronas…», art. cit., p. 234‑242.

26 Nada sabemos de la librería que López de Calatayud, oficial contador de la Casa de Contratación de Sevilla, llegó a reunir pero podemos postular un mínimo catálogo que incluiría los libros que Gondomar compró para él en Madrid el mes de marzo de 1597, tres impresos portugueses y uno en latín que encargó a Lisboa a través de Gabriel Gómez, una lista que se completa con la enumeración de una decena de títulos, también en portugués, que ya tenía, y el deseo de adquirir, aprovechando el encargo, todos los «demás libros de rrelaçiones o ystorias de la Yndia o corónicas de los rreyes de Portugal o otras ystorias particulares de otras cosas que no las aya en español» (RB, ii/2151, carta 274). A esta librería, de marcada vocación historiográfica, debemos añadir una copia manuscrita de la Crónica de los Reyes Católicos de Hernando del Pulgar que lleva su exlibris y se conserva en la Biblioteca General Universitaria de Salamanca, ms. 1768.

27 Una «Vida y feitos del rrey don Joan 2º», una «Corónica del rrey don Manuel», un «Suçeso segundo çerco de Diu» y una «Corographía de Barreyros» citados como obras ya en poder de Calatayud, aparecen así ordenadas en la memoria de libros de Gondomar fechada en 1599, (cfr. RB, ii/2222, fol. 114v y 126v). Entre los dos primeros y los dos últimos títulos citados, Calatayud menciona unos «Comentarios de Afonso de Alborqueque», que ocupan también una posición intermedia en la memoria de Gondomar (RB, ii/2222, fol. 116r).

28 RB, ii/2619, fol. 84v (Fernão Lopes de Castanheda, Sala 2, estante 12, cajón 3) y fol. 125r (João de Barros, Sala 2, estante 12, cajón 5).

29 Aunque Pascual de GAYANGOS en sus Cinco cartas político‑literarias de D. Diego Sarmiento de Acuña, Madrid: Sociedad de Bibliófilos, 1869, p. xiv, no ofrece referencia del paradero del documento ni alude a la existencia de una posible carta de don García a don Diego que acredite la gestión, no es verosímil que la miscelánea de títulos que cita se deba a un capricho suyo, sugerido por la consulta del índice de 1599, el más cercano por fecha al supuesto documento de la testamentaría. Los títulos que enumera en aparente transcripción de la fuente que utilizó, quedan suspensos, en determinado punto, de un celoso «etc». Hasta llegar a ese límite, estos son los mencionados, todos ellos incluidos en el índice de 1599: «Discursos de la lengua de fray Luis de Torres [ii/2222, fol. 123r], primera y segunda parte de la Christi Victoria por Benito Sánchez Galindo [ii/2222, fol. 123v], la Historia de Melón y Be[r]ta, padres de Orlando [ii/2222, fol. 126r], las Comedias y Romances de Gabriel Lasso de la Vega, [solo reconocible en el Índice de 1623], los Romances imperiales de Pedro de Sayago [ii/2222, fol. 131r], los del bachiller Pedro de Moncayo [no localizado], la Comedia a modo de Celestina entre Polidoro, Salustio, Tristán y Rufina [ii/2222, fol. 121v], otra que tiene al fin el Jardín de Venus [ii/2222, fol. 121v], etc».

30 Salinas tenía entre sus libros una edición de la Comedia Ulisippo (Lisboa: Pedro Crasbeeck, 1618). Véase T. J. DADSON, «La biblioteca del poeta y político Diego de Silva y Mendoza…», art. cit., p. 209, núm. 137. Sobre el préstamo, intercambio y regalo de manuscritos en la época, véase F. BOUZA, Corre manuscrito. Una historia cultural del Siglo de Oro, Madrid: Marcial Pons, 2001, p. 47‑53.

31 Véase Silvina PERERIRA, «La Aulegrafia, de Jorge Ferreira de Vanconcelos en la Casa del Sol», Avisos. Noticias de la Real Biblioteca, 63, 2011, [sección: Ex bibliotheca Gondomariensi]; «Lope, leitor de Jorge Ferreira de Vasconcelos», Hipogrifo, 3.2, 2015, p. 179‑201 y Jorge Ferreira de Vasconcelos. Um Homem do Renascimento, Lisboa: Biblioteca Nacional de Portugal, Teatro Maizum, 2015. La autora repasa en las tres publicaciones la recepción de Vasconcelos en España con especial incidencia en el teatro de Lope de Vega.

32 Agradezco a Silvina Pereira la paciencia y generosidad con que respondió a mis demandas de ejemplos de censura en el manuscrito de la Aulegrafia.

33 Josefa BADÍA HERRERA, Los primeros pasos en la comedia nueva. Textos y géneros en la colección teatral del conde de Gondomar, Madrid: Iberoamericana Vervuert, 2014, p. 44.
 RB/2222, fol. 126vo. Inventario de la biblioteca de Gondomar hacia 1597‑99. Fruto de alguna revisión, las obras en portugués del catálogo aparecen marcadas con una cruz.




Itsukushima Shrine.

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